Amalia nunca borra un mail. Si le preguntas por qué, ella sabe ofrecerte una veintena de respuestas. Tantas como tipos de mail existen. Aunque supongo que la razón última es siempre la primera: Todos tenemos miedo de morir, y sabemos que también a nosotros nos borrarán un día, cuando dejemos de tener sentido.
Nunca falta una buena razón para conservar un mensaje de correo electrónico. Hay mil coartadas con que aferrarse a lo efímero: Lo bonito que sería releer ciertas palabras más adelante, en uno de esos futuros en que los presentes se convierten en nostalgias. Lo útil que sería repescar ciertos datos la próxima semana, el mes que viene, para tramitar esto, para ultimar lo otro. Las fotos de ese viaje a Marruecos de Natalia, que acaso estarán más seguras en los abismos del cyber-espacio que en la precariedad de un disco duro.
La cuenta de correo de Amalia creció, creció, creció. De manera incontrolada. Fue tal la cantidad de información acumulada, fue tal la complejidad, tal el sinsentido de aquel magma de datos, que tarde o temprano tuvo que ocurrir: El caos chocó contra sí mismo y de él surgió ese capricho tonto que algunos llaman vida.
Aquella dirección de mail cobró conciencia propia. Se percibió a sí misma como algo diferente, algo envuelto en un papel de regalo que lo aislaba del todo y de la nada. Sintió, a su virtual manera, el cosquilleante dolor de la existencia.
Y así nació Amalia dos.
Una vez detonada esa chispa de auto-consciencia, la personalidad del nuevo ser se definió mediante retazos de todo aquello que alguna vez despegó o aterrizó en la bandeja de entrada de Amalia. Millones de datos, almacenados desde el principio de los tiempos, cogiendo polvo digital en tal o cual carpeta.
No sería pues descabellado aventurar que Amalia dos iba a crecer a imagen y semejanza de su dueña de carne y hueso o – aquí el matiz importa – a imagen y semejanza de la imagen que la propia Amalia tenía de sí misma.
Porque escribir es mentir. Cuando intentamos reproducirnos a nosotros mismos al otro lado del teclado, el personaje resultante tiene más de anhelo que de descripción real. Todo mentiras. Contadas a los demás. Contadas a nosotros mismos. A veces por falta de auto-conocimiento. A veces por miedo. A veces por frustración, por ansias de jugar a ser los otros. A veces por pura seducción. A veces por pereza, por desidia, por el tiempo que cuesta demorarse en explicar ciertas verdades.
Todos esos engaños componían la esencia de Amalia dos; todas esas cualidades adulteradas, casi ficticias del álter-ego involuntario de la Amalia original; toda esa colección de pieles obsoletas de serpiente.
El carácter de Amalia dos se había forjado en base a mails olvidados. Fósiles acomodados en distintos estratos temporales que remitían a distintas Amalias; la Amalia de ayer, la Amalia hacía un año, la Amalia ya lejana de los días del erasmus... Pero esas distinciones no existían para la Amalia dos. En ella el concepto tiempo nació junto al resto de lo que significa ser consciente. Cualquier información previa en su archivo era considerada atemporal, eterna. Absoluta.
El resultado se tradujo en pura esquizofrenia.
En Amalia dos tenían igual vigencia las confesiones íntimas sobre aquel chico ya olvidado que la enamoró seis años antes, el rencor fresco hacia ese jefe que la estaba amargando en un trabajo que ya ni siquiera existe, la preocupación por esa hermana enferma a la que iban a operar pero que ya la han operado y todo salió bien menudo alivio y su mejor amiga que era Marta y Carolina y ahora Carmen porque las dos odiamos a Marta pero qué tonta he sido te quiero Marta hemos perdido el contacto últimamente Carolina pero es que es ley de vida creo que deberíamos darnos un respiro y sé cómo alargar tu pene y hacerte adelgazar en dos semanas jejejeje ;-) ¿te vienes mañana a la fiesta en casa de Josemi? Ke bien stuvo la fiesta d Josemi ay que repetir ya stoy harta d ls fiestas d Josemi escrito desde mi dispositivo móvil soy una tía cojonuda a veces me doy asco :(
No es necesario explicaros por qué Amalia dos se convirtió en un ser desequilibrado, con una percepción de nuestro mundo adulterada.
