jueves, 11 de septiembre de 2008

EL QUE NO SE ARRODILLA

Y cierto día, la nación se zambulló en el caos, y el caos era un concierto de hambre y duda. Así estaba el país cuando el Tirano acaparó el poder. Los ciudadanos le dedicaron oídos sedientos de respuestas, quisieron confiar en sus palabras, y le entregaron su confianza, corazones apenas remendados, sus vestigios de esperanza ciega.

Y así la ciudad se convirtió en juguete del Tirano, y gravitó el terror sobre las calles, y hubo una bala para cualquiera que se atreviese a pensar contracorriente, y hubo una celda para todo aquel que osase contravenir las normas, y cada norma era una mano que se cerraba en torno a mil gargantas.

Y cayó sobre la plebe una plomiza telaraña de ejército, y tortura, y policía…

Y nadie se atrevía a cuestionar el régimen sangriento del Tirano.

Nadie… salvo aquel misterioso enmascarado.

La gente lo llamaba “el que no se arrodilla”. Porque nada conseguía doblegarlo. Atentaba contra los crímenes del Tirano, saboteando fusilamientos, genocidios, y cámaras de gas, y violaciones de derechos inviolables.

Cubría su cuerpo con un abrigo de piel negra, y así se confundía en las tinieblas, así desaparecía en la negrura tras asestar el golpe, así se hermanaba, fusionaba… con los pocos entresijos a los que no llegaba la luz de las farolas del Tirano.

Cubría su cara con un cráneo de lobo, recordándonos a todos que, cuando las leyes atentan contra el hombre en vez de protegerlo, a la mierda las leyes, y hola de nuevo a la cruda ley del animal salvaje, a la lucha de las uñas y los dientes.

Saltaba entre cornisas y azoteas, dejando aquí y allá un soldado herido, un guardia muerto, un tanque del Tirano hecho pedazos, una prisión henchida de agujeros.

“El que no se arrodilla”.

Nadie conocía su identidad. Era un dios sanguinario, furtivo justiciero, un clandestino hombre del saco que convertía en acciones los deseos de un millón de infelices que no se atrevían a desearlo demasiado alto.

El Gobierno del Tirano había designado a un comando de hombres de élite para encontrar y ejecutar a “el que no se arrodilla”. Una élite de rastreadores y asesinos, investigando cada casa, cada vehículo, cada alcantarilla… Todas sus pesquisas eran inútiles. “El que no se arrodilla” parecía burlarse de ellos con una facilidad insultante. Se materializaba, asestaba una sonora bofetada al régimen del tirano, y luego… se desvanecía… las entrañas de la tierra devoraban su abrigo de piel negra, su máscara de lobo…

Aquella mañana, el Tirano completó sus ejercicios en el gimnasio, se abrochó el uniforme militar, y reunió a su gabinete de ministros en la mesa redonda. El Ministro de Conducta expuso el caso: Tres profesores de un colegio se negaban a seguir al pie de la letra los libros impuestos por el Gobierno.

El Tirano apretó el botón del interfono, y ordenó a sus agentes de policía un asalto al colegio, y un linchamiento de tres profesores en el patio central. De ese modo, los alumnos aprenderían una lección mucho más rotunda que la de esos estúpidos libros. Aprenderían que en su reinado, la insubordinación se pagaba con lágrimas de sangre y con crujir de huesos. De esa manera, el miedo seguiría perpetuándose a sí mismo, y el orden se seguiría manteniendo. Era lo que el padre del Tirano habría deseado.

La policía obedeció sin rechistar. El Tirano despidió a su gabinete. Acto seguido, se levantó, y abrió un armario cuya existencia nadie conocía. Se desprendió del uniforme, se puso el abrigo de piel negro, y la máscara de lobo. Abrió la ventana, y galopó hacia el colegio, saltando de azotea en azotea, y de cornisa en cornisa. Llegaría al lugar minutos antes que los polis, y defendería a aquellos pobres profesores hasta el último aliento. Destrozaría a una docena de agentes, si era necesario. Y entonces tres personas podrían seguir intentando que los críos crecieran pensando en libertad. Era lo que la madre del Tirano habría deseado.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Está genial, siempre consigues sorprender (me flipan los giros esos que haces al final...)
En mi casa no existía el hombre del saco, pero si la mujer de la cesta :)

Anónimo dijo...

¡ERA ÉL!

Juanjo Ramírez dijo...

Cata: En mi casa no había hombre del saco, sino "el coco". Todavía tengo una imagen del Coco en mi cabeza, a medias siniestra, a medias adorable.

César: ¡¡Síii!! ¡¡Lo has pilladoooo!! :P

Anónimo dijo...

Es que yo, en el género "¡Era yo!", tengo ya hecho un máster ;)

ShOrTy dijo...

Me ha gustado mucho la historia!, da a pensar demasiado sobre la situación y las causas. es decir, es como cuando alguien inventa una enfermedad para vender la cura, pero en este caso no se que interpretar del tirano, El tenia el poder para cambiar el mundo, sin embargo no lo hace, no se si es malo, bueno...es decir,¿te imaginas si Batman hiciera eso?, ¿que pasaría si el fuese el lider de las bandas criminales de ciudad gotica?, en todo caso sería una forma bastante sutil de rellenar su ego. aunque bastante hueca y falsa.

:D

Juanjo Ramírez dijo...

Hola pequeña Shorty!! :D

Qué bueno leerte por aquí!

Me llama mucho la atención que los dos ó tres que me habéis comentado sobre esa cuestión descubrís que el héroe era el malo, en lugar de descubrir que el malo era el héroe :P

Yo supongo que son las dos cosas a un tiempo, aunque cada una viene acompañada de un matiz.

ShOrTy dijo...

bueno, todo es cuestion de enfoques. quizás solo es un tirano que cansado de los placeres disponibles que por la naturaleza de su posición decide obtener el placer decide convertirse en un bueno a las sombras, una idea más que nada.

por otro lado, quizás sea un bueno que descubrió tan bien cómo opera el sistema y le dio tan duro en la yugular, que mató al tirano y lo suplantó por el mismo. en esa posición debe de saber que es mas facil cambiar el sistema que destruirlo, asi que el heroe inicia un cambio más radical. un cambio en las personas, mostrandoles esperanza y que en efecto: EL SISTEMA SOMOS NOSOTROS