sábado, 17 de julio de 2010

DESDE LA CÁRCEL DE MIS PROPIAS LETRAS



El tiempo libre es peligroso. Hay que amueblarlo. Por eso la escritura. Por eso teclear. Preguntarle cosas al abismo antes de que el abismo te empiece a preguntar a ti.

Cogí carrerilla con un par de relatos y creo que la maquinaria vuelve a estar engrasada. Tan, tan engrasada que me mancha las manos. Me he atrevido a retomar una novela que tenía cogiendo polvo en el trastero. La emperatriz de los insectos. Así se llama la criatura. Ha pasado más de un año (puede que más de dos) desde que escribí el primer capítulo y me quedé paralizado en la antesala del segundo.

No sé qué clase de bloqueo interno me impedía continuarla, pero parece que lo he solucionado. Estoy a punto de empezar el capítulo cuatro.

Cuesta el cambio de chip. Cuando llevas tanto tiempo escribiendo guiones es difícil regresar a esta otra cosa que insistimos en llamar "escritura de verdad".

En los guiones sólo hay que cuidar el estilo de los diálogos (a veces ni eso). Las acotaciones no están obligadas a ser bellas. Les basta con ser claras, precisas, eficaces. Y el guionista que no derrame veinte erratas en sus acotaciones, que tire la primera piedra. En una acotación el estilo puede llegar a entorpecer. Como un poeta en medio de un rodaje, sin saber dónde colocarse, pisando cables sin querer, tirando focos, dando por saco a los eléctricos, a los auxiliares de producción y a la madre que lo parió.

Pero en la Literatura pura y dura (por llamarla de algún modo) la cosa es más jodida. "Pepe abre la nevera. Saca la coca cola. La abre. Bebe. Se acuerda de María. Llora." Así lo escribiríamos en un guión, solucionando el asunto en un minuto. Pues eso mismo en tu novela pueden ser horas, tal vez días de quebraderos de cabeza.

Por si fuera poco, mi obsesión por el estilo es cada vez más enfermiza. Parir novelas no es como actualizar el blog. Esta web no deja de ser un vertedero. Aquí arrojo las palabras que me sobran sin cuidarlas, sin preocuparme en exceso sobre cómo y dónde caen. En todo caso separar el plástico del vidrio, si me levanto con el pie derecho.

Pero en novela cada párrafo intenta ser un mecanismo suizo. Puedo pasarme varios minutos varado en una misma frase, buscando la palabra adecuada, la que además de expresar lo que deseo dota a la frase de la musicalidad buscada. Me retuerzo los sesos en busca del sinónimo de turno porque me he vuelto alérgico a ciertas redundancias. Alérgico a las redundancias "no buscadas". Si ya he utilizado una palabra en cierto párrafo no puedo repetirla tres líneas más abajo. No así. No de cualquier manera.

Escribo la frase y luego la desmonto, la pruebo en sus distintos órdenes posibles. Primero el adjetivo y luego el nombre. Primero el nombre, luego el adjetivo. El predicado antes que el sujeto. El sujeto y después el predicado. Dejarla así. Releerla a los dos minutos, volver a invertir el orden, releerla cinco frases más tarde, podarla porque le sobran tres palabras. O cuatro. Innecesarias. Volviendo la oración pesada y torpe. Por fin te quedas a gusto con la puta frase, pero sabes que cuando la leas por la noche volverás a pensar que estaba mejor antes. Te faltará el pronombre que quitaste, te sobrará esa coma...

Los putos signos de puntuación. Los puntos y las comas desperdigados por el texto. Son guardias de tráfico. Regulan la fluidez de la lectura. Como si ese mapa de conceptos que es la página tuviese sus rotondas, sus vías rápidas, sus pasos de peatones. Y es tan difícil dirigir el tráfico sin joderlo...

Tengo dentro de la cabeza varios señores con corbata que se dedican a deliberar si esa coma falta o sobra, si esa otra coma no debería ser un punto, si ese punto es "y seguido" o es "aparte", si es preciso un "punto y coma" que separe conceptos e ingredientes.

Y todo ello porque estoy enfermo. Descubro con horror que, aunque esté escribiendo en prosa, cada una de mis frases intenta ser un verso. Que a veces sacrifico parte del contenido narrativo en aras de la musicalidad. Percibo una partitura invisible que me esclaviza sin clemencia alguna. En estos tiempos en que todos los poetas se escudan en el llamado "verso libre" para darle la espalda a la armonía. En estos tiempos en que cuelgan la etiqueta de "poema" a cualquier prosa deconstruida y fragmentada... aquí estoy yo, casándome con la métrica, como un gilipollas. Llevándomela de luna de miel a una novela, consciente de que el lector no notará la diferencia, porque el ritmo interior de cada ser es muy distinto.

Así que al final todo se reduce a esa lentitud desesperante, a ese volver y revolver sobre mis propios pasos. Soy ese guiri indeciso que da el coñazo a su familia para sacar la foto más bonita que le hayan hecho al Partenón de Atenas. "Poneros un poco más a la derecha, no, no tanto. Más a la izquierda. Acercaros un poquito. No tanto. Tú, pásale el brazo por el hombro a tu madre. Tú, sonríe. Mmmm... ahora la luz no es tan bonita, vamos a esperar". ¡¡Deja de marear la perdiz, gilipollas!! ¡Si tu cámara es la mierda más compacta que se le puede vender a un dominguero!

También cuesta desembarazarse de las estructuras férreas del guión. Lo estructural en los guiones suele ser una cuestión estricta. Da igual el número de veces que nos intentemos sacudir de encima esas gilipolleces: Si vas por la página 30 de tu largometraje y aún no has llegado al punto de giro, estás incómodo. Si vas por la segunda línea de diálogo de tu sketch y aún no se ha detonado la premisa, estás incómodo. Y tu capítulo de serie siempre tiene que ocupar las misma veinte páginas, o las mismas cuarenta, o las mismas setenta. No hay mucho margen para maniobrar, y te empiezas a poner nervioso (de manera quizá injustificada) cuando aparece algo que no aumenta la duración de tu capítulo pero sí su número de páginas. Un diálogo picado, por ejemplo.

- Sí.

- No.

- Que sí.

- ¡Que no!

Sabes que eso son apenas tres segundos de emisión, pero esos segundos hijos de puta te ocupan la cuarta parte de la página y al final haces cosas irracionales, infantiles. Como retocar un par de acotaciones para decir lo mismo con dos palabras menos, porque al librarte de esas dos palabras ganas un renglón. Es como cuando hacíamos los trabajos del colegio con arial catorce y a espacio y medio para que ocupasen más folios y pareciesen más extensos. Igual, pero a la inversa.

Entonces te mudas al país de las novelas y te llevas algunas obsesiones de ese tipo en tu equipaje, y te tienes que recordar una y mil veces que no, ya no. Ya has salido del zulo. Ahora las páginas son ilimitadas y gigantes. Enormes praderas de color blanco en las que no existen más leyes que las tuyas. Las tuyas y las del sentido común.

La estructura de una novela es mucho más flexible que la de una peli. Y mucho más heterodoxa. Necesito repetírmelo treinta veces al día. El lector tiene muchísima más capacidad de aguante que el espectador. Quizá porque participa de forma más activa.

En el audiovisual el ritmo viene impuesto. Las tramas suelen diseñarse para ser reproducidas del tirón, de principio a fin. Los autores del producto controlan la sensación rítmica y se la juegan a todo o nada. Si aburres a un espectador corres el riesgo de perderlo para siempre.

Los libros son distintos. Es el lector el que decide el ritmo de reproducción de la historia que le cuentan. Es él quien lee más lento o lee más rápido según le convenga, es él quien decide en qué momento interrumpir el discurso y en qué momento retomarlo. Los libros son cajas de Pandora que se abren y se cierran con un leve movimiento de la mano.