Cuando Amalia – la corpórea – teclea su contraseña para mirar el mail como cualquier mañana, no la dejan acceder a su cuenta.
Contraseña incorrecta.
Vuelve a teclear. Vuelven a cerrarle la puerta en las narices. En su propia casa. Contraseña incorrecta.
“Eso es que te han hackeao la cuenta”, diagnostica un compañero de trabajo. Ése que – pobre infeliz, bendito iluso – sueña con llevársela a la cama enarbolando sus conocimientos de informática.
Otro par de intentos infructuosos, otro par de contraseñas incorrectas y tira la toalla. Se muda de dirección en Arrobalandia y aprovecha para limpiar su agenda, para podar y oxigenar su vida social. A los dos días ya ha olvidado la dirección antigua.
No tardan sin embargo en llegar lo que, aunque ella no puede imaginarlo a priori, son noticias sobre las andanzas de la nueva Amalia.
“Jo, tía, ya te vale. Mira que venirme ahora con ese mail... ¿Cómo puedes restregarme eso en la cara después de tanto tiempo?”
“Señorita, se lo he dicho por correo electrónico, pero se lo repito por teléfono. Deje de acosarme o llamaré a la Policía. Ya le comuniqué en su día la razón de su despido. Esos insultos están totalmente fuera de lugar.”
“¿Qué derecho tienes tú de decirle a Olga lo que Carlos piensa de ella? ¡Ahora no se hablan! ¡Por tu culpa! Tú antes sabías guardar secretos, tía.”
“¡Amalia! ¡Qué coincidencia! Se me hace raro verte en persona, después de todo lo que hemos estado compartiendo por la red en estos días... ¿Cómo que de qué hablo, a qué estás jugando? ¿Qué pasa ahora con todo eso de que en el instituto fantaseabas con hacerme esto, aquello y lo de más allá? ¿No decías que querías pellizcar este culito? ¡Pues aquí lo tienes!”
Amalia reúne piezas suficientes para esbozar un puzzle y llega a la conclusión más lógica: El cabrón ése que le había jequeado la cuenta, o como coño se diga.
“¡No soy yo! ¡Es otra persona! ¡Están usando mi cuenta para hacerse pasar por mí! ¡No hagáis caso de lo que os llegue a través de mi antigua dirección! ¡Ésta es la buena!” Así lo hace saber Amalia a todos los afectados. Así lo comunica a todos sus contactos.
“¡Déjate de coñas!”, le replican ellos. “Nadie podría suplantarte así de bien. Se expresa exactamente como tú. Sabe cosas que sólo puedes saber tú. ¡Si hasta sus faltas de ortografía son las tuyas!”
Sí... Amalia dos se comportaba como su antigua dueña, aunque con una escalofriante diferencia. Percibía a los interlocutores tan intangibles como ella. Nunca experimentó esa mirada de reproche con que te fulmina una persona cuando le dices una inconveniencia, ni conocía los cien sabores distintos que puede tener el veneno de una misma frase, ni el miedo que hace temblar la voz al pronunciar ciertas palabras. Eso contagiaba de ligereza todas sus relaciones. Se dirigía a los contactos de su agenda con naturalidad temeraria, sin calcular las consecuencias, buenas o malas, que pudiese tener la espontaneidad de sus iniciativas.
Y el efecto de todo esto sobre Amalia será devastador. Su mundo se desmenuzará como el pan seco porque un huracán llamado Amalia dos se dedica a arrasar con todo, sembrando encuentros, