lunes, 6 de diciembre de 2010

LA SALSA, EL QUESO FUNDIDO, LA ACEITUNA DEL MARTINI


Como ya comenté hace unos días, estoy trabajando en el desarrollo de una serie cuya existencia, al parecer, ya es medio oficial.

También hemos dado los primeros pasos para mover ese largometraje con el que César y yo os pretendemos molestar.

Menciono estos dos asuntos porque ambos me arrastran hacia una misma reflexión. Algo que todo guionista se plantea mientras trabaja en la escaleta de tal serie, o cuando piensa en posibles reescrituras de tal largo.

Y el guionista que tenga una respuesta definitiva y convincente, que tire la primera piedra.

Me refiero al eterno dilema de qué cosas son necesarias en tu guión y cuáles sobran.

Si hacemos caso a gente como Aristóteles o a Robert McKee, debemos respetar una norma sagrada: Si quitas cualquier cosa de tu guión y a pesar de ello la historia sigue funcionando, eso significa que ese elemento sobra. No es necesario en tu trama. Lo único que hace es ensuciártela y entorpecer.

No pienso arremeter contra esa norma. La considero muy útil en la mayoría de los casos. Pero cuando uno se obsesiona con esa máxima, la cosa empieza a dar algo de miedo. Entras en una dinámica casi religiosa, como si escribieras con tijeras de podar en vez de musas.

No me siento legitimado para teorizar sobre estos temas, así que me voy a limitar a contar un par de anécdotas. Las anécdotas me parecen menos prepotentes que las teorías. Hablan de cosas concretas, sin pretensiones de universalidad. Eso, por otra parte, quizá las convierta en zorras peligrosas.

La primera anécdota es de cuando trabajaba en el guión de Zombie Western. Íbamos por la cuarta versión y aún seguíamos intentando limpiarlo de elementos prescindibles. No sólo por una cuestión de efectividad narrativa. También nos convenía aligerarlo por cuestiones de duración y presupuesto.

Aprovechando que íbamos a estar unos días en Copenhague, nuestros "socios" daneses insistieron en que tuviésemos una charla con un analista de guiones bastante reputado que vivía en la capital danesa. El tipo se llamaba Lars, como casi todos los daneses. No recuerdo su apellido.

Yo estaba un poco receloso. He conocido a analistas de guión realmente cenutrios. Hay mucha falta de profesionalidad en ese sub-gremio. En España no se toman ese trabajo en serio está configurado de tal modo que lo puede desempeñar cualquiera. ¡Y querían que un analista danés metiese sus zarpas en nuestro guión!

Nos reunimos con Lars Noséqué y me tuve que comer mis recelos con papas (tubérculo que, por otra parte, constituye el 80% de la gastronomía danesa). Porque el analista, en mi opinión, dio en el clavo en casi todo lo que nos propuso. Nos dio recomendaciones tremendamente útiles y expuestas de manera muy inteligente.

Ahora bien, había una secuencia en el guión que no aportaba gran cosa a la hora de hacer avanzar la trama. Desde un punto de vista narrativo era prescindible, pero a mí me daba mucha pena perderla. Llamémosla "la escena de la puta" para entendernos.

Mientras escuchaba al analista, estaba intrigado acerca de qué cojones nos iba a decir sobre "la escena de la puta". Pero aquel tipo ni siquiera mencionó esa escena en los cambios que nos proponía. Cuando terminó de exponernos sus consejos, tuve que ser yo quien le preguntó directamente:

- ¿Y no quitarías la "escena de la puta"?

- No. Yo la mantendría en el guión - contestó él.

- ¿Por qué?

- Porque es graciosa.

Esas tres palabras (quizá cuatro, pues la conversación era en inglés) fueron un bofetón que me catapultó de nuevo hacia el mundo real y me quitó muchas tonterías de encima.

"¡Porque es graciosa!"

¡Estábamos escribiendo una comedia, coño! Estaba bien eso de buscar la limpieza narrativa, pero la prioridad número uno era que la gente se riese.

A veces, si despojas tu guión de ciertas cosas aparentemente prescindibles, terminas cocinando comida de hospital. Ya sabéis a qué me refiero. Esa bandeja con un pollo hervido que no tiene jugo y unos trozos de zanahoria asépticos, sin aliñar. Y una sopa sin sal. Todo ello muy sano, muy limpio, intencionadamente nutritivo. Una comida que, para ser más efectiva, ha sido privada de todo lo que sobraba: El aceitito, la piel dorada del pollo, las papas fritas.

Eso, a su vez, me recuerda a la segunda anécdota:

En la universidad tuve a Jordi Grau como profesor de guión. Aquéllas fueron las clases de guión más extrañas y poéticas que he recibido. Cierto día Grau, cuando nos hablaba sobre todo este asunto aristotélico, nos puso un ejemplo:

"Imaginad una secuencia en la que un chico se encuentra con una chica en un parque. Se enamoran, se besan, se marchan juntos. Pero en lugar de pasar a la siguiente secuencia, nos quedamos medio minuto viendo el parque vacío, sin que ocurra nada especial en él. Solamente los trinos de los pájaros, alguna hoja que cae... ¿Eso es correcto según la Poética de Aristóteles?"

El propio Grau nos dio su opinión al respecto: "Pues según cuáles sean las intenciones del autor, sí puede ser correcto. Porque aunque no aporte nada desde un punto de vista narrativo, sí que aporta un aroma, una partitura que nos permite leer esa historia en la clave adecuada, en el tono adecuado."

Me he tenido que inventar un poco las palabras. Seguro que Jordi Grau lo habría explicado muchísimo mejor (y habría tardado media hora en hacerlo)

Y eso vuelve a entroncar con mi planteamiento: Acaso algunas de esas cosas que aparentemente sobran están ahí para que la comida no sea tan de hospital.

Esas cosas son la salsa, el queso fundido, la aceituna del martini.

¿Os habéis dado cuenta de la cantidad de material prescindible que hay en esta entrada? Si habéis leído este blog en otras ocasiones, ya sabréis que suelo irme por las ramas sin darme cuenta, pero en esta ocasión lo he hecho a propósito.

Podría haberos contado la misma información en la mitad de tiempo, de forma muchísimo más ágil y probablemente más efectiva. He incluido comentarios que no vienen a cuento, me he demorado contando cosas irrelevantes en lugar de ir directamente al grano. ¡Incluso he contado dos anécdotas redundantes entre sí! Con una sola de las dos habría bastado para exponer mis conclusiones.

Quizá a causa de ello me ha salido una entrada más difícil de leer. Quizá la extensión de la entrada asuste y disuada a la mitad de los lectores. Pero os aseguro que he sentido un placer pecaminoso, casi erótico al hacerlo deliberadamente mal.

(La imagen que corona la entrada procede del blog http://demadamex.blogspot.com )

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Te aseguro que Tolstoi (que le tengo metido dentro del bolso con páginas de papel de fumar) se pasó por el forro a Aristóteles y a McKee...Además la mayoría de las veces con lo que nos quedamos de un guión, de una peli o de un libro, es con ese pequeño detalle irrelevante...no sólo es el tostadito de la besamel, sino que es por ello por lo que repetimos una y otra vez.

Maya la Araña

Juanjo Ramírez dijo...

Mechameeeel!!! Ñaaammmm!!!

César del Álamo dijo...

Lo que hace una historia grande (sea del medio que sea) son los detalles superfluos.

Anónimo dijo...

Y luego tú te quejabas porque yo decía que necesitaba el background en las partidas de rol. Hay que joderse con la salsa, la aceituna y las patatas fritas del guiso.

Un abrazo, Juanjo.
Gonzalo.

Bego dijo...

A mi me pasó lo mismo con mi curso de literatura infantil. El profesor hablaba de la teoría de la flecha para escribir un relato. Toda la información que no enfocase hacia el final del relato era prescindible.

¿Y sabes qué hago yo? Pensar que TODOS los detalles ayudan a que el final sea aún mejor. Bueno, no todos, pero siempre me ha gustado la comida con mucha especia...

Juanjo Ramírez dijo...

¡Cierto, Bego! ¿Y sabes qué? Muchas veces sin darte, lo que en principio eran detalles, acaban convirtiéndose en cosas importantes para la historia. Además, yo creo que en literatura pura y dura se puede tomar uno más licencias que en el audiovisual, porque el lector es más activo que el espectador, y tiene más control sobre el ritmo con el que lee. ¡¡Y actualiza las carreras de galletas, que queremos máaaaas!!

Madame X dijo...

Querido, yo nunca prescindiría de la aceituna del Martini. :-)

Baci.

Juanjo Ramírez dijo...

Yo tampoco! Bienvenida (y espero que no te importe que tome prestada tu imagen)

Madame X dijo...

Gracias. Y cómo me va a importar que tomes la foto, si yo misma las cojo de por ahí. Esto me recuerda a la peli de El cartero de Neruda. Neruda se enfada con él porque ha usado un poema suyo para seducir a su chica y le contesta el cartero: "la poesía es de quien la necesita". Pues eso...

Yo te agradezco el enlace, pero sería más justo poner el autor. Cuando puse la foto no lo conocía, ahora ya sí y he corregido eso.

Por cierto, me lo he pasado muy bien leyéndote.