martes, 23 de diciembre de 2014

¿QUIÉN ESTÁ DETRÁS DE LOS TESTS DE FACEBOOK? LA OSCURA VERDAD


Cada vez están más presentes en la red social. Casi todos estaréis familiarizados con ellos, casi todos habréis hecho uno o dos... o cuatrocientos.

Me refiero a esos tests que inundan Facebook en los últimos tiempos. "¿Qué personaje mitológico eres?" "¿Qué raza de perro eres?" "¿Qué personaje de Tim Burton eres?" "¿Qué clase de escritor eres?"

¿Quién está detrás de esos tests? ¿Se trata de una iniciativa espontánea?

Si indagáis un poco os daréis cuenta de que casi todos esos tests están desarrollados por dos o tres empresas. Si seguís indagando, comprobaréis que todas ellas son filiales de una empresa algo más grande llamada Krutchner Inc. ¿Queréis que sigamos indagando? A partir de aquí la cosa se pone un poco más difícil, porque Krutchner Inc. es a su vez de una filial de otra filial que, en última instancia, trabaja para el CNI: El servicio español de inteligencia.

Si hacéis esta clase de tests en inglés, también descubriréis que están desarrollados por unas pocas empresas que, en última instancia, pertenecen a la CIA.

De esta manera, mientras nosotros intentamos (ingenuamente) averiguar "Cuál sería nuestra ciudad ideal", respondemos a todo tipo de preguntas: Nuestro color favorito, nuestras expectativas sentimentales, nuestro ideal de felicidad, nuestro fin de semana perfecto, nuestra forma de reaccionar ante los problemas.

Toda esa información se almacena en bases de datos y es procesada mediante algoritmos informáticos, creando perfiles psicológicos y predicciones de comportamiento de cada uno de nosotros. Averiguar "qué clase de hamburguesa sois" os hace infinitamente menos libres, por varias razones:

- Pueden usar esa información para conoceros mejor de lo que os conocéis a vosotros mismos, para anticiparse a vuestras decisiones, para haceros sentir vacíos cuando quieren venderos algo que en realidad no necesitáis.

- Pueden usar esa información para elaborar perfiles psicológicos de cada uno de vosotros y conduciros hacia el lugar que quieren que ocupéis, a base de suministrarnos estímulos positivos y negativos: Es como guiar a un coche hacia donde tú quieres controlando qué semáforos le pones en rojo o en verde; qué calles le pones con dirección prohibida y cuáles no.

- Si alguno de nosotros protesta, si alguno de nosotros se vuelve rebelde (con un tipo de rebeldía distinto de la que ellos tienen aceptada y controlada) usarán toda esa información para saber controlarnos, extorsionarnos, humillarnos.

Todo esto que os acabo de contar me lo he inventado. La empresa Krutchner Inc. no existe. A partir de ahora me inventaré conspiraciones de vez en cuando y las escribiré en este blog.  Las llamaré "inspiranoias". Si un día de estos aparezco muerto en una cuneta, a lo mejor resulta que he acertado con alguna por error.

martes, 21 de octubre de 2014

LA LUCHA CONTRA LO INVISIBLE





Últimamente gran parte de la población vive conmocionada por una serie de hechos que se pueden resumir en una sola palabra: Ébola.

El Ébola es un río africano que pocos conocían hasta que prestó su nombre al retrovirus más temido del planeta. No sé cuánto hay de pandemia y cuánto de cortina de humo en este asunto, pero sí tengo claro que hay mucho de ignorancia.

Desde que el hombre es hombre ha temido la amenaza de lo invisible. No me cuesta imaginar a un homínido prehistórico capaz de enfrentarse a un oso en una cacería y que, sin embargo, huye despavorido ante el alarido del viento.

Es fácil deducir que las primeras historias de fantasmas y los primeros demonios surgieron de la mano de tempestades, de epidemias, de enfermedades mentales.

Dentro de este catálogo de “monstruos invisibles” podemos incluir a otros agentes de la Naturaleza que, hoy por hoy, han matado a mucha más gente que el ébola:

Los gases.

Ya fuera por su carácter tóxico, ya fuera por su carácter inflamable, estos demonios de la química se convirtieron en el terror de quienes perforaban donde no debían.

Me viene a la cabeza un ejemplo relativamente cercano: El del temido gras grisú, compuesto principalmente de metano, invisible, inodoro, imposible de detectar con nuestros sentidos... pero capaz de provocar explosiones súbitas.

Este gas se cobró muchas vidas en los dos siglos pasados, dejando una macabra estela de mineros muertos, de niños huérfanos y viudas desconsoladas. El 10 de marzo de 1906, por ejemplo, una explosión arrasó 110 kilómetros de galerías, matando a 1099 personas de un solo golpe. Tuvo lugar en Francia y ha pasado a la historia como la Catástrofe de Courrières.

Como suele suceder en estos casos, la ignorancia dejó el terreno abonado para la superstición. Los mineros percibían el grisú casi como una entidad maligna. Lo llamaban el viento negro. Cavar en las minas equivalía, en un sentido arquetípico, a profanar el Hades, descender a los mismísimos infiernos.

Incluso sucedía algo muy propio de culturas animistas como las de ciertas tribus indias: Se producía una comunión casi espiritual entre el animal y el hombre. Los mineros veneraban a los ratones. Estos pequeños roedores se colaban en las minas y eran los primeros en sufrir los efectos del gas, ya que el grisú es más pesado que el aire y llega reptando por los suelos. La reacción de los ratones ponía sobre aviso a los mineros que, en señal de gratitud, otorgaba a estos animales un carácter casi sagrado. El minero que mataba a un ratón era repudiado por sus compañeros y en algunos sitios, como la mina chilena de Lota, se celebraba el Día de los Ratones, una fiesta en la que los mineros descansaban y rezaban a los ratones. Según la superstición, si un minero no rezaba, los roedores se lanzaban a por él para mordisquearle las ropas.

En los últimos días hemos visto cómo nuestra ignorancia acerca del ébola ha llevado a las autoridades a sacrificar un perro. También hemos visto cómo, en mi opinión, los medios han aprovechado el asunto para captar la atención – o desviarla – de una manera bastante frívola. Los mineros de antaño no sacrificaban perros, sino canarios. Descendían a la mina con una jaula, y dentro de ella el pobre pájaro que, al igual que los ratones, sufría el efecto del gas mucho antes de que afectase a los humanos. Cuando los mineros veían al canario muerto en su jaula salían corriendo: el viento negro venía a por ellos.

¿Cómo podía hacer el ser humano para enfrentarse al viento negro y a otros gases letales como el monóxido de carbono, el ozono, el dióxido de nitrógeno? La respuesta es evidente: Ciencia, investigación, I + D.

Hoy en día ya no muere ningún canario en las minas, y el número de bajas humanas ha disminuido drásticamente, no sólo en minería, sino en el resto de sectores industriales relacionados con estos demonios invisibles: Obras públicas, petroleras, tratamiento de aguas, soldadores, astilleros, servicios contra incendios...

Los riesgos de esos profesionales son cada vez menores gracias a detectores de gases como éstos de la empresa Industrial Scientific.

Se trata de aparatitos más fáciles de transportar que una jaula de canario, con sensores configurados para detectar uno o más gases.

 
Incluso existe una opción aún más avanzada para operarios no quieran aprender a manejar correctamente estos chismes, o que no confíen plenamente en su capacidad para hacerlo. Un sistema llamado iNet en el que las empresas, en lugar de comprar los aparatos, alquilan los servicios de la empresa, que ofrece la supervisión de expertos e instala sensores en el lugar de trabajo. Estos sensores van detectando y envían automáticamente la información a un software que la almacena y la analiza.

