miércoles, 8 de mayo de 2013

HAMBRIENTOS DE SENTIDO (TRAGEDIAS DEL PRIMER MUNDO)


Tu vida es un drama. Llevas meses sin curro, no llegas a fin de mes, dentro de poco no podrás pagar el Spotify o incluso te cortarán el internet. Adiós vídeos graciosos de gatitos.

Tu vida es un drama. Estás en un curro en el que te pagan un sueldo injusto. Ya no llegas siquiera a mileurista. Y encima te tratan mal, no te valoran como te mereces, y entras de noche, y sales de noche, te pasas todo el día encerrado en una oficina sin ver la luz del sol. Sólo tubos fluerescentes zumbando en tus oídos de manera subliminal, imperceptible.

Tu vida es un drama. Ya estás más cerca de los cuarenta que de los treinta y sigues compartiendo piso con otras tres personas, o sigues dependiendo de papá y mamá, o las dos cosas.

Tragedias del primer mundo.

Muchos se preguntarán hasta qué punto merecen ser considerados "dramas" esos escenarios que acabo de describir. Muchos dirán - por razones evidentes - que hablar de "drama" o de "tragedia" en esos casos es un insulto hacia quienes, en otros países o incluso en el nuestro, están condenados a una vida de auténtica miseria y de pobreza. Hay gente que se muere de hambre. Hay gente que se muere en las calles. Hay gente que en breve no podrá pagar su factura de internet porque un cáncer incurable se la habrá llevado al otro mundo.

Cuando enfrento cual pokemons esos dos bandos (las "tragedias del primer mundo" y los "problemas realmente chungos") me vienen a la cabeza dos frases que me han marcado mucho.

La primera se la escuché a mi profesor de Antropología en la universidad:

"No existe un medidor objetivo del sufrimiento humano."

La segunda frase la pronunció Carl Gustav Jung cuando hablaba sobre la muerte en una de aquellas famosas entrevistas grabadas que le hicieron en sus últimos años:

"El ser humano no puede soportar una vida insignificante."

Tratándose de alguien como Jung, resulta evidente que esa frase apela al sentido etimológico del término "insignificante", es decir: El ser humano no puede soportar su vida cuando no halla en dicha vida ningún tipo de significado.

Quizá sea ése el gérmen de esas "tragedias del primer mundo", y quizá sea ésa una de las causas de que no exista ni pueda existir "un medidor objetivo del sufrimiento humano."

Por alguna extraña razón, esta criatura que llamamos hombre necesita que "todo encaje". Exige que todo lo que sucede a su alredor tenga una razón de ser, un objetivo, un propósito aparente. Somos yonkies del sentido, feligreses de la armonía.

¿Por qué demandamos esa vida "significante"? ¿Se debe acaso a un ansia expansionista, un querer humanizar el cosmos contagiándolo de nosotros mismos, una tendencia a proyectar en otras cosas lo que somos... o lo que anhelamos?

No tengo la respuesta a esas preguntas, pero quizá esas preguntas sean - en parte - la respuesta al hecho de que muchos en este primer mundo seamos tan quejicas, o nos pongamos tan depres, o nos sintamos tan vacíos. A primera vista somos tan afortunados que no deberíamos tener derecho a queja. No nos morimos de hambre, dormimos bajo techo, tenemos electricidad y agua corriente.

Pero nos falta el sentido.

El mundo en el que vivimos quienes podemos escribir o leer estos blogs se ha convertido en un castillo de naipes muy kafkiano. Ese sentido del que hablábamos antes parece haberse extraviado en los recovecos de un laberinto diseñado por Escher. Uno analiza con una pizca de sentido común el sistema económico en el que nos hallamos inmersos y descubre que sus raíces están ancladas en el absurdo. Uno se asoma a nuestro sistema político-social y, ¿qué se encuentra? Absurdo, incongruencia, sinsentido. Gran parte de los puestos de trabajo en los que consumimos nuestra energía y nuestro tiempo desembocan en eso mismo. Un buen día te paras a pensar para qué sirve lo que haces en tu curro, cuál es tu función en este mundo... y puede que dichos pensamientos desemboquen en un callejón sin salida. De repente no le encuentras sentido a lo que haces, ni a por qué se supone que lo haces. Descubres que estás viviendo esa vida insignificante de la que hablaba Jung.

Creo que ocurre incluso con profesiones vocacionales, de ésas a las que se les presupone objetivos y utilidades clarísimas. Pienso en esa persona que estudia Medicina para salvar vidas y finalmente se da de bruces con un sistema sanitario infestado de burocracias que le obligan a traicionar el juramento hipocrático. Pienso en esa persona que estudia Derecho buscando Justicia y acaba ejerciendo la abogacía tras pasar por el aro de Kafka.

Supongo que a esto se referían los marxistas cuando hablaban de "alienación". Supieron diagnogticarla, sí, pero no supieron eludirla.

Supongo también que, a causa de esto, te viene cada dos por tres un comeflores intenso de la vida a decirte que acaba de regresar de la India y que allí son más pobres que nosotros, pero más felices, porque están más en contacto con la madre tierra y sus necesidades vitales y bla, bla, bla. No pienso incidir demasiado en eso, porque corro el riesgo de acabar hablando como uno de esos tipos y pegándome un puñetazo a mí mismo.

¿Qué podemos hacer para encajar en este sistema absurdo SIN RENUNCIAR a nuestra búsqueda de SIGNIFICADO?

A mí hay algo que me suele funcionar, al menos en parte: PENSAR EN LA GENTE. Enfocar todo lo que hago como algo por y para la gente. Así de sencillo.

Incluso es útil - al menos en mi caso - pensar en personas concretas. Cuando escribo algo, me mueve la ilusión de que lo lea cierta gente que conozco. Esto le va a gustar a Pepe, esto va a aterrorizar a Mari, seguro que luego me lo agradece, ¡cómo se va a reír Alby cuando lea este chiste tan salvaje! Es posible que luego el resultado no guste a la persona que tenías en mente y sin embargo ayude a otras distintas. De un modo u otro, la ilusión con la que acometes las cosas, el combustible... no te lo quita nadie.

Mi única motivación para cambiar las sábanas de la cama, por ejemplo, es complacer a esa persona concreta que va a pasar la noche conmigo. Si me dejas a mí solo, a la deriva, soy capaz de pasarme semanas o hasta meses con el mismo juego de sábanas.

Incluso puede funcionar a la inversa. Quizá el sentimiento de "venganza" nos fascina y nos posee porque, a su destructiva manera, consiste también en una búsqueda de significado proyectada sobre alguien concreto.

Acordaos de Fincher en La red social. ¿Cómo consigue que una peli sobre la creación de Facebook nos emocione? Construyendo un Zuckerberg cuya motivación para erigir un imperio es... demostrarle algo a la chica que le dio calabazas.



No sé si todo esto se tiene en pie. Ni siquiera sé si es aplicable a todo el mundo o si es mi receta personal e intransferible. Yo quiero pensar que sí funciona, que si dejamos de mirar las paradojas del mapa entero y nos centramos directamente en las personas que tenemos cerca, iremos persiguiendo retazos de sentido por los recodos más inmediatos del laberinto de Escher. Y, quién sabe, a lo mejor a base de injertar sentido en los huecos del sistema, acabemos parasitándolo, contagiándolo, humanizándolo.