miércoles, 2 de julio de 2014

¿HAY QUE CONOCER LAS REGLAS PARA PODER SALTÉRSELAS?




Hay que conocer las reglas para poder saltárselas.

Mis profesores me lo decían en la universidad, y yo mismo se lo he dicho a mis alumnos, cuando los he tenido.

Hay que conocer las reglas para poder saltárselas.

Sí, he pronunciado esa frase, y la he defendido, e incluso he creído en ella.

Pero cuantos más años cumplo, cuantas más páginas escribo, cuanto más aprendo a mirar a mi alrededor, menos convencido estoy de ello. No digo que rechace la frase de manera tajante. Simplemente, no lo tengo tan claro. Tengo dudas.

Uno lee cosas que escribió de joven, antes de recibir una formación... uno lee cosas que escriben los niños... uno lee el guión o la novela de un autor "no profesional"... y encuentra hallazgos, dechados de pureza que nunca habrían podido salir de una mente domesticada.

Por otra parte, las reglas tienen un gran peligro, al menos en mi caso: Una vez que las conozco, me siento muy cómodo con ellas y tengo la sensación de que puedo contar cualquier cosa sin desobedecerlas. Porque llevan mucho tiempo inventadas, las cabronas. Las reglas nos conocen a nosotros mucho mejor de lo que nosotros las conocemos a ellas, y mucho mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos.

Las reglas son una prisión lo suficientemente amplia para englobarnos, para que no nos sintamos constreñidos. De pronto me vienen a la cabeza esas tortugas que crecen más o menos según el tamaño de la pecera en la que las encierres. ¿Debemos conformarnos con nuestra pecera o debemos construir una más grande? ¿Merece la pena convertirnos en tortugas gigantes, o somos felices siendo tortuguitas minúsculas?

De pronto me acuerdo de mis comienzos como escritor. Escribía novelas sin parar, una tras otra. Novelas que ahora mismo no me atrevería a enseñar a nadie sin ruborizarme. En ellas experimentaba con los signos de puntuación, me inventaba palabras... quería innovar. Todavía me pasa, de vez en cuando.

Luego creces - o algo parecido - y te das cuenta de que puedes comunicar lo mismo y transmitir las mismas sensaciones respetando las reglas de la gramática comunmente aceptada. Poco a poco, uno deja atrás la edad del pavo del artistilla y se da cuenta de que las cosas realmente importantes, las que remueven a los demás por dentro... no dependen tanto de la forma como del sustrato. Lo que realmente nos atrapa o nos descoloca son los conceptos, las ideas, los bocetos de personajes... las decisiones formales deben ser como ninjas, que nos ayudan a transmitir eso lo mejor posible, pero de una manera tan virtuosa como invisible.

Creo que las reglas son domesticarse. Son podar una planta que desearía crecer de manera salvaje. PERO LAS ASUMIMOS POR AMOR. Del mismo modo que Jaime Lannister es capaz de arrojar a un niño desde una torre por amor, nosotros somos capaces de aceptar los límites que nos imponen las reglas... por amor.

No nos engañemos: Escribimos para que nos quieran. No nos engañemos: Escribimos porque, muy en el fondo, queremos a esos hijos de puta hacia los que nos dirigimos, incluso cuando tecleamos para joderles y para meterles los dedos en las llagas. Es otra forma de amor. Una especie de sexo made in David Cronemberg.

Las reglas nos limitan, pero las necesitamos para comunicarnos con esos lectores (o espectadores) que amamos. Yo podría innovar ahora mismo escribiendo:

ñfdjfjklfberfiluhuiiiiiiiiirrrrrrroooinnnckcccllklklkdnjkdsnjkds

Seguro que nadie ha escrito eso antes. Pero hay algo aún más seguro: Lo que acabo de escribir no lo va a entender nadie, ni le va a importar a nadie.

Asumir las reglas es como irte a vivir a un país extranjero y aprender su idioma: Un idioma con el que no te has criado, con el que no podrás expresar todo lo que llevas dentro... pero lo aprendes y lo hablas, porque necesitas que te entiendan, que te quieran... Todos asumimos las reglas (en mayor o menor medida, consciente o inconscientemente) porque no nos gusta estar solos. Incluso el naúfrago voluntario, en su retiro, tendrá ganas de enviar un mensaje embotellado de vez en cuando.

¿Pueden mutar las reglas? ¡Por supuesto! Lo hacen constantemente.

¿Podemos - y debemos - arrojar piedras contra la pecera en busca de otra pecera más grande? Creo que ya he hablado sobre eso por aquí, posiblemente en la entrada que he enlazado hace un rato: Las grandes innovaciones, las grandes genialidades... rara vez son intencionadas. Si te sientas ante el folio pensando "Voy a innovar", no te olvides de ponerte una nariz de payaso a juego con ese pensamiento.

Yo creo que se innova por accidente.

Como pasa con todos los aspectos de la vida, más de la mitad de lo que escribimos lo decide nuestro inconsciente. Cuando organizamos el magma que llevamos dentro concretándolo en palabras, en historias... ahí está nuestra razón construyendo barcos en los que nuestro inconsciente viaja como polizón.

Me viene a la cabeza el guión de MÍ, una peli que escribí para César del Álamo. Escribí la primera versión sin plantearme qué profesión tenía la protagonista. Simplemente me dejaba llevar, me centraba en los auténticos motores de la peli. Luego, en la segunda versión, decidimos añadir un epílogo en el que viésemos a la prota en su vida normal (la primera versión arrancaba directamente con ella sumida en las circunstancias surrealistas que gobiernan el resto de la peli). Cuando tuve que escribir ese prólogo, me di cuenta de que ese personaje era arquitecto, y que había elegido esa profesión para contentar a sus padres. Puede que, sin yo quererlo, añadiese un leve tinte autobiográfico: A mi padre le habría encantado ser arquitecto y no lo fue. Luego intentó convencerme para que yo estudiase Arquitectura, y no lo hice (decisión que él respetó en todo momento). El caso es que yo escribí el guión sin pensar en una mujer arquitecto, pero creo que inconscientemente la arquitectura ya estaba ahí.

En ese sentido, creo que las cosas realmente profundas, las que realmente convierten cada obra de arte en algo vivo, no las controlamos del todo. Da igual si respetamos o no las reglas. La diferencia entre un ferrari y un seat seiscientos no depende de cómo se detienen para respetar los semáforos.

Creo que si un escritor quiere escribir cosas buenas, tiene que cultivar el inconsciente, y eso se consigue - o eso espero - viviendo, planteándose las cosas, escuchando, moviéndonos por el mundo intentando encontrar significados en él.

No sé si hay que conocer las reglas para poder romperlas, porque ni siquiera estoy seguro de que haya que romper las reglas. Igual debemos olvidarnos de estos debates estériles e intentar tener vidas interesantes, para convertirnos en personas interesantes y contar cosas interesantes, incluso sin querer. Y no hace falta viajar a Machu Pichu o a Birmania para tener una vida interesante. Creo que es algo que depende más de la actitud de cada uno que de las experiencias vividas.

A modo de curiosidad, diré que he tecleado "A la mierda las normas" en Google para buscar una foto con la que ilustrar este post, y el segundo resultado que me ofrecía Google era este otro post que escribí hace tiempo.

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