Éstas y otras innovaciones contribuyen a lo que se ha bautizado como movimiento 2100, una iniciativa cuyo objetivo es que para el año 2100 las muertes por gas se hayan reducido a cero.

Como vemos, en el caso del gas hemos tenido la suerte de que, gracias a la investigación y a la tecnología, el conocimiento ha espantado a los demonios, haciéndolos retroceder hacia otras madrigueras. ¿Tendremos algún día esa misma suerte en el campo de los retrovirus?

jueves, 2 de octubre de 2014

EL CORRALITO AFRICANO


En el rincón más sucio del corazón de África: Un establo de maderas torcidas, como hecho con dentaduras de borrachos.

Cuarenta millonarios bien vestidos. Ellos y ellas, encorvados sobre las vallas del corral.


Pero no asisten a una pelea de gallos, ni de perros de presa: Los contendientes son niños.


Dos niños africanos, famélicos, desnutridos, sus pieles negras intentando devorar los huesos del mismo modo en que el hambre intenta devorar sus vidas. Dos niños negros con los vientres hinchados... como con cuatro meses de embarazo.


Los millonarios corean, animan a su niño favorito...


... y los críos pelean sin demasiadas fuerzas. Llevan dos o tres días sin comer, cualquier movimiento brusco los marea.


¡Yo apuesto por el negrito de la izquierda!” “¡Cien euros por el de la derecha!


Manotazos inofensivos, muy patéticos. Sus miradas parecerían hambrientas si no fuesen tan débiles.


Uno de ellos pierde el equilibrio, sus piernas ya no aguantan. El otro aprovecha la ocasión para tirarse encima de él... intenta estrangularle con sus manos huesudas... intenta estampar el cráneo... una y otra vez...


... una y otra vez...


... contra la tierra seca del gallinero.


¡Trescientos al negrito de la izquierda!”  “¡Yo apuesto por el de la derecha!


De pronto alguien decide que esos peleles no tienes fuerzas suficientes para matarse con sus propias manos: Arrojan al ring un hueso, un fémur, una reliquia del niño que falleció hace cinco días en ese mismo establo.


El negrito de la izquierda empuña el fémur... lo hunde en las costillas de su contrincante, hace palanca.... no es difícil (las costillas de ambos tan marcadas, tan visibles)


Y con las pocas fuerzas que le quedan, el niño empuja el fémur hasta hundirlo en el corazón del otro.


Dos miradas hambrientas comparten un espasmo, un estertor... Dos miradas perdidas en una cuencas hundidas, cadavéricas...


Y un corazón que deja de latir... y unos buitres con ganas de rebañar los huesos...


Hombres adinerados que intercambian billetes, que trapichean con joyas de mujeres.


Al principio, cuando secuestraban a esos niños, les amenazaban con matarlos si no peleaban en el corralito. No funcionaba. La muerte les parecía un mal menor.


No tardaron en darse cuenta de que la mejor manera de convencerles para luchar era una única frase: “Si matas al otro niño, te lo podrás comer.”

martes, 16 de septiembre de 2014

EL AIKIDO APLICADO A LA NARRATIVA



Creo que mi vida no podría entenderse sin las artes marciales. De niño hice Judo, de ahí pasé al Aikido, luego al Ninjutsu... también practiqué un poco de Tai Chi (no ese Tai Chi edulcorado para señoras mayores, sino el Tai Chi como estilo - muy efectivo - de kung fu)

Pero si hay un arte marcial con el que he sintonizado... un estilo al que he regresado una y otra vez... ES EL AIKIDO.

Practicar un arte marcial te cambia la vida. Hace que tu actitud hacia todo en general esté modulada por esa forma en la que te han enseñado a afrontar los escollos.

A veces para bien... y veces para mal...

Creo que si tienes la suerte de que tu disciplina sea el Aikido, va a ser PARA BIEN.

He mencionado la palabra "disciplina" y ése es mi punto débil. La disciplina y yo no somos muy buenos amigos. Si lo fuésemos, ahora mismo sería cinturón negro noséqué-dan de Aikido, pero en lugar de eso soy algo mucho más acojonante...

... soy escritor.

Si queréis en otra ocasión escribo un post más largo y minucioso sobre ese misterio, sobre esa maravilla que es el Aikido, tema que me apasiona. Hoy tecleo con otra intención: La de establecer una analogía entre la filosofía aikidoka... y la manera que tenemos de contar historias.

Una de las principales máximas del Aikido consiste en lo siguiente:

Si quieres manipular a tu atacante, tienes que desviarlo de SU centro de equilibrio y trasladarlo al tuyo. Una vez que has desestabilizado a una persona y la has desplazado hasta tu "centro de gravedad", esa persona te pertenece.  Si la empujas con un dedo hacia el suelo, se cae. Si la empujas con un dedo hacia la izquierda, caerá hacia la izquierda.

Yo creo que un buen narrador aplica ese aikido sin saberlo. Cuando consigues que un espectador se interese en lo que le pasa a un personaje ideológicamente opuesto, estás haciendo Aikido. Estás desequilibrando a una persona, estás haciendo que tropiece, que se sienta insegura porque nota que se cae al suelo y no puede agarrarse a las convenciones que le han inculcado.

Creo que ésa es la gran labor del "escritor aikidoka": Desequilibrar a la gente, transportarla de una manera muy seductora, muy sutil a terrenos en los que advierte que de repente no hace pie.

Creo que muchos "fachas" recalcitrantes jamás renegarán de su extremismo si no los desequilibramos... si no los conducimos a vivir en una ficción en la que, al margen de ideologías, el personaje/espectador tiene la oportunidad de vivir los senderos emocionales de su contrario. Ésa es una catarsis que nos ofrece la ficción, porque la ficción es aikidoka.

Del mismo modo existen pelis que hacen justo lo contrario de lo que comentaba en el párrafo anterior: Ayudan a que alguien "de izquierdas" pueda empatizar con alguien "de derechas". Un ejemplo de ello lo hallamos en una peli en la que he estado muy implicado, una peli de mi primo Fernando Osuna Mascaró. Una peli que nos invita a entender a un facha, a amar a un señor educado con una ideología de derechas: https://twitter.com/elsrmanolofilm

En serio: Me parece importantísimo - incluso peligroso - este poder aikidoka que tenemos. Este poder de desequilibrar al espectador y hacerlo comulgar con lo que a nosotros nos da la gana. Es el caso de "Los Soprano", por ejemplo. Hacen tan bien su Aikido que de repente todos amamos a un mafioso psicópata despreciable.

¿Es peligroso este Aikido narrativo? ¿Puede usarse en contra de la raza humana? Yo respondería que sí a ambas preguntas. Por un lado, creo que eso de la raza humana es una chorrada pretenciosa. Intentamos encontrar legitimidad para nuestra existencia en instancias superiores, y yo me inclino a pensar que a las instancias superiores les importamos un carajo.

Por otra parte, yo creo en la bondad del ser humano. Creo que incluso cuando el ser humano es hijoputa no puede evitar ser bueno al mismo tiempo. Porque somos duales. Porque Dios no nos habría permitido bailar con el Diablo si no estuviese tan seguro de que somo buenos bailarines.


viernes, 29 de agosto de 2014

BASADO EN UNA NOVELA DE



Un consejo que os doy: No os dediquéis a escribir libros. No tiene futuro. La Literatura está muerta.

Lo que realmente lo peta son las pelis y las series como, por ejemplo:

Dexter, Sherlock, El Señor de los Anillos, Harry Potter, House of Cards, La Red Social, Juego de Tronos, Boardwalk Empire, La Cúpula, Los Pilares de la Tierra, Crepúsculo, A Tres Metros sobre el Cielo, El Tiempo entre Costuras, Víctor Ros, Celda 211, Los Hombres que no Amaban a las Mujeres, Los Juegos del Hambre, 50 Sombras de Grey...

