martes, 30 de septiembre de 2008

CUANDO EL OTOÑO VINO A VISITARME


Para mí, el otoño empezó un par de días después de su llegada oficial.

Posiblemente mi estación favorita.

Me envió una discreta tarjeta de visita, mientras escribía en mi habitación. Algo se coló por la ventana entreabierta y aterrizó en el radiador. Era una hoja de árbol. Dorada y quebradiza, como todo lo genuínamente otoñal.

El otoño es una estación que sabe y huele a páginas de libro viejo, una estación crujiente, decrépita, oxidada, rociada con caspa melancólica, fotografiada en sepia y guardada en un cajón de los que se abren solo en atardeceres especiales.

Y toda esa mierda.

Hace mucho tiempo, nuestro calendario estaba concebido para que el ser humano, como animal que es, viviese armonizado con los ciclos de la madre naturaleza. El año comenzaba con el advenimiento de la primavera, y moría arropado en la mortaja blanca del invierno. Los planes del hombre, sus propósitos... estaban sincronizados con los ritmos de la madre Gea. Nuestro "año nuevo, vida nueva" comenzaba en esa época verde, fértil... la época en que el resto de las cosas acostumbra a nacer, y la atmósfera se infecta de abejas y de hormonas.

Sin embargo, pocos años antes del nacimiento de Cristo, los hombres alteraron el calendario, por razones político/militares que darían para otro post entero. Y desde entonces, el año empezó a empezar en invierno, y todo se fue descuajaringando, siglo a siglo.

Más adelante, el hombre (tal vez debido a sus tinieblas internas) se volvió adicto al sol, y concentró las vacaciones de casi todo el mundo en los meses de verano, provocando con ello un segundo desajuste, que nos induce a iniciar nuestros planes, nuestros nuevos propósitos, nuestros (en definitiva) nuevos designios para el "nuevo curso" en otoño; Iniciamos, pues, nuestras andanzas en período del año que el resto de seres vivos utiliza para empezar a morir. Colocamos la banderilla inaugural del principio de nuestra carrera en el tramo que el resto del planeta utiliza como recta final. La estación especializada en resquebrajar la vida y hacer que las cosas se caigan embalsamadas en oro disecado.

No sé si es bueno o mano, pero es el camino que, más o menos conscientemente, hemos designado para nuestra civilización. Hemos decidido emprender nuestra nueva vida en el momento en que se nos disuelve la piel de serpiente. Condenados a lanzarnos desnudos contra este decrépito felpudo que precede a los umbrales del invierno.

Yo, por mi parte, noto cómo empieza un nuevo ciclo. Un ciclo divorciado de la ley natural, quizá... pero, por ello mismo, enternecedoramente humano.

Inicio este inicio de "año de mentira" cargado de propósitos. El más digno de ellos, quizá, sacar adelante una nueva novela, o una nueva "cosa", ya que, al paso que va, no creo que alcance la duración necesaria para ser considerada novela aunque (una vez más) sea demasiado larga para conformarse con ser un cuento. Se llamará "La emperatriz de los insectos". La escribo muy lentamente. Más lentamente que nunca. En ratos libres, sin forzar una sola sílaba. Si en otras ocasiones he escrito con una rapidez casi incontinente, en este caso me dedico a destilar las palabras con una lentitud desesperante. Eso me ayuda a desarrollar la paciencia, una de esas muchas virtudes de las que no puedo presumir. De momento estoy contento con el resultado, pero será un resultado tan retorcido y excesivo (una vez más) que difícilmente encontraré alguien dispuesto a publicarlo. Estoy enfermo. Posiblemente lo cuelgue en internet, y a tomar por saco.

Espero que vuestro otoño haya comenzado con buen pie.

viernes, 26 de septiembre de 2008

DÍGALO CON EMOTICONOS


Me apetece hablar de los emoticonos, esas entrañables garrapatas que han proliferado en los textos post-post-requete-post-modernos, que se adhieren a los textos, parasitándolos, o quizá conviviendo con ellos en una suerte de simbiosis. A veces son rudimentarias combinaciones de puntos, guiones, asteriscos, paréntesis. Otras veces son dibujos poderosamente simples, casi icónicos. Los más bizarros recurren incluso a aberraciones animadas, ora simpaticonas, ora horteras, ora según del cristal con que se miren.

Existe una tendencia lógica a menospreciar el emoticono como complemento de cualquier texto. Ningún escrito serio puede contener emoticonos. Es vulgar, infantilón incluso.

Pero no nos engañemos: Es muy posible que estas graciosillas garrapatas signicas acaben imponiéndose por una mera cuestión de utilidad. Es muy posible que los Josés Saramagos y los Gabrieles Garcías Márquez de dentro de veinte años, incorporen emoticonos en sus novelas ganadoras de premios nóbeles.

Como sostiene el gran Umberto Eco, el lenguaje se comporta de una manera similar a los organismos vivos. Tal es la complejidad del tejido sígnico que nos une. Y los organismos vivos siempre mutan de forma darwinista (o incluso lamarckista), adaptándose a su entorno de la manera más eficiente, capacitándose para sobrevivir.

Esas mutaciones pueden derivar en garras y dientes afilados, en cuellos largos, en técnicas de camuflaje, glándulas venenosas...

El homo sapiens, a lo largo de su inabarcable y cortísima historia, ha ido adaptándose a su entorno (e incluso transformándolo) gracias a mutaciones de ese tipo. Desde el famoso pulgar oponible, pasando por un mayor volumen encefácilco, capacidad de abstracción, capacidad de generar lenguajes doblemente articulados, sociedades, y mil cosas más.

¿En qué punto de nuestra evolución nos encontramos ahora?

Pues resulta que ha entrado un par de nuevos factores en nuestro entorno: El cyberespacio y la telefonía móvil.

Esos factores se complementan entre sí y se combinan con otros factores, cambiando nuestras pautas de comportamiento, nuestras costumbres... Es una realidad, no sé si triste, o simplemente real: Cada vez podemos resolver más asuntos a distancia, prescindiendo de la comunicación humana directa, cara a cara, sin intermediarios tecnológicos.

Más de la mitad de la información que se transmite en una conversación se obtiene de la comunicación no verbal (gestos, sonrisas, miradas, tono de voz, posición de las manos y los pies, orientación del torso...). Por eso, en muchas ocasiones, huímos de esas conversaciones directas, y preferimos refugiarnos en el mundo (bastante más ambiguo) de la comunicación escrita. Uno se siente bastante menos vulnerable escribiendo. La escritura hace que todo pase por un filtro racional, más susceptible a manipulaciones, elaboraciones, procesamientos. Y así no se tiene que invertir energía en disimular los auténticos sentimientos, puntos débiles y subtextos que podrían haberse escapado por las grietas de la comunicación no-verbal.

Ahora bien, la comunicación escrita, como todos sabemos, tiene una capacidad espeluznante a la hora de generar malentendidos. Y ahí es donde surge, de manera espontánea, este código de los emoticonos, una acotación rápida que define el tono de cada frase, un simbolito en la esquina de la partitura, que nos indica en qué clave debemos leerla.

Con sólo dos caracteres al final de una frase :) :( :D :P invitamos al receptor del mensaje a interpretar la información en un sentido determinado que, si intentásemos establecer usando palabras, necesitaríamos escribir otra frase entera.

De ese modo, no es lo mismo leer

Me he quedado solito en casa :-(

que leer
Me he quedado solito en casa :-)

Por eso, si de alguna manera hemos decidido convertirnos en seres-insula, aislados de los demás individuos de nuestra especie para no correr riesgos, avocados a la comunicación escrita, el emoticono significa ahorro de tiempo y de energía, ergo herramienta muy útil para la supervivencia de nuestra especie.

Pero, ¿sabéis cuál es la otra característica que me hace pensar en el emoticono como código sofisticado y con visos de triunfar en nuestra sociedad? Su utilidad a la hora de mentir.

Si examinamos la historia de nuestra civilización, nos daremos cuenta de que la mentira es una pieza fundamental a la hora de mantener cohesionada a nuestra especie, y engrasar la maquinaria que nos hace funcionar como colectivo.

Mentirle a alguien a la cara, es posible, pero también arriesgado. Si alguien te dice una mentira a la cara, lo más probable es que una parte de ti se dé cuenta, al interpretar de forma automática todo ese compendio de gestos, lenguaje corporal y tonos de voz del que hablábamos más arriba. En esos casos, si uno se traga una mentira, es porque no está "escuchando", o porque a veces una parte de nosotros prefiere creerse ciertas mentiras, y llega a la conversación con predisposición a aceptarlas.

Los emoticonos son capaces de "mentir" corriendo la mitad de riesgos.

¿Quién de nosotros no le ha escrito a alguien, alguna vez, algunas palabras de rechazo, algún reproche, alguna queja encubierta y luego, para suavizar el contenido de la frase no la ha rematado con el clásico emoticón de :-P (o su homólogo amarillo, el acid house que saca la lengua) para avisar (aunque no sea cierto) de que estás hablando de coña?

¿No se puede escribir un :-) mientras las lágrimas caen a borbotones por tus ojos, porque no quieres preocupar en exceso a tu interlocutor?

