martes, 16 de septiembre de 2014

EL AIKIDO APLICADO A LA NARRATIVA



Creo que mi vida no podría entenderse sin las artes marciales. De niño hice Judo, de ahí pasé al Aikido, luego al Ninjutsu... también practiqué un poco de Tai Chi (no ese Tai Chi edulcorado para señoras mayores, sino el Tai Chi como estilo - muy efectivo - de kung fu)

Pero si hay un arte marcial con el que he sintonizado... un estilo al que he regresado una y otra vez... ES EL AIKIDO.

Practicar un arte marcial te cambia la vida. Hace que tu actitud hacia todo en general esté modulada por esa forma en la que te han enseñado a afrontar los escollos.

A veces para bien... y veces para mal...

Creo que si tienes la suerte de que tu disciplina sea el Aikido, va a ser PARA BIEN.

He mencionado la palabra "disciplina" y ése es mi punto débil. La disciplina y yo no somos muy buenos amigos. Si lo fuésemos, ahora mismo sería cinturón negro noséqué-dan de Aikido, pero en lugar de eso soy algo mucho más acojonante...

... soy escritor.

Si queréis en otra ocasión escribo un post más largo y minucioso sobre ese misterio, sobre esa maravilla que es el Aikido, tema que me apasiona. Hoy tecleo con otra intención: La de establecer una analogía entre la filosofía aikidoka... y la manera que tenemos de contar historias.

Una de las principales máximas del Aikido consiste en lo siguiente:

Si quieres manipular a tu atacante, tienes que desviarlo de SU centro de equilibrio y trasladarlo al tuyo. Una vez que has desestabilizado a una persona y la has desplazado hasta tu "centro de gravedad", esa persona te pertenece.  Si la empujas con un dedo hacia el suelo, se cae. Si la empujas con un dedo hacia la izquierda, caerá hacia la izquierda.

Yo creo que un buen narrador aplica ese aikido sin saberlo. Cuando consigues que un espectador se interese en lo que le pasa a un personaje ideológicamente opuesto, estás haciendo Aikido. Estás desequilibrando a una persona, estás haciendo que tropiece, que se sienta insegura porque nota que se cae al suelo y no puede agarrarse a las convenciones que le han inculcado.

Creo que ésa es la gran labor del "escritor aikidoka": Desequilibrar a la gente, transportarla de una manera muy seductora, muy sutil a terrenos en los que advierte que de repente no hace pie.

Creo que muchos "fachas" recalcitrantes jamás renegarán de su extremismo si no los desequilibramos... si no los conducimos a vivir en una ficción en la que, al margen de ideologías, el personaje/espectador tiene la oportunidad de vivir los senderos emocionales de su contrario. Ésa es una catarsis que nos ofrece la ficción, porque la ficción es aikidoka.

Del mismo modo existen pelis que hacen justo lo contrario de lo que comentaba en el párrafo anterior: Ayudan a que alguien "de izquierdas" pueda empatizar con alguien "de derechas". Un ejemplo de ello lo hallamos en una peli en la que he estado muy implicado, una peli de mi primo Fernando Osuna Mascaró. Una peli que nos invita a entender a un facha, a amar a un señor educado con una ideología de derechas: https://twitter.com/elsrmanolofilm

En serio: Me parece importantísimo - incluso peligroso - este poder aikidoka que tenemos. Este poder de desequilibrar al espectador y hacerlo comulgar con lo que a nosotros nos da la gana. Es el caso de "Los Soprano", por ejemplo. Hacen tan bien su Aikido que de repente todos amamos a un mafioso psicópata despreciable.

¿Es peligroso este Aikido narrativo? ¿Puede usarse en contra de la raza humana? Yo respondería que sí a ambas preguntas. Por un lado, creo que eso de la raza humana es una chorrada pretenciosa. Intentamos encontrar legitimidad para nuestra existencia en instancias superiores, y yo me inclino a pensar que a las instancias superiores les importamos un carajo.

Por otra parte, yo creo en la bondad del ser humano. Creo que incluso cuando el ser humano es hijoputa no puede evitar ser bueno al mismo tiempo. Porque somos duales. Porque Dios no nos habría permitido bailar con el Diablo si no estuviese tan seguro de que somo buenos bailarines.