Todas esas obras tienen algo en común: Están basadas en novelas.

Y ésos son sólo algunos ejemplos entre muchos.

No, amigos: La Literatura está más viva que nunca. La Literatura es el campo de pruebas donde se gestan y se testan las historias más solventes, o al menos un gran porcentaje de ellas.

Porque el escritor de novelas puede dar rienda suelta a su imaginación sin pensar en lo baratas o caras que van a ser las cosas que imagina.

Porque el escritor de novelas tiene todas las páginas del mundo para desarrollar a sus personajes.

Porque escribir novelas es barato, y eso implica que el novelista tendrá menos gente censurándole por encima del hombro, inoculándole miedos, apelando a su profesionalidad, a su responsabilidad...

Porque las novelas son cajas de Pandora en las que el lector se introduce por voluntad propia en vez de ser pantallas que disparan luces y sonidos. Eso hace que el escritor de novelas se sienta más legitimado a la hora de exponer ideas incómodas, rompedoras; ideas que cuestionen los límites de nuestra sociedad, de nuestro aguante, de nuestra ideología.

Porque la Literatura se puede escribir incluso en servilletas, y eso permite que incluso los más infortunados, los más pobres, los más desesperados... griten su dolor sin intermediarios ni eufemismos.

Porque en una novela puedes contar las cosas como merecen ser contadas, sin condicionantes externos... y esas raras avis llamadas "lectores" desgustarán tu mundo interior como se merece, y si hay suerte - o talento - el boca a boca legitimará tu trabajo, y alguien pensará: "¡Ey! Si toda esta gente habla tan bien de esto, a lo mejor aquí hay una historia. A lo mejor podríamos adaptarla a la pantalla e incluso respetar su esencia. El primer test de mercado ya está hecho."

Con los guiones audiovisuales rara vez ocurre eso. Puedo afirmar con conocimiento de causa que a veces, si quieres "vender" un guión, tienes que redactarlo lo más corto y escueto posible... porque los "señores de los despachos" están muy ocupados y no tienen tiempo para - o no quieren - leer demasiado.

Puede que la Literatura ya no esté en lo alto de la cadena alimenticia pero sigue siendo necesaria en el ecosistema creativo. Las obras audiovisuales se alimentan de ella, y no sólo en el caso de las adaptaciones directas: La mitad del cine de terror sería imposible de entender sin Poe y Lovecraft; creo que Lost no habría sido posible si no hubiese existido antes un Stephen King y si la SGAE viajase en el tiempo, Penny Dreadful tendría que repartir la mitad de sus dividendos entre la mitad de los literatos del siglo XIX.

Y si empezamos a hablar del mundo de los cómics, podríamos escribir un post aparte.

Los errores salen más baratos cuando se testan en novelas y relatos: A las mentes rara vez se las paga a priori. El papel es barato; talar árboles sale más a cuenta que contentar a sindicatos. Los elefantes son más fáciles de imaginar que de transportar, amaestrar, alimentar...

Quizá algún día - puede que cercano - las tecnologías nos permitirán confeccionar productos audiovisuales tan baratos como la escritura de un libro.

Mientras tanto, el novelista irá diez pasos por delante y los cineastas se incorporarán más tarde para consolidar y (en algunos casos) engrandecer ese trabajo.

Mientras tanto, Julio Verne seguirá imaginando el submarino años antes de que alguien tenga los medios y el valor necesarios para fabricarlo.


lunes, 25 de agosto de 2014

ESCRIBIENDO MI PRIMER GUIÓN DE VIDEOJUEGO


Llevo unos días trabajando en mi primer guión de videojuego.

¿Para quién lo escribo? Para mí mismo. Nadie me lo ha encargado, nadie me lo ha pedido.

¿Por qué? Porque necesito hacer cosas nuevas, aprender cosas nuevas, abrir las ventanas del cerebro para que se ventile un poco. Me gano el (poco) pan escribiendo para la tele y tengo escritos más largometrajes de los que alcanzo a mover. Quiero oxígeno.

Me embarco en esta nueva aventura motivado también por las experiencias de mi amigo Alby Ojeda, que lleva años abriéndose camino en este mundillo y es el creador de SKIP INTRO, uno de los pocos blogs en español que podréis encontrar sobre guión de videojuegos.

¿Qué sé yo sobre escribir videojuegos? Prácticamente nada. No tengo ni puta idea. Pero también empecé en su día a escribir novelas sin tener ni idea de cómo se escribía una novela, y empecé a escribir largometrajes sin saber cómo coño se escribía un largometraje. De momento sigo vivo, y mi manera favorita de aprender a hacer las cosas es haciéndolas (y cometiendo errores)

Lo que tengo entre manos es el guión de una aventura gráfica (bastante retorcida). No sé si conseguiré terminarlo, ni sé qué demonios haré luego con él.

Hay algo en los videojuegos que me seduce muchísimo: Cuando alguien juega está activando códigos de programación... y esos códigos son lenguaje matemático... y las matemáticas son números... son algo así como los átomos de la mente... los códecs a través de los cuáles percibimos y conformamos el mundo... puro Pitágoras... pura cosmogonía taoísta... a lo mejor cuando jugamos a un videojuego realizamos sin saberlo un ritual que va más allá de la propia experiencia lúdica... como si tocáramos un piano con una partitura capaz de despertar cosas más allá de lo visible.

Me encantaría crear un videojuego que al ser jugado abriese las puertas del Infierno. Eso sería interesante.

Mientras comento esto último recuerdo que hace años Alby y yo empezamos a desarrollar un guión de largometraje basado en este mismo concepto. Ira Celtíbera se iba a titular. Éramos jóvenes.

Tranquilos: Nunca fui bueno en Matemáticas. Si consigo abrir las puertas del Infierno será por pura intuición, o por un golpe de suerte.

Y a golpes de suerte y golpes de machete me voy introduciendo en una selva extraña. No llevo brújula... y eso me la pone dura.

Aprovecho para volver a compartir el post sobre videojuegos que escribí en su día para SKIP INTRO.



jueves, 17 de julio de 2014

CAMINAR POR FUERA Y CAMINAR POR DENTRO


Las mejores ideas se tienen caminando. O en la ducha, claro. Pero caminar es más barato que ducharse, y tiene efectos menos devastadores para el planeta, a menos que seas Godzilla.

Cuando caminas por fuera, caminas por dentro. Es como si tu cuerpo le diese ideas a la mente.

No obstante, hace poco me di cuenta de algo: Llevo varios meses saliendo a caminar sólo por mi barrio. Andando en círculo, como en una rueda de hamster. Es una situación que, en los últimos días, estoy intentando romper.

Ahora cuando salgo a caminar tomo la determinación de llegar hasta otros barrios. A veces incluso varios barrios en un mismo paseo. No lo hago solamente para obligarme a hacer más ejercicio (que también), sino por lo que comentaba más arriba: Creo que existe una relación entre cómo caminamos por el mundo y cómo caminamos por el interior de nuestra mente.

Si cambiamos de barrio físico, es posible que cambiemos de barrio mental. Si andamos en círculos sin atrevernos a salir de nuestro barrio, estamos poniéndonos tabiques a nosotros mismos, incluso a nivel conceptual. Estaremos forjando una actitud en la que ciertas ideas no se atreverán a salir.

Moverse hacia otros barrios en lo físico, en cambio, es invitar a tu mente a derribar tabiques, a acoger otras vías, otras influencias. Lo exterior influye en lo interior, y viceversa. Macrocosmos y microcosmos. El secreto de la alquimia.

Otras veces intento pasear por calles en las que nunca he estado. Encontrarlas y pisarlas por primera vez. Incluso en las inmediaciones de tu barrio hay sitios en los que nunca te has metido. Los has esquivado inconscientemente durante años. Si decides pisar por primera vez un lugar físico, a lo mejor le estás enviando a tu inconsciente mensajes subliminares para que pise por primera vez una idea, un estado mental, una actitud descabellada.

A veces me acuerdo de algo que probé hará un par de años, cuando todos los billetes de metro costaban igual, independientemente del trayecto. Improvisé sobre la marcha. Me sentía atrapado en mi propia vida y tomé una decisión: Compré un ticket de metro y me sumergí bajo tierra con la intención de bajarme en una estación en la que NUNCA hubiese estado. Quería aprovechar esa magia que nos permitía el metro de aquel entonces: Por el mismo precio, podías llegar en menos de una hora a cualquier sitio. Me bajé en Las Musas. Siempre me había gustado el simbolismo de ese nombre.

Las Musas resultó ser un barrio insulso, incluso feo. Edificios de ladrillos. Extrarradio. Pero me tomé un par de cañas en un par de bares muy majos y regresé a la civilización, consciente de que el auténtico viaje no lo había hecho por fuera, sino por dentro.

Ulises de "todo a cien".

En realidad ya hablé un poco sobre todo esto hace tiempo, en este otro post. La única manera que conozco de intentar ser creativo es rodear tu vida de cosas interesantes, e intentar mirar el mundo de formas interesantes. Todo lo que hacemos nos configura, nos programa. A lo mejor hay que perseguir lo inusual, para que se filtre por los poros de tu cráneo y te llegue al cerebro.

Quizá todo consista en eso, en lanzarle indirectas a tu inconsciente para que tu inconsciente te lance indirectas a ti.

Y hay que romper tabiques. Conformarse con lo lógico es un bajón.

Por ejemplo: La lógica me diría que éste es el momento adecuado para acabar este post. Ya ha durado demasiado.

¡A tomar por culo!

Voy a seguir.

Os voy a contar lo que me pasó ayer durante uno de esos interminables paseos que recorren varios barrios (interiores y exteriores)

Tras varios kilómetros de caminata me detuve en un bar y me recompensé con un par de merecidísimas cervezas. Mientras me las bebía masajeaba el clítoris de mi teléfono móvil y escuchaba el culebrón que tenían puesto en la tele del bar: Mexicanos que hablaban de sentimientos a otros mexicanos. Mientras me movía de Facebook a Twitter y de Twitter a Facebook (también en internet solemos encerrarnos en los mismos barrios) los diálogos del culebrón llegaban a mis oídos. Era todo muy solemne, muy melodramático. La clásica escena del tío que se declara a la tía desnudando su alma.

Y entonces, no sé por qué, me dio por mirar hacia el televisor. FUE MARAVILLOSO. ¡El galán que declaraba su amor... estaba maquillado de payaso! ¡Era un puto payaso! De repente, un ingrediente nuevo trastocaba lo tópico y lo convertía en algo mágico. Creo que el efecto no habría sido tan devastador si hubiese visto la escena desde el principio. El verdadero poder estaba en lo otro: En haber escuchado el diálogo romanticón intenso formándome una imagen en la cabeza y luego: Romper tabiques, mudarme de barrio mental, permitir que ese otro estímulo (el galán está vestido de payaso) entrase en mi cabeza para trastocarme, para contaminarlo todo. Luego deduje (por el resto de diálogos) que el culebrón en cuestión era "Amarte así, Frijolito".

Cinco minutos más tarde, en ese mismo bar, entró un tipo que pidió las cosas a la camarera de forma muy prepotente, con acento pijo. Otro payaso. ¿Quién se ha creído éste que es? Me giré para mirar con desprecio al recién llegado y... resulta que era un negro vestido de manera humilde. Una vez más, se me desmoronaron un par de tabiques mentales. ¡Ya no podía despreciarle! ¿Cómo va uno a despreciar a un negro vestido de manera zarrapastrosa? Mi cabeza, girando en su noria de hamster, había construido la imagen de un yupi impertinente. Es fácil detestar a un yupi, pero no podemos detestar a un negro. No es políticamente correcto. Un negro en chándal tiene todo el derecho a hablar de forma pija y pedir las cosas con prepotencia. Se lo ha ganado a pulso, por ser negro y tal. No tengo nada contra los negros. De hecho, cuando alguien es negro se me quitan automáticamente las ganas de detestarlo. A ese negro en cuestión, ni lo detesté, ni lo detecté.

A lo mejor éste sí es el momento de terminar el post, antes de que se alargue demasiado, pero no sé... después de haber contado este par de anécdotas uno esperaría que reflexionase un poco sobre el tema, que sacase conclusiones...

A fin de cuentas, hay un vínculo muy poderoso entre ese negro y ese payaso.

Y a lo mejor lo más creativo que puedo hacer con este post es joderlo hasta que deje de funcionar.

A lo mejor la creatividad consiste en destruir. Y viceversa.

Contradictorio, bidireccional.

Como una polla comiéndose a un becario.

Después de ese paseo quedé a tomar unas cervezas con Kike Narcea y Alberto Carpintero. Les conté lo del negro. Nos reímos mucho (no por el negro, sino por muchas otras cosas) La velada terminó con ellos dos discutiendo encarnizadamente sobre si Leone era o no mejor realizador que Tarantino.

miércoles, 2 de julio de 2014

¿HAY QUE CONOCER LAS REGLAS PARA PODER SALTÉRSELAS?




Hay que conocer las reglas para poder saltárselas.

Mis profesores me lo decían en la universidad, y yo mismo se lo he dicho a mis alumnos, cuando los he tenido.

Hay que conocer las reglas para poder saltárselas.

Sí, he pronunciado esa frase, y la he defendido, e incluso he creído en ella.

Pero cuantos más años cumplo, cuantas más páginas escribo, cuanto más aprendo a mirar a mi alrededor, menos convencido estoy de ello. No digo que rechace la frase de manera tajante. Simplemente, no lo tengo tan claro. Tengo dudas.

Uno lee cosas que escribió de joven, antes de recibir una formación... uno lee cosas que escriben los niños... uno lee el guión o la novela de un autor "no profesional"... y encuentra hallazgos, dechados de pureza que nunca habrían podido salir de una mente domesticada.

Por otra parte, las reglas tienen un gran peligro, al menos en mi caso: Una vez que las conozco, me siento muy cómodo con ellas y tengo la sensación de que puedo contar cualquier cosa sin desobedecerlas. Porque llevan mucho tiempo inventadas, las cabronas. Las reglas nos conocen a nosotros mucho mejor de lo que nosotros las conocemos a ellas, y mucho mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos.

Las reglas son una prisión lo suficientemente amplia para englobarnos, para que no nos sintamos constreñidos. De pronto me vienen a la cabeza esas tortugas que crecen más o menos según el tamaño de la pecera en la que las encierres. ¿Debemos conformarnos con nuestra pecera o debemos construir una más grande? ¿Merece la pena convertirnos en tortugas gigantes, o somos felices siendo tortuguitas minúsculas?

De pronto me acuerdo de mis comienzos como escritor. Escribía novelas sin parar, una tras otra. Novelas que ahora mismo no me atrevería a enseñar a nadie sin ruborizarme. En ellas experimentaba con los signos de puntuación, me inventaba palabras... quería innovar. Todavía me pasa, de vez en cuando.

Luego creces - o algo parecido - y te das cuenta de que puedes comunicar lo mismo y transmitir las mismas sensaciones respetando las reglas de la gramática comunmente aceptada. Poco a poco, uno deja atrás la edad del pavo del artistilla y se da cuenta de que las cosas realmente importantes, las que remueven a los demás por dentro... no dependen tanto de la forma como del sustrato. Lo que realmente nos atrapa o nos descoloca son los conceptos, las ideas, los bocetos de personajes... las decisiones formales deben ser como ninjas, que nos ayudan a transmitir eso lo mejor posible, pero de una manera tan virtuosa como invisible.