¿Llegará el día en que el presidente de los Estados Unidos mande un mensaje al mandatario de cualquier país islámico, diciendo que "Piensa tomar represalias", y añadiendo al final un guiño de ojo de los que intentan quitar un poco de hierro al asunto y apelar a la complicidad de la otra persona? ;-)

Como ven, se trata de las mismas mentiras que se han usado toda la vida, tanto en conversaciones verbales como en cartas, o bailes. Pero simplificado y, por lo tanto, poderoso. Apelando y engañando a los mecanismos más primitivos (y por lo tanto ingenuos) de nuestro cerebro.

Podemos pensar que los emoticonos son, al igual que las abreviaturas de los sms, un paso más hacia la neo-lingua que proponía Orwell en 1984. Que, al igual que en el mundo de Orwell, la simplificación del lenguaje, al estar tan íntimamente ligada a nuestra manera de pensar, provocará en última instancia la simplificación de nuestros propios mecanismos mentales, haciéndonos así más rebaño, más munipulables...

Podemos pensar que escribir una obra literaria usando emoticonos tendría menos mérito, porque el auténtico escritor, tendría que se capaz de combinar las palabras para que, por sí solas, expresen y evoquen cualquier tipo de sentimiento o emoción. Que recurrir a complementos adicionales es caer muy bajo. Y siempre nos quedará la duda de si los que afirmen eso no serán tan radicales y tan fósiles como los que dicen que el auténtico cine debería apoyarse sólo en la imagen, prescindiendo de diálogos, monólogos internos...

Habrá quien argumente que añadir acotaciones icónicas a una obra literaria fumigaría la ambigüedad y, con ella, el misterio, la poesía, la complejidad, el mismísimo alma del texto. Y posiblemente ese misterio y esa poesía desaparezcan poco a poco de nuestra vida, en general. De nuestra propia condición humana.

Y tal vez sea cierto. Y tal vez no lo sea. O tal vez no importa demasiado. Y puede que la poesía y el misterio sean mercenarios que han venido sólo a acompañarnos durante unos cuantos miles de años, porque mordimos una manzana prohibida que nos nubló la visión, y nos impidió vivir con la autenticidad de los demás animales. Quizá la poesía, la magia, el arte en general... son una prótesis que nos hemos prestado a nosotros mismos, un bastón en el que apoyarnos mientras estemos demasiado cojos e incompletos para poder prescindir de ello.

¿Es el emoticón un camino hacia la perfección del ser humano, o una antesala de su decadencia?

Lo cierto es que yo al menos no lo sé, y creo que este texto no les desvelará a ustedes, ni a mí mismo, mi posicionamiento con respecto al tema.

Quién sabe, tal vez si lo hubiese escrito salpicado de emoticonos...

miércoles, 24 de septiembre de 2008

CENA EN PLUTÓN



Os recuerdo que si hoy os llama la tía más buena de la oficina porque lleva mucho tiempo mirándoos desde lejos y se ha animado a pediros que salgáis con ella, tenéis el deber de responder que NO. Que ya tenéis plan para esta noche.

Porque hoy miércoles 24, a las 23:00, se estrena en LA 2 la serie Plutón BRB Nero: La primera sitcom española ambientada en una nave espacial y, sobre todo, la primera incusión de Álex de la Iglesia en el mundo de las series (o al menos la primera que ha conseguido llegar a nuestras pantallas).

Los guiones vienen de la mano del propio Álex, su cómplice habitual, Jorge Guerricaechevarría ylos dos creadores de la exitosa Cámera Café.

¿Y qué podría ser mejor que disfrutar, a partir de ahora, de 35 minutos de metraje made in Álex de la Iglesia a la semana? Pues que ya se está haciendo la segunda temporada de Plutón, y que el ora hilarante, ora enternecedor blog de Plutón Verbenero continuará abierto, para que todos podáis opinar y escribir críticas (¡constructivas, por favor!) y los artífices de este tinglado tomarán en cuenta esas sugerencias para adecuar la segunda temporada al gusto de los seres infrahumanos como usted y como yo.

Pero, mejor me callo y dejo que siga vendiéndoos la serie alguien con más autoridad:

domingo, 21 de septiembre de 2008

CUATRO ESTATUILLAS


No me pidan que escriba decentemente. Estas son las palabras de un hombre que lleva en el cuerpo sólo cuatro horas de sueño, y algo de resaca. ¿Quién dijo que no se puede salir en Donosti hasta las siete de la mañana?

No obstante, el mejor motivo de celebración de la noche estaba varios miles de kilómetros al sur, en la isla de Tenerife. De los cinco premios a los que fue nominada Gritos en el Pasillo en el Festival Ateneo Coste Cero, nos hemos llevado nada más y nada menos que cuatro!

El único que no cayó (confirmando la incompetencia de un servidor) fue el de mejor dirección. El resto de los premios, hizo que me llevase, en mitad de la noche, un alegrón de los que es obligatorio regar con cerveza, y me hizo llegar por enésima vez a la conclusión de que hemos tenido en esta peli un equipo que ni me lo merezco.

Mejor película, mejor fotografía, mejor banda sonora, mejor montaje.

Esos fueron los premios que Gritos cosechó en Ateneo. Y, por si fuera poco, nos dieron también una mención especial a la dirección artística de Raúl López Serrano.

Como dice Andrés, uno de nuestros compositores, esta peli sigue dándonos sorpresas a estas alturas.

El premio de mejor película lo hemos obtenido ex aequo con otra película, llamada Dos miradas que, según me han dicho, está de puta madre.

¡Miles de millones de gracias a toda la gente de Ateneo Coste Cero!

viernes, 19 de septiembre de 2008

LA VIDA DEL ESCRITOR INÉDITO (o cómo aplastar mil veces el hígado de Prometeo con la roca de Sísifo)


Siempre me ha resultado más fácil escribir que mover lo que escribo.

Lo de ser vendepeines no es mi fuerte, y a veces incluso me cuesta discernir si lo que tengo entre las manos es un peine, un diamante en bruto o un pedazo de maloliente mierda.

Soy uno de esos inadaptados que erigen un decadente Xanadú de tinta y papel en el que atrincherarse y pudrirse lentamente. Alérgico a las llamadas de teléfono, los dosieres, los correos certificados, los "cordiales saludos", los "muy señores míos"... Alérgico (hablando mal y pronto) a todo lo que apeste a realidad, y a sus estúpidas, arbitrarias reglas.

Ello no impide que, de vez en cuando, enferme de optimismo y decida que ya es hora de hacer algo útil con mi vida, y que no sirve de nada escribir relatos, poemas, novelas o cualquier otra manifestación de basura onanista y pretenciosa si luego no hago los esfuerzos pertinentes para que todo eso acabe en el estante de alguna librería, o muera en el intento.

En esas ocasiones, decido que ha llegado la hora de buscar un agente literario.

Los agentes literarios (para quien tenga la suerte de no saberlo) son seres muy codiciados en el mundillo de la escritura ya que, a cambio de un porcentaje de beneficios, se dedican a mover las obras por ti, a elegir las editoriales que más convienen a tu obra, a llamar a esas puertas que los editores no se dignarían a abrir al resto de los mortales, a conseguirte contratos decentes, y un largo y anhelado etcétera.

¿Cuál es el problema? Pues que hoy día hay tal saturación de payasos que queremos ser escritores, que conseguir que un agente te haga caso es casi tan difícil como conseguir que te haga caso la propia editorial. Al lado de eso, obtener un salvoconducto en Casablanca es un juego de niños.

Y a pesar de todo eso yo, ingenuo de mí, vuelvo a correr cada "x" tiempo hacia el muro del andén nueve y tres cuartos, con la cabeza por delante, y la loca esperanza de haber dejado de ser muggle por arte de magia, de la noche a la mañana. Y así tecleo (una vez más) en google las palabras "lista agentes literarios", y escribo mails a todas las direcciones que encuentro (¡¡a veces, incluso sacudo la pereza y llamo por teléfono!!) y es entonces cuando el muro de cínicos ladrillos del puñetero andén nueve y tres cuartos te destroza la cabeza, las ilusiones, la mismísima autoestima... y sobre el muro del andén hay un alféizar que tiembla con el golpe, y vuelca sobre tu espalda un jarro de agua fría.

Las palabras más presentes en la vida de un escritor desconocido son: "Lamento comunicarle...". Cuando uno recibe el temido mail, o el malhadado sobre, esas dos palabras te atropellan como una locomotora gris, y aprendes a encajar el golpe, y a enumerar de memoria todos los vagones del tren: el de "estamos saturados y no aceptamos a nuevos autores", el de "su novela no se adecúa a nuestra línea editorial", el de "no dude en avisarnos si escribe otra cosa".

Afortunadamente, la sensación que se tiene al intentarlo una y otra vez no es la de estar andando en círculos. Es más bien caminar en espiral, porque de alguna manera, uno nota que avanza un poco en cada intento. Cada vez te hacen caso más agentes, porque cada vez tienes más experiencia, y más argumentos que ofrecerles e incluso (quiero pensar) más y mejores novelas.

Cada vez que uno regresa a Xanadú (derrotado, escaldado, escarmentado) lo hace con el amargo consuelo de que ha conseguido llegar más lejos que en ocasiones anteriores. La primera vez, el dragón te tira del caballo en la campiña que rodea al castillo; la segunda vez consigues llegar hasta el puente levadizo antes de que la bestia te achicharre el culo; la tercera vez, saltas el foso, y te derriban en el patio interior.

En este enésimo intento que inicié la semana pasada, sigo todavía encima del caballo, y rodeo las murallas del castillo en busca de algún punto débil, alguna grieta a través de la cuál poder colarme.

No es fácil.

Para empezar, hay que olvidarse de esas "mariconadas" de las poesías, los ensayos o los relatos cortos. Normalmente, los agentes literarios sólo se dignan a hablarte si les ofreces novelas. Los pobres saben mejor que nadie lo chungo que está el panorama literario, y sólo compran artillería pesada.

Entonces empieza la pesadilla. Rechazan las obras en las que más confías, porque son demasiado cortas para colocarlas fácilmente en el mercado, y también puedes ofrecerles obras largas, pero no son tan potentes como las cortas, porque saben a whisky rebajado con agua, pero a pesar de todo, les ofreces también las que ellos quieren, las de más de 50.000 palabras, mientras te preguntas cómo es posible que no cuajen los ultraligeros de 25.000 palabras en un mundo cada vez más frenético, más habituado al ritmo de las series de televisión. No entiendes cómo es que en una sociedad tan acostumbrada a leer en los trayectos de metro y autobús, no proliferan los libros finos, que no pesan, que se pueden guardar en cualquier bolso, o en el propio bolsillo del abrigo.

Lo peor de todo es que luego encuentras infinidad de libros de ese tamaño en los estantes de las librerías, pero tú no eres quién para recordárselo a alguien que sabe más de tú sobre cómo vender libros.

Ahora estoy sacando al ring otro par de novelas que sí tienen el número de páginas necesario, pero ya puedo predecir cuál será la respuesta: También serán difíciles de colocar, porque resultarán demasiado infantiles para un adulto, y demasiado oscuras para un niño.

Y así, te vas dando cuenta de que, como autor, no encajas en ningún sitio, y eso puede ser bueno, pero también puede ser una barrera infranqueable, y estás eternamente condenado a no saber si eres un "ey, nena, soy un aborto de genio incomprendido"o un "ey, nena, no tengo dónde caerme muerto, porque no sé escribir lo que el mundo necesita".

Y luego está (cómo no) la tortura inhumana de tener que escribir las sinopsis de tus novelas. Algo así como fabricarte una tarjeta de presentación en la que sólo caben la mitad de las cifras de tu número de teléfono y la cuarta parte de las letras de tu nombre. Cuando intentas contar en tres páginas todo lo que pasa en tu novela (o al menos lo más importante) te das cuenta de lo descabellada que suena la trama si la despojas de los cien mil detalles que adornan. Elaborar sinopsis es el sagrado arte de cómo introducir una polla de treinta centímetros por el agujero de un culo, pero sin vaselina, ni preliminares cariñosos.

Como en las películas de intriga, cuando el prota intenta explicar a la Policía todo lo que le ha pasado. Es entonces, al intentar contarlo en cuatro frases a alguien totalmente ajeno a la movida, cuando descubre que esa historia que es tan coherente cuando uno la vive con el ritmo y la cantidad de información adecuada, resulta ridícula e inverosímil cuando uno la relata en modo abreviado.

Pero aquí seguimos, intentándolo cada vez con más entusiasmo, canalizando el cinismo hasta convertirlo en herramienta útil, y descubriendo, día tras día, que lo más importante es aprender a sentir placer ante el impacto de esa pared de ladrillos, de esa locomotora aparatosa y obsoleta, de aprovechar esa energía para seguir escribiendo, y escribiendo, y escribiendo, y hasta que llegue el día de ver tu propio libro en un estante, tu alma sobrevive gracias a cosas como volcar tu mierda en este blog, e intentar contaminaros a vosotros, y ganarte la vida colaborando en la concepción y escritura de guiones que incluso te hacen gracia, e incluso sientes más satisfacción que vergüenza cuando los ves en la pantalla.

Y está también esa otra satisfacción, que el cine nunca fue capaz de darme: La de poder ver el resultado final una o dos semanas después de que lo hayas escrito.

Y mientras tanto, ratos libres para escribir, y escribir, y arrojar sus obras por la borda del nido, y remendarlas cada vez que regresen repletas de arañazos, con un chichón en la cabeza, a medias consciente de que es la puñetera vida la que te está utilizando para remendarte a ti mismo.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA NUEVA PROMO DE VAYA SEMANITA

El próximo 25 de septiembre llega la sexta temporada de "Vaya Semanita".

Os dejo aquí la promo que hemos hecho para la ocasión:

martes, 16 de septiembre de 2008

MONSTRUOS DIABÓLICOS (o "ya no se fabrican cromos como los de antes")


Os voy a hablar de un blog que me alegra la vida.

Alby, al que desde que estábamos en el colegio le ha correspondio el rol de descubrir las cosas raras y dárnoslas a conocer a los demás, apareció un buen día con esta dirección bajo el brazo:

MONSTRUOS DIABÓLICOS


Se trata de una colección de cromos de los años ochenta que, gracias a la labor de Rafa Toro, han trascendido al cyberespacio.

Una colección que los más insensibles tacharán de cutre. Una producción editorial que, lejos de conformarse con ser de serie Z, se dedica a copiar a una colección de serie Z anterior.

Yo... ¿qué queréis que os diga? Estoy enamorado de la exquisita desfachatez de esta serie de cromos; del delicioso cafrerío, de la originalidad ingenua que destila. Si uno atiende a la tosca expresividad de los dibujos y a lo estrambótico de los conceptos... se produce la magia. De alguna manera, uno vuelve a ser niño.

Es lo que tienen los monstruos cuando están bien contados.

A veces, cuando tengo un rato libre en el trabajo, entro en Monstruos Diabólicos, y me retuerzo de risa o de emoción, junto con mi compañero Aitor Enériz que, para más inri, conserva aún en su casa la colección original de la que (al parecer) "monstruos diabólicos" es una entrañable copia.

Y para terminar, os dejo con una selección de algunos de mis monstruos diabólicos favoritos:

- LA ESTRANGULADA


Me parece adorable que alguna mente pensante de los años ochenta dedujese que una de las maneras más efectivas de aterrorizar a un crío era enseñar a una mujer estrangulada por una serpiente. La desdichada víctima de este cromo me ha recordado siempre a la actriz Anne Bancroft.

- EL PAYASO DIABÓLICO


Porque no hay nada más encantador y terrorífico que un payaso con dientes afilados, ojos cosidos y un gorrito de chino mandarín. Si a todo eso le añades unas pinceladitas de sangre, ya tenemos una imagen perfecta que conjurar cada vez que apaguemos la luz.

- EL HALIENÍGENA



¡Sí! Tal y como lo véis. ¡¡¡Con "H"!!! Pero la falta "h"ortográfica es lo de menos. Observad los bigotes de pez de río, la cuidadosa asimetría de su cara, la brutal simplicidad de los trazos...

- EL PIRATA MACABRO



¿A quién se le ocurre presentar como monstruo a un pirata churretoso con los dientes afilados cual palillos de ídem? Esas cosas sólo pasaban en los años ochenta, y por eso los echo de menos.

- El HIPNOTIZADOR



¡¡Qué deliciosamente cafre, joder!!! Convertir la hipnosis en algo demoníaco... Presentar como arma mortífera ese ojo inyectado en sangre, muy en la línea del "corazón delator" de Alan Poe.

- EL EXTRATERRESTRE



¿No es para adoptar a los autores de estos cromos? ¡Qué cándida inocencia disfrazada de caradura, y viceversa! La fórmula para crear algo distinto es muy sencilla: Coger a E.T, añadirle orejas, y maquillarlo como una puta barata. ¿No os lo imagináis haciendo la esquina en un callejón de Whitechappel, con un bolsito hortera de lentejuelas doradas?

- MONSTRUO DEL PANTANO



Éste es uno de los cromos que más retortijones de risa nos provocan a Aitor y a mí. Lo realmente gracioso de esta criatura es su expresión de hastío. Resulta evidente que esta es la foto que le hicieron para el DNI. Por eso el monstruo del pantano luce esa cara de estar hasta los cojones de que la señora de la tienda de fotos le diga: "Sonría, por favor, que está muy serio..."

También son míticas esas branquias con forma de casco samurai.

- EL AGUSANADO



Un tipo taladrado por una horda de gusanos. Hoy día, aunque encierres a treinta creativos en una sala durante treinta horas, no lograrás encontrar un concepto tan acojonantemente bueno.

- ESPECTRO ARDIENTE



Este sólo lo resalto porque me recuerda a Tim Curry.

- DUENDE ESPACIAL



Rezuma patetismo. Uno se imagina que de cuello para abajo va vestido con un esquijama maloliente, sus bigotes parecen zurullos de mierda, y si tuviese que encarnarlo algún actor, se lo ofrecerían a Steve Buscemi o a William H. Macy. O puede que incluso a José Luis López Vázquez.

- LA CORRUPTA



Me encanta el dibujo. Y me encanta que ésta sea la imagen de "corrupta" que tienen los creadores de esta joya.

- ROBOT GALÁCTICO



No voy a malgastar palabras...

- LA APARECIDA



¿Es, o no es Terele Pávez?

