martes, 27 de agosto de 2013

EL DÍA QUE ASESINÉ UN GUIÓN.




Por razones que no sé si puedo comentar aún, me conviene escribir otro largo. Y por otras razones que tampoco sé si puedo comentar aún, me convendría tenerlo terminado antes de octubre.

Llevaba varios días dándole vueltas a un guión de largometraje. No era nuevo: Una historia que se me ocurrió en su día para una peli de episodios que iba a hacer con otros dos directores (César del Álamo y Norberto Ramos del Val).

Aquel proyecto cayó en saco roto, como casi todos, pero hace poco César del Álamo retomó el episodio que pretendía dirigir para la ocasión. Con la ayuda de Mario Parra lo adaptó a duración de largometraje, convirtiéndolo en LA MUJER QUE HABLABA CON LOS MUERTOS.

Mi intención era la misma: Quitarle el polvo a lo que iba a ser mi episodio (también una historia de fantasmas) y convertirla en una peli. ¡Incluso dirigirla!

La trama de mi historia es la siguiente: 

Un prota alcohólico, o casi. Con su vida a la deriva. De pronto empiezan a suceder cosas raras en su casa. Fenómenos polstergeist o algo parecido. Todos a su alrededor le toman por loco, le recomiendan que deje de beber. Son alucinaciones. Nadie más percibe las cosas que él dice ver.

El prota recurre a internet. Investiga. Encuentra casos de gente que experimenta los mismos fenómenos que él. Contacta con esa gente. Y algunos de ellos son también alcohólicos o bebedores habituales. La clase de gente que bebe a solas de su casa, todos los días.

El prota empieza a creer que, en efecto, se está volviendo loco. Está a punto de cambiar de vida.

Entonces se da cuenta de que todas las personas que sufren esas alucinaciones o polstergeist tienen algo en común: Todos compran la misma marca de hielos para hacerse los cubatas, los whiskies, etc.

El prota ha encontrado un hueso. Sigue investigando. Descubre que la empresa que vende esos hielos obtiene el agua de un pantano, y para construir el pantano inundaron un pueblo que ahora está sumergido ahí... y sí, ya os lo imagináis: en ese pueblo sucedió algo terrible, y los muertos intentan contarlo a través de la gente que (en forma de hielo o de cualquier otra forma) bebe ese agua.

Hay más trasfondos y más subtramas, pero con esto basta para lo que quiero escribir en este post.

AYER. INT. DÍA.  Tenía ya la cosa tan definida que estuve a punto de lanzarme al teclado y empezar a guionizar.

Pero entonces... tuve un gatillazo emocional con la historia.

Porque me di cuenta de que esa historia ya la escribí hace años, e incluso la dirigí.

Es la historia de Gritos en el Pasillo.



Cambia al alcohólico por un artista reprimido (persona "influenciable", de voluntad débil), cambia los hielos por gritos, cambia lo de ver cosas horribles por pintar cosas horribles sin querer. El resto, en esencia, es lo mismo: Los muertos utilizándote como vehículo para contar su historia, la gente de alrededor haciéndote creer que te estás volviendo loco...

Ya sé lo que me vais a decir:

Que no es nada original, que casi todas las historias de fantasma contienen esos elementos.

Que según Campbell y la Antropología y la madre que los parió existe un número limitado de tramas posibles y siempre echamos mano de las mismas.

Que cada uno de nosotros llevamos dentro una historia y estamos condenados a perpetuarla, a repetirla una y otra vez como una especie de liturgia; cambiándole la forma, pero manteniendo la esencia, la estructura, el sustrato simbólico, arquetípico...

¡Que sí, copón! ¡Que ya lo sé!

No soy enemigo de que todo lo que escribo acabe teniendo un denominador común. Acepto de buen grado lo de repetirme sin darme cuenta. Todo eso está en la letra pequeñita del contrato que se firma con las musas, y es precioso.

Pero cuando, de repente, te vuelves demasiado consciente de que estás haciendo eso, se te corta el rollo.

Saber que me repito no me avergüenza, ni me degrada, pero me aburre.

Voy a contar una cosa curiosa. Quienes me conocéis os habréis dado cuenta de ello antes que yo mismo. El cornudo es siempre el último en enterarse:

Todos los guiones míos que acaban saliendo adelante, todos los que finalmente se ruedan en vez de morir en el intento... se repiten más que el ajo. Todos tratan de lo mismo: De la locura como mecanismo para no tener que afrontar los aspectos más duros de la realidad. De influencias ajenas a nosotros que nos manipulan y nos obligan a hacer cosas que de otro modo no haríamos.

Todo eso está en Gritos en el Pasillo, pero es que también está en (el thriller que escribí para César del Álamo). En cierto modo, incluso el elemento fantasmagórico estaba de nuevo en . Siempre me ha gustado describir como "una historia de fantasmas sin fantasmas".

Ahora en UIOP (el capítulo que escribo y dirijo para Píxel Theory) resulta que ¡oh, sorpresa! se repiten exactamente los mismos temas.



Os aseguro que tengo escritos muchos guiones sobre temas muy distintos y de distintos géneros, pero por alguna extraña razón, esos nunca terminan rodándose. ¿Acaso son peores? Soy el menos indicado para decirlo, pero si intento analizarlos con objetividad, yo diría que muchos de ellos están bastante mejor construidos que los que llegan a buen puerto. (otros no, ojo. Otros son una mierda.)

Sólo se me ocurre la posibilidad de que mi propio inconsciente tome las decisiones subterráneas; esas decisiones "de verdad" que se arrastran por debajo de las decisiones de mentira. Puede que, al igual que mis personajes, alguna influencia fantasmal me manipule para sacar a la luz, una y otra vez, la misma basura.

Imagino que habrá razones para ello, pero me hastía. Me produce una cansina sensación de claustrofobia, de estar atrapado dentro de mí mismo.

Si el titiritero quiere manejarme a su antojo, que por lo menos se curre un poco más el truco para que no se le noten los hilos. Incluso si el titiritero resulto ser yo mismo.

Así que hoy he asesinado ese guión. Le he procurado una eutanasia... o he abortado... Yo qué sé...

Además ¡qué cojones! también me he dado cuenta de que la mitad de los directores que tengo cerca están precisamente haciendo pelis de fantasmas. Otra más igual nos iba a saturar un poco a todos.

Este post es la tumba de ese guión nonato, su mausoleo...

... pero como no soy muy amigo de los períodos de luto, también fue ayer mismo cuando decidí retomar otro proyecto de peli que abandoné hace tiempo. Una historia sobre telépatas, mucho más extraña que la anterior, quizá menos comercial, más arriesgada.

A lo mejor cuando lo haya terminado descubro que - sin querer - he vuelto a contar, una vez más, la misma historia de siempre. De momento hay un factor que hace que este proyecto de los telépatas me motive más que el de los fantasmas:

No sé cómo coño termina la historia.

Ni siquiera he decidido exactamente qué ocurrirá a partir del primer punto de giro.

Cualquier gurú del guión me daría de hostias por hacer algo así. No es buena idea lanzarse a escribir sin tener atadas unas cuantas cosas.

¡Ah, los gurus! Ellos saben cómo construir guiones efectivos, pero no tienen ni puta idea de cómo hacerme feliz a mí, de cómo hacer que me levante cada mañana con ganas de saltar sobre el teclado, de cómo ayudarme a escribir con ilusión.


lunes, 12 de agosto de 2013

10 TRUCOS PARA HACER QUE TUS PERSONAJES MOLEN.

 
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Últimamente veo muchas pelis que no atrapan. Se trata de pelis bien ejecutadas. Pelis con buenas ideas, con ingredientes apetitosos. En teoría lo tienen todo para funcionar correctamente y, sin embargo, no lo hacen.

¿Qué es lo que falla?

QUE LOS PERSONAJES NOS IMPORTAN UNA MIERDA. Eso es lo que pasa.

Un amigo mío llamado Perogrullo me dijo una vez que es difícil meterte en una peli si te da igual lo que le suceda al personaje.

Cuando contamos historias (sobre todo en el cine y en la tele) nos obsesiona eso de que “el personaje no caiga mal”. ¡Bah! Lo de que el público le coja manía a un personaje no es necesariamente malo. Lo jodido es que el público sienta indiferencia.

Por lo que a mí respecta, un público implicado en la historia porque desea que a tu hijo de puta le salgan mal las cosas es igual de lícito que un público motivado por el deseo de que le vaya bien al prota.

