sábado, 30 de agosto de 2008

¡¡QUÉ FRÍO HACE EN HELSINKI!!


Emilio y Jesús Gallego, más conocidos como los GALLEGO BROS, son, además de dos tipos encantadores, la créme de la créme de la animación 2D española.

Iniciaron sus andanzas en el mundo del comic (incluso publicaban en la revista Mala Impresion!!!), pero un buen día, los planetas se alinearon, y descubrieron el flash. Desde entonces, nadie pudo pararlos. Tienen cortos de animación cojonudos (Vampire Kid, Crazy Horse...) y son los autores de la serie Shuriken school, de Zinkia Entertainment.

Actualmente, desarrollan otra nueva y muuuy prometedora serie para Zinkia: Fishbone saga.

Sin embargo, lo que quiero compartir con ustedes en esta entrada, es una serie mucho más pequeñita, que los Gallego Bros confeccionan de manera personal, en sus ratos libres, y por auténtico amor al Arte.

Estoy hablando de QUÉ FRÍO HACE EN HELSINKI, un compendio de (por el momento) cinco pastelitos audiovisuales que me conquistaron por la poderosa simplicidad de sus diseños, el gusto exquisito a la hora de combinar los colores, su sencillez y su sentido del humor, irreverente, anticlimático, plagado de silencios incómodos, casi dadaísta.

Se trata de una de esas creaciones que la gente ama u odia. A mí me ha tocado amarla, y eso me induce a dejaros, a continuación, esos cinco capitulitos, de minuto y pico de duración cada uno, por si hay alguien por aquí que también tenga ganas de amarla, o de odiarla, que también desahoga lo suyo.

CAPÍTULO 1: WALDEMAR



CAPÍTULO 2: JUHA



CAPÍTULO 3: MARKUS



CAPÍTULO 4: DINIO



CAPÍTULO 5: JALKANEN



Y si desean ustedes más información sobre los Gallego Bros, aquí tienen su web oficial.

martes, 26 de agosto de 2008

PELÍCULAS INFANTILES AUTORIZADAS PARA ADULTOS

No digo nada nuevo al afirmar que existe cierta tendencia a pensar que los niños son gilipollas y que, por lo tanto, las películas para niños deben ser gilipollescas.

Y aunque algunos niños sean más listos que el hambre, ¿qué más da? Normalmente no tomamos a los niños demasiado en serio, así que no hay ninguna razón para que las pelis infantiles se tomen en serio a sí mismas.

Afortunadamente, de vez en cuando surge alguna que otra peli que hace caso omiso a los dos párrafos anteriores. Son pelis maravillosas, porque estimulan a los críos mucho más que las idioteces de colores chillones de turno que solemos asociar dicho espectro de edades, ¡y no sólo eso! También son películas que alimentan al niño que todo adulto lleva dentro.

Creo que hay que apoyar a esas raras avis, porque ese “niño que todo adulto lleva dentro” necesita su dosis periódica de magia para que el resto del alma de ese adulto no se zombifique.

Por eso mismo, he decidido hacer una breve lista enumerando algunas de esas joyitas “para todos los públicos”.

No pretendo detenerme en títulos obvios, a los que el tiempo o el éxito en taquilla han hecho justicia hasta el punto de convertirlos en leyenda. No hablaré de La princesa prometida, ni de Harry Potter y el prisionero de Azkaban, ni de Mary Poppins, ni de Willie Wonka y la fábrica de chocolate, ni de las mil maravillas de la factoría Henson.

Mi intención es mencionar películas bastante más recientes que, de momento, no lograron obtener los laureles y la atención que sin duda se merecen.

Podría citarlas en el orden que me salga de los cojones, pero voy a intentar ser disciplinado y soltarlas en orden cronológico:

LA PRINCESITA (1995)

Director: Alfonso Cuarón.

Guionista: Richard la Gravenese.


¿Qué ocurre cuando mezclamos al director de Hijo de los hombres y Harry Potter 3 con el guionista de El rey pescador y Los puentes de Madison? ¡Pues que tenemos una preciosidad de película!

La Princesita es algo así como contar una historia estilo Charles Dickens embellecida a través de la mirada preciosista de Cuarón. Niñas irresistiblemente fotogénicas inmersas en una trama de orfanato, que se sustenta en la magia, concebida como tejido invisible que se filtra en los detalles cotidianos.

Una de esas historias que no tienen remilgos a la hora de hacer sufrir al público, porque saben que sólo el sufrimiento más intenso es capaz de sembrar la más intensa de las dichas.

Lo que más me fascina de La princesita, además de su evidente poesía visual, es su filantropía. Se trata de una peli que parece gritar en cada una de sus secuencias: “Creo en la bondad del ser humano, y la gente que no alberga tal bondad, no es gente mala. Es simplemente desdichada.”

No pienso puntuar las pelis en esta entrada. Pero ésta es, posiblemente, una de las mejores de la lista. ¡Puto Cuarón!


LEMONY SNICKET: UNA SERIE DE CATASTRÓFICAS DESDICHAS (2004)

Director: Brad Silberling.

Guionista: Robert Gordon.



Ahora combinamos al director de la edulcorada Casper, con el guionista de la hilarante Héroes fuera de órbita.

Ya escribí sobre esta peli en el antiguo blog, pero es tan estimulante que merece la redundancia.

En esta ocasión, Silberling se atreve con un registro bastante más oscurillo que el de Casper. La imaginería de Daniel Handler (el autor de los libros en que se basa la historia) es lo suficientemente retorcida y afilada para merecerse aparecer en esta entrada. Las influencias de Dickens se dejan entrever una vez más, combinadas con un humor negro bastante deudor de mi adorado Roald Dahl.

Una vez más, nos encontramos ante una apasionante historia de niños huérfanos sometidos a infortunios, aunque con más presencia de extravagancias y elementos sobrenaturales que en La princesita.

Por si fuera poco, la factura técnica de la peli es increíble, y bastante burtoniana. Eso último no es de extrañar, si tenemos en cuenta que gran parte del equipo técnico del film está formado por los colaboradores habituales de Tim Burton: Emmanuel Lubetzki en la dirección de fotografía (dire de foto de Sleepy Hollow, y de casi todas las pelis de Cuarón, incluida La Princesita), Rich Heinrich en el diseño de producción (responsable del arte de Eduardo Manostijeras, Pesadilla antes de navidad, Sleepy Hollow…), Colleen Atwood en el diseño de vestuario (Eduardo Manostijeras, Ed Wood, Mars Attacks…). Por si fuera poco, el montador de la peli es Michael Kahn (el tío que monta todas las películas de Spielberg).

Con respecto al plantel actoral, tampoco se ha escatimado en lujazos. Jim Carrey está espléndido en su papel de ogro del cuento. Un pelín sobreactuado a veces, pero nada que no compense el centenar de momentos gloriosos que nos ofrece en esta peli. Por otra parte, Carrey está arropado por secundarios de lujo, entre los que es obligatorio destacar a Jude Law (en el papel de narrador), a Meryl Streep y a mi adoradísima Catherine O`Hara (la madrastra de Bitelchús, la madre de Kevin en Solo en casa, la diosa que pone la voz a Shally en Pesadilla antes de Navidad…)

Por otra parte, el bueno de Brad Silberling (que ya demostró en su día el ojo que tiene para reclutar adolescentes prometedoras, cuando nos hormonó a Christina Ricci en Casper) nos presenta otra nueva ninfa incitadora de pederastas: Me refiero a la codiciable Emily Browning, que interpreta a la joven Violet Baudelaire.

¡Y atención a los gloriosos títulos de crédito finales! Son una de las más exquisitas animaciones en 2D de los últimos tiempos.

LA JOVEN DEL AGUA (2006)

Guión y dirección: M. Night Shyamalan.


Aunque sea, para mi gusto, una de las pelis más flojuchas de Shyamalan, se trata de una puta maravilla. Porque las peores pelis de Shyamalan son el triple de buenas que la mejor peli de cualquier otro.

Me atrevería a decir que La joven del agua no es solamente una peli con magias. ES UNA PELI SOBRE LA MAGIA. Y sobre cómo, en el mundo actual, a pesar de estar rodeados de dicha magia, somos incapaces de escuchar. Tal es la tesis que nos adelanta le peli en su prólogo, de una manera entrañablemente explícita.

Por si fuera poco, el enfant terrible hindú de Hollywood, en su sempiterno afán por las dobles lecturas, aprovecha el discurso de la película para convertirla en una alegoría de “los críticos no tienen ni puta idea de nada y merecen morir despedazados por una jauría de perros salvajes”.

La joven del agua no se corta a la hora de dejarnos cabos sueltos, y de sacarse cosas de la manga… pero es así como tiene que ser. Porque la peli está diseñada para enseñarnos a ver las pelis (y la vida en general) con la inocencia y la apertura de mente de un niño. Por eso mismo, la propia película funciona con las incoherencias, los agujeros y los caprichos de todo buen cuento infantil. Como en un intento de hacernos entender que “si no has conseguido tragarte esto, es que no has captado el mensaje de la peli”.

Todos los actores están soberbios. Mención especial para Paul Giamatti (que no está tan tremendo como en otros films, es decir, que está el doble de tremendo que cualquier otro actor), para Bryce Dallas Howard (que no está tan impresionante como en El Bosque, pero aun así le seguiría rogando que se case conmigo). Los actores secundarios también están todos para hacerles un centenar de reverencias, desde el mítico Bob Balaban, hasta el prometedor Freddy Rodríguez (el prota de Planet Terror, el entrañable Federico, maquillador de cadáveres de A dos metros bajo tierra).

Una de las pocas pegas que le pongo a nivel técnico, es que no me convence demasiado la dirección de fotografía. ¡Y eso que la firma Christopher Doyle, que me conquistó a las órdenes de Wong Kar Wai!

Para compensar, la banda sonora de James Newton Howard es IMPRESIONANTE. Posiblemente de lo mejorcito de su carrera.

CRÓNICAS DE SPIDERWICK (2008)

Director: Mark Waters.

Guionistas: Karey Kirkpatrick y David Berenbaum.


Si fuisteis de los que os perdisteis esta pequeña joya porque llevaba la palabra “crónicas” encabezando el título, cometisteis un error.

Era un error comprensible, si tenemos en cuenta que Narnia no era lo que… ejemm… todos esperábamos de ella…

Y sin embargo, Spiderwick nos sorprende desde el primer minuto, con una realización muy madura, una fotografía cuidadísima, una música oscura y efectista, y una trama plagada de referencias a cuentos y tradiciones populares, movidas esotéricas, y personajes lo suficientemente definidos y sencillos para provocar nuestra empatía.

Porque a nadie le amarga una ración de duendes, trolls, demonios, hadas, ninfas…

Por ponerle una pega, hay que reconocer que el 80% de los diseños de la peli recuerdan sospechosamente a cualquier otra cosa que uno haya visto en el pasado, y la animación CGI canta la traviata, e incluso el Rigoletto. Pero ni con esas consiguen disipar la magia y el encanto de esta peliculita, que destila más amor que un bizcocho recién sacado del horno.


Una vez más, queda claro que los artífices de esta película tienen muy claro que los niños son adultos en potencia, en vez de subnormales vestidos de payaso.

Como madre de los críos de turno, tenemos a Marie Luise Parker (de la que me he vuelto incondicional durante mis incursiones en Weeds) y como ogro malvado, tenemos a Nick Nolte, que no necesita ningún tipo de maquillaje para acojonar e intimidar más que cualquier criatura CGI imaginada o por imaginar.

Alquílenla en el videoclub de la esquina. Les garantizará una tarde gratificante de sábado, siempre que ustedes tengan una edad comprendida entre los 5 y los 95 años.

MR MAGORIUM Y SU TIENDA MÁGICA (2008)

Guión y dirección: Zach Helm

Quizá sea algunos meses posterior a Spiderwick, pero me da igual. Quería terminar la entrada con esta.

Se trata del debut en la dirección de Zach Helm, el guionista de Más extraño que la ficción.

Cuando vi el infecto cartel de esta peli en la plaza del Callao, decidí que la iba a ver su puta madre. Más adelante, sin embargo, cedí a las recomendaciones de mi apreciadísimo Whitethedark, y le di una oportunidad.

¡¡Cielo santo!! ¡Qué preciosidad de película! ¡Nunca hagan caso del cartel de una peli! (de hecho, si todo consistiese en hacer caso a los carteles, yo jamás habría ido a ver mi propia peli…)

Mr Magorium es una peli muy necesaria en el mundo. Es algo así como Roald Dahl, pero sin mala leche ninguna. ¡Todo lo contrario! Hacía tiempo que no veía una peli con tantas toneladas de buen rollo. ¡No me malinterpretéis! Yo soy el mayor amante de la mala leche y el sarcasmo, pero de vez en cuando, uno necesita ver pelis como Magorium. Pelis en las que nadie es malo y que, a pesar de ello, enganchan con más fuerza que un anzuelo en la garganta de un pez.

Dustin Hoffman está adorable. Un primo hermano filantrópico de Willy Wonka. Natalie Portman está menos sexy que otras veces, pero igual de talentosa. Patrick Bateman interpreta tan bien su papel, que estuve todo el rato confundiéndole con Ewan McGregor.

La peli está plagada de conceptazos narrativos y visuales, y la factura técnica es realmente notable. Escenarios espectaculares, coloristas, pero que saben detenerse diez pasos antes de empezar a empalagar, diseños achuchables, realización humilde, y un guión que hace hincapié en temas increíblemente valientes (teniendo en cuenta que estamos en una peli para niños) como la aceptación de la muerte como corolario indispensable de la vida.

Una película lo suficientemente sencilla para gustar a todo el mundo, y lo suficientemente sutil para ofender a nadie.

Y si alguno se ofende, es un hijodeputa. ;)

Y esto es todo por el momento. Seguro que hay muchas más que merecen figurar aquí, y que yo me dejo en el tintero. ¡Menos mal que os tengo a vosotros para recordármelas en los comments!

domingo, 24 de agosto de 2008

TUGURIUM


Vuelvo a estar en Donosti. Es mi último día de vacaciones. Mañana comienza de nuevo eso de levantarse a horas que tienen un sólo dígito.

El viaje hacia el norte se me hizo relativamente corto. Parte de la culpa la tuvo una de las pelis que nos pusieron en el tren: La habitación Fermat. Me pareció entretenidísima, y muy loable. Bien es cierto que tiene (en mi opinión) algunos problemillas, pero (también en mi opinión) los aciertos de la peli tienen muchísimo más peso específico que sus errores.

Lo que no imaginaba yo, mientras veía una peli sobre gente metida en una habitación que se reduce de tamaño cual cabeza de jíbaro, es que yo iba a dormir esta noche en una habitación tan reducida que ni el propio Fermat podría quitarle más centímetros.

Sí, amigos míos. Como aún no tengo piso asignado para la nueva temporada, me he bucado un hostal para pasar esta primera noche. Tuve que elegirlo a toda prisa, a sálvese quien pueda... y como consecuencia, debo estar en el hostal más chungo de toda Donosti.

No voy a escribir aquí el nombre del antro pero, si estimáis en algo vuestros puntos de cordura... ¡¡averiguad cuál es y no vengáis!!

La habitación es un 80% cama y un 20% sordidez. No hay espacio para más. Cada vez que intento abrir la maleta, tengo que hacer malabarismos.

La pared del fondo es un 50% azulejos de cuarto de baño y otro 50% de espejo (pero no un espejo en plan guay, sino uno de esos que parecen decir con su apagado brillo: "yo llevo reflejando miserias humanas desde los años setenta, y en mi superficie, más de una puta barata ha escrito un mensaje de despedida con una barra de labios casi tan barata como ella")

La colcha de la cama es verde decadente, como tejida con "lágrimas de moho". Y no me he atrevido a comprobar qué hay bajo la colcha. Algo me dice que debe haber un inframundo malrollero... algo así como si Fraggle Rock lo dirigiese David Lynch en lugar de Jim Henson.

Como no cabe una mesita de noche entera, han puesto algo así como media mesita de noche, clavada en una esquina.

Si en este cubículo cupiesen una cámara y un trípode, habrían rodado en él veinte películas porno, con chicas de pelo rizado (incluso cardado), toneladas de vello púbico y textura de VHS caducado.



Y el baño... ¿qué decir del cuarto de baño? La habitación en sí tiene el tamaño de una cabina de ducha normal y corriente. Así pues, la cabina de ducha del interior, tiene el tamaño de una dársena para torpedos de submarino ruso (¿por qué ruso? ¡pues porque es cutre!). No hay cerrojo en la puerta, ni papel higiénico en el báter, ni esperanzas de tocar un centímetro cuadrado de azulejo sin pillar una infección.

Los que me conocéis bien sabéis que no soy una persona escrupulosa. Así que, imaginad cómo estará ese baño para que haya preferido irme a cagar al cuarto de baño de un centro comercial. Es el colmo del patetismo.

Imaginadme allí, haciendo mis necesidades en el retrete del centro comercial en cuestión, preguntándome qué demonios hace uno mal en esta vida para que el karma lo destierre a un sitio como ése.

Mientras me aliviaba en el báter del centro comercial, escuchaba una conversación de dos chavales al otro lado de la puerta. Hablaban sobre lo mucho que les "flipaba" el Vaya Semanita. "¿Viste tal sketch?" "¿Viste tal otro?" "A mí hay cosas que no me gustan, pero hay otras que me flipan". "Y el Andoni sale y bla, bla, bla..." "¿Y viste lo del sirimiri moja mogollón, bla, bla, bla..."

Y yo no puedo evitar enorgullecerme al pensar que trabajo en un programa del que se habla bien en las letrinas de los centros comerciales. Es una sensación realmente gratificante. Uno casi le da gracias al cabrón de Dios por haberle deportado a defecar allí.

Luego me metí a ver Venganza, la peli ésa de Liam Neeson con guión de Luc Besson y otro tipo. Me pareció cojonuda. Es como combinar Payback con el Caso Bourne.

Ahora me duele la cabeza, y mañana madrugo, y trabajo y, si Dios quiere, me dirán que tengo piso y que puedo largarme de este maldito tugurium.

viernes, 22 de agosto de 2008

JUNTANDO LOS PEDAZOS



Anteayer. Aeropuerto de Fuerteventura. Mostrador de Spanair. Vuelo Fuerteventura Madrid. Overbooking. Stress.

Ese tedioso control de seguridad, en el que pretenden desangrarte para asegurarte de que no llevas líquidos contigo.

Entro al avión. Cambio mi asiento de la fila 5 (ventanilla) por uno de la fila 24 (pasillo) para que un clon de Isabel Coixet (en versión agradable) pueda ir sentada al lado de su marido. Pienso en cómo el prota de Destino Final cambia el asiento a unas pasajeras en el avión, y en cómo luego eso cambia otra vez un sin fin de cosas cuando el avión se estrella y explota por los aires.

Me digo a mí mismo que los aviones no se estrellan ni explotan en la vida real. Eso sólo sucede en las películas.

Paso el viaje rodeado de niños que gritan, que corren, que patalean en el suelo del avión para provocar ese "clonk y clonk" que nos recuerda a todos cuán endebles son esos pájaros de plástico y latón en los que desafiamos (pagando un dineral) las leyes de Isaac Newton. Niños que zarandean los asientos como si fuesen cocoteros que, desgraciadamente, no tienen ningún coco a punto de caer y chocar, y machacar y fabricar zumo de niños. Niños que eclipsan con sus berridos las voces que unos padres que, por el simple hecho de existir de la forma en que existen, explican a la perfección por qué los niños han salido así.

La azafata está buena.

Las dos chicas de la fila de atrás también están buenísimas. Pero... mierda, todo parece indicar que son lesbianas.

Vaya mierda de vuelo.

Me intento refugiar en el libro que llevo como compañero de viajes. "El amor en los tiempos del cólera", de Gabriel García Márquez. La noche anterior, me había convencido a mí mismo que debía darle una segunda oportunidad a ese libro, que la vez anterior lo mandé a freír espárragos en las primeras cincuenta o sesenta páginas porque yo no era lo suficientemente maduro, porque mi mentalidad giraba a demasiadas revoluciones por segundo para ser un auténtico gourmet de la lectura. Me había convencido a mí mismo de que, si otras creaciones del gran García Márquez me habían gustado, este amor en los tiempos coléricos no podía ser menos. Pero la cruda realidad, amigos míos, es que los vuelos de dos horas y pico no son compatibles con dar segundas oportunidades a libros plomizos.

Finalmente, abandono al doctor Juvenal Urbino mucho antes que la vez anterior. "El amor en los tiempos del cólera" sigue estando muy bien escrito, pero sigue siendo un tostón (o mi mente sigue siendo igual de inmadura que hace años). De un modo u otro, el doctor Urbino tal vez me lo agradezca. Esta vez le he abandonado vivo. La última vez, le dejé muerto.

Mierda de libro. Mierda de sandwich de beicon y pollo. Mierda de vuelo. Mierda de todo.

La voz del piloto chasquea en la megafonía. El aeropuerto de Barajas está congestionado. Aterrizaremos con retraso.

Mierda, mierda, mierda, mierda. Definitivamente, es un mal día. Me he levantado con el pie izquierdo. O, peor todavía: Se ha levantado Dios con el pie izquierdo. O tal vez libraba ese día, y se ha quedado durmiendo la siesta, dejándole el asunto de las pezuñas izquierdas al demonio.

Por fin aterrizamos en Barajas. Encendemos los teléfonos...

... y entonces nos enteramos:

Algunos minutos antes, en ese mismo aeropuerto, un avión de Spanair (similar al nuestro)... que iba rumbo a Canarias (de donde viene el nuestro) se ha estrellado en la pista de despegue de Barajas, y ha ardido, y ha explotado, y más de 150 muertos, y no sé cuántos heridos, muchos de los cuales tal vez prefieran estar igual de muertos, y sirenas, y humo, y familiares que lloran, y familiares que no saben si deben llorar o no, y cienes de tragedias por metro cuadrado de ceniza.

Y entonces toda la mierda anterior parecen cagadas de mosquito. Me siento uno de los hombres más afortunados del planeta. Minutos después, habrá tiempo de pensar en los fallecidos, de condolerses por el dolor de los familiares y las víctimas... pero al principio, aunque suene perverso, aunque suene retorcidamente egoísta, la sensación dominante es la euforia de estar vivo.

Llego a Madrid, y Madrid es una escala en mi viaje hacia Donosti, y aquí, en la capital, dejaré una piel muerta de serpiente. Porque regreso para empezar una nueva etapa en muchos aspectos de mi vida, y eso me hace pensar que, de manera simbólica, una parte de mí sí que viajaba en ese avión siniestrado.

Puede que todos los días, aunque no nos demos cuenta, empezamos de cero. Todos los días morimos, y nos renovamos y, sobre todo, vivimos. Y, ¿quién sabe? puede que todos esos muertos se sintiesen ofendidos si supiesen hasta qué punto olvidamos día a día lo vivísimos que estamos, y la fragilidad que implica estar así de vivo, haciendo equilibrios funambulistas entre un millón de imposibilidades.

Y termino citando una vez más a mi adorado Bradbury:
"Cada mañana, salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Luego me paso el resto del día juntando los pedazos."

domingo, 17 de agosto de 2008

TOMANDO PRESTADA LA VOZ DEL MAESTRO

Año 1982.

Entrevista al gran Ray Bradbury.


Entrevistador (un tal Mitch Tuchman):
Con todo lo que sabe sobre el guión, sobre lo que se puede y no se puede hacer en la pantalla, ¿no le interesa la dirección?

Ray Bradbury:
No, no quiero manejar a tanta gente. Un director se pasa el tiempo procurando que cuarenta o cincuenta personas lo quieran o le tengan miedo, o las dos cosas a la vez. ¿Y es posible manejar a tanta gente sin perder la cordura y la educación? Me temo que yo me pondría impaciente, idea que no me gusta.

Yo, fíjese, estoy acostumbrado a levantarme y correr a la máquina de escribir, y en una hora he creado un mundo. No tengo que esperar a nadie. No tengo que criticar a nadie. Está hecho. Con una hora me basta para adelantarme a todos. El resto del día puedo haraganear. Esta mañana ya he escrito doce mil palabras; así que si quiero tener una comida de dos o tres horas puedo, porque ya les he ganado a todos.

Pero un director dice: "Vaya, qué buen ánimo tengo hoy. A ver si logro levantárselo a los demás. ¿Qué hago si hoy mi protagonista no se siente bien? ¿Y si mi galán está malhumorado? ¿Cómo me las arreglo?"


martes, 5 de agosto de 2008

VOLVIENDO A SER YO (O LA HISTORIA DE CÓMO ME SALVARON LAS ARAÑAS)

Todo empezó con las series de televisión.

En otros tiempos, era impensable preferir una serie a una película. Era una especie de certidumbre con la que todos crecíamos: “Las pelis son buenas. Las series no”.

Uno acababa considerando las series un arte menor, mero divertimento, bufón graciosete, intrascendente… que hacía sonar los cascabeles al son de la batuta de nuestro mando a distancia. Un acababa, en definitiva, queriendo hacer películas, creyendo que la televisión era una especie de vía muerta en la que naufragaban los pobres infelices que no lograban acceder a los vergeles del séptimo arte.

Pero ahora las cosas han cambiado. Supongo que porque las series han empezado a “creer en sí mismas”. Pasito a pasito, la televisión ha descubierto que también tiene derecho a beneficiarse de los manjares del lenguaje cinematográfico y, mejor aún: De desarrollar cada una de sus ventajas: Convertir en virtudes todos aquellos elementos diferenciadores que hacen que la tele no sea cine.

Lo que antes eran lacras, lo que antes hacía que la tele se considerase sin derecho a ser invitada al baile de fin de curso, ahora son virtudes que utiliza la muy puta para crear su propia fiesta, para (incluso) cerrarle al celuloide la puerta en las narices.

Todavía recuerdo las voces de media docena de profesores en la universidad, exhortándonos, obligándonos a poner grilletes al medio televisivo, a cercenar las alas del ángel catódico. Nos decían que la tele debía ser simple (que es algo así como “sencillo”, pero cubierto de fango), que los planos debían ser sota, caballo y rey, que las imágenes (en el fondo) eran tan inútiles e intrascendentes como el adornito de zanahoria de la ración del restaurante chino. Que la tele la consume una gente que se levanta continuamente, a mear, a realizar excavaciones arqueológicas en la nevera, a vigilar el fuego del potaje… y que los productos televisivos tenían que estar más basados en el diálogo que en la imagen, para que toda esa gente que se levantaba a hacer otras cosas pudiese entender lo que sucedía en el interior de la caja tonta. Nos decían que la tele no tenía tiempo de recrearse en bellezas innecesarias, porque el espectador podía cansarse en tres segundos, y se trataba de un espectador armado con un mando a distancia; un espectador de gatillo fácil para el zapping.

Aquellos profesores (todos ellos profesionales del medio) esgrimían argumentos como esos para sentenciar que las leyes de la televisión eran distintas a las del cine. Y eran (por decirlo de alguna manera) bastante más vulgares.

Y a mí no me entraba en la cabeza una cosa: Si eso era cierto, ¿por qué cada vez que emitían una buena peli por la tele, la peli arrasaba? Si el idioma del cine no funciona en la pantalla chica, ¿por qué pelis como Parque Jurásico o Titanic eran el plato fuerte? Estaba claro que a gran parte de la población le daba igual toda esa mierda del zapping y el levantarse o no a mear. Lo bueno es bueno, y punto. En pantalla grande o en pantalla chica.

La tele ha permanecido unas cuantas décadas poniéndose límites, barreras intelectuales infranqueables. Como esas mujeres que, a pesar de ser razonablemente guapas, estar razonablemente buenas y ser razonablemente inteligentes, se ven condenadas a ligar sólo con desgraciados que las maltratan y que no valen ni la mitad que ellas, por el simple hecho de que ellas mismas no se valoran ni la cuarta parte de lo que valen.

Es por tanto que (aunque no sea motivo de orgullo) es comprensible que muchos diésemos por perdida a esa princesita maltratada con crisis de autoestima, y no tuviésemos otro sueño que el de alcanzar la gloria haciendo pelis, o escribiendo libros: Los parnasos del arte cuentacuentil, los auténticos podios de la gloria.

Peeeeeeeroooooooooooooo…

… pero en los últimos años, un puñado de productoras, autores y técnicos se ha esforzado por cambiar las cosas, y lo ha conseguido. La balanza se ha inclinado hacia la pantalla chica.

Ahora las cosas empiezan a cambiar. Actualmente, es cada vez más extraño que una peli desbanque a una buena serie en las cifras de los audímetros. Las series de la nueva hornada han sido lo suficientemente sabias para adoptar las virtudes del cine e incluso (como decía un poco más arriba) han sabido aprovechar, y transmutar en virtudes, todo aquello que las diferencia del séptimo arte: Aprovechan sus kilométricas duraciones para desarrollar los personajes con paciencia, suministran la información en dosis calientapollas, aumentando el nivel de sorpresa, y las posibilidades de jugar con el espectador… cociendo los ingredientes a fuego lento, como en un potaje de abuelita. Aprovechan las interrupciones entre capítulos de periodicidad semanal (e incluso las interrupciones publicitarias) para seducir al espectador, dejándole a medias, atormentándole, alimentando ese poso sadomasoquista que todos tenemos en mayor o menor medida. En ocasiones, incluso aprovechan el hecho de que la pequeña pantalla es más agradecida a la hora de acoger al formato digital (que acabará imponiéndose gracias a su baratez, su rapidez, su versatilidad…)

Esta nueva revolución televisiva, estos “últimos años” de los que estoy hablando, se convertirán dentro de poco en una década. Y sin embargo, yo he permanecido ajeno a ella. Porque yo, en esta vida, accedo un poco tarde a todo. Tuve tarde mi primer ordenador, leí tarde mi primer libro, tuve tarde mi primera novia, y mi primera peli favorita, y mi primer trabajo, y mi primera borrachera, y mi primera consola de videojuegos, y mi primera conexión a internet.

No es pues de extrañar que mi contacto con las nuevas series haya sido igual de tardío. He postpuesto esto de engancharme a series, porque me temía a mí mismo. Tengo un temperamento escalofriantemente adictivo, y durante esos “últimos años” me he dedicado a proyectos que exigían horarios caprichosos y, en ocasiones, incluso días enteros consagrados al trabajo. Engancharme a tantas series significaba hacer peligrar mi productividad y, con ella, todo eso de “hacer algo con mi vida”. Por eso, a día de hoy, puedo anti-presumir de no haber visto un solo capítulo de “Perdidos”, por poner uno de los infinitos ejemplos que podría poner.

Pero ahora tengo un trabajo con horarios fijos y delimitados, y lo bueno de eso es que también delimita las horas que uno puede considerar su tiempo libre. En otras palabras: “Ahora”, era el momento adecuado para intimar con las series. En los últimos meses me he dado un ligero baño de actualidad televisiva. Me he visto tres temporadas de “Weeds” (gracias a mi inestimable Xavi Fortino), la primera temporada de “24”, temporada y pico de “Los soprano”, media temporada de “Me llamo Earl”, unos cuantos capítulos de la deliciosa “A dos metros bajo tierra”, he devorado la primera temporada de “Dexter”.

Todas ellas auténticas obras maestras. Todas ellas haciendo que me sorprenda a mí mismo, manejándome, controlándome como una burda marioneta, generándome una adicción que los largometrajes rara vez consiguen provocar.

Y todo ello, además de deleitarme, me ha sumido en una profunda CRISIS. Porque está claro que las series están más cerca del futuro que las películas, las novelas y, en definitiva, todo aquello en lo que me he especializado desde que decidiera dedicarme a todo esto.

De repente, me miré a mí mismo en el espejo y me vi en blanco y negro, recubierto de escamas de dinosaurio… OBSOLETO.

Me dio la sensación de que dedicarse a la literatura, o incluso las películas, es algo así como dedicarse a domesticar animales en peligro de extinción, o a “estudiar el funcionamiento de la imprenta de Guttemberg”.

Lo malo de las vacaciones, es que te dejan tiempo para pensar. Y yo llevo varias semanas pensando, centrifugando las neuronas en el interior del cráneo. Porque desde que terminé Gritos, desde que pasé por todos los tormentos que desembocaron en esa peli, y por todos los tormentos que vinieron después, me quedé sin fuerzas, o sin coraje, o sin lo que fuese… y empecé a no emprender nada sin antes pensármelo una y mil veces.

Hubo un tiempo en que escribía por el simple placer de escribir, y eso me bastaba. No tenía otra motivación que la de llegar jadeando hasta el punto más final de los finales, y compartir lo que había escrito con tres o cuatro amigos. La posibilidad de vivir de ello siempre gravitaba ahí, por supuesto… pero con esa gravitación inconsistente que utilizan los fantasmas como sello de fábrica. No era lo importante. No condicionaba absolutamente nada. Yo eran un joven inconsciente, y era capaz de atravesar cien barreras de piedra, por la sencilla razón de que pensaba que eran de papel. Nada conseguía domesticarme, nada lograba hacerme entrar en razón, y aquella sinrazón resultó ser el mejor abono, la mejor mierda con que rociar a mis musas.

Pero luego llegó Gritos, y luego llegó esa segunda peli, que ha resultado ser mi primer aborto, y otras tantas experiencias con las que no os quiero aburrir, pero que contribuyeron a desterrarme del país de Nunca Jamás con una patada en el culo, que me ataron a una silla y me pestañiataron los párpados como al prota de la Naranja Mecánica, obligándome a ver el mundo real.

Desde entonces (como venía diciendo más arriba) mi alma tiene el freno de mano echado a todas horas, como un Seven Eleven. Ya no tengo energías (o no tengo cojones) para emprender nada si no estoy seguro de que va a ser “rentable”, o “fácil de producir”, o “fácil de vender”. Siempre que una idea toca a mi timbre, intento resolver una ecuación para decidir si le abro la puerta o no. Las dos variables de esa ecuación son “esfuerzo que implica desarrollar la idea” y “posibles frutos que podré recolectar del producto resultante”.

Es una ecuación peligrosa, y no se la recomiendo a nadie. Pero ha gobernado mi vida en los dos últimos años.

Antes me tiraba de cabeza a cualquier piscina. Ahora no me meto en la piscina hasta que no he metido la patita en el agua para comprobar si está fría o caliente. Como el lobo del cuento de los tres cerditos… como la ancianas octogenarias que, en realidad, están tanteando con esa patita de cordero su propia e inminente muerte…

Supongo que la temperatura del agua es lo que menos me importa. Lo realmente jodido es que ya me he arrojado a demasiadas piscinas en las que uno advertía demasiado tarde (justo en el segundo anterior al aterrizaje) que en esa piscina no había agua.

Sé lo que están pensando: Hay que ser un redomado gilipollas para tirarse de cabeza sin mirar antes el fondo de la piscina. Y tienen razón. Pero la cosa funciona siempre de la misma manera: Un tipo se presenta ante ti, y te da motivos para pensar que es un auténtico experto en piscinas, que sabe del tema muchísimo más que tú… y luego te dice: “¡Confía en mí! ¡Esa piscina está repleta de agua, y necesitas esa agua para calmar tu sed! ¿Qué tal si nos subimos a ese altísimo trampolín y nos tiramos de cabeza?” Y tú confías en la palabra de ese tipo, porque dejar de confiar es apuñalar a Peter Pan… y… ¡¡¡CRACK!! Te das de bruces contra el duro suelo.

Y cada vez que un tipo consigue volver a engañarte, es porque es mejor impostor… y cuanto mejor impostor es, te hace saltar de un trampolín más alto… y cuanto más alto es el trampolín, más demoledor es el impacto… y cuanto más viejo le pilla a uno, más difícil es que cicatrice la herida resultante.

¿A qué venía todo esto?

Hablábamos de un Juanjo que antes de emprender cualquier cosa, se pregunta qué demonios va a hacer luego con ella. ¿Y qué coño puedo hacer en un futuro cercano con un hatajo de novelas y unos míseros proyectos de largometraje? Me sentí como un cazador furtivo que comercia con pellejos de animales en peligro de extinción.

Cada vez estoy más convencido de que el futuro no está en el cine (ni, obviamente, en la Literatura). Está en las series, y en los videojuegos. Lo siento en mis vísceras cada vez que me engancho a una serie o juego a un videojuego.

Incluso pienso que acabarán uniéndose en breve. A veces pienso en proyectos de videojuegos que funcionen con la estructura dramática de una serie, o series televisivas que, para avanzar, necesiten que el espectador consiga cosas en una fase de videojuego, o incluso en una página oculta de internet.

Es una lástima que esa clase de cosas no me motiven lo suficiente para luchar por ellas, como no me motiva sacarme el carnet de conducir.

SIN EMBARGO…

Sin embargo, el otro día, estando en estado de duermevela, se me ocurrió una idea que me atraía bastante para crear una serie de televisión. Un tema estimulante, unos personajes que me interesaban realmente, una insinuación de una posible estructura… Aunque sólo había dormido seis horas, tuve que levantarme, porque la hiperactividad cerebral no me dejaba dormir. Calibré mis fuerzas y llegué a la conclusión de que en dos o tres semanas podría tener escritos una “biblia” y tres o cuatro capítulos.

Estaba excitado. Mi querida Ariadna me notó de mejor humor de lo habitual. Suelo contarle todo, pero no quise contarle aún el motivo, porque últimamente, cada vez que le cuento alguien que voy a emprender algo, es como si el hechizo se rompiese, al haberlo compartido con el resto de la gente antes de tiempo.

Estuve todo el día pensando en el tema, desarrollando cosas en mi cabeza… Tuve la inexplicable certeza de que esa serie podría funcionar… se podría vender… tenía “posibilidades”…

Mientras pensaba en todo eso, pasé cerca de una araña que, suspendida en el marco de una puerta, se columpiaba en su hilo de seda. Si hay por aquí algún lector que en su día visitó el antiguo blog, tal vez recuerde que las arañas son significativas para mí. Las considero algo parecido a las hadas. Son “hilanderas”, al igual que las “parcas del Destino”. Por ello mismo, desde hace tiempo las considero emisarias del Destino, y encontrarme con ellas cuando estoy emprendiendo algo, suele ser un buen presagio. Las arañas suelen aparecer en mi vida para darme pistas sobre qué camino debo seguir, o para confirmar que voy por el buen camino.

Así pues, ver aquella araña colgando del quicio de la puerta fue el mejor de los estímulos. Los hados estaban de mi parte. El oráculo me estaba incluyendo en su lista de enchufados.

O eso era al menos lo que yo creía…

Pocos minutos después, seguía paseando de un lado a otro de la casa (es lo que hago cuando necesito hacer brainstorming conmigo mismo), seguía escarbando en mi cabeza en busca de ideas para esa nueva serie… cuando vi en el suelo una mancha con cierto movimiento interno.

Me acerqué a la mancha….

… y…

... era una araña muerta…

Un cadáver de araña que estaba siendo devorado por hormigas.

Tengo la manía de no hacer caso a los presagios cuando no me gusta lo que dicen. Pero aquel parecía demasiado significativo para hacer oídos sordos. Las hormigas devoraban el buen presagio de pocos minutos antes.

Y aquellas hormigas cabronas, sembraron la duda en mi interior. La crisis de identidad de mi día a día regresó a ocupar su trono, y ni siquiera había dado tiempo de que el calor de su trasero se hubiese enfriado en el real asiento.

Desorientado “one more time”.

El jodido Destino de los cojones volvía a olvidarse de mí.

O eso es lo que yo creía…

Poco después me demostró lo contrario, cuando me hizo recibir la visita de la tercera araña.

¿Saben ustedes dónde estaba la tercera araña?

Estaba colgando de unas tijeras: Unas tijeras que pertenecían a un muñeco: el muñeco de Eduardo Manostijeras que tengo en la repisa de mi habitación.

Aquella maldita araña se había compinchado con Eddie Scissorhands para recordarme todo lo que había olvidado en estos dos últimos años. Todo aquello de lo que me había desprendido día tras día, para abultar menos… para así poder pasar por los estrechos agujeros por los que nuestros amigos los “amigos de los límites” quieren que pasemos, gateando como míseros esclavos.

Aquella araña que tironeaba de su hilo, como una marioneta manejada por Eduardo, o como una parca que maneja a Eduardo como una marioneta… aquella araña… me abofeteó con una deliciosa caricia de ocho patas. Es lo que Carl Gustav Jung llamaría “sincronicidad”.

Y del mismo modo en que, según Batman “la laca no es peligrosa, pero combinada con el carmín y el perfume es tóxica y puede matar”, la visión de la araña se combinó de forma demoledora con un suceso de esa misma noche:

Mientras cenaba, puse la tele, para comer con un poco de compañía. Y esa compañía resultó ser Hellboy, de Guillermo del Toro. Esa película que, visionado a visionado, ha ido pasando de ser la obra que menos me gustaba de Del Toro a ser una de mis favoritas… esa pequeña gran delicatessen… terminó de abrirme los ojos:

Yo no quiero hacer cosas que funcionen. No quiero hacer cosas que se puedan vender, o colocar. No quiero hacer cosas que "tengan futuro".

Yo quiero hacer pelis, y quiero escribir novelas. Y rara vez me quedaré contento si en esas historias no hay un monstruo, o un extraterrestre, o un maestro de kung-fu… o esas tres cosas dentro de un mismo cuerpo…

Casi todas las nuevas series y videojuegos del mundo le dan sopas con ondas a casi todas las películas, pero todavía no he visto una serie o un videojuego que le llegue a las suelas de los zapatos a cualquiera de mis películas favoritas, o que amenace con cambiar mi vida la mitad de lo que me la han cambiado mis autores literarios favoritos.

Da igual que las nuevas series me gusten más que las nuevas pelis. Creo que uno no está destinado a hacer lo que más le gusta ver, o lo que más le gusta leer. Normalmente, las cosas que más admiración nos provocan, lo hacen porque son todo lo contrario a lo que nosotros somos. De alguna manera, esas cosas nos completan, y nos encandilan porque constituyen un espejo en el que vemos reflejado todo aquello que a nosotros nos falta.

Está bien tener en cuenta esa clase de cosas, y aprender de ellas.

Pero no debemos olvidar quiénes somos. No debemos darnos la espalda a nosotros mismos. Puede que imitar aquello que nos gusta equivalga a intentar sacar de nuestra cantera interior algo que no se encuentra en ella.

Puede que en ocasiones, debamos asumir que los diamantes son asunto de otros. Puede que en nuestra cantera sólo queden estratos de carbón obsoleto. Pero resulta que, desde un punto de vista químico, el diamante y el carbón están compuestos por la misma substancia… y no sólo eso: Aunque el diamante brilla como el carbón jamás podrá brillar, resulta que el carbón arde como el diamante jamás aprenderá a arder. Y si le preguntas a un conductor de locomotoras del siglo XIX, o a un encendedor de chimeneas, o a un calentador de barbacoas, probablemente te dirán: “¿Para qué demonios quiero yo esos diamantes? Lo que necesita mi tren para viajar al fin del mundo, es el carbón. Lo que necesita mi chimenea para espantar el frío, es el carbón. El negro, sucio, miserable carbón. Lo que necesita mi barbacoa para fabricar comida, es el carbón…

No sé si la metáfora es acertada, pero creo que el mundo necesita diamantes, y necesita carbón. Y puede que yo esté destinado a convertirme en un suministrador de recuerdos obsoletos. Puede que lo mío sea hacer andar a las locomotoras del siglo XIX, alumbrar las chimeneas alrededor de las cuáles los abuelos cuentan los típicos cuentos de abuelos, o cocinar chuletones y salchichas en unos tiempos en los que la sociedad está descubriendo la comida deconstruida de Ferrá Adriá (o como demonios se escriba) y los prodigios del microondas.

Pero, ¿qué se le va a hacer? Decidí dedicarme al cine gracias a una peli de Terry Gilliam. Eso quiere decir que en la letra pequeñita del contrato figuraba la obligación de convertirse en adalid de las causas perdidas.

Últimamente me esfuerzo en hacer las cosas de la manera más profesional posible, en desapegarme al máximo de todo aquello que escribo… Porque cada vez desprecio más las ínfulas de los “autores”, y todo aquello a lo que se le aplica la etiqueta de “personal”. Porque cada vez me parece más barata la excusa de “si la gente no lo entiende, es porque no son dignos de esta obra”.

No me siento cómodo domesticando animales en peligro de extinción pero creo que, en el fondo, no sé hacer otra cosa.

Ya he trabajado en el suficiente número de tinglados para saber que, si es necesario, puedo adoptar una actitud profesional y desapegada en cualquier formato.

Pero a la hora de escribir o desarrollar cosas por iniciativa propia, no sirvo. Sencillamente, no sirvo. No sirvo para contentar a alguien que no sea yo mismo. Y ya es hora de que vuelva a asumirlo, tan bien como lo tenía asumido hace unos años. Y os juro que me gustaría servir…

Pero eso de no servir también tiene su aquel…

No sé si seré un “autor”... uno de esos cuya actitud tanto desprecio, pero ¿quién sabe? quizá, del mismo modo en que nos enamoran las cosas que son distintas a nosotros, despreciemos las cosas que se parecen demasiado a lo que tenemos en nuestro estercolero particular.

Y ahí está Eduardo Manostijeras, recordándomelo con una araña que cuelga de su afilada extremidad, a modo de yoyó.

Y la araña me susurra al oído:

"Asúmelo, tío. Eres un dinosaurio en blanco y negro. Mueve el culo, y busca un Lago Ness en donde poder reinar".