- POLICÍA ASESINO



Otro de nuestros favoritos en Vaya Semanita. Si ya la Policía aterroriza "per se", un sabueso inglés posando ante el Big Ben con mirada aviesa es poco menos que inquietante.

- LOCO DEL DESIERTO



Es tan lindo que se lo intentaría encasquetar a mis mejores amigas. Es lo que ellas hacen con nosotros cuando tienen una amiga similar a esto.

- UNICORNIO DE MARTE



Otro que tiene pinta de vestir con esquijama. Unicornio de Marte. Me cago en la puta... ¿¡A quién cojones se le ocurre!? Es genial. Y ahora sólo somos capaces de hacer películas sobre post-guerras, prostitutas y desempleados...

- EL VEGETAL



Ya nunca volveré a comerme una ensalada sin miedo a que sea ella quien me devore a mí.

- SELENITA



Esto sí que es un diseño de personajes. No hay nada que acojone más que una expresión de agónica tristeza.

- GATO UNICORNIO



Lo que más me acojona de este cromo es que... era el primero de la colección...

¡¡Y hay muchos más que merecen la pena!! ¡¡¡¡Si queréis conocer a los demás, ya estáis entrando en monstruos diabólicos!!!!

lunes, 15 de septiembre de 2008

ASCENSO A COSTA DE MALVENDER EL ALMA

Cada vez que entro en el ascensor de mi nuevo edificio, me llama la atención esta nota que cuelga por encima de los botones:


El texto, por si no lo léeis con claridad (a pesar de las chapuzas que acabo de hacer con photoshop), reza:

"SI CREE HABER PERDIDO ALGO AL ENTRAR AL ASCENSOR, LLAME AL..."

domingo, 14 de septiembre de 2008

SALTO DE PÁGINA


Me gustan los libros de Paul Auster.

Entre ellos, hay uno cuyo título siempre ha llamado poderosamente mi atención:

El palacio de la luna.

A pesar de ello, esa novela y yo nos hemos dedicado a darnos esquinazo mutuamente.

La primera vez que quise leerlo, cedí a las recomendaciones de no recuerdo quién, y elegí Leviatán en lugar del palacio lunar. No me arrepiento. Leviatán fue una manera preciosa de asomarme al mundo de Auster.

Años después, una amiga a la que aprecio mucho, me recomendó encarecidamente El palacio de la luna, y me lo prestó. Tampoco resultó ser el momento adecuado. Yo estaba en cama. Enfermo. Mis treinta y nueve grados de fiebre y yo no teníamos demasiadas fuerzas para leer. Por si fuera poco, a esas alturas ya había leído otros cuatro libros de Auster, y sólo me bastó un primer vistazo a las primeras treinta páginas del libro para concluir que, aunque la novela tenía una calidad tremenda, me recordaba en exceso al resto de las cosas que había leído de su autor. No conseguía sorprenderme. Por esa razón, decidí que lo mejor era cerrar el libro, y retomarlo en otra ocasión, cuando hubiese pasado algo de tiempo, y no tuviese el "universo Auster" tan fresco.

Pasaron otros dos o tres años, y llegamos al momento presente. Hace un par de días, tras recibir otra recomendación, me compré El palacio de la luna, y empecé a leerlo de nuevo.

Ha sido un placer volver a disfrutar de la prosa dinámica, directa y sencilla (que no simple) del viejo Paul. Volver a sumergirme en sus personajes tan bien construídos, y en esa maquinaria de casualidades aparentes, de anécdotas cargadas de intención, de engranajes de plástico que giran triturando magia, haciendo funcionar esa imitación barata del Destino, que los escépticos conocen como azar.

Esta tarde, El palacio de la luna y yo estábamos en un parque, haciéndonos compañía mutuamente. Cuando terminé una página y empecé la siguiente, pensé que Paul se había vuelto loco, de repente. Volví a releer. La narración seguía sin tener sentido. Tras superar los dos primeros segundos de estupefacción, comprobé los números de página, y me di cuenta de que en ese punto, mi ejemplar de la novela saltaba de la página 32 a la 67.

Revisé todos los números de todas las páginas, con la esperanza de que las páginas 33 a 66 estuviesen más adelantes, desordenadas... tal vez a la vuelta de la esquina de la página 80, o de la 117. Pero no era una cuestión de orden. Simplemente, no estaban. El palacio de la luna había llegado a mí con treinta y cinco páginas de menos.

Sin lamentarme demasiado por el placer perdido, dejé aquel libro mutilado en el banco del parque, por si algún anónimo transeunte decidía encontrarlo, y permitir que aquellas primeras treinta y dos páginas le cambiasen la vida. Un libro rojo sobre madera blanca.

Es una de las maneras más "auster" que se me ocurren para abandonar un libro.

SEIS MANERAS DE ESCAPAR DE UN CINE

Como ya anticipé en entregas anteriores, no suelo ser de los que se salen del cine. Dejar una proyección a medias es algo que suele atentar contra mis principios. Me he tragado pelis que harían vomitar a una cabra, más allá de la puerta de Tanhausser. He sobrevivido a sesiones de tortura capaces de hacer llorar a Jack Bauer como un niño de dos años.

Pero todos somos humanos, y en ciertas ocasiones (seis en total) he demostrado cuán vulnerables y quebradizos son esos principios míos.

Así pues, citaré a continuación esas únicas seis ocasiones en que recuerdo haberme fugado de la sala. Evidentemente, me dispongo a relatar las circunstancias que acompañaron a cada título, con la esperanza de que algún alma caritativa deduzque que en algunos de los casos, dichas circunstancias eran atenuantes.

Empecemos con esta breve lista, que llega encabezada por una peli que ninguno de vosotros esperaba:

1- INDIANA JONES Y LA ÚLTIMA CRUZADA


Si tenéis un alma dentro del cuerpo, supongo que os estaréis preguntando: ¿Quién en su sano juicio se saldría del cine con Indy?

No salí de aquel cine voluntariamente. ¡Me estaba encantando la película! En aquel entonces yo era un niño de diez años, y todo el mundo sabe que un niño de diez años que nos disfrute con la Última cruzada debería ser fusilado.

Fui a ver la película con mi hermana y mi amigo Armiche. Pocas veces me lo he pasado tan bien en una sala de cine. Lo que no sabíamos mientras veíamos la peli, era que un triste malentendido se estaba fraguando en el mundo real, al otro lado de la puerta del cine Marga. Mi hermana y yo creíamos que nuestros padres tenían claro que íbamos a aquella sesión tardía, y que les parecía bien. Pero no era así. Mientras nosotros buscábamos el grial, mi padre, preocupado por el ignorado paradero de sus niños, hacía averiguaciones detectivescas. Finalmente, nos encontró. Entro en la oscura sala, nos agarró de los brazos y nos extirpó del cine. Estuvimos castigados durante no sé cuánto tiempo, pero a pesar de ello, sigue siendo una de las sesiones de cine más bonitas que recuerdo.

Afortunadamente para el sentido de mi vida, mi padre no llegó hasta nosotros hasta el final de la función, y sólo nos perdimos un minuto de metraje. Mi hermana y yo fuimos exhiliados en el justo momento en que los protagonistas se alejan cabalgando hacia el desierto, mientras Marcus Brody grita: "¡Seguidme, conozco el camino!"

2- AQUÍ LLEGA CONDEMOR, EL PECADOR DE LA PRADERA


Aquí la pregunta que más os interesa no es por qué me salí, sino por qué entré.

La explicación es divertida. Otra aventura protagonizada por mi hermana y un servidor.

En realidad, nuestra intención era ir a ver El sustituto, esa peli en la que Tom Berenguer se disfraza de profesor para liarse a tiros en un instituto.

El primer error fue consultar la cartelera en un periódico, sin caer en la cuenta de que el periódico en cuestión era del día anterior.

El segundo error fue llegar con el tiempo pegado al trasero, atravesando la ciudad de Granada a contrarreloj, en una tarde de lluvia. Llegamos cinco minutos tarde, el agua y la lluvia nos cegaban, y no nos dimos cuenta de que el cine en cuestión ya no estaba decorado con carteles de El sustituto, sino con algo más terrible. Compramos las entradas a toda prisa, y entramos en la oscuridad de la sala sin mirar a nuestro alrededor. Fue como en ésas películas de terror en las que los protagonistas se dirigen hacia la vieja casa de la colina, sin reparar en el cartel semioculto de: "Peligro. Experimentos radiactivos con psicópatas".

Mi hermana fue la primera en alarmarse cuando se dio de bruces con la imagen de la pantalla, y en ella no estaba Tom Berenger, sino el inimitable Chiquito de la calzada. Yo la tranquilicé en un alarde de ingenua autosuficiencia, diciéndole: "Tranquila. Es un trailer". Pero pasaron los segundos, y los segundos se convirtieron en minutos, y finalmente, tuve que rectificar: "Ana, creo que esto no es un trailer".

El chaval en que consistía yo por aquel entonces no había desarrollado aún su sentido del humor hasta el punto de saber disfrutar de Chiquito como Dios manda. Recuerdo que me reí dos veces, pero no recuerdo en qué momentos.