Creo que las reglas son domesticarse. Son podar una planta que desearía crecer de manera salvaje. PERO LAS ASUMIMOS POR AMOR. Del mismo modo que Jaime Lannister es capaz de arrojar a un niño desde una torre por amor, nosotros somos capaces de aceptar los límites que nos imponen las reglas... por amor.

No nos engañemos: Escribimos para que nos quieran. No nos engañemos: Escribimos porque, muy en el fondo, queremos a esos hijos de puta hacia los que nos dirigimos, incluso cuando tecleamos para joderles y para meterles los dedos en las llagas. Es otra forma de amor. Una especie de sexo made in David Cronemberg.

Las reglas nos limitan, pero las necesitamos para comunicarnos con esos lectores (o espectadores) que amamos. Yo podría innovar ahora mismo escribiendo:

ñfdjfjklfberfiluhuiiiiiiiiirrrrrrroooinnnckcccllklklkdnjkdsnjkds

Seguro que nadie ha escrito eso antes. Pero hay algo aún más seguro: Lo que acabo de escribir no lo va a entender nadie, ni le va a importar a nadie.

Asumir las reglas es como irte a vivir a un país extranjero y aprender su idioma: Un idioma con el que no te has criado, con el que no podrás expresar todo lo que llevas dentro... pero lo aprendes y lo hablas, porque necesitas que te entiendan, que te quieran... Todos asumimos las reglas (en mayor o menor medida, consciente o inconscientemente) porque no nos gusta estar solos. Incluso el naúfrago voluntario, en su retiro, tendrá ganas de enviar un mensaje embotellado de vez en cuando.

¿Pueden mutar las reglas? ¡Por supuesto! Lo hacen constantemente.

¿Podemos - y debemos - arrojar piedras contra la pecera en busca de otra pecera más grande? Creo que ya he hablado sobre eso por aquí, posiblemente en la entrada que he enlazado hace un rato: Las grandes innovaciones, las grandes genialidades... rara vez son intencionadas. Si te sientas ante el folio pensando "Voy a innovar", no te olvides de ponerte una nariz de payaso a juego con ese pensamiento.

Yo creo que se innova por accidente.

Como pasa con todos los aspectos de la vida, más de la mitad de lo que escribimos lo decide nuestro inconsciente. Cuando organizamos el magma que llevamos dentro concretándolo en palabras, en historias... ahí está nuestra razón construyendo barcos en los que nuestro inconsciente viaja como polizón.

Me viene a la cabeza el guión de MÍ, una peli que escribí para César del Álamo. Escribí la primera versión sin plantearme qué profesión tenía la protagonista. Simplemente me dejaba llevar, me centraba en los auténticos motores de la peli. Luego, en la segunda versión, decidimos añadir un epílogo en el que viésemos a la prota en su vida normal (la primera versión arrancaba directamente con ella sumida en las circunstancias surrealistas que gobiernan el resto de la peli). Cuando tuve que escribir ese prólogo, me di cuenta de que ese personaje era arquitecto, y que había elegido esa profesión para contentar a sus padres. Puede que, sin yo quererlo, añadiese un leve tinte autobiográfico: A mi padre le habría encantado ser arquitecto y no lo fue. Luego intentó convencerme para que yo estudiase Arquitectura, y no lo hice (decisión que él respetó en todo momento). El caso es que yo escribí el guión sin pensar en una mujer arquitecto, pero creo que inconscientemente la arquitectura ya estaba ahí.

En ese sentido, creo que las cosas realmente profundas, las que realmente convierten cada obra de arte en algo vivo, no las controlamos del todo. Da igual si respetamos o no las reglas. La diferencia entre un ferrari y un seat seiscientos no depende de cómo se detienen para respetar los semáforos.

Creo que si un escritor quiere escribir cosas buenas, tiene que cultivar el inconsciente, y eso se consigue - o eso espero - viviendo, planteándose las cosas, escuchando, moviéndonos por el mundo intentando encontrar significados en él.

No sé si hay que conocer las reglas para poder romperlas, porque ni siquiera estoy seguro de que haya que romper las reglas. Igual debemos olvidarnos de estos debates estériles e intentar tener vidas interesantes, para convertirnos en personas interesantes y contar cosas interesantes, incluso sin querer. Y no hace falta viajar a Machu Pichu o a Birmania para tener una vida interesante. Creo que es algo que depende más de la actitud de cada uno que de las experiencias vividas.

A modo de curiosidad, diré que he tecleado "A la mierda las normas" en Google para buscar una foto con la que ilustrar este post, y el segundo resultado que me ofrecía Google era este otro post que escribí hace tiempo.

martes, 24 de junio de 2014

PERDER EL TIEMPO NO ES PERDER EL TIEMPO




Cada vez se habla más de lo mucho que perdemos el tiempo procrastinando en redes sociales.

Cuando - como es mi caso - te ganas la vida escribiendo (o lo intentas) te acostumbras a que te increpen con frases como: 

"Si dedicaras a trabajar las mismas horas que inviertes en tuitear o comentar en Facebook, ya tendrías escrito un libro entero, o un largometraje."

Yo mismo bromeo con frases como ésa de vez en cuando. Lo irónico del asunto es que esa clase de reproches suelen publicarse en un tweet, o en un estado de Facebook. 

No obstante, si intento ponerme serio, os diré que:

El hecho de considerar el tiempo en redes sociales como tiempo perdido es un síntoma de nuestra sociedad enferma, y de una concepción del trabajo igual de enferma.

Como ya he comentado en entradas anteriores, creo que nos educan para que nos sintamos incómodos si intentamos considerar como "trabajo" cualquier actividad que no cumpla una de estas condiciones, o ambas:

- Pasarlo mal mientras lo realizas.

- Generar un beneficio económico.

Por mi parte, cada vez estoy más convencido de que todo funciona mejor cuando podemos permitirnos elegir labores con las que realmente disfrutamos. Los senderos por los que circula la obligación son los mismos que utiliza la pasión. Llegas al mismo sitio, pero la percepción del viaje es diferente. 

Como reza el cartel con el que he encabezado esta entrada:"El trabajo que haces mientras procrastinas es probablemente el trabajo que deberías estar haciendo durante el resto de tu vida."

Ya sea porque Adán y Eva mordieron una manzana, ya sea porque Caín mató a Abel, ya sea porque estamos genéticamente programados para sobrevivir en una jungla de la que escapamos hace siglos... somos casi incapaces de disfrutar del trabajo sin sentirnos culpables.

Estoy seguro de que nadie criticaría el tiempo que invertimos leyendo y comentando en redes sociales si el hecho de hacerlo fuese una obligación, si sufriéramos con cada línea que escribimos ahí. Existe una especie de mercado del sufrimiento cuyas acciones cotizan en la bolsa de nuestra conciencia.

Y ya que hablamos de mercados, prestemos atención al otro factor que, por inercia, le exigimos a cualquier trabajo: Generar beneficios económicos.

Si alguien nos dice que trabaja como comunity manager queda automáticamente perdonado. Esa persona es libre de navegar por Twitter y por Facebook, porque ha logrado convertir su conducta en un engranaje del sistema: Le pagan un sueldo, y sus acciones en el ciberespacio tienen, en última instancia, una finalidad mercantil. Promocionan marcas, las posicionan, les lavan la imagen: Atraen o fidelizan consumidores que a su vez, tarde o temprano, se convierten en dinero.

Así de fina es la membrana que separa un juguete de una herramienta.

Pero si tu incursión en las redes no está homologada, si no te han dado el título de comunity manager... serás un vago. Aunque aprendas cosas interesantes cada veinte minutos, aunque te estés dedicando a algo tan importante como ampliar y afianzar tu círculo social, aunque pongas todo tu esfuerzo en concienciar a otras personas sobre ciertos temas, o en hacerlas reír, o en compartir con ellas información de cualquier tipo.

Creo que es una simple cuestión de perspectiva.

Las revoluciones son muy fáciles de percibir y de estratificar cuando las contemplamos a través del prisma de la Historia. Caemos en el error de pensar que la coyuntura y la manera de pensar de una civilización entera cambian de golpe, de la noche a la mañana. En el colegio nos obligaban a elaborar aquella tira histórica con papel milimetrado. En ella sólo necesitábamos un milímetro para decidir que habíamos pasado del pensamiento medieval al renacentista, o de la Ilustración al Romanticismo.

Sin embargo, del mismo modo que un español de 1492 no era consciente de dejar de ser medieval para convertirse en renacentista, tampoco nosotros percibimos nuestra incómoda condición de eslabón perdido. Las revoluciones del pensamiento son terremotos que se desperezan con una lentitud arbórea. 

El advenimiento de la informática, de internet, la nanotecnología, la telefonía móvil, las redes sociales... son eslabones de una revolución tecnológica imparable, en espiral. La tenemos tan cerca, la vemos eclosionar tan rápido, que aún no hemos asimilado los cambios que genera en nuestra sociedad, en nuestro propio pensamiento, en nuestra manera de percibir la realidad. 

Si la aparición de la imprenta o la máquina de vapor fueron temblores de 5 en la escala de Richter, ahora mismo nos hallamos en el epicentro de un meneo de... yo qué sé... 8 ó 9 en esa misma escala.

Estamos inmersos en una crisálida gigantesca: Tan inmersos y tan cerca de ella que no podemos contemplarla en todo su esplendor, ni descifrar todos sus significados, ni vislumbrar la clase de bicho que alzará el vuelo tras esta metamorfosis.

Nos tomábamos muy en serio a McLuhan cuando decía aquello de "El medio es el mensaje", pero nos olvidamos de que, aunque McLuhan esté muerto, su teoría sigue viva... y el medio sigue mutando. 

¿Cómo podemos llamar al paradigma actual? ¿Galaxia de Gates? ¿Galaxia de Jobs?

Da igual el nombre.

Si cambia el medio, cambia el paradigma.

Cambia nuestra forma de percibir, y nuestra forma de comunicar.

He oído a productores importantes decir que desconfían de un guionista que pasa demasiado tiempo escribiendo cosas en redes sociales. Considero que ésa es una visión obsoleta, anclada en el viejo paradigma.

Hasta ahora hemos escrito obras compactas, encapsuladas, sometidas a unas líneas espacio-temporales muy rígidas, pues así es como el público de las "galaxias" anteriores las entendía y demandaba: en sus salas de teatro, en sus cines, en sus televisiones. Yo espero que esta clase de obras se sigan escribiendo y consumiendo durante muchas décadas, o incluso siglos... 

... pero no nos engañemos:

Internet está alterando la manera en que la gente consume el audiovual (en particular) y la narrativa (en general). Está alterando la manera en que percibimos el mundo. No nos damos cuenta de ello, pero probablemente nuestros cerebros se están adaptando para recibir y procesar la información de maneras inconcebibles para la clase de homínido que éramos hace un par de décadas.

Intuyo que si otros medios de comunicación eran un estrecho canal a través del cuál concentrar y proyectar el pensaje, internet es un océano donde los componentes de dicho mensaje pueden dispersarse y envolver al receptor, estimulándole desde direcciones distintas, incidiendo desde distintos ángulos.

Del mismo modo en que el comunicador de ayer necesitaba convertir su mensaje en una píldora concreta, con sus ingredientes concentrados a través de un discurso unitario, el comunicador de mañana... ¿acaso no emitirá su obra dispersándola a través de las mil alternativas que ofrece el ciberespacio? 

Si Kant o Woody Allen necesitaban adaptarse al formato del libro de ensayo o del largometraje para transmitirnos su visión del mundo, puede que los Kants y Woodys del futuro logren lo mismo a través de un discurso caleidoscópico que se esparcirá a través de tweets, mensajes de Facebook, vídeos de Youtube, entradas de blogs, conversaciones en foros... Una misma obra podrá dispersarse a lo largo de meses, años... manando de recipientes distintos, pero complementarios... o aguardando en el interior de dichos recipientes a que un público menos pasivo que el actual acuda a su encuentro. 

Del mismo modo en que el espectador de ayer unía en su cabeza los párrafos de un libro hasta percibir un todo unitario, el espectador del mañana tendrá la mente configurada para decodificar otra clase de obras: para reunir toda esa actividad diseminada por el ciberespacio-tiempo... ensamblarla... y percibirla como un todo unitario.

Nos cuesta aceptarlo, porque somos ese incómodo eslabón perdido del que hablaba un poco más arriba. Ya no somos el espectador de ayer, pero tampoco somos aún el espectador de mañana. Ni hemos dejado atrás al narrador de ayer, ni ha despertado de su crisálida el narrador de mañana.

Ya hay titubeos, por supuesto. Cada vez está más de moda la palabra transmedia, pero se suele usar para vendernos una especie de prótesis, un botiquín de remiendos para obras que no funcionan por sí solas. Pocos son los que proponen el transmedia como un modo de concebir el mensaje en sí mismo, en vez de como una oportunidad de negocio, o un complemento ortopédico.

Como eslabón perdido que soy, temo que este galimatías que acabo de escribir no se perciba como un todo unitario, así que intentaré resumir el espíritu del post: 

Disfrutemos con lo que hacemos y no nos sintamos culpables si ese disfrute no encaja en el sistema de engranajes imperante. 

Es muy posible que el sistema esté obsoleto, y que a nosotros nos estén creciendo alas.

sábado, 21 de junio de 2014

LA ESCRITURA Y EL MIEDO




Cada escritor aborda el proceso de escritura de una forma distinta pero, a riesgo de resultar reduccionista, podemos dividir a todos los escritores del planeta en dos grandes grupos:

LOS QUE CONFÍAN EN REGLAS:

Herederos del positivismo, la Edad de la Razón, el Arte que capitula ante la Ciencia, ante las normas, ante una especie de ingeniería conceptual... Mc Kee, Syd Field, Snyder, Truby...

Tienen fe ciega en la receta. La narrativa consiste en estructura, estructura y - por último, pero no menos importante - ESTRUCTURA.

Escaletas, puntos de giro, actos, que pase algo en la página 23 y en la 50 y que el protagonista tenga un arco. Ir de viaje siguiendo las rutas trazadas en el mapa, atendiendo a las recomendaciones del Trip Advisor.

Si eres un niño bueno, si haces bien los deberes... ¡no te preocupes! ¡Tu historia funcionará!

LOS QUE RENIEGAN DE LA NORMA:

Los descreídos, los cínicos, los que llevan demasiadas páginas conduciendo por todo tipo de carreteras, principales o secundarias. Su único manual es el campo de batalla, la dinámica de ensayo y error, ensayo y error, ensayo y error... Y con cada error, un nuevo litro de bilis que añadir a su derrotista concepción del mundo.

Las historias son fósiles de criaturas extrañas, criaturas más antiguas que nosotros mismos, criaturas que descubrimos cuando excavamos en nuestros inconscientes (por usar el símil de mi querido Stephen King).

Contra cada manual esgrimido por el primer grupo, los individuos de este segundo grupo contrarrestan con pruebas empíricas de que la realidad es más compleja que las páginas, de que los caprichos del público son impredecibles. Ninguna de las recetas que intentamos patentar ofrece garantías de nada. La diferencia entre un éxito abrumador y un fracaso estrepitoso responde a factores inescrutables, imprevisibles, imponderables.

¿QUÉ TIENEN EN COMÚN AMBAS POSTURAS?

He intentado resumir las dos visiones imperantes en el mundillo de la escritura, o incluso en el mundillo de la creación artística en general.

Te insultaría, amigo lector, si diese por hecho que perteneces de forma exclusiva a uno de estos dos extremos. Los seres humanos no somos criaturas tan simples... tan binarias para adscribirnos exclusivamente a un polo u otro, pero la mayoría de nosotros estamos más cerca de uno de esos puntos de vista, aunque usemos ingredientes del opuesto para matizar y enriquecer nuestros argumentos.

No obstante, ambos posicionamientos comparten un ingrediente común:

EL MIEDO.

Creo que la mayoría de nosotros nos precipitamos hacia un hemisferio u otro según la clase de cosas con las que rima nuestro miedo.

En el fondo se trata de una versión moderna del antiguo paradigma de: religiosos versus existencialistas:

Los de las normas temen la incertidumbre: miedo a que dos más dos no sean igual a cuatro, miedo a ser un niño bueno y que ello no implique recompensa alguna, miedo a que el concepto de Justicia no trascienda la frágil arbitrariedad del pensamiento humano.

Los creadores anarquistas tienen miedo a asumir responsabilidades, a que exista un baremo objetivo para dictaminar cuándo hacemos algo bien o cuándo hacemos algo mal, a descubrir que lo más importante para nosotros como individuo puede resultar irrelevante para nosotros como especie.

Se trata del MIEDO canalizado en dos direcciones distintas, pero el mismo MIEDO a fin de cuentas.

Y digo yo (que a lo mejor ni siquiera soy yo quién para decirlo) que basta ya de miedos y de egos...

... que a lo mejor los que se rigen por normas y por métodos no son menos "artistas" que quienes curran de manera anárquica...

... ni los que reniegan de esos métodos son necesarialmente menos "profesionales"...

... que a lo mejor nos preocupamos demasiado por cómo preferimos trabajar nosotros y demasiado poco por cómo cada historia necesita que la trabajemos a ella...

... que a lo mejor ni siquiera es conveniente abordar todas las historias con las mismas técnicas...

... que a lo mejor existen infinitas escalas de grises entre la señora de Cuenca y el gafapasta de los Renoir...

... que a lo mejor ambos extremos son igual de útiles, igual de interesantes...

... que a lo mejor todo esto era más divertido y más fructífero cuando nos zambullíamos en el folio y el teclado con pasión gamberra...

... que a lo mejor ambos extremos están interconectados, y al mismo tiempo ensombrecidos por ese tabique que los une y los separa:

El MIEDO.

martes, 13 de mayo de 2014

MIS NOVELAS PERVERSAS.



Aquí podéis comprar "La Mierda" y "La Emperatriz de los Insectos" EN PAPEL.

Aquí podéis comprar "La Mierda" y "La Emperatriz de los Insectos" EN eBOOK.

AQUÍ, ALGUNAS CRÍTICAS:

VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ en ESCRITORES SUCIOS. (LAS LECTURAS MÁS SUCIAS DEL 2013)

"... marcianas y escatológicas, excesivas y tremendas, prodigios de imaginación y oficio, una delicatessen, en suma, para lectores desprejuiciados. Exclusivamente, eso sí, para mayores de 18 años."

MIGUEL ANTONIO LUPIÁN SOTO en PENUMBRIA.

"... estas obras están hermanadas por la brevedad/concisión, por un ritmo frenético, por la pericia para describir situaciones y ambientes, por un lenguaje sucio pero limpio, por una búsqueda… (siempre he sostenido que si una obra no propone una búsqueda no es literatura)."

JAVIER BOCADULCE CARRERO en ABANDOMOVIEZ.

"No se puede acceder a esta obrita sin una mente clara y despejada de prejuicios. Es ficción. Eso ha de quedar claro. No debería identificarse al autor de la narración con los personajes descritos. Aberración, depravación, descenso al pozo más miserable de la condición ¿humana?, calidad literaria muy por encima de todo, humor ácido e irreverente - marca de la casa-, acción, ritmo, imaginación, originalidad...¿qué más puede pedirse a una novela?"
 
GUIONISTA ENFURECIDO.

"... son dos novelas muy parecidas en cuanto a estilo, tono, duración y tema, pero no tienen nada que ver la una con la otra, se pueden leer de manera independiente. Pero ambas se complementan de alguna forma, crear un universo conjunto de terror enfermizo lleno de sexo y violencia, no apto para cualquiera. De hecho, incluso los que estéis acostumbrados a leer historias retorcidas, brutales, sangrientas, salvajes y llenas de amputaciones, vomitéis con estas dos pequeñas joyas de lo grotesco.

Pero nada más empezar a leerlos te absorbe un remolino de curiosidad, se vuelve una necesidad vital saber qué va a pasar a continuación y cómo los protagonistas de cada novela van a lograr salir de esa situación. El estilo, el ritmo y la trama están tan bien escritos que una vez has empezado tienes que llegar al final por cojones." 

KEBRANTAVERSOS SOBRE "LA EMPERATRIZ DE LOS INSECTOS".


"Una novela corta tan grande que no te deja ni un momento para el respiro. Que te hace querer más y más. Que hace que no levantes la vista de las páginas hasta su desenlace. En esta novela hay mucha mala baba, mucho sexo brutal, muchísima violencia explícita e implícita, muchos insectos y unas gotas, muy pocas de amor. Me ha recordado en su formato a las novelitas de bolsillo, pero su esencia es de novela grande. El ambiente esta perfectamente descrito, al igual que los personajes, casi sacados del infierno."

KEBRANTAVERSOS SOBRE "LA MIERDA".

"es otro de esos textos en los que es difícil despegarse de ellos una vez iniciado el proceso de lectura. Un muy digno texto salido de la mente de un más que digno escritor que espero nos siga regalando más escritos."

ROMÁN PINAZO DÍEZ EN "ARCHIVOS DEL MINISTERIO DE LA VERDAD".
 
"Son libros que muerden. Pero no en el sentido literal, no muerden las manos o la cara. Lo que mordisquean es tu alma, tu corazón, tu fé en la raza humana. Sus dientes, las letras que forman palabras ácidas, corrosivas. Y al mismo tiempo, te atrapan. Una vez que empiezas a leer no puedes parar. Siendo guionista profesional, Ramírez sabe despertar la curiosidad del lector, quieres saber cómo continúa la historia, y de vez en cuando sorprende con giros argumentales tan delirantes como acertados."

jueves, 20 de febrero de 2014

TIEMPO, CORAZÓN Y VIDA.




Esta entrada, muy en el fondo, trata sobre por qué llevo tantísimo tiempo sin actualizar.

La cabeza no me da para más. Me gustaría decir que "no tengo tiempo". Sonaría más cool, más sofisticado... pero no es únicamente una cuestión de tiempo: Es también, y sobre todo, una cuestión de neuronas.

No sé si es que en otros tiempos no me lanzaba a currar en tantas cosas al mismo tiempo, o si es que antes mi cerebro era más multitarea, más Microsoft Windows.

Lo tecleo, lo reflexiono y... creo que se trata más bien de la "opción A". En otros tiempos me centraba en un proyecto, lo terminaba, empezaba otro, lo terminaba... y así continuamente.

Ninguno de esos proyectos solía llegar a buen puerto. Sólo uno de cada diez o veinte. Por eso suelo llamarlos "huevos de tortuga". Plantas cien en la arena y sólo dos o tres llegan a la playa antes de que se los coman las gaviotas.

Pero antes, cuando cagaba cada huevo de tortuga, lo cagaba con amor, con algo parecido a la serenidad, en un báter sagrado, y leyendo el periódico en vez de mirar preventivamente a mi alrededor en busca de esas gaviotas hijas de la gran puta.

Ahora es distinto. Ahora mi cabeza está compartimentada como si fuera una viñeta del "13 Rue del Percebe": Cada apartamento es un proyecto distinto y los tabiques son tan finos que las voces de los unos desconcentran a los otros. Me paso las mañanas cambiando de chip como un DJ con triple personalidad: Ahora a centrarme en este guión, ahora en este otro, ahora largos, ahora sketches, ahora la obra de teatro, ahora la antología de relatos, ahora ese guión para el Notodo porque estás a mil cosas pero es que el plazo termina ya y quién sabe, a lo mejor luego resulta que lo peta y mejor haberlo escrito que no haberlo hecho y etc etc etc etc y más etcétera.

En los últimos años ya me he acostumbrado a esas circunstancias. Las asumo como algo a lo que hay que resignarse: una especie de reuma.

Mi novia, sin embargo, me dijo hace unos meses algo que me impactó como un bofetón de perspectiva. Voy a parafrasearlo de memoria:

"Yo antes de conocerte pensaba que los escritores érais como los personajes de Stephen King, que os tomábais vuestro tiempo y llenábais las papeleras de papeles arrugados, pero veo que os tratan más bien como a máquinas expendedoras. Os aprietan un par de botones y esperan que les entreguéis un guión automáticamente y en el momento que ellos digan."

¿Cómo hemos llegado a eso?

Obviamente, hay que tener en cuenta que el escritor de guiones no se puede permitir, por definición, los mismos lujos que el escritor de relatos o novelas. Todos conocemos las historias de guionistas en los años dorados de Hollywood, prácticamente encadenados a una máquina de escribir en un piso de mala muerte, y con la obligación de parir un guión cada semana, o cada finde.

Pero incluso eso me parece más accesible que lo que vivimos ahora tanto yo como muchos otros compañeros con los que he tenido ocasión de hablar. Es fácil decirlo así, a la ligera, pero yo casi prefiero que me encadenen para escribir un largo "intrascendente" en un fin de semana a que me tengan varios meses subarrendando porciones de mi cabeza para distintos proyectos, de los cuáles sólo un par serán remunerados (con suerte), otro par te los pagarán "si la cosa funciona" y el resto ya tienes asumido que jamás te harán ver un céntimo y que los haces por amor al arte.

Eso no es vida.

Hace algunas semanas hablaba de esta problemática con un guionista brillante, con mucha más experiencia que yo, y que está supervisando uno de los proyectos en los que estoy ahora. Y con gran puntería, con gran capacidad de síntesis - algo habitual en él - resumió la clave del asunto en una sola frase que, una vez más, parafraseo de memoria:

"El problema está en que tenemos que trabajar en demasiadas cosas a la vez porque ninguna de ellas se paga lo suficientemente bien para vivir de ella."

Es tan lúcido y tan clarito que, leído así a posteriori, parece de perogrullo. Pero no nos lo terminamos de creer. O no terminamos de creer que tenemos derecho a reivindicar lo contrario.

Creo que los guionistas de mi generación hemos aterrizado en un terreno muy incómodo, muy indefinido. Antes de nuestra llegada, había guionistas (no todos) que cobraban sueldos pornográficos. Y pocos años después de haber llegado, nos ofrecen sueldos que son más bien limosnas, o a veces ni eso.

Ya va siendo hora de que alguien nos ofrezca el término medio entre una cosa y la otra.

Creo que hablo por todos los guionistas y escritores (o por un alto porcentaje de ellos) cuando aseguro que no queremos cobrar cantidades exorbitadas de dinero. No insinuamos que nuestro trabajo tenga que estar más cotizado que el de los demás departamentos. No merecemos cobrar más que el resto de los profesionales necesarios para producir una ficción.

Todos los sectores del audiovisual hemos sufrido los "recortes", todos hemos visto mermar el número de ceros en los contratos. Pero creo que los guionistas somos las víctimas más evidentes del más miserable de los saltos cuánticos: Pasar de cobrar algo a cobrar NADA.

Escribir es una profesión muy vocacional. Sí... ya sé que todas las relacionadas con el audiovisual lo son, pero los escritores somos especialmente gilipollas. Y...

... los productores, directivos e hijos de puta varios lo saben demasiado bien.

Otra cosa que saben demasiado bien: Que no se quieren jugar su propia pasta, y para no jugársela necesitan conseguir pasta ajena, y para conseguir pasta ajena necesitan a un pringao que tenga una idea, y que la desarrolle, y que la convierta en un formato con potencial dramático. ¡Pero esos "trámites sin importancia" hay que realizarlos para que alguien ingrese la pasta y, por tanto, ANTES de que alguien ingrese la pasta!

CONCLUSIÓN: Si hay algo que no le interesa a un productor, es que el guionista se sienta legitimado para cobrar por su trabajo justo en el momento en el que está haciendo ese trabajo, o sea: En el momento en que aún no existe dinero para pagarle.

Quizá por eso los guionistas no tenemos epígrafe propio y tenemos que compartirlo con los escayolistas y otras cien profesiones, en plan piso de camas calientes.

Quizá por eso resulta tan complicado establecer un sindicato de guionistas en España. Yo solía hacer el chiste de que los de ALMA habían elegido ese nombre porque necesitaban llamarse como algo que fuese INVISIBLE, pero voy retractándome día a día: Nunca he visto a ALMA tan activa y tan luchadora como este año. Pero tampoco he visto nunca tantos obstáculos en su camino. Y es que resulta difícil asentar un sindicato en un contexto tan "buenista" para las cosas que no importan y tan cínico para las cosas que realmente importan.

Insisto: No creo que los guionistas (o los escritores en general) debamos cobrar mucho más que cualquier otro departamento de la producción que aporte las mismas dosis de esfuerzo al producto final, pero...

... a riesgo de fliparme un poco...

... creo que en los últimos años, e incluso en los últimos siglos... e incluso en los últimos milenios...

... hemos despojado a nuestra profesión de su carácter sagrado.

Antaño... en los tiempos de las tribus... incluso en los tiempos de nuestros bisabuelos... el contador de historias se consideraba un elemento clave dentro de la comunidad. Transmitía no sólo sabiduría, sino también emociones, enseñanzas, interrogantes, encrucijadas morales... En las sociedades ancestrales el cuentacuentos estaba al mismo nivel del druida, del hechicero, del herrero, del cazador, del guerrero... De hecho, no había demasiada distinción entre los conceptos de "profesor" y "cuentacuentos".

En la actualidad, creo que nuestro rol social es igual de importante, pero no igual de cuidado, ni igual de respetado. Actualmente los beneficios prácticos de nuestra profesión, los que nos permitirían vivir de ella y poder centrarnos en ella como se merece, no repercuten en quienes la ejercemos, sino en los directivos de aquí y de allá, en las compañías telefónicas que facilitan el pirateo de los contenidos... e incluso en ese tipo que va a invitarte mañana mismo a un café para que le escribas un piloto de una serie que de momento no puede pagarte, pero que si consiguen venderla bla, bla, bla, bla, bla...

Y ese menosprecio lo vivimos los guionistas, y los realizadores, y los de producción, y los equipos de cámara, y de maquillaje, y de atrezzo, y de post-producción... ahora somos más gente repartiéndonos el pastel... pero es que antes las historias las contaba una sola persona en una cueva, a la luz de una hoguera... ahora las cuentan cienes de personas, para que lleguen a millones.