domingo, 31 de mayo de 2009

FUERTEVENTURA, LIBROS Y EL UNIVERSO GIRANDO A MI ALREDEDOR


Escribo desde mi adorada Fuerteventura. He venido un par de días a ver a la familia, reencontrarme con gente importante, dar achuchones a mi perro, beber cerveza Tropical... Cargar las pilas, en general.
Desde que llegué a esta isla (a los tres años de edad) nunca había estado tanto tiempo fuera de ella. Llevaba cinco meses sin pisarla, y creo que de alguna manera necesitaba regresar. Fuerteventura es distinta al resto de lugares en que he vivido. Es una isla donde el tiempo late a otro ritmo, donde el sol ilumina de una manera distinta y donde incluso el aire tiene una textura y un olor diferentes. Eso es lo primero que uno nota al salir del avión. Supongo que así es el aire africano.

Dentro de unas horas cojo el avión de regreso acompañado por un libro prometedor del que os hablaré más adelante.

Porque en primer lugar quiero hablaros del libro que me acompañó en el viaje de venida: Langoliers, del gran Stephen King. Llevaba años queriendo leer esta novela (que se edita, junto con La ventana secreta, en un recopilatorio titulado "Las dos después de medianoche") pero parecía haber desaparecido de todas las librerías del planeta. Probablemente estuviera descatalogada y ahora alguien ha decidido reeditarla, porque el otro día entré en la Fnac de Donosti y me di de bruces con un estante lleno de ejemplares. Compré uno sin dudarlo, y lo he devorado.

Me ha encantado. Una de las mejores cosas que he leído de Stephen King, que ya es mucho decir. Y es que King es un autor irregular, pero siempre honesto y talentoso. Y en la mitad de las novelas que le leo acabo desertando a la mitad, pero cuando me conquista, me conquista más que nadie.

En Langoliers, camuflándose bajo una sencillez conseguidísima y una aparente falta de pretensiones, Stephen King demuestra una vez más su maestría a la hora de definir a sus personajes, a la hora de hacerlos creíbles, a la hora de sumergirlos (junto al propio lector) en un mundo que casi se podría tocar. Escrito con esa prosa sencilla y directa habitual en el autor, salpicada de metáforas adecuadas, pertinentes, bien engrasadas, lo suficientemente inteligentes para no brillar más de lo necesario.

Aunque la novela genere un hechizo que te impide parar de leer, el ritmo es más bien lento, incluso agónico. Las cartas se van desvelando sobre la mesa de forma tan paulatina y redundante que la trama resulta predecible a corto plazo. La mente del lector siempre va dos o tres pasos por delante de la de los personajes. Pero creo que es algo pretendido por el propio King y, de hecho, una constante en su literatura: Stephen King suele escatimar en elipsis. No nos ahorra nada, ni siquiera lo más trivial. Si un personaje tiene que ir a afeitarse, nosotros nos vamos al baño con él, y asistimos a los pensamientos y a las sensaciones que tiene el tipo en cuestión mientras se afeita. Un escritor más dinámico nos habría ahorrado ese trozo, y habría ido directamente a lo "importante". Como resultado, los ritmos de King pueden llegar a ser desesperantes, pero en cierto modo es un precio que hay que pagar para que los personajes cobren consistencia, para que lector llegue a conocerlos del todo, a sentirlos reales, a empatizar con ellos. Eso es lo que hace que dichos personajes nos importen hasta el punto de saltar de la silla con dolor si el personaje muere, o saltar de alegría si se salva.
Y es que Stephen King demuestra una capacidad de empatía acojonante a la hora de tratar a sus personajes. Como resultado de ello, en esta novela encontramos uno de los mejores "villanos" que he leído en mi vida.

Pero lo bonito de Langoliers es que no se trata solamente de una novela de intriga, ciencia ficción y aventuras. También es un poema, una gigantesca alegoría, sencilla y eficaz, haciendo referencia a realidades casi metafísicas que cualquier ser humano siente en sus propios huesos, día tras día. En ese sentido, Langoliers (al igual que IT - novela escrita, si no me equivoco justo el año anterior) es un Stephen King que aprendió a soñar a la manera de Ray Bradbury.

Eso sí: Los que tengáis miedo a volar, no hagáis como yo. Langoliers no es la clase de libro que se deba leer en un avión. Aunque reconozco que leerlo a 10.000 metros de altura es una experiencia única, similar a la que debió de sentir Bastian en La historia Interminable.

Por cierto, que cuando uno lee Langoliers tiene la sensación de que está (una vez más) ante un referente que pudo influir muy mucho a J.J Abrahams a la hora de crear su serie Perdidos (según mi hermana, para ser "guay" hay que decir "Lost" en vez de "Perdidos") La cantidad de ingredientes comunes entre esta novela de 1990 y la serie de Abrahams es para pararse a pensarlo. Y, según tengo entendido, Abrahams no niega la influencia del maestro King en la serie, del mismo modo en que King no oculta su admiración hacia Lost.

Cuando me terminé la novela, fui a imdb a informarme sobre el telefilm de 1995 cuya existencia conocía de refilón. ¡Grata sorpresa descubrir que la peli en cuestión está dirigida por Tom Holland - que hace años me conquistó con esa exquisitez llamada "Noche de miedo" - y protagonitada - entre otros - por David Morse!

Y ahora hablaré del libro que me llevo para el viaje de vuelta. Empecemos (¿por qué no?) por el principio. Me dirigí hacia el aeropuerto de Donosti con Langoliers ya empezado. Mi plan era comprar otra novela en el aeropuerto, por si acaso. Pero entonces el taxi que me llevaba al aeropuerto quedó atascado en una enorme caravana de coches que no habría tenido que estar allí. Resulta que la Policía Nacional estaba haciendo un control (en busca de algún etarra traspapelado, supongo). La cosa iba para largo, y me resigné a pensar que, dadas las circunstancias, lo más probable era que perdiese el vuelo.

En mi certeza de que todo el Universo gira en torno a mí, deduje que aquel incidente significaba algo. Por alguna razón que yo desconocía, no debía coger ese avión. No obstante, el atasco se disolvió en el último momento y llegué al aeropuerto por los pelos. Si no había perdido el vuelo, ¿qué razón de ser tenía aquel atasco surrealista? La respuesta me llegó de inmediato: Si hubiese llegado al aeropuerto de Donosti con tiempo de sobra, me habría entretenido mirando la limitadísima oferta de libros de bolsillo que hay allí, y habría terminado comprando un libro de mierda que me habría disuadido a la hora de buscar y comprar el libro que me aguardaba en el aeropuerto de Madrid; el libro que de verdad estaba destinado para mí.

Así pues, aterricé en Barajas y recorrí todas las librerías de la terminal en busca del libro adecuado. Pero intentar comprar el libro adecuado en las tiendas de un aeropuerto es un auténtico suplicio. Antes al menos siempre había un buen muestrario de libros de Stephen King, o Vázquez Figueroa. Ahora la mitad de la estantería está colonizada por libros de Paulo Coelho, y por el puto niño del pijama de rayas y otros pocos con cuyo rollito conecto igual de poco. No tengo nada contra la existencia de todos esos autores, pero me jode que no dejen espacio para alternativas en las estanterías.