Lo que nos salvó durante más de una hora, fue el hecho de que aquélla no era una sala de cine normal y corriente. Era un local que funcionaba como cine por las tardes y que, al caer la noche, se transformaba en discoteca. Las pelis no se veían sentados en butacas, sino desde los sillones y sofás que, distribuídos por todas partes, constituían la geografía de la discoteca.

Nuestro único entretenimiento, nuestro consuelo, nuestra válvula de escape... fue ir probando todos y cada uno de los sillones y sofás de aquel antro. Veíamos un trozo de la peli sentados, otro trozo tumbados, otro pedazo bocabajo...

Aguantamos la proyección casi entera. Cuando la cosa estaba ya cerca del final, no recuerdo si fui yo o si fue mi hermana quien dijo: "Si vuelven a cantar, nos salimos". Lo dijese quien lo dijese, el otro asintió sin replicar... Y justo entonces, se pusieron a cantar, los hijos de la gran puta.

Años después, pude ver El sustituto en la tele. Me gustó mucho más que Mentes peligrosas.

3- GUARDIANES DE LA NOCHE


La fui a ver con Jaime y con Yoana.

Tenía muchísimas ganas de ver esa película. El trailer me flipó. Y allí estábamos, en la fila nosécuántos de Kinépolis, destilando impaciencia.

Las luces se apagaron, la peli empezó... y... no era lo que habíamos esperado de ella.

Por más que me enforzaba, no conseguía entrar en la película. A veces, los rusos tienen un problema: Son demasiado intensos durante el 100% de la narración. Este parecía uno de esos casos. Planos confusos cuando yo, como espectador, demandaba claridad. Planos frenéticos, incluso mareantes, en lugares donde ese frenetismo no parecía justificado. Personajes que no lograban provocarme la más mínima empatía. Ambiente sórdido, desagradable. Si alguna vez he tenido la sensación de que una película "olía" mal, aquélla fue la vez. Encontraba en la peli demasiadas distracciones aparentemente arbitrarias que me impedían seguir el hilo de la trama.

A pesar de todo, creo que si hubiese ido a verla solo me habría quedado hasta el final. Pero mis dos acompañantes lo estaban pasando incluso peor que yo, y a los treinta o cuarenta minutos de película estábamos fuera.

Y creo que esa noche terminamos borrachos.

Tal vez un día de estos le de otra oportunidad a Guardianes de la noche. No espero que me guste demasiado, pero después de Wanted, creo que se lo debo al bueno de Timur.

4- EL CAMINO DE LOS INGLESES


Dios sabe que le tengo mucho cariño a Antoñito, que le admiro y le respeto. Por saber, sabe incluso lo mucho que me gustó la anterior película de Bandera (Locos en Alabama).

Pero cuando uno apuesta por determinados enfoques líricos, y se desvía de la narración clásica, entonces hablamos de poesía... y en poesía todo se reduce a una cosa: O conectas, o no conectas.

Y en aquella ocasión, no conecté.

La peli está bastante bien realizada, la fotografía es impresionanate, y los actores estaban muy bien, destacando al inmenso Raúl Arévalo y al entrañable Lucio Romero, al que no puedo evitar contemplar con cariño, tras haber coincidido con él en dos cortometrajes.

Pero era una de esas pelis que comentaba antes; las que exigen la conexión lírica. No me interpretéis mal. No soy contrario a ese tipo de pelis. Algunas incluso conectan conmigo de manera brutal (In the mood for love, Baraka, Carretera perdida, La fuente...)

No obstante, en otras ocasiones he aguantado hasta el final en pelis con las que no sólo es que no conectase, sino que me parecían más peñazo todavía. ¿Por qué me largué de esta?

Pues en primer lugar, porque también en esta ocasión fui a verla con Jaime, y alimentamos nuestras impaciencias mutuamente. Supongo que Jaime es una mala influencia para mí en esto de fugarnos de los cines.

Y en segundo lugar... tenéis que entenderme... esa tarde, yo había vuelto a ver Parque Jurásico, que es posiblemente, y aunque muchos opinéis lo contrario, la mejor película de dinosaurios de la historia. Y cuando a uno le dejan cuerpo de peli de dinosaurios... no es un buen momento para encerrarse en una sala a ver El camino de los ingleses.

De un modo u otro, me alegro de haber pagado mi entrada, y así seguir financiando el cine de Antonio Banderas.

5- LA MOMIA 3

Llegamos al caso más reciente de todos. Sucedió hace un par de semanas.

Era domingo. Yo ya estaba aquí, en Donosti, y no tenía casa todavía. Me habían colocado de manera provisional en un piso, pero justo ese domingo tenía que hacer una vez más las maletas para abandonarlo, e ir de cabeza a la pensión/purgatorio en la que pasaría la semana siguiente.

Mi vida, pues, era algo así como un triste y desolado bar de carretera, y me escapé a ver La momia 3, a ver si un chute de intrascendencia y ligereza me hacía olvidar durante un par de horas eso de sentirme en medio de ningún lugar.

En mi opinión, la peli no era buena, pero tampoco era especialmente mala. En otras circunstancias, me la habría tragado de cabo a rabo sin quejarme demasiado. A pesar de lo plano de la fotografía, a pesar de que Maria Bello no conseguía ser Rachel Weisz por mucho que se esmerase. A pesar de que los intentos de chiste se reducían a eso: A meros intentos.

A pesar de todo ello, ya os digo que la peli no carecía de alicientes. Algunos de los decorados estaban bastante currados. Y había magia china, y rituales cinos, y persecuciones por China, con tiros y explosiones chinas.

Pero en lugar de olvidarme de mis problemas, la película conseguía que los tuviese allí, más presentes todavía. Mientras Brendan Fraser saltaba de un lado a otro de la pantalla, yo sólo pensaba en que todavía tenía que llegar hasta el barrio de extrarradio en el que estaba mi piso, y hacer la cena, y preparar las maletas para ser exiliado al día siguiente... y el día siguiente consistía en madrugar, e ir al trabajo con toda mi vida empaquetada en cinco bultos, y mudarme hacia un destino incierto.

Todos esos problemillas me impedían centrarme en la película, y a los cuarenta y pico minutos de proyección, decidí que no estaban las cosas para aguardar sentado en una habitación oscura a que mi vida hiciese conmigo lo que le diese la gana. No fue sólo una cuestión de sali de allí noventa minutos antes para acostarme más temprano. Fue también un acto simbólico de rebeldía. Por una vez en aquella maldita semana, me negué a adoptar una actitud pasiva, y decidí largarme del sitio donde se supone que me querían los señores invisibles que mueven los hilos y nos insertan microchips en la cabeza para acceder a nuestros pensamientos, e introducen gremlins pequeñitos en los relojes.

6- GRITOS EN EL PASILLO


De ésta me he salido muchas veces, y creo que no necesito explicar por qué.

viernes, 12 de septiembre de 2008

¡WANTED!


Si hubiese sabido que Wanted estaba dirigida por Timur Bekmambetov, probablemente no habría ido a verla al cine. Timur y yo empezamos con mal pie hace unos años, cuando pagué por ver aquel delirio suyo Guardianes de la noche, y decidí abandonar la sala a los treinta minutos de proyección.

Gracias a Dios, procuro ir a ver las pelis lo más desinformado posible, y conseguí llegar a Wanted lo bastante virgen para que el nombre de su autor no me engendrase prejuicios dañinos. Ni siquiera sabía nada sobre el comic en que se basa la historia.

Menos mal que ha sido así, porque me ha ENCANTADO Wanted. De hecho, me ha alegrado la semana, y posiblemente el mes, y el año entero.

No es ni mucho menos una peli perfecta. De hecho, le encuentro algunos fallos que incluso me provocan cierta rabia, porque dan a entender que cuidando un poco más un par de aspectos, pasaría de ser una peli guay a ser una puta obra maestra.

Pero creo que es una de las mejores pelis post-furor-Matrix (sí... ya sé que aún me falta por ver Equilibrium).


Lo que más valoro de esta peli es la manera en que me ha desconcertado, ofreciéndome mucho más de lo que esperaba de ella. Entendeme... yo me conformaba con ver una peli cafre, con gente que dispara las balas con efecto, pega saltos imposibles y consigue que los coches den volteretas ninja. Y la peli es todo eso, pero es mucho más.

Las mismas cosas que posiblemente harán que muchos crucifiquen a esta joya, son las que hacen que yo la disfrute aún más. En algunos momento, la peli me ha sorprendido con un gamberrismo y una ligereza muy del cine juvenil de los ochenta. En otros momentos, sin embargo, la peli se mete en berenjenales bastante más serios, alcanzando cotas de violencia, incorrección política, planteamientos morales incómodos...

Uno espera encontrarse con una peli comercial más o menos al uso, y sin embargo se topa con un delicioso engendro cuyo tono parece una mezcla entre Matrix, El Chip Prodigioso, Terminator 2 y El club de la lucha.

No estoy diciendo que el guión sea Shakespeare, ni que la realización sea Spielberg. Pero tanto guión como realización tienen momentazos que salpican el metraje aquí y allá, haciendo que lo que podría haber sido una peli mediocre se convierta en algo especialmente espectacular, significativo, incluso relevante.