Aunque tal vez algún día la forma de consumir el audiovisual se convierta en algo parecido. Empieza a suceder. Gracias a nuestra costumbre de ver las cosas en el ordenador. Gracias a los vídeos del youtube con su "veo un trozo, espero que siga cargando, luego continúo, me suena un aviso del messenger, le doy al pause, leo, jejeje, le doy al play, veo otro poco, barra espaciadora, lo vuelvo a detener, mirar el mail, mirar el facebook".

Los reproductores de los ordenadores y la vida cyber-social nos convierten poco a poco en dueños del ritmo y la fluidez de lo que estamos viendo. Quizá eso acabe flexibilizando también las estructuras de tramas en pelis, series, vídeos.

Quizá Apple, Microsoft y el internet nos harán libres.

6 comentarios:

Rubentxo dijo...

Acabo de borrar el comentario que estaba escribiendo porque intuía que su extensión era poco recomendable, así es que trataré de resumirlo al máximo.

Por un momento pensaba que el que escribía ese post era yo (supongo que le va a pasar a muchos de tus lectores). Y me explico:
-Lo del cambio guión-prosa me sucede a mí con teatro-prosa o con artículos científicos-prosa.
- Escribir prosa, también para mí, es rellenar hojas enteras de poesía: ritmo, métrica, sonoridad, todo se intenta cuidar al máximo. Obsesión por el estilo...
-La puntuación... ¡Joder! Es la peor de todas las pesadillas del escritor o (en mi caso) aspirante a.
- La correción y revisión... Hace unos meses acabé (al fin, ¡aleluya!) una de las novelas que tenía empezadas. 2 años para meditarla (sin escribir una sola línea) y 4 semanas para escribirla (imagina el ritmo: encerrado y sin ver la luz del sol). 270 páginas casi del tirón porque en mi cabeza ya estaba todo perfectamente encajado. La mayoría de las frases ya estaban escritas (las había repetido en mi mente miles de veces), conocía a los personajes mejor que a algunos de mis mejores amigos, sabía en qué capítulo iban los giros, los reveses, los cruces de las subtramas...
Y, desde entonces, ese tocho de folios me mira desde un rincón de mi estudio, esperando ser revisado, corregido, mejorado. Y algo que me dice que tardaré en hacerlo. Quizás acabe antes otra de las novelas que hay semiescrita es mis pocas neuronas. Me da miedo enfrentarme a ese engendro. Me da pánico que descubrir que el proceso más costoso es el que empieza justo ahora, el de pulir y dar explendor... Tiemblo con solo pensarlo...

Y nada más.
Que espero leer esa novela.
Y que, toma, por si se te acaban, un regalo (mi granito de arena en tu novela,jeje):

,,,,,,,,,,,
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...............
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(El Sol, que me derrite el cerebelo y digo tonterías...)

Juanjo Ramírez dijo...

Gracias por el comentario, Rubentxo! Y por regalarme esos guardias de tráfico!

Es cierto que en tu escritura se nota preocupación por la musicalidad.

Ánimo con esa novela. Yo odio las revisiones. Por eso las voy revisando conforme las voy escribiendo, y aun así, si las releo años después, las sigo revisando. Si me dejasen, creo que las revisaría eternamente. Nunca estaría contento.

Un abrazo

Cata dijo...

Visto que esto es un vertedero, está claro que soy algo así como adicta a la mierda :p
Me gusta muchísimo que expliques como lo haces... yo con mi impaciencia creo que sería incapaz...
Aunque en lo de repetir palabras... yo también tengo esa manía (pero en las demandas y recursos... ugh!!!)
hablando de mierda....me mola que te cagas verte así, fluyendo!!!!
pd- he estado en hendaya en la playa!!!!! (lleno de navarros meaplayas, claro!)

Juanjo Ramírez dijo...

Eso es Cata! Fluyendo!!! Abrazos, meaplayas!

César del Álamo dijo...

Enfermo ;)

Por cierto: http://cine.fnac.es/a391886/Mi-sin-especificar?PID=7&Mn=-1&Mu=-13&Ra=-3&To=0&Nu=1&Fr=0

Juanjo Ramírez dijo...

Y eso que aquí no he hablado sobre la obsesión que tengo últimamente con los nombres de los personajes y sus significados ;P