sábado, 6 de septiembre de 2008

PISO NUEVO, VIDA NUEVA


Aquí la tienen: Mi nueva (y espero que duradera) habitación.

Lo bueno de tener un blog estrictamente personal, no destinado a promocionar nada, es el derecho a aburrir al personal con chorradas egocéntricas sobre cómo me va la vida.

Para poder permitirte ese lujo, tienes que ser una persona muy reputada, o un auténtico don nadie. Yo no soy ninguna de las dos cosas, pero podríamos considerar esta entrada como una catapulta hacia el vacuo reinado de los don nadies, en el que (quiero pensar, deduzco, espero) me sentiré la mar de cómodo.

Ayer por fin, tras el ya relatado periplo de pensiones y vivienda precarias, me instalé en el nuevo piso.

La habitación está muy bien, pero le faltan esos dos pequeños detalles que convierten una vivienda en un hogar: Muebles, y cosas en las paredes.

Soy demasiado perezoso para solucionar lo de las cosas en las paredes a corto plazo. En lo que a los muebles se refiere, este reducto sólo trae tres cosas de serie: Cama, armario y mesita de noche.

Así pues, nada más aterrizar, acudí al sitio al que suele acuder la gente de mi estatus: Una tienda de chinos.

Mi objetivo: Comprar allí el mueble más importante de todos los muebles del mundo. Osea, la mesa para el portátil.

El único mueble más importante que la mesa del portátil es la cama, y solo porque, además de servir para dormir y follar, sirve para poner el portátil encima.

Como bien sabe todo aquél que se dedique a hacer cortometrajes, mediometrajes o largometrajes baratos, las tiendas de chinos son la versión de cartón piedra del paraíso terrenal. En ellas uno puede encontrar todo lo necesario para alcanzar la felicidad.

En aquella tienda china, el Destino había reservado para mí el último ejemplar del modelo que yo estaba buscando. Me refiero a esa mesa desmontable de color blanco que anuncian en televisión. Esa que se puede armar sin necesidad de herramientas. Esa que probablemente esté fabricada con la misma materia prima que los castillos de naipes, y cuando aprietas las teclas con tus dedos, todo tiembla, y vibra, y amenaza con arrojar tu portátil contra el parqué y transformarlo en un puré de microchips y tuercas.

Si los ordenadores portátiles tienen sentimientos, supongo que a bordo de esta pseudo-mesa han de sentirse como una mujer menstruando sobre el lomo de un toro mecánico a pleno rendimiento. Pero cuesta trece euros, y la posibilidad de que alguien se levante con el pie izquierdo y decida volver a mudarme de piso gravita cual espada de Damocles sobre mi precaria vida, gastarme más de trece euros en un mueble, NO ES UNA OPCIÓN.

Era mi primera noche en un barrio nuevo, y quería investigar los bares de pintxos de la zona. No soy uno de esos depravados que disfrutan yéndose de pintxos con una mesa a cuestas, así que las dependientas de la tienda china se ofrecieron (muy amablemente) a guardarme la mesa allí, para que la fuese a recoger a la mañana siguiente.

Finalmente, me dio pereza lo de ir de pintxos solo, y ni siquiera recordaba el nombre del sitio donde Cata recomendaba las gavillas, así que me concedí un homenaje que llevaba tiempo sin permitirme... y ésa es la historia de cómo acabé entrando en un local de kebabs, y me zampé un dürum.

Lo realmente curioso fue que, mientras cenaba mi dürum, entró a pedir comida para llevar la mujer china a la que había comprado la mesa. Nos saludamos afablemente, y luego presencié uno de los momentos más entrañables de esta semana: La china tenía ya confianza con los camareros turcos del local de kebabs. Empezaron a hablar de sus cosas, de cómo les había ido el día a cada uno. Pero, claro... los turcos no hablaban chino, y la china tampoco hablaba turco. Tenían que comunicarse en español, y era un idioma que ninguno de ellos dominaba demasiado.

Era enternecedor ver cómo lograban comunicarse, e incluso contagiarse sonrisas y amabilidades, con un idioma que parecía ser un misterio para ellos.

La guinda surrealista de aquel pastel absurdo llegó cuando la china y los turcos se despidieron con un Agur ("adiós" en euskera).

Con el sabor de ese pintoresco e intercultural sainete aún en la boca, callejeé de vuelta a mi excesivamente nuevo hogar.

En una de las aceras de esta rara ciudad, me cruce con una chica muy atractiva. Cruzarse con chicas atractivas es algo habitual en Donosti, pero esta vez sucedió algo que aquí no es tan habitual como en otras ciudades. Algún tipo de conexión, supongo. Yo la miré, y sonreí. Ella me miró, y sonrió. Eran sonrisas leves, ambiguas, como trapecistas que no se atreven a desprenderse del trapecio.

Y todo quedó ahí.

¡Y menos mal que quedó ahí! Porque un compañero del trabajo me ha prestado la segunda temporada de 24, y un romance de fin de semana podría haber sido demasiado jodido, sabiendo todo el tiempo que tienes ahí a Jack Bauer esperando para freír terroristas a balazos.

Sigo aprovisionándome de cosas que disfrazan esto de hogar: edredón, tetera, salvamanteles, comida...

Hoy me pegué un susto bastante jodido. Durante algunos minutos, pensé que en esta casa faltaba una cosa casi tan necesaria como la mesa del portátil: El abridor de cerveza.

Me despido con una instantánea del plato de pasta hipercalórico e insano con el que he celebrado esto de volver a tener cocina:

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa mesita absurda e inestable fue el hogar de mis monitores durante el rodaje de "Mí"... y "perdí" uno de los monitores el penúltimo día.

Yo estoy ahora mismo con la sexta de "24"... ¡Dios mío, hace tanto tiempo que vi la segunda!

Juanjo Ramírez dijo...

Joder, César... lo de tu monitor no me tranquiliza demasiado...

De un modo u otro, es la segunda mesita de este modelo que tengo desde que vivo en Donosti, y la anterior (abandonada al ser desahuciado en tiempo record en otro piso) nunca hizo peligrar mi portátil.

La segunda temporada, de momento, me está pareciendo más floja que la primera. ¡¡Pero sigue siendo el puto Jack Bauer!! :D

Anónimo dijo...

La segunda temporada de 24 es mejor que la primera, pero es que va mejorando con los episodios... Tercera, cuarta y quinta, es ascenso, a cada cual más acojonante.

Lo de mi monitor tuvo que ver con la inestabilidad de la mesa y la habilidad de Juan para liarse con los cables.

Juanjo Ramírez dijo...

Sí que es cierto que va mejorando con cada capítulo!!

Aunque aún no ha llegado el momento en que empiece a gustarme más que la primera.

Eso sí: Está bastante bien realizada!

Anónimo dijo...

Se borro mi comentario... el tema era:

Que mola la habitación naranja y la mesa de ¿hospital?...
y ves? vivir en ondarreta no es tan malo, te encuentras atractivas mujeres que te sonríen por la calle (eso en lo viejo no pasa :p)

Anónimo dijo...

Pero eso mola, lo de transformar un cubículo vacío en algo propio, en refugio.
Pasta con bacon, cerveza...eres un esclavo del fitness macho. abrazuskis y suerte, el piso mola, te lo cambiaría, pero no tengo con qué.

Anónimo dijo...

Naranja, no hay mejor (ni mas setentero) color, excelente....

Juanjo Ramírez dijo...

Cata: Tenías razón, la zona mola bastante :) Al final estoy más lejos de Ondarreta y más cerca de las universidades.

Gonzalusky: Cuando empiece a creerme de verdad que me van a dejar pasar en este piso más de una semana, me plantearé lo de ir haciendo la habitación más mía y habitable. Quién fuera un caracol, con esa facilidad de llevar por doquier la casa a cuestas...

Y a pesar de los excesos de la pasta y la cerveza, lo cierto es que últimamente me estoy cuidando bastante (para ser yo... ;P)

Anónimo dijo...

oh, oh, oh
temblad universitarias... Juanjocaracol está al acecho!!
;)
coño, cuesta lo mismo poner buena cara a las novedades que mala, tu pon buena que es mucho mejor (yo ando en ello)

Juanjo Ramírez dijo...

Las universitarias empiezan a ser demasiado jóvenes para mí. Eso es al mismo tiempo aburrido y excitante.

Intentaré poner buena cara al respecto ;)

Anónimo dijo...

Quitaté o ponté cinco años según convenga... eso abre tu abanico diez años por arriba y diez por abajo y es divertido y excitante.
:p