¿Qué detalles, en mi opinión, habrían proporcionado la guinda del pastel? Pues quizá eliminar algunas redundancias de diálogo y de localizaciones, que hacen que el ritmo de la peli sea un pelín plomizo (aunque sin llegar a aburrir), haber buscado una fotografía con mas riqueza de matices y, por último, tengo también la sensación de que la dirección de actores desaprovecha muchas oportunidades, tanto en lo que respecta al potencial de los actores, como en lo que respecta al propio potencial de la historia y los conflictos que sugiere.

A pesar de ello, me parece una peli pa quitarse el sombrero. Una peli que exige complicidad, y algo parecido al sentido del humor, y conexión con las no-leyes del sinsentido palomitero, e indulgencia a la hora de obviar ciertas licencias y diálogos.

Una película, en definitiva, para gente abierta de mente que tenga, como mínimo, la suficiente inteligencia para no importarle que alguien insulte a su inteligencia de vez en cuando.



El protagonista, James McAvoy, está tremendo. Algo así como una mezcla entre el Edward Norton del club de la lucha, el Peter Parker de Spiderman y el John Connor de Terminator 2. (Mc Avoy siempre me ha recordado a Edward Norton, desde que le vi en Narnia), Morgan Freeman... pues últimamente tengo un problema con él, y es que no veo personajes. Veo a Morgan Freeman... Y Angelina Jolie nunca ha sido mi tipo, pero reconozco que me gustan sus labios, aunque al mismo tiempo me desagradan, porque hasta yo me doy cuenta de que son operados...



En breve pretengo colgar por aquí algo sobre las pelis de las que me he salido del cine a lo largo de mi vida. No son muchas, porque uno también tiene sus principios, o intenta tenerlos...

jueves, 11 de septiembre de 2008

EL QUE NO SE ARRODILLA

Y cierto día, la nación se zambulló en el caos, y el caos era un concierto de hambre y duda. Así estaba el país cuando el Tirano acaparó el poder. Los ciudadanos le dedicaron oídos sedientos de respuestas, quisieron confiar en sus palabras, y le entregaron su confianza, corazones apenas remendados, sus vestigios de esperanza ciega.

Y así la ciudad se convirtió en juguete del Tirano, y gravitó el terror sobre las calles, y hubo una bala para cualquiera que se atreviese a pensar contracorriente, y hubo una celda para todo aquel que osase contravenir las normas, y cada norma era una mano que se cerraba en torno a mil gargantas.

Y cayó sobre la plebe una plomiza telaraña de ejército, y tortura, y policía…

Y nadie se atrevía a cuestionar el régimen sangriento del Tirano.

Nadie… salvo aquel misterioso enmascarado.

La gente lo llamaba “el que no se arrodilla”. Porque nada conseguía doblegarlo. Atentaba contra los crímenes del Tirano, saboteando fusilamientos, genocidios, y cámaras de gas, y violaciones de derechos inviolables.

Cubría su cuerpo con un abrigo de piel negra, y así se confundía en las tinieblas, así desaparecía en la negrura tras asestar el golpe, así se hermanaba, fusionaba… con los pocos entresijos a los que no llegaba la luz de las farolas del Tirano.

Cubría su cara con un cráneo de lobo, recordándonos a todos que, cuando las leyes atentan contra el hombre en vez de protegerlo, a la mierda las leyes, y hola de nuevo a la cruda ley del animal salvaje, a la lucha de las uñas y los dientes.

Saltaba entre cornisas y azoteas, dejando aquí y allá un soldado herido, un guardia muerto, un tanque del Tirano hecho pedazos, una prisión henchida de agujeros.

“El que no se arrodilla”.

Nadie conocía su identidad. Era un dios sanguinario, furtivo justiciero, un clandestino hombre del saco que convertía en acciones los deseos de un millón de infelices que no se atrevían a desearlo demasiado alto.

El Gobierno del Tirano había designado a un comando de hombres de élite para encontrar y ejecutar a “el que no se arrodilla”. Una élite de rastreadores y asesinos, investigando cada casa, cada vehículo, cada alcantarilla… Todas sus pesquisas eran inútiles. “El que no se arrodilla” parecía burlarse de ellos con una facilidad insultante. Se materializaba, asestaba una sonora bofetada al régimen del tirano, y luego… se desvanecía… las entrañas de la tierra devoraban su abrigo de piel negra, su máscara de lobo…

Aquella mañana, el Tirano completó sus ejercicios en el gimnasio, se abrochó el uniforme militar, y reunió a su gabinete de ministros en la mesa redonda. El Ministro de Conducta expuso el caso: Tres profesores de un colegio se negaban a seguir al pie de la letra los libros impuestos por el Gobierno.

El Tirano apretó el botón del interfono, y ordenó a sus agentes de policía un asalto al colegio, y un linchamiento de tres profesores en el patio central. De ese modo, los alumnos aprenderían una lección mucho más rotunda que la de esos estúpidos libros. Aprenderían que en su reinado, la insubordinación se pagaba con lágrimas de sangre y con crujir de huesos. De esa manera, el miedo seguiría perpetuándose a sí mismo, y el orden se seguiría manteniendo. Era lo que el padre del Tirano habría deseado.

La policía obedeció sin rechistar. El Tirano despidió a su gabinete. Acto seguido, se levantó, y abrió un armario cuya existencia nadie conocía. Se desprendió del uniforme, se puso el abrigo de piel negro, y la máscara de lobo. Abrió la ventana, y galopó hacia el colegio, saltando de azotea en azotea, y de cornisa en cornisa. Llegaría al lugar minutos antes que los polis, y defendería a aquellos pobres profesores hasta el último aliento. Destrozaría a una docena de agentes, si era necesario. Y entonces tres personas podrían seguir intentando que los críos crecieran pensando en libertad. Era lo que la madre del Tirano habría deseado.


miércoles, 10 de septiembre de 2008

EL AUTÉNTICO MOTOR DE LA EVOLUCIÓN HUMANA


¿Alguna vez se han preguntado cuál es la energía que motiva al hombre a saltar de su cuna de fango primigenio y fundar civilizaciones en las que no se pone el sol?

Mucho se ha especulado acerca de ese misterioso detonante que antaño nos diferenció de los demás animales del planeta. Los más consevadores opinan que aquello que nos separa del bruto chimpancé (además de algún que otro traspapelado cromosoma) es la presunta dimensión espiritual, o el presunto origen divino que al parecer nos corresponde si tenemos en cuenta que Dios fue lo suficientemente imbécil para crearnos a su imagen y semejanza.

¡¡¡Pues no!!!

Hoy en el trabajo, mi jefe me ha leído una noticia que (recién sacudidas las legañas) me ha desvelado el auténtico sentido de la evolución humana:

Según e biólogo e historiador alemán Josef H. Reichholf, la causa de que el hombre primitivo se vlviese sedentario y desarrollase la agricultura, la ganadería, el concepto de pueblo y la religión, no se debía a una necesidad de alimentarse mejor.

¡No señor!

Lo que motivaba a nuestros ancestros, según el científico germano, no era la intención de proporcionar una dieta equilibrada a nuestro homínido organismo, sino...

¡¡La necesidad de fabricar cerveza!!

Según palabras de Reichholf, "la humanidad siempre ha sentido la necesidad de alcanzar estados de embriaguez con drogas naturales que transmiten la sensación de trascendencia, del abandono del propio cuerpo."

Ahí tienen la respuesta a la gran pregunta. Si el hombre decidió abandonar su paleolítica y errante vida, fue porque estaba impulsado por el deseo de detenerse en algún lugar para pillarse una cogorza como Dios manda.

Lo más bonito del asunto es que Reichholf no habla del alcohol en general, sino (concretamente) de una de sus más brillantes y sublimes manifestaciones: La cerveza.

Alemán tenía que ser. Supongo que si la investigación estuviese dirigida por un científico español, el homo sapiens de turno habría descubierto el Neolítico para beber vino de Rioja en vez de Mahou cinco estrellas.

De un modo u otro, la vida parece más bonita desde que soy consciente de que todos los grandes logros de esta civilización, desde las pirámides de Egipto hasta los garabatos de la Capilla Sixtina; desde la gran muralla china hasta la huella de Neil Armstrong en la luna... tuvieron como detonante esa necesidad de refrescarse la garganta y las neuronas con esta vieja amiga mía...

... LA CERVEZA.

GRITOS NOMINADA... ¡¡EN CANARIAS!!

Perdonad lo apresurado de la prosa. Quería comentarlo cuanto antes, y entro a trabajar en diez minutos.

Me he enterado gracias a Alby de que Gritos en el Pasillo ha recibido cinco nominaciones a los premios del FESTIVAL ATENEO COSTE CERO DE LA LAGUNA.

Las nominaciones son a mejor película, mejor dirección, mejor fotografía, mejor montaje y mejor banda sonora.

Es una gran noticia. Porque los reconocimientos en nuestras propias islas saben el doble de bien, porque creo que es la primera vez que nos nominan a más de una o dos categorías, y porque me encanta que por fin un festival reconozca la impresionante labor de gente como Alby y la pedazo de fotografía que logró con cuatro duros, o la música de Andrés y Javi, que ya ha sido nominada anteriormente, pero merece otras cien mil nominaciones. O el montaje (HD Studio Online),a pesar de que nuestra peli es 80% montaje de imagen y sonido.

¡Gracias, amigos tinerfeños de Ateneo!

martes, 9 de septiembre de 2008

Y EL ATOLLADERO SE SUBIÓ A LA BURRA


Bien es sabido que hay pelis que se convierten en algo parecido a leyendas urbanas. Pelis de las que uno oye hablar, pero no logra encontrar en ningún lado. Pelis que algunos aseguran haber visto asumando sus cuellos de plesiosaurio en la superficie del Lago Ness.
Una de esas pelis es Atolladero, de Óscar Aibar. Se trata de un western futurista español que vio la luz en el año 1995.

Sí... Respirad hondo y volved a leer la línea anterior con calma. En efecto. Dice lo que vosotros creéis que dice.

Todos los que hemos oído hablar de esta peli, hemos sentido una inevitable curiosidad por verla. Pero, como suele ocurrir con las rarezas de nuestro territorio patrio, Atolladero está en un ídem, y tiene cerradas todas o casi todas las puertas de distribución. Es de suponer que las declaraciones de Óscar Aibar en su controvertido libro Making of no han ayudado demasiado.

Pero ahora, gracias a nuestro amigo SEPHIROTH XI, podemos encontrar el ansiado western futurista en el Emule.

Si queréis más información sobre el tema, os remito al blog de SEPHIROTH, que muy amblemente se puso en contacto conmigo para informarme de este enorme y filantrópico servicio que acaba de hacer a la comunidad cinéfila. En el blog de este señor encontraréis, además de los enlaces, información detallada sobre el largometraje y una ficha técnica muy precisa.

Gracias, Sephiroth XI

domingo, 7 de septiembre de 2008

UN PELO EN LA POLLA DE PABLO

Pablo nunca supo masturbarse con fotos de revistas, ni con vídeos. A veces lo intentaba, y era en vano. Sólo podía correrse cuando pensaba en mujeres a las que conocía en persona. A veces era la vecina del quinto, a veces la compañera del trabajo, a veces una ex-novia, otras veces la hermana de una ex-novia, o la rubia de detrás del mostrador de la panadería de la esquina, que rozaba su mano al darle el cambio.

Y cuando Pablo se ponía nostálgico, se tocaba evocando amores imposibles de instituto. Recordaba con excitación casi animal a todas aquellas adolescentes que antaño despertaron su deseo. Muchachas que a esas alturas habrían crecido, envejecido y engordado, aunque hace tiempo fueron primavera en vez de otoño, y despertaron erecciones tímidas. Muchachas que no conocieron la clase de cataclismos que provocaban en el cuerpo de Pablo, o que al saberlo, reaccionaron riéndose en su cara.

O que al saberlo, reaccionaron riéndose en su cara…

Fabiola. ¡Qué linda era, y qué pecaminosamente bien dotada, y qué bien lo sabía, la muy puta! Fabiola. La primera mujer en rechazarle con esa perezosa sonrisa de desdén a la que tuvo que acostumbrarse con el tiempo. La primera en usar sujetadores de mujer, y en profanar el baño de los chicos abriendo cremalleras masculinas.

Cuando Pablo se masturbaba con Fabiola, se excitaba más que con ninguna otra mujer que hubiera conocido. Y lo más sórdido del asunto, lo que jamás confesaría ni a curas ni a psicólogos, eran las imágenes que invocaba en su mente. No pensaba en los senos de Fabiola, ni en ese chupetón que siempre deseó estampar en aquel cuello, ni en ser él el macarra que desgarra esas bragas en el baño de los chicos.

Lo que le ponía a cien, era pensar en cómo el tiempo había jodido la vida de Fabiola. Recordar el día que la muy zorra tuvo que dejar los estudios, con diecisiete años de edad, porque la habían preñado. Recordarla llorando histérica por todos los pasillos, intentando remendar su dudosa reputación, jurando y perjurando que ese embarazo era imposible, que nadie la había tocado en más de un mes. Pero Fabiola era demasiado puta para interpretar el papel de virgen María, y todos lo sabían, y cuando Pablo se castigaba la polla recordando cómo los demás adolescentes humillaban a Fabiola, aquello era placer. Cuando se la imaginaba criando sola a un hijo indeseado, ajándose día a día tras la caja registradora de algún supermercado… entonces su pene amenazaba con reventar, y se corría con una intensidad insoportable, y era tal el hormigueo que recorría su miembro, era tan mareante la sensación de éxtasis, que Pablo calculaba haber derramado medio litro de semen. Pero luego veía el espeso mejunje resbalar por sus dedos, y no era tan copioso. Era muy poco. Incluso menos de lo habitual.

Y era entonces cuando la sobria realidad volvía a manejar el timón, y la vida olía de nuevo a semen invisible, reliquia de placeres falsos, a secreciones ahogadas en papel higiénico… Era entonces cuando su vida sonaba a habitaciones huecas y agua de cisterna. Era entonces, y sobre todo entonces, cuando se daba cuenta de que a él, el logro de haber concluido sus estudios y haber sobrevivido a la treintena sin engendrar mocosos, tampoco le había servido de mucho.

Estaba harto de no ir a restaurantes por no tener a nadie a quien poner en la silla de en frente. Estaba harto de ir al cine y no comentar las películas con nadie. Estaba harto de romances de una sola noche, que llegaban perfumados de alcohol y se marchaban con un sabor de boca de resaca y bilis. Harto de follarse a tal o cual mujer y no saber su edad, ni su comida favorita, y no poder dormirse por tener a una extraña en su cama, o por estar en una cama extraña.

A veces transcurrían largos períodos de tiempo entre una mujer y otra. Cierto día, durante uno de esos períodos, Pablo fue a mear. Y lo que aquí debe importarnos, no es la meada de Pablo, sino lo que encontró enredado en la base de su pene:

Un pelo de mujer.

¿Cómo había llegado aquel cabello femenino hasta la polla de Pablo? Era un misterio. Ninguna chica se la había chupado desde hacía casi un mes. Y aun había más: el pelo era de color rojo, y si algo sabía Pablo a ciencia cierta era que, lamentablemente, jamás había tenido sexo con una pelirroja.

El cabello en la polla de Pablo era, pues, un imposible. La cuerda floja que venía de ningún sitio, y conducía hacia ninguna parte.

Pablo no tardó en olvidarse del incidente.

Pasaron varios años, y esos años desembocaron en cierta noche de discoteca y vodka. La chica era vulgar, pero bonita. Pablo se presentó con un “tu cara me resulta terriblemente familiar, ¿nos conocemos?” Es una de las excusas más trilladas para intentar ligar, pero aquella vez funcionó, porque era cierto.

No, listillos. Aquella chica no era Fabiola. ¿Me dejáis que siga contando el cuento?

Salieron de aquel antro, y fueron hacia la casa del que vivía más cerca, tambaleándose, recogiéndose del suelo mutuamente, desperdigando besos y mordiscos a lo largo y ancho de las calles.

Cuando Pablo se dejó caer de espaldas sobre el colchón, el pantalón parecía demasiado pequeño para contener su erección. Cerró los ojos, y notó cómo ella desabrochaba la bragueta, e introducía el miembro en su boca. Fue una señora mamada. La chica sabía lo que hacía. En aquel instante, ella era sólo lengua, y labios, y saliva.

Pablo abrió los ojos. Quería ver cómo jugaba aquella diosa con su falo. La luz de la habitación estaba encendida, y gracias a ello, Pablo advirtió un detalle que había pasado por alto a causa de las tres o cuatro copas de más, y las luces de colores del garito, y la densa oscuridad de los portales.

Era pelirroja.

Mientras Pablo se corría, tuvo una revelación casi tan excitante como la propia corrida. Recordó aquel pelo rojo enroscado en su pene, años atrás. La eyaculación fue más intensa de lo habitual, acompañada de un estremecimiento electrizante. La temperatura del cuarto dio la impresión de aumentar en varios grados.

Ella no se lo tomó del todo bien. Tal vez le molestó que Pablo se corriese en su boca así, sin previo aviso. Tal vez le molestó que las fiesta terminase tan pronto, sin más preliminares, ni más coito. Él renunció a dar explicaciones. No sabía cómo contarle a aquella desconocida que, durante aquella mítica mamada, había llegado a la conclusión de que un pelo rojo había efectuado un viaje en el tiempo, y había aterrizado en el pene del Pablo de hacía varios años.

Tal vez alguien con una vida mejor condimentada que la de Pablo habría desechado una hipótesis tan descabellada. Pero él se obsesionó con el tema. Consultó libros de física cuántica, no los entendió. Hizo todo tipo de experimentos con su polla, compró mamadas en las esquinas adecuadas, hizo acopio de memoria, buscando otras situaciones del pasado en las que hubiese hallado vestigios de misterio en sus partes íntimas, pelos demasiado largos, quizá incluso huellas de carmín… Todo con tal de averiguar si su miembro viril era, tal y como él sospechaba, una especie de máquina del tiempo.

Y llegó a la conclusión de que lo era. Un taladro que hacía agujeros de gusano en las paredes de la cuarta dimensión. El mecanismo parecía muy sencillo: Cada vez que Pablo rebasaba ciertas barreras de excitación, ese estremecimiento indefinible acompañaba al orgasmo, y su pene abría un portal hacia el pasado o el futuro.