Cuando me hube paseado por las tres o cuatro librerías del aeropuerto sin éxito alguno, volví a meterme en una de las anteriormente visitada, sin demasiadas esperanzas, pero diciéndome a mí mismo que quizá había pasado algún título por alto.

Y allí estaba. No sé cómo pude ignorarlo la primera vez, porque estaba allí para mí, sobresaliendo entre los demás porque alguien lo había entresacado para que asomase entre los otros lomos.

Objetos frágiles, de Neil Gaiman.

Una recopilación de relatos cortos.

Reconozco que Gaiman me suele saturar, pero en ese momento recordé las recomendaciones de Light Artisan, que sostiene que Gaiman se luce de verdad en "las distancias cortas" y que para disfrutarlo de verdad hay que descubrirlo en sus relatos cortos. Recordé también las entusiastas recomendaciones de Gonzalusky Darko. Y lo compré.

De momento sólo he leído el primer cuento, Estudio en Esmeralda, y me ha parecido una delicia. Una manera elegante de combinar a Conan Doyle con Lovecraft, condimentado con esa actitud tan de Neil Gaiman, a medio camino entre la iconofilia y la iconoclastia.

¡Seguiremos informando!

lunes, 25 de mayo de 2009

FELIZ DÍA DE LA TOALLA (DOS AÑOS YA. ME ESTOY HACIENDO VIEJO PARA ESTA MIERDA)


25 de mayo, día del Orgullo Friki (signifique lo que demonios signifique). Día de la toalla (para conmemorar a aquel genio piscis llamado Douglas Adams) y día del estreno de nuestra película Gritos en el Pasillo.

Y ya han transcurrido dos años. ¡Joder! ¡Cómo pasa el tiempo! (si se me permite el topicazo)

Feliz segundo aniversario para todos los que pusieron su granito de arena para sacar adelante esa pequeña película que nos ha jodido y alegrado la vida a partes iguales.

Ahora, viéndolo con la perspectiva que nos concede la distancia temporal, me atrevo a decir que Gritos en el Pasillo es una película fallida, pero mágica. El chaval ése que escribió el guión hace seis años y que terminó de rodarla hace cuatro, hoy día se me antoja un imbécil inexperto, y me gustaría inventar una máquina del tiempo para viajar hacia aquellos años, apartarle de la silla de director, dar un golpe de estado...

Pero a pesar de todo, estoy orgullosísimo de Gritos en el Pasillo. Y orgullosísimo, sobre todo, de ese acojonante equipo de técnicos y artistas que me prestaron su esfuerzo y su talento para poder hacer algo tan diminutamente grande.

Así que en esta semana hace dos años que hicimos nuestro paripé en el festival de Cannes:



Y hoy hace exactamente dos años que estrenamos la película en el otro Cans (el bueno. El que realmente nos hizo disfrutar), el de Galicia.



Si tenemos en cuenta que también en estos días ha tenido lugar el Festivalito de la Palma, primer sitio en el que Gritos - en su versión pre-montaje - fue presentada ante un público de verdad, el resultado de la ecuación es:

Mayo = Nostalgia.

Me despido con un vídeo que he encontrado por casualidad buscando los dos anteriores, y que me ha emocionado de una manera que sólo unos pocos podrán entender. ¡Os juro que no conozco a las señoritas del vídeo, pero si alguien las conoce, decidles que GRACIAS!

domingo, 24 de mayo de 2009

EL TIEMPO ESTÁ HECHO DE CHICLE


No pretendo citar a Bergson, ni a Einstein, ni al señor Miyagi, pero para mí este fin de semana ha sido un ejemplo de cómo los días son iguales a esa maleta que uno hace antes de un viaje: caben más o menos cosas dependiendo de hasta qué punto sepamos o queramos sacarle partido.

Estoy acostumbrado a que los fines de semana sean una cinta transportadora que me recoge hecho trizas en algún momento del viernes y me arrastra irremediablemente hacia el lunes siguiente sin que tenga la sensación de haber hecho nada medianamente productivo o memorable.

Y sin embargo en este fin de semana me ha dado tiempo a hacer todo esto:


- Preparar un viaje a Madrid y abortarlo en el último momento.

- Comprar tres regalos de cumpleaños.

- Salir de juerga por Donosti y constatar una vez más lo sosa que es la noche de esta ciudad de juguete si se la compara con Madrid.

- Empezar una novela de Stephen King.

- Leer un largo de un amigo y reducir así la cola de "guiones por leer" que se me van acumulando.



- Subir con un amigo al monte y pasear entre caballos cuasi salvajes y "subir por la cara más difícil" y así descubrir demasiado tarde por qué el calzado normal es calzado normal y por qué el calzado de monte es calzado de monte y llegar a una cumbre bañado en sudor y sin aliento y descubrir que es la más baja de las tres cumbres que tiene el monte y que sólo has ascendido hasta 600 míseros metros y quedarnos allí admirando el paisaje (Francia a un lado, Euskadi al otro) y tomando una cerveza y hablando sobre nazis, y Tarot, e I ching, Tai Chi, Tolkien, canoas, Aikido, Fray Perico y su borrico, África, Rusia y otras veinte cosas.

- Entrar a una tienda de artículos de ciclismo, montañismo (y masoquismo en general) del tamaño de un Carrefour, y llegar a la conclusión de que un sitio así sólo puede existir en Euskadi.

- Quemarme con el sol y mojarme con la lluvia.



- Escribir "para otros" y escribir "para mí".

- Verme el capítulo seis de Física o Química.

- Ayudar a una mujer con esclerosis múltiple a coger una esponjas de colores en un supermercado, y sentirme al mismo tiempo útil y miserable.



- Tomar once marcas de cerveza distintas (Keler, Vol Damm, San Miguel, Guiness, Heineken, Mahou, Leffe, Grindengberg, Franciskaner, una inglesa cuyo nombre no recuerdo y otra de Lituania que ni yo ni mi amigo Jon (expertísimo cervecero) habíamos visto en nuestra puta vida.

- Subir a mi adorado monte Urgull.

- Tomarme un par de pintxos.

- Tomarme otro par de pintxos.



- Caer en la cuenta (por enésima vez) de lo necesarias que son las mujeres en nuestras vidas.

- Caer en la cuenta (por enésima vez) de lo innecesarias que son.

- Descubrir que me estoy quedando sin ropa limpia y poner una lavadora.

- Tenderla.




- Tomar té rojo, té verde, rooibos, yerba mate (y ser consciente de que la yerba mate me desvelará esta noche)

- Cocinar mijo con cebolla, manzana, pimiento verde, zanahoria, jamón cocido, tomillo, pimentón (y descubrir demasiado tarde que se me ha ido la mano con el pimentón)



- Tomarme unas telepizza con mis compañeros de piso viendo un monólogo de Seindfield cutremente doblado al español, con el audio desincronizado... y no reírme ni una sola vez.

- Escuchar cómo me cuentan algo por teléfono y de ese modo descubrir que del mismo modo en que se puede poner "cara de pócker", también puede ponerse "voz de pócker".

- Escuchar a Extremoduro, a Fito, a Calamaro, a Daniel Higiénico, a Mikel Laboa, a James Newton Howard, a John Lee Hooker.



¡Y todavía quedan siete horas para que termine el domingo!

Las fotos de esta entrada las he sacado esta tarde en el monte Urgull, con mi cutre-móvil. Ya regresando a casa hice esta otra foto, que demuestra el buen gusto de los quiosqueros de Donosti, y su sentido de la piedad para con los transeúntes más sensibles:

martes, 19 de mayo de 2009

PRIMERO DE BOOP!!!


Empiezas publicando aquí las peculiaridades de tus sábanas e inicias una vorágine cuyas consecuencias son impredecibles.

Mi compañero Mikel me ha regalado este dvd de dibujos animados de Betty Boop. Comprado en los chinos. Como insinúa el propio Mikel, dicha denominación de origen puede implicar que el contenido del dvd en cuestión sea, en el mejor de los casos, una peli porno.

Aún no he tenido tiempo para comprobarlo, pero todo parece indicar que dentro de poco empezaré a tener sueños eróticos con Betty. Mmmm... Un trío con Betty Boop y Jessica Rabbit... Sé que suena enfermo, pero, ¿a que suena bien? ¡¡Sex in toontown!!

Venga, no os cortéis. ¿Con qué dibujo animado echaríais un polvo, cabroncetes depravados? Yo para una noche loca de pasión elijo a las dos que he mencionado en el párrafo anterior. Para un rollito más "en plan novia" creo que elegiría a la hermana mayor de Akane en Ranma 1/2, o a la panadera que se quería casar con Ranma.

¿Quién da más? ¿Alguien se anima a tirarse a la niña de los Fruitis? ¿A Patricia, la novia de Lupin? ¿A la niñita de la aldea del Arce? ¿A la chacha de Sherlock Holmes? ¿A la mujer de David el Gnomo? ¿A la Rosita de Chicho Terremoto? ¿A la Romy de Willie Fog? ¿A la Atenea de los Caballeros del Zodíaco, o a la maestra de Seia, para luego quitarle la máscara y descubrir que es vuestra hermana, o al caballero de piscis, para despertaros junto a él al día siguiente y sólo entonces descubrir que se trataba de un tío? ¿A la madre de la prota de Totoro? ¿A Marge, a Maggie, a Lisa, a la señorita Carapápel? ¿A Clara de Noche? ¿A la niña que protegía a Mofly, el último koala? ¿Al esperpento del videoclip de "Veneno en la piel" de Radio Futura? ¿A la Cactus de las Supernenas? ¿A guerrero Luna, Venus, Marte, Júpiter? ¿A Juana (y Sergio, son ahora los enamorados)? ¿A la pequeña Lulú? ¿Al elefante rosa de Pocoyo? ¿A la princesita de Super Mario Bros? ¿A Tinky Winkie? ¿A la Thyla de Heman? ¿A Mafalda? ¿A la Bella, la Sirenita, Mulan, Pocahontas, Blancanieves, Cinderella? ¿Cruela de Vil?

¡¡Las chicas heterosexuales (y los chicos homosexuales) también podéis participar!! ¿A qué dibu macho os tiraríais?

domingo, 10 de mayo de 2009

CÁSCARA DE PLÁTANO (SEGUNDA PARTE)


PARA LEER LA PRIMERA PARTE PINCHA AQUÍ.



***


Alonso de Miguel era esa clase de escritor que tanto abunda.
Ciento por cien vocacional.
Y cien por cien inédito.

Tenía una decena de cosas escritas. Ninguna publicada.

Y cuando echaba un ojo a los estantes de las librerías casi todo lo que encontraba en ellas le parecía basura. Eso le hacía mascullar sobre lo injusta que suele ser la vida. Tanta bazofia medrando en el mundillo literario mientras sus obras, que derrochaban esfuerzo y corazón en cada página, se pudrían en el anonimato.

Con esa clase de pensamientos se reconcomía Alonso de Miguel noche tras noche, hasta que alguien le hizo caer en la cuenta de que las editoriales no tienen la costumbre de llamar puerta por puerta en busca de talento. Que las cosas funcionan a la inversa. Que a los milagros se les llama así (“milagros”) porque rara vez suceden. Que ninguna editorial iba a plantearse publicar una novela de Alonso de Miguel si el escritor no informaba previamente a las editoriales de que las novelas de Alonso de Miguel… existían.

Un paso lógico que el escritor llevaba omitiendo desde siempre, sin saber muy bien por qué. Tal vez miedo al rechazo. O tal vez el vértigo de un cambio de rumbo inesperado en el itinerario de una vida. O quizá ese repelús de que una garra extraña se cuele en tu novela y la mutile. O el pánico a desnudarse delante de la masa. O la desidia de quien considera todo esfuerzo inútil, visualizando la derrota incluso antes de haber movido ficha.

Pero Dios distribuye los oráculos por los rincones más insospechados.
Cierto día, con la treintena recién cumplida, Alonso de Miguel atajó por una bocacalle para llegar pronto al trabajo, y un mendigo agitó (con más desgana que esperanza) un platillo en el que tintineaban tres o cuatro céntimos. El escritor sacó un par de monedas que le pesaban en el bolsillo y las dejó en el plato. El homeless se estremeció entre las arrugas del abrigo, y el vino peleón habló por él cuando pronunció aquellas dos frases lapidarias:

- O te pudres o te tiras al vacío. No hay término medio, chaval.

Eso fue todo. Tras ello el mendigo cerró los ojos y quedó dormido en una pose de muñeco de trapo, desactivado por algún dedo invisible. Alonso de Miguel permaneció clavado entre la suciedad del callejón durante más de un minuto, repitiendo para sí, una y otra vez, el enigmático proverbio del mendigo.
“No hay término medio… Tirarse al vacío. Eso o pudrirse…”

Esa mañana, mientras Alonso de Miguel se ganaba el sueldo en el centro comercial de siempre, vendiendo televisores extra grandes, extra nítidos, extra todo, llegó a la conclusión de que su vida empezaba a oler a rancio por la simple razón de que no era la que él había elegido. Así que decidió que al día siguiente se arrojaría al vacío.

Esa tarde comunicó sus intenciones a las dos únicas personas que de verdad importaban. Su hermana Carolina (único familiar que conservaba a esas alturas) y, por supuesto, a Ignacio. El bueno de Ignacio (lo más parecido a un “mejor amigo” a que podía aspirar un ser introvertido como Alonso).

- Voy a intentar publicar – les dijo -. Es o eso o pudrirme. Confío más en vuestro criterio que en el mío. Los dos habéis leído todas mis novelas. Necesito que elijáis una. La que más os guste. Ésa será la que mueva. Ésa será la que envíe a las editoriales.

Sin necesidad de ponerse de acuerdo, Ignacio y Carolina escogieron la misma novela. Y la elegida no era precisamente la más compleja, ni la más personal, pero era la que se leía con más facilidad. Y la facilidad era una llave que abría muchas puertas.

Alonso de Miguel no cuestionó aquella elección. Celebraron el momento con un brindis, se emborracharon un poco más de lo normal y al día siguiente Alonso escribió doce cartas y las metió en doce sobres para enviarlas a doce editoriales, elegidas atendiendo a criterios tan estúpidos que sin lugar a dudas eran mágicos. Doce cartas en las que el escritor hablaba de sí mismo y de su novela lo mejor que sabía. Es decir, muy malamente. A pesar de ello, algo parecido al optimismo gravitaba sobre Alonso cuando entró en la oficina de Correos y envió las doce cartas. Y era la percepción de un aura sobrenatural que casi se captaba con el rabillo del ojo. Un algo tan inmenso y tan oscuro que erizaba los pelos de los brazos.

Cuando el escritor salió del edificio de Correos se sintió ligero. Globo cansado al que le quitan unos lastres que ni siquiera era consciente de llevar.

Regresó a casa caminando, pensando en sus cosas, ensimismándose, amueblando en el interior de su cabeza un futuro de piezas que encajaban con más piezas.

No vio el autobús. Y el autobús tampoco le vio a él.
Fue un golpe demasiado fuerte para doler en un primer momento. Anestesia. Simple anestesia barnizada en sangre, y caer escuchando el crujido de sus propios huesos al romperse, y el réquiem de grillos de un frenazo que llegaba demasiado tarde. Luego siluetas borrosas que se agachaban junto a él y le tocaban o llamaban a gente o buscaban sus teléfonos o decían cosas que ya no se entendían y el aire cada vez más reacio a entrar en los pulmones y luego una luz, luz más oscura que todas las madrigueras juntas y luego el mundo alejándose poco a poco irremediablemente igual que una cometa a la que le han cortado el hilo. Y luego…

… luego nada…

Cuando Alonso de Miguel despertó no le hizo falta abrir los ojos para intuir que estaba en una cama de hospital. El olor era inconfundible. Y deprimente.

- ¡Ha despertado! – graznó una voz a su izquierda. Una voz de mujer -. ¡Ve a avisar al doctor! ¡Venga, date prisa!

Alonso abrió los ojos. Le costó acostumbrarse a la luz. Y a la mirada de perplejidad de la enfermera. Preguntó varias veces “Dónde estoy”. Preguntó varias veces “Qué día es hoy”. Pero las enfermeras evitaban contestarle y los médicos esquivaban amablemente la pregunta. “Ya habrá tiempo para respuestas”, le decían. “Ahora necesita descansar”. Y acto seguido le paseaban una linterna por los ojos, o le tomaban la tensión, o le invitaban a tragar alguna píldora. Siempre con algo extraño en la mirada, contemplándole como a un animal exótico expuesto en el zoológico, o como si de algún extraño modo supiesen algo sobre él que él no sabía.

Tras un sinfín de análisis le dejaron a solas en la habitación. Intentó levantarse, pero los músculos no le respondían. Hilvanó sus recuerdos con torpeza. Recordó casi todo con bastante claridad. Su vida, las doce editoriales, el accidente que le dejó hecho trizas. Pero había más cosas. Cosas borrosas, inaccesibles, cerradas bajo llave en los armarios más opacos del cerebro. No parecían vivencias, sino más bien residuos. Casi como excrementos de recuerdos. Y cada vez que Alonso se asomaba a ellos se interponía un dolor de cabeza insoportable cerrándole el paso. Una lluvia de alfileres que se clavan en los nervios y en los ojos.

La puerta se abrió interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. Alonso alzó la vista en busca del recién llegado. Era Ignacio. Mirándole también con ese desconcierto indescifrable que había detectado en los ojos de los médicos. Pero lo que más impactó a Alonso fue aquella orografía de arrugas incipientes en el rostro de su amigo. Ignacio parecía haber envejecido unos diez años, como mínimo.
Once, para ser exactos. Los once años que Alonso de Miguel había permanecido en coma. Ignacio le informó de ello con cierta delicadeza. Pero por alguna extraña razón no había demasiado cariño en sus palabras.

- ¿Y Carolina?

- No ha podido venir – respondió Ignacio, y en su voz se percibía un deje de amargura.

- ¿Por qué me miras así?

- ¿Cómo te miro?

- No lo sé… De forma rara. Todo el mundo me mira raro y aún no sé por qué.

- ¿No te han dicho nada todavía?

Alonso negó, contrariado. Acto seguido, Ignacio se sacó una tarjeta del bolsillo y la pasó por un sensor que había en la mesita de noche. Como resultado, se encendió un televisor en la pared. Ignacio accionó un mando a distancia e hizo zapping. Un telediario llenó la pantalla y Alonso casi sufrió un colapso cuando vio la noticia estaban emitiendo. Hablaban de un escritor llamado Alonso de Miguel que acababa de despertar de un largo coma. Once años antes, el tal Alonso de Miguel había enviado una carta a doce editoriales y ese mismo día había sido atropellado por un autobús de línea.

En un primer momento ninguna de las editoriales prestó atención a la carta de Alonso, pero un becario que trabajaba en una de ellas leyó la noticia del atropello en un periódico, y le sonó el nombre de Alonso, y ató cabos, y avisó a sus superiores, que a avisaron a su vez a otros superiores que eran más superiores todavía.

Los directivos de la editorial hicieron planes incluso antes de haber leído la novela. Publicarle un libro a un escritor en coma. Había que reconocer que como reclamo publicitario resultaba bastante llamativo.

En menos de veinticuatro horas se pusieron en contacto con la hermana del escritor atropellado. Sin respetar el luto.
Consiguieron la novela. La leyeron. No era mala. Y aunque lo hubiese sido, nadie se habría atrevido a criticar la obra de un autor en coma. Nadie se habría atrevido a no comprarla.

La novela tardó en publicarse bastante menos de lo habitual. Nadie quería correr el riesgo de que Alonso despertase del coma antes de que sus palabras se hubiesen convertido en oro.
Se imprimieron millones de ejemplares, se difundieron a los cuatro vientos.

En el telediario no mencionaban todo eso, pero daban detalles bastante más sombríos.
Relataron lo rápido que se impuso esa novela como una de las más influyentes de su siglo, relataron lo mucho que la admiraron unos, y lo mucho que la odiaron tantos otros. Relataron cómo ciertos indeseables interpretaron el texto a su manera y lo esgrimieron para legitimar actos terribles; y cómo de ese modo el escritor, sin moverse siquiera de su cama, y sin abrir los ojos, fue tachado de monstruo, de cabrón sanguinario e inhumano, de instigador de iniciativas crueles. Algunos se manifestaron en los parques y quemaron la foto de Alonso de Miguel, otros le dedicaron monumentos. Hubo muchos que escupieron en sus páginas, y otros muchos que intentaron imitarle.

El escritor no daba crédito a sus oídos. Intentaba digerir aquel telediario, pero se le indigestaban cuatro de cada tres palabras. Y entonces llegó el golpe de gracia, pues aún quedaba algo que los informativos no podían omitir: El momento en el que Carolina de Miguel, hermana del polémico escritor, enloqueció al ver difamada la reputación de Alonso.
Y esa locura terminó en suicidio.

Alonso se mareó. El mundo se le centrifugó dentro del cráneo, la saliva se congeló en la boca, el llanto le enrojeció los ojos.

Ignacio tampoco pudo resistir aquello. Apagó la tele, incapaz de seguir escuchando. También había lágrimas en sus ojos, igual de sinceras que las de Alonso, pero mucho menos frescas, más cansadas.

- ¿Sabes? Poco después de tu accidente, Carolina y yo nos casamos – el llanto entrecortaba las palabras de Ignacio -. Ella llegó a ser todo para mí, y tú la mataste. ¿Por qué tuviste que publicar esa novela de los cojones?

- No... No… – balbuceaba una y otra vez el escritor -. No… Carolina no…

- Toda esa gente que condena tu novela… Lo argumentan tan bien, lo dicen con tanta convicción… Al final uno se lo tiene que creer. Supongo que Carolina también acabó creyéndoselo, o al menos planteándoselo, y no lo supo aceptar.

Ignacio rompió a llorar.
Alonso de Miguel palidecía por segundos.

- ¡Pero no puede ser! – sollozó el escritor -. ¡Es una novela sin pretensiones, joder! ¡Tú la leíste antes que nadie! ¡Un libro de aventuras, con piratas y espadachines de mierda! No hay manera de tomárselo en serio…

- Eras un escritor en coma, Alonso. Tenían que endosarte una leyenda negra a juego. Había que tomar en serio esa novela como fuera. Era obligado.

- ¡Pero en esa novela no había nada que tomar en serio! ¡Nada!

- Siempre hay algo cuando se sabe buscar. Así es como funciona.

Alonso miró a su amigo en busca de consuelo. No lo obtuvo. Ignacio le dio la espalda y se dirigió lentamente hacia la puerta.

- En el fondo sé que no tienes la culpa, Alonso. Pero te odio. Quizá sea el único que tiene auténticos motivos para hacerlo. Necesitaba decírtelo a la cara. Enhorabuena por salir del coma. Aquí termina lo nuestro. No quiero volver a verte nunca más.

Ignacio salió del cuarto. Alonso intentó decirle algo, pero lo único que logró fue vomitar.
Un vómito con sabor a medicina y bilis, que empapaba las sábanas y las hacía todavía más pesadas.

No hizo declaraciones. No concedió entrevistas. Y aunque pronto descubrió que sus derechos de autor le habían convertido en millonario, no se quiso conceder ningún capricho.

Alternaba los ejercicios de rehabilitación con el asunto de ponerse al día, leer mil sitios web y mil periódicos, informarse sobre qué había sucedido durante esos once años de siesta que le habían convertido en cuarentón.
Prestaba especial atención a todo lo relacionado con su propia novela. Su labor de documentación en ese tema alcanzó niveles enfermizos. Recopiló todas las piezas: Críticas literarias, noticias, índices de venta, incluso tesis doctorales.

Pero lo que más intrigó a Alonso no fue lo sucedido tras la publicación de la novela, sino algo que había ocurrido poco antes. Algo acerca del modo en que llegó su carta a manos de la editorial.

Al parecer, aquella carta había estado a punto de perderse. El tren que la transportaba había descarrilado sin razón aparente. Y había algo misterioso en ese accidente ferroviario. Cada vez que Alonso leía sobre el tema le asaltaba uno de esos dolores de cabeza que le impedían profundizar en ciertas cosas. Dolores que aumentaban de intensidad conforme el escritor se esforzaba en recordar, hasta llegar a provocar la náusea.

Pero si aquel tren no había llegado a su destino, ¿por qué recibió la editorial aquella carta? La razón resultó ser tan singular que aparecía mencionada en una decena de periódicos. La carta fue encontrada a pocos metros del lugar del accidente por un tal “No sé qué” Márquez, un músico de poca monta que, vete a saber por qué, decidió llevarla a la editorial personalmente.

Alonso de Miguel odió al tal Márquez como nunca había odiado a ningún hombre. “¿Por qué tuviste que rescatar aquella carta, hijo de puta?” Si ese Márquez no hubiese interferido, Alonso seguiría siendo un escritor inédito. La gente no le consideraría un ser abyecto…
… y Carolina seguiría con vida.

Era la crueldad convertida en broma metafísica, y Alonso de Miguel se obsesionó con ello. De no hacerlo, puede que no hubiese prestado tanta atención a otra noticia que no tenía relación directa con su novela ni con él. La noticia, publicada un par de años atrás, hablaba de un grupo de científicos que había sido sancionado y expulsado de cierta universidad por haber iniciado cierto experimento. Un experimento que sonaba más a ciencia ficción que a cosa seria. Pero la tecnología había avanzado bastante en los últimos diez años. Ahora era posible hacerlo, aunque presentara serios problemas éticos.

Pero dentro de la mente trastornada de Alonso, la Ética era un castillo de naipes con una arquitectura muy extraña.

Las técnicas de rehabilitación también habían mejorado en esos once años. En menos de una semana Alonso salió del hospital andando por su propio pie. Los cuarenta años le pesaban en el cuerpo, pero no necesitaba demasiadas fuerzas para poner su plan en marcha. Lo que sí iba a necesitar era dinero. Mucho dinero.
Examinó todas sus cuentas bancarias y calculó que tenía suficiente. Sus gestores, fuesen quienes fuesen, habían realizado un buen trabajo.

No le costó localizar a los científicos. Tampoco fue difícil averiguar cuál de ellos era el máximo responsable de aquel experimento interrumpido.
Alonso de Miguel imprimió toda la información que había recopilado. En esos nuevos tiempos ya nadie trabajaba con papel, pero el escritor no pertenecía a aquellos tiempos. Era un fantasma. Y tal vez por eso necesitaba los papeles. Tal vez por eso necesitaba tocar cosas que le hicieran sentirse más real.

Tomó el camino más rápido para llegar a casa del científico, y ese camino pasaba por cierta bocacalle. Cuando Alonso de Miguel la atravesaba, escuchó un tintineo que le erizó la nuca. El ruido de unas monedas en un plato. Buscó aquel sonido con los ojos, y allí estaba el mendigo, el mismo con el que se había encontrado once años antes. Durmiendo la mona junto a los restos de un tetrabrik de vino. Agitando el platillo de manera sonámbula, automática. Y repitiendo sin cesar unas palabras, como si hablara en sueños:

- Círculo, plátano, caída… círculo, plátano, caída… círculo, plátano, caída…

El escritor no conocía el significado de aquellas tres palabras, pero sintió un intenso dolor en la sien al escucharlas.

- ¡Cállate! – gritó Alonso mientras se tambaleaba hacia el mendigo, mientras lo zarandeaba con toda su energía para despertarlo del sueño.

- Círculo… plátano… caída… – continuaba murmurando el vagabundo, y Alonso lo agitaba de forma tan violenta que las monedas se despeñaban por los bordes del plato.

- ¡Cállate!

- No lo conseguirás… – susurró el vagabundo sin llegar a despertarse -. Lo intentaste con el tren y no funcionó. ¿Qué te hace pensar que ahora es distinto?

La mención del tren convirtió aquella jaqueca en algo insoportable. Alonso abandonó la bocacalle reprimiendo las arcadas, tropezando con cubos de basura, sintiendo que los ojos le explotarían en breve. Escuchando a sus espaldas aquellas tres palabras:

- Círculo, plátano, caída, círculo, plátano, caída…

Cuando llegó a la casa del científico esperó cinco minutos antes de llamar. Cinco minutos de respirar con calma, intentando recomponerse del mal trago que acababa de pasar.

Llamó al timbre.

Y el tipo que le abrió la puerta necesitaba recomponerse bastante más que él. Alonso había visto su foto en los periódicos pero le costó reconocerlo. Había cambiado la bata blanca por un albornoz de todo a cien, y un rápido vistazo a su cara bastaba para concluir que llevaba casi tanto tiempo alejado de la luz del sol como de las hojillas de afeitar.

- Te he visto en la tele – comentó el científico con más aburrimiento que entusiasmo.

- Te he visto en los periódicos – contestó el escritor.

El científico le dio la espalda y caminó hacia el interior. Alonso lo interpretó como una invitación a entrar.

Entró.

La casa era un caos que tenía hambre de caos. El científico apuró una lata de cerveza y le ofreció otra lata a Alonso de Miguel.

- Ese experimento vuestro… – comentó Alonso, mientras abría la cerveza -. Lo de los viajes en el tiempo… ¿es verdad?

El hombre del albornoz ni siquiera se molestó en mirarle.

- Si eres uno de esos tarados que quieren viajar en el tiempo, olvídate – le respondió el científico -. No podemos trasladar materia. Sólo podemos enviar información eléctrica. Eso es todo.

El hombre del albornoz abrió la nevera y sacó otra lata de cerveza.

- ¿Y esa información eléctrica… se puede usar para cambiar cosas del pasado? – preguntó el escritor, con una fiebre de obsesión que le encendía las pupilas, haciéndolas brillar con ese brillo tan propio de las cosas peligrosas.

- Es posible – reconoció el científico -. Pero es ilegal.

- No me salga con eso de las funestas consecuencias, ni con lo de cambiar el mundo tal y como lo conocemos. No estoy para mariconadas.

-¿Acaso tengo pinta de que me importe lo que le pase al mundo? – contestó el científico. Y le dio un largo trago a su cerveza -. Pero las cosas ilegales cuestan caras.

- El dinero no es problema.

- Espero por su bien que sea verdad. En ese caso sólo necesito un “qué” y un “cuándo”.

- El “cuándo” es hace once años. El “qué”… es este hombre – añadió el escritor, sacándose una foto del bolsillo -. Quiero que muera antes de llegar a cierto sitio.

El científico asintió mientras miraba aquella foto. La foto de un músico mediocre. Un tal “No sé qué” Márquez.



Continuará…

Donosti, a 10 de mayo de 2009


sábado, 9 de mayo de 2009

EUSKOLEGAS, ¡¡LA SERIE!!



Por fin, tras más de un año de ansiosa espera, se estrena en ETB2 la sitcom Euskolegas. Un contenido de Vaya Semanita que adquirió suficiente relevancia y acabó convirtiéndose en una serie independiente.

¿Cuándo se estrena? Pasado mañana, lunes 11 de mayo, a las 21:30.

Yo tuve el honor y el placer de ver un premontaje hace unos meses, y os aseguro que va a ser una gran serie. Se ha trabajado duro para que lo sea. Todos los responsables creativos y técnicos son gente procedente de Vaya Semanita. De hecho, el coordinador de guión es Fernan Rodríguez (anterior coordinador de Vaya Semanita) y el director es Javier García de Vicuña (antiguo director de Vaya Semanita).

Y la mayor parte de los guionistas han sido compañeros míos de piso y, por lo tanto, seres entrañables e incluso buenos amigos.

Aquí os dejo la promo de la serie, con esos tres actorazos de Vaya Semanita que son (in alphabetical order) Andoni Agirregomezkorta, Javier Anton e Iker Galarza. ¡Qué grandes son, Dios mío!



Y a partir de ahora les podréis disfrutar acompañados de otros actores la mar de elogiables, como el gran Ramón Barea, o Laura - cómo te echábamos de menos - de la Calle, o Verónica Moral (la Leo de Física o Química), o la canaria Nayra Navarro ¡¡¡Grrrrrrrr!!! o la entrañable Arantxa Aranguren, o Ramón Ibarra, tremendísimo actor y antiguo compañero de piso de un servidor... o muchos, muchísimos más.

También os dejo aquí la cabecera de la serie, que es algo así como coger la de Juno y sustituir a Ellen Page por nuestros actores, que no son tan sexys como la Page, pero no tienen nada que envidiarle en grandeza.



Y para los que no pilléis la ETB, o no podáis buscar la serie en los cabales vascos del satélite, os enlazo la página web oficial de Euskolegas, que es muy deficiente y muy poco práctica, como todas las webs que nos dedica la puta ETB de los cojones (¡vaya, por fin lo he dicho!) pero que permite.. ¡¡ver el primer capítulo on-line!!

¡¡Así que ya sabéis, a disfrutarlo y a proclamarlo a los cuatro vientos!!

jueves, 7 de mayo de 2009

ALQUITRANEADO Y EMPLUMADO


Está claro que no se me puede considerar un director célebre. De hecho, apenas se me puede considerar "conocido".

Pero algún rasgo tenía que compartir con los grandes directores, con los artistas relevantes... Y en mi caso se trata del dudoso honor de tener gente que sin conocerme (y sin querer molestarse en hacerlo) se dedica a difamar sobre mí, a "ponerme a parir", a insultarme sacando ciertas cosas de contexto y a acusarme de los típicos "delitos que no he cometido".

Supongo que en el fondo se trata de un servicio que te regalan con la conexión a internet.

¿Por qué tanto odio? En algunos casos creo que me lo he ganado a pulso con mi arrogancia y mi torpeza. En otros casos, sin embargo, he intentado ser amable con gente que, a pesar de todo, ha malinterpretado mis palabras y me ha tachado de monstruo para arriba (o para abajo)

Al final siempre opto por callarme para no generar malentendidos y pa no engrosar mi colección de "insultos para Juanjo". Normalmente, de hecho, evito lo de buscar habladurías sobre mí o sobre nuestro trabajo. En parte porque cada vez tengo menos tiempo para ello, y en parte porque los extremismos sólo sirven para desorientarle a uno. Tanto los "positivos" como los "negativos".

Pero hoy ha sucedido algo surrealista que me anima a hacer una excepción. En menos de una semana ya me han llegado un par de acusaciones según las cuáles la historia de nuestra película Gritos en el Pasillo es el PLAGIO de un relato de Edgar Allan Poe titulado El Sistema del Doctor Alquitrán y el Profesor Pluma.

Pues bien, aunque algunos se resistirán a creerme (yo mismo me resistiría a creerme si no estuviese al tanto de mi vida) os aseguro que nunca he leído ese relato de Poe. ¡Ni siquiera lo conocía!

Pensadlo con frialdad: Los escritos de Poe son patrimonio de la Humanidad. Hace tiempo que expiraron los derechos de autor de Edgar. Así que si hubiese querido contar esa historia en nuestra peli, no habría necesitado plagiar clandestinamente. Podríamos haber publicitado Gritos en el Pasillo desde el principio con un "basado en una historia original de Edgar Allan Poe" que (creedme) a la hora de vender la historia habría resultado más útil que nuestro mísero "un guión original del don-nadie de Juanjo Ramírez".

De hecho, si hubiésemos promocionado la peli desde el principio como "Poe con cacahuetes" (frase que sí se dijo de broma más de una vez durante el rodaje) algunos espectadores habrían visto la peli con espectativas más acordes a lo que la peli ofrece.

En definitiva, que os aseguro que en lo que se refiere a mi función en Gritos en el Pasillo podéis acusarme de negligencia, de torpeza, de ignorancia... pero no de malas intenciones.

En otras palabras: Aquí no estamos hablando del delito de intentar hacer pasar por mío algo que no lo es, sino de otro delito que quizá tenga más bemoles: El de no conocer la totalidad de las obras del gran Allan Poe.

Obviamente, durante los cuatro largos años que duró el proyecto di por sentado que ya existiría por ahí alguna otra obra con una premisa como la muestra. En parte porque no se trata de la premisa más orginal del mundo, y en parte porque el mundo es demasido grande y lleva girando y creando cosas desde hace demasiado tiempo.

Pero que tuviese que ser precisamente una obra de Poe... ¡Ya es mala suerte, joder! No os imagináis la cara de gilipollas que se le queda a uno. Casi la mitad de mis relatos favoritos son relatos de Poe. Enterarme así, de repente, de que uno de los que no he leído se parece tantísimo como dicen a mi guión...

Lo que más me flipa, de todos modos, es que tras cuatro años de proyecto y los dos o tres años que han transcurrido desde el estreno, nadie me haya avisado en ningún momento de esta similitud. ¡Y os aseguro que estoy rodeado de amigos lo suficientemente "enfermos" para presuponer que tienen que haber leído forzosamente ese relato!

¿Por qué nadie me ha avisado hasta ahora? ¿Y por qué todos los que lo han mencionado han tenido que hacerlo a mala fe y por la espalda, en lugar de venir a informarme (o a exigirme explicaciones) a mí directamente? Todos menos Sofi. Mi querida Sofi...

Pero en el fondo da igual, porque se me ha ocurrido una premisa cojonuda para una posible próxima peli. ¡Trata de un tío que una mañana, de buenas a primeras, se despierta convertido en insecto! No sé si me decantaré por esa premisa o por otra que tengo de unos científicos que consiguen clonar dinosaurios a través de un mosquito conservado en ámbar.

Aquí os dejo el enlace a EL SISTEMA DEL DOCTOR ALQUITRÁN Y EL PROFESOR PLUMA, por si queréis leerlo. Yo aún no he encontrado un momento de sosiego para leerlo como se merece. Pero obviamente en cuanto pueda lo haré. ¡Vaya si lo haré!

domingo, 3 de mayo de 2009

PANDEMIA TRAMPANTOJO

Tras leer el excelente artículo de mi primo Tay sobre la gripe porcina (con el que estoy totalmente de acuerdo) me ha venido a la cabeza (por enésima vez en estos días) un sketch que hicimos en Vaya Semanita bastante antes de que empezase todo este rollo de la gripe puerca.

¿Seremos involuntarios profetas, quisáaasss?

sábado, 2 de mayo de 2009

RÉQUIEM POR UN SAURIO

Hoy toca refrito.

Limpiando mi disco duro me he topado con una gamberrada que publiqué hace unos años, en mi primer blog, el antiguo demasiado violeta.

Lo he releído con una nostalgia curiosa, porque era nostalgia al leer algo que ya en su día había sido escrito con nostalgia. Muñecas rusas de nostalgia, o algo así.

Me ha apetecido volver a publicarlo aquí. Aunque sólo interesará a la mitad de los que pasen por aquí, o ni eso. Porque algunos ya lo habréis leído, y a otros no os hará ninguna gracias, porque para entender de lo que habla el post hay que conocer un poco los entresijos del Super Mario World de Super Nintendo.

A pesar de todo ello, aquí llega la reposición de:

RÉQUIEM POR UN SAURIO

Puta.

Mis amigos intentaron advertirme, pero el amor es ciego, y sordo, y gilipollas...

Puta.

Dicen que a las personas se las conoce en la mesa y en el juego. Pues va a ser cierto... Debí suponer lo puta que eras cuando te follé encima de aquella mesa... pero la venda no cayó de mis ojos hasta llegar al JUEGO.

Nunca podré olvidar esa maldita noche. La casa sola, abierta para nosotros dos. El clipper de fresa meciéndose en los vasos... el platito de plástico con los gusanitos de color naranja radiactivo... ésos que siempre he odiado, pero que me comí cual redomado imbécil para verte contenta.

Mi super-nintendo aguardándonos a pocos metros de la tele, envejecida, sucia, desconchada. Una reliquia de las guerras pasadas. 16 bits aún perfumados de adolescencia ingenua.




Era especial para mí. Quería compartirlo contigo.

Puta.

Algunos compran un anillo y lo encajan en el dedo de su amada. Yo cogí el cartucho de mi videojuego favorito. Supermario World... y lo encajé en la ranura de la máquina.




¡CLACK!

El cartucho encajó... Y mi oído experimentado ya sabía que algo no iba bien. No era el clack de siempre. No era el clack de “gracias por meterme este juegazo, vamos a divertirnos”. Era un clack de dolor, de sufrimiento. Un fúnebre presagio, un triste trailer del horrendo espectáculo que estaba a punto de presenciar.

Encendí, sintonicé, regocijéme todo... Desenrollé los cables de los mandos con una paciencia casi ritual, como de mística ceremonia de té...


El logo de nintendo nos saludó, inocente... ignorante... como un troyano ingenuo abriendo su cancela para dejar pasar a ese lindo caballito de madera. Porque mira que eras linda...

Puta.

Empezó a resonar la musiquilla de Koji Kondo. Evocación, nostalgia... Casi me llevé la mano a la barbilla pa comprobar si tenía acné.


Te estaba dejando entrar en mi pasado. En la época más incierta, más vulnerable de mi vida... Me estaba abriendo ante ti de par en par, como una ostra... El chip super FX era mi maldita perla.

Puta.

Mis amigos tenían razón. Tú no eras trigo limpio... Eras barro, lodo, cieno... un magma putrefacto...

Puta.

Pero te amaba. Quería compartir contigo mis secretos.

Puta.

Le di al start. Te lo expliqué todito. El verde y el azul para correr. El amarillo salta. El rojo te convierte en un taladro... Te enseñé los secretos de la pluma. Te regalé una flor. Una flor que abrasaba, y lo convertía todo en fuego... porque antaño la planté en mi corazón. Pero contigo el fuego de mi amor es tan inútil como el fuego de esa flor en las casas fantasma.

Y te enseñé los senderos escondidos tras cada punto rojo, el barco hundido, el mundo estrella... Y fíjate si te consideraba especial... hasta qué punto creía que eras la mujer de mi vida... que crucé contigo en brazos el umbral del Special world. ¡Con lo que nos había costado descubrirlo a mí y a mis colegas de instituto!




Puta.




Nos demoramos en ese mapa oscuro. Las estrellas de los mundos descubiertos brillaban entre la fatalidad del fondo negro. La música era monótona, repetitiva, machacona... Tú querías salir. Te habías hartado de aquel solar desangelado. Pero yo te hice esperar. Te dije: “Ten paciencia”. Y entonces comenzó a sonar el tema principal de Super Mario BROS. El tema original. Allí escondido para los más devotos. Para los que supieron esperar el tiempo suficiente...

Y a oscuras, en el Especial World, con esa música sonando tras nosotros, como un coro de mariachis, te declaré mi amor.

Tú parecías aturdida, impresionada. Ésa fue al menos la impresión que me llevé. ¡Ciego de mí! En realidad estabas poniéndome expresión de póker, porque no comprendías nada.

Puta.

Te enseñé a jugar.

Te llevé a las primeras fases, porque eran muy sencillas. Te volví a explicar los malditos botones, con una paciencia sobrehumana. Rodeaba tus hombros con mis brazos para llegar al mando. Tu pelo me rozaba las mejillas. Tu perfume me embriagaba, me cegaba, me erectaba, me aturdía, me ponía...

... palote...

Puta.

Te dejé entrar en la primera fase. Ésa con el fondo tan verde, y el camino tan recto. ¿Por qué no serán igual de rectas las sendas del amor?

Puta.


La musiquilla comenzó a sonar: Naaaa, naaa, na na na naaaa, na naa, na naaaa, naaa naaaa, naaaaaaaaaa...

No fuiste capaz de matar a toda la hilera de tortugas con el caparazón. Pero yo lo entendí. Soy comprensivo. Casi nadie lo consigue la primera vez.

Te animé. Te arropé. Te aconsejé.

Te estreché entre mis brazos cuando llegó aquella enorme bala de cañón. Te susurré que no tuvieras miedo, que te agachases, que no corrías peligro... Que más adelante aprenderías a saltar encima de esa bala, a doblegarla... A machacarla y a pisarla con ese tacón de aguja que siempre llevas para parecer más alta, aunque tan sólo logres parecer más...

Puta.


Poco a poco adquiriste soltura. Tus saltos se tiñeron de armonía. Saltabas con una gracia encantadora de una a otra plataforma, como sin duda habías saltado de hombre en hombre hasta llegara a mí. Y debí haber sospechado de qué pasta ibas hecha cuando te dio por taladrar las plataformas con el botón rojo.

El puto botón rojo... el botón de la fatalidad, que algún día apretará algún presidente de los USA para mandarnos a tomar por culo. Tú podrías enseñarle bien cómo se usa...

(Escribe aquí tu verdadero nombre)

También tenía que haberme resultado sospechoso ese afán tuyo por recolectar las moneditas. ¡Ah, jodida zorra avariciosa! No dejabas ni una para las tortuguitas pobres, que sin duda tienen familias que alimentar. Pero no... Tú solo tienes dos agujeros en el cuerpo. Uno para tragar monedas. Otro para tragar pollas...

Pero yo sólo pensaba en lo orgulloso que estaba de ti. Casi lloré cuando derribaste el primer castillo tú solita. No sólo habías conquistado mi corazón, y mis hormonas... También habías conquistado Yoshi`s Island.


¿Yoshi? ¿He mencionado a Yoshi? Con eso empezó todo. Cuando encontraste a Yoshi...

Le diste un cabezazo a una interrogación. Todos lo hacemos a menudo. Nos damos de cabeza, una y otra vez, contra los bloques de la duda, y no obtenemos nada... Pero las zorras como tú siempre lo obtienen todo, y de aquella interrogación, cual Venus de Milo, emergió Yoshi.

El entrañable dinosaurio verde con el que corrí tantísimas aventuras de pequeño. Mi amigo, casi hermano, fiel montura... Mi Suit, mi Rocinante, mi Babieca... Me he recorrido todo el mapa del Mario subido en ese sillín marrón.


Cuando le vi reaparecer en la pantalla, después de tantos años, mi corazón empezó a dar más volteretas que Mel Gibson en los tiroteos de Arma Letal. Pero tú te limitaste a decir: “Hay, ¡qué lindo! Se parece a la mascota de Hiperdino!” .

Puta.




Cabalgaste al pobre Yoshi. Saltaste sobre él con una insensibilidad cruel. El dinosaurio chilló de dolor cuando aterrizaste encima de su lomo.

No había más que verlo para advertir que caminaba esclavizado, doblegado, humillado... Saltaba con tristeza, porque no percibía cariño en su jinete. Para ti no era un compañero. Para ti sólo era un medio, una herramienta. No eras capaz de percibir los latidos de su corazoncito.

Tal vez recuerdes que mi mano se crispó sobre tu hombro, y me separé algunos centímetros de ti. O tal vez no notaste eso ni nada. Porque no tienes empatía, cacho puta. Si no eres capaz de percibir la humanidad de Yoshi, ¿cómo ibas a advertir un movimiento de un centímetro?

Y entonces llegó el momento.

Había que saltar un precipicio. Tomaste carrerilla. Mediste mal tus fuerzas. Y calculaste mal. Porque eras tonta... ¡tonta! El dinosaurio y tú volabais por el aire, pasando por encima de tortugas aladas, cual prota de un anuncio de compresas.

En el otro extremo, la tierra firme se acercaba, pero no lo suficiente. El movimiento parabólico no daba más de sí. Empezabais a bajar. El Destino os condenaba a una caída mortal, inevitable...

Y entonces, desalmada, hiciste algo rastrero. ¡Sacrificaste a Yoshi! Apoyaste en el sillín tus piernas y usaste al pobre dino como trampolín para saltar, para apoyarte en él... para tomar impulso... Conseguiste llegar al otro extremo, y mientras Yoshi se precipitaba hacia el abismo, sin compañía ninguna, tú te regodeabas de tu éxito.

Puta.

Así medran los cerdos en la bolsa de Wall Street. Pisoteando a otros para llegar a la cima.

Puta, puta, puta, puta, puta...

Lo hiciste con el puto botón rojo. ¡Maldito el botón rojo!

Y maldito sea tu dedo. Puta, reputa, más que puta...

Me separé de ti, como si hubiese recibido una descarga eléctrica.

Corrí hacia el televisor, a cámara lenta, gritando:

- ¡¡¡¡¡Yooooooshiiiiiiiiiiiiii!!!!!

Pero llegué tarde. Mi cabeza chocó contra la pantalla, como choca la del fontanero Mario contra las interrogaciones. Pero tú no reapareciste al colisionar con ese bloque frío... Y asomando mis ojos humedecidos entre los bordes de la tele, casi te pude ver cayendo por el acantilado, oh, Yoshi, mi fiel saurio. Casi te pude ver... Sacando tu larga lengua de camaleón e intentando aferrarte con ella a algún saliente para salvar tu vida.

Pero nunca hay salientes en los precipicios de Nintendo. Sólo paredes lisas de cuadraditos marrones, cual camisas de Nerds.

Pobre Yoshi... Se grabó en mis retinas tu imagen cayendo. Tu expresión de horror mientras te alejabas hacia abajo, avocado a disolverte en una tormenta de bits.

Entonces, maldita puta, me di cuenta de que quería más a ese dinosaurio que a ti. Y no lo habría cambiado por esos labios tuyos que sólo sabían besar y mentir (las dos cosas a un tiempo), por esos senos que ojalá no te sirvan de airbag cuando sufras y agonices en ese accidente en cadena que mereces.

Tú intentaste redimirte. Te obligué a peregrinar por el mundo estrella, salvando a dinosaurios de todos los colores. Pero sacrificaste el amarillo para coger el rojo... Dejaste caer el rojo para montar el azul...

Jodida puta, puta, puta, puta, puta...

Te eché de mi casa a patadas. Cambio de planes. Misión abortada. Mi intención en un principio era follarte después del Super Mario. Varias veces. Y luego enseñarte mi Legend of Zelda, el otro niño de mis ojos... Pero cuando vi lo que hiciste con Yoshi, tuve claro que si te dejaba suelta en Hyrule empezarías a patear gallinas.

Puta.

Yoshi... Donde quiera que estés, te dedico este réquiem... Espero que en el paraíso de los dinosaurios de 16 bits también puedas comer tomatitos de los arbustos.

Compañeros del Clan. Rezad por Yoshi, y esquivad a las putas.