El sadismo es un combustible emocional tan válido como la empatía.

Ah, por cierto, no os voy a dar diez putos trucos para mejorar los personajes. El título del post era sólo para llamar vuestra atención. Yo soy más de divagar y de no saber ofrecer soluciones concretas, así que tendréis que joderos.

Tampoco voy a demorarme en las recetas obvias que seguramente ya conocéis:

Que si el personaje debe tener un objetivo claro,

que si buscarle carencias que lo hagan más humano,

que si hacerle putadas y llenarle el camino de obstáculos gordos para que nos solidaricemos con él,

que si ponerlo a resolver esos obstáculos de forma ingeniosa para que lo admiremos,

que si hacer al antagonista mú malo, mú malo,

que si salvar a un puto gato...

Todo eso es muy interesante (lo digo sin atisbo de sarcasmo) pero he querido pasar de puntillas por ahí porque:

- Esos truquitos los podemos leer en cualquier manual de guión.

- Decir todo eso es un poco como decir: “La torre se mueve en línea recta, el alfil se mueve en diagonal. ¡Hala! Sabiendo eso, siéntate frente a Kasparov y hazle un jaque mate.” Está muy bien lo de que tu personaje sea ingenioso, pero para que él encuentre soluciones ingeniosas, tú tienes que ser ingenioso. Está muy bien lo de buscarle carencias humanas y objetivos reconocibles, pero para que eso salga bien, tienes que conocer un poquito la psicología y las emociones humanas.

- Y por último, pero no por ello menos importante: Hay películas que cumplen a rajatabla todos esos tips de literatura de aeropuerto y, a pesar de ello, los personajes nos siguen importando una mierda.

Si, como yo, sois de los que casi siempre se limitan a escribir para que lo dirijan otros, siento deciros que poco podréis hacer. Porque el barniz último, el toque de gracia que hará que amemos u odiemos al personaje, no depende exclusivamente de lo bien o mal escrito que esté. Esto último me lo comentó también mi amigo Perogrullo.

Evidentemente, el actor elegido es un factor importante. Pero tampoco en eso hay recetas infalibles. De hecho, creo que ni siquiera depende de lo buen o mal actor que sea el tipo. Al menos no enteramente.

Cuando un actor se encuentra con un personaje, es como una cita a ciegas. Puede que haya química, puede que no. Y eso es un misterio; uno de ésos que hacen el mundo un poco más mágico. Bruce Campbell tiene química con Ash en Evil Dead. Kurt Russell tiene química con Jack Burton en Golpe en la Pequeña China. Paul Newman, John Jusack, Morgan Freeman... tienen química con cualquier cosa que les pongas al alcance de la mano, pero no a todos los actores les ocurre eso, ni es algo que dependa necesariamente de la formación o del talento interpretativo. Actores tan dispares como Jack Nicholson o Eduardo Noriega a veces bailan con personajes que les encajan como un guante y en otras ocasiones no hay quien se los crea.

Una funesta decisión de vestuario o una peluca en el cuero cabelludo de Nicolas Cage también pueden marcar la diferencia. Un mismo filete puede estar empanado o a la plancha. La carne es la misma, sí, pero el público es un niño que come con los ojos.

Acabo de recibir un whatsapp de mi amigo Perogrullo. Me recuerda que el realizador y el montador también pueden ser determinantes a la hora de hacer que un personaje nos importe.

A mí me sucede una cosa con algunas películas: En un primer visionado no empatizo con los protas por la sencilla razón de que no les conozco: no sé qué les importa, qué les motiva, qué cosas les afectan más o menos. Más adelante, en un segundo visionado o en un análisis a posteriori, descubro que todas esas cosas que inquietan, motivan o definen al personaje sí estan ahí, pero no se perciben a menos que uno preste mucha atención.

Aviso a los realizadores y a los montadores que estén leyendo esto: Cuando manipuláis una historia, vosotros tenéis mucha más información que el público que la ve por primera vez. Aunque algunas cosas estén muy claritas para vosotros, hay que enfatizárselas al público. Es como una excursión turística. El guía está continuamente señalando hacia un lado u otro de la guagua: “Mirad, eso es importante. Hacedle una foto.” Hay que detener la guagua un segundito en los puntos más significativos de una narración, para que nuestros espectadores puedan sacar su foto, para dejarles claro que eso que les estás mostrando no es un edificio normal, sino un monumento.

Y no basta con detenerse el tiempo suficiente para informar al público. Hay ciertas cosas que no sólo debe conocer. También debe asimiliarlas emocionalmente. Ya hablé más profundamente sobre ello hace tiempo, en este post de “La ley de la esponja.

En serio, amigos montadores y realizadores: Si el prota ve morir a un bebé o ve llorar a su esposa, os conviene poner un plano en el que, de una manera u otra, se enfatice su reacción. Que quede clara la manera en que eso le afecta. Vosotros sabéis que ese tío está jodido. El público no.

Es difícil empatizar con un trozo de corcho. E incluso el más expresivo de los actores puede convertirse en un trozo de corcho si no le miramos de cerca, o desde la perspectiva adecuada.

¿Que andáis cortos de presupusto? ¿Os falta tiempo? ¿El plan de rodaje está demasiado ajustado? ¿No os da tiempo a rodar todos los planos que teníais previstos? Hacedme caso: En la mayoría de las ocasiones, ese plano en el que se muestra la reacción de tu actor es mucho más importante para la historia que ese otro plano original y visualmente impactante que te iba a hacer destacar – puede que más de la cuenta – a ti como realizador. Creedme. Sé de lo que hablo. He protagonizado cagadas de ese tipo.

Vale, no exageremos. Un buen guión tampoco está tan desnudo. Si construimos desde el papel un personaje sólido, será más fácil que un actor con sensibilidad y un realizador con criterio extraigan todo ese petróleo y lo plasmen en la pantalla. Naturalmente, no todos los actores tienen esa sensibilidad, ni todos los realizadores tienen ese criterio. No os enfadéis por eso: Lo más probable es que vuestros guiones tampoco estén a la altura.

Y lo más hermoso, lo más desolador del asunto, es que un mismo resultado final puede cautivar a unos y dejar indiferentes a otros. A este de aquí le fascinará el Quinlan de Welles en Sed de Mal. A aquel otro de allá le provocará repugnancia.

Como veis, este es un post sin soluciones claras. No aspiro a iluminar nada con mis divagaciones de todo a cien. En todo caso, acentuar las sombras de lo desconocido para dibujar un paisaje misterioso, mágico.

No hay fórmulas mágicas.

Estáis desprotegidos.

No hay barandillas en la montaña rusa.

No hay una sola manera de hacer las cosas bien.

Hay mil maneras de hacer las cosas mal.

Estamos a oscuras. Aprovechadlo, nadie os ve. Podéis permitiros un poco de juego. Experimentad. Sois libres. Ya sé que asusta un poco, pero es un regalo magnífico. El arte de contar historias es tan impredecible que nadie podrá reprocharos nada si el guiso os sale mal.

Eso último es mentira. Por supuesto que os lo reprocharán. E incluso os dirán lo que tendríais que haber hecho para alcanzar el éxito. Es muy fácil ofrecer soluciones a posteriori. No os preocupéis: Aquellos que os critiquen tarde o temprano cometerán los mismos errores que vosotros.

Los errores son como seres vivos: por mucho que nos empeñemos en desterrarlos de nuestras historias, siempre encuentran grietas por los que colarse. Puede que estén ahí para hacer las obras de arte más vivas, más acogedoras. Como líquenes que crecen en la roca.

Está genial intentar hacer las cosas bien. Menos mal que la vida se encarga de que no sepamos a ciencia cierta cómo coño se hace eso. Jugad, por favor. Si no disfrutáis haciendo lo que hacéis, estáis muertos.

Y si alguien os critica u os censura u os corrige, no os preocupéis: dentro de un tiempo esa persona también estará muerta. Dentro de un tiempo no existirá ni tu peli, ni la Humanidad, ni este puto planeta.

Blade Runner empezó siento vituperada, incomprendida. Ahora es un clásico del cine, una obra de culto. Mañana será polvo y ceniza. Nadie podía predecir las dos primeras cosas. Es muy fácil predecir la tercera.

Al Universo se la suda Blade Runner.

“Diez trucos para que tus personajes molen.” Jajajaja ¿En serio creíais que os iba a hablar de eso? Mejor intentad molar vosotros.

Hasta otra, cabrones.