No tardo en llegar la pregunta inevitable. ¿Cómo controlar la fecha de destino de aquellos viajes en el tiempo? La respuesta llegó como un latigazo de luz: La noche de la mamada, ¿en qué pensaba él durante el orgasmo? En un día de varios años atrás; justo el día en que encontró el pelo enredado en su pene. ¡Era eso! Las cosas que estuviesen en contacto con su polla, viajaban hacia el momento en el que Pablo estuviese pensando en el instante de la eyaculación.

El pelo rojo de la chica que hacía buenas mamadas era una paradoja temporal, un hilo rojo que viajó hacia el pasado para provocar su propio viaje hacia el pasado.

La tercera revelación fue la más dolorosa.

Porque Pablo no tardó en darse cuenta de que el hormigueo que sentía cada vez que su orgasmo provocaba viajes temporales, era exactamente el mismo que sentía cuando se masturbaba pensando en Fabiola… y en el día en que la chica descubrió que estaba embarazada, y juraba entre lágrimas de impotencia que no había mantenido relaciones con ningún chico… no desde hacía más de un mes…

Pablo sintió un nudo en el estómago. No fue capaz de negar lo evidente. Aquellos orgasmos tan intensos no dejaban mucho semen en su mano porque la mayor parte de su semen había viajado hacia aquellos días de instituto, y había fecundado a Fabiola. Aquel niño, aquella criatura que tuvo que crecer sin el calor de un padre, era suyo.

Hizo lo que sabía que tenía que hacer. No le costó mucho trabajo localizar a Fabiola. Fue a cierta calle, se detuvo frente a cierto número, y tocó el timbre. El chaval abrió la puerta. Tenía la justo la edad con la que Pablo conoció a su madre, y había algo en la mirada del chico que recordaba demasiado a la de aquel adolescente que Pablo fue una vez.

Un saludo entrecortado rompió el silencio. El chico sonrió, sin saber muy bien por qué.

La madre del muchacho no tardó en aparecer tras él.

Fabiola…

Ya no era tan atractiva, ni tan joven… pero seguía siendo ella. Seguía despertando huracanes de gatos rabiosos dentro de Pablo.

No es fácil precisar por qué aquel hombre y aquella mujer se abrazaron sin decirse una palabra. Supongo que a veces, muy pocas veces, uno se da de bruces con certezas terribles, laberintos que desembocan en colisiones inevitables…

Lo único que sabemos a ciencia cierta, es que el abrazo llevó a un “qué tal si quedamos algún día”, y aquellas seis palabras condujeron a una vida diseñada para tres personas. De la noche a la mañana, Pablo se vio marido y padre, y fue a los restaurantes, y comentó las pelis en los cines, y aprendió a cocinar, y empezó a lavar y tender su propia ropa, junto con la de otras dos personas, en lugar de llevar sus trapos sucios a la lavandería más cercana.

La lavandería…

La imagen de la lavandería hizo que Pablo recordase. Entendió por qué le dijo a aquella chica pelirroja que su cara le resultaba familiar. Era la joven de la lavandería. Más de una vez la había visto allí, a lo lejos, a través de la puerta del fondo, cuando llevaba o recogía su ropa.

Pablo consideró la posibilidad de que el cabello rojo nunca hubiese viajado en el tiempo, de que la chica pelirroja de la lavandería hubiese perdido un pelo haciendo su trabajo, y ese pelo hubiese aterrizado en unos calzoncillos recién lavados, de que esos calzoncillos hubiesen hecho llegar el pelo rojo a la base de un pene…

Sentado en el sofá de su nueva casa, Pablo abrazó a Fabiola, miró a su presunto hijo… y desechó la idea. Quizá porque hay respuestas que no sirven para nada en esta vida. Quizá porque una vida no es del todo una vida a no ser que uno crea en que existen corridas más especiales que otras, a no ser que uno crea en los viajes en el tiempo, a no ser que uno crea, de vez en cuando, en la puta virgen María.

Donosti
7 de septiembre de 2008

sábado, 6 de septiembre de 2008

PISO NUEVO, VIDA NUEVA


Aquí la tienen: Mi nueva (y espero que duradera) habitación.

Lo bueno de tener un blog estrictamente personal, no destinado a promocionar nada, es el derecho a aburrir al personal con chorradas egocéntricas sobre cómo me va la vida.

Para poder permitirte ese lujo, tienes que ser una persona muy reputada, o un auténtico don nadie. Yo no soy ninguna de las dos cosas, pero podríamos considerar esta entrada como una catapulta hacia el vacuo reinado de los don nadies, en el que (quiero pensar, deduzco, espero) me sentiré la mar de cómodo.

Ayer por fin, tras el ya relatado periplo de pensiones y vivienda precarias, me instalé en el nuevo piso.

La habitación está muy bien, pero le faltan esos dos pequeños detalles que convierten una vivienda en un hogar: Muebles, y cosas en las paredes.

Soy demasiado perezoso para solucionar lo de las cosas en las paredes a corto plazo. En lo que a los muebles se refiere, este reducto sólo trae tres cosas de serie: Cama, armario y mesita de noche.

Así pues, nada más aterrizar, acudí al sitio al que suele acuder la gente de mi estatus: Una tienda de chinos.

Mi objetivo: Comprar allí el mueble más importante de todos los muebles del mundo. Osea, la mesa para el portátil.

El único mueble más importante que la mesa del portátil es la cama, y solo porque, además de servir para dormir y follar, sirve para poner el portátil encima.

Como bien sabe todo aquél que se dedique a hacer cortometrajes, mediometrajes o largometrajes baratos, las tiendas de chinos son la versión de cartón piedra del paraíso terrenal. En ellas uno puede encontrar todo lo necesario para alcanzar la felicidad.

En aquella tienda china, el Destino había reservado para mí el último ejemplar del modelo que yo estaba buscando. Me refiero a esa mesa desmontable de color blanco que anuncian en televisión. Esa que se puede armar sin necesidad de herramientas. Esa que probablemente esté fabricada con la misma materia prima que los castillos de naipes, y cuando aprietas las teclas con tus dedos, todo tiembla, y vibra, y amenaza con arrojar tu portátil contra el parqué y transformarlo en un puré de microchips y tuercas.

Si los ordenadores portátiles tienen sentimientos, supongo que a bordo de esta pseudo-mesa han de sentirse como una mujer menstruando sobre el lomo de un toro mecánico a pleno rendimiento. Pero cuesta trece euros, y la posibilidad de que alguien se levante con el pie izquierdo y decida volver a mudarme de piso gravita cual espada de Damocles sobre mi precaria vida, gastarme más de trece euros en un mueble, NO ES UNA OPCIÓN.

Era mi primera noche en un barrio nuevo, y quería investigar los bares de pintxos de la zona. No soy uno de esos depravados que disfrutan yéndose de pintxos con una mesa a cuestas, así que las dependientas de la tienda china se ofrecieron (muy amablemente) a guardarme la mesa allí, para que la fuese a recoger a la mañana siguiente.

Finalmente, me dio pereza lo de ir de pintxos solo, y ni siquiera recordaba el nombre del sitio donde Cata recomendaba las gavillas, así que me concedí un homenaje que llevaba tiempo sin permitirme... y ésa es la historia de cómo acabé entrando en un local de kebabs, y me zampé un dürum.

Lo realmente curioso fue que, mientras cenaba mi dürum, entró a pedir comida para llevar la mujer china a la que había comprado la mesa. Nos saludamos afablemente, y luego presencié uno de los momentos más entrañables de esta semana: La china tenía ya confianza con los camareros turcos del local de kebabs. Empezaron a hablar de sus cosas, de cómo les había ido el día a cada uno. Pero, claro... los turcos no hablaban chino, y la china tampoco hablaba turco. Tenían que comunicarse en español, y era un idioma que ninguno de ellos dominaba demasiado.

Era enternecedor ver cómo lograban comunicarse, e incluso contagiarse sonrisas y amabilidades, con un idioma que parecía ser un misterio para ellos.

La guinda surrealista de aquel pastel absurdo llegó cuando la china y los turcos se despidieron con un Agur ("adiós" en euskera).

Con el sabor de ese pintoresco e intercultural sainete aún en la boca, callejeé de vuelta a mi excesivamente nuevo hogar.

En una de las aceras de esta rara ciudad, me cruce con una chica muy atractiva. Cruzarse con chicas atractivas es algo habitual en Donosti, pero esta vez sucedió algo que aquí no es tan habitual como en otras ciudades. Algún tipo de conexión, supongo. Yo la miré, y sonreí. Ella me miró, y sonrió. Eran sonrisas leves, ambiguas, como trapecistas que no se atreven a desprenderse del trapecio.

Y todo quedó ahí.

¡Y menos mal que quedó ahí! Porque un compañero del trabajo me ha prestado la segunda temporada de 24, y un romance de fin de semana podría haber sido demasiado jodido, sabiendo todo el tiempo que tienes ahí a Jack Bauer esperando para freír terroristas a balazos.

Sigo aprovisionándome de cosas que disfrazan esto de hogar: edredón, tetera, salvamanteles, comida...

Hoy me pegué un susto bastante jodido. Durante algunos minutos, pensé que en esta casa faltaba una cosa casi tan necesaria como la mesa del portátil: El abridor de cerveza.

Me despido con una instantánea del plato de pasta hipercalórico e insano con el que he celebrado esto de volver a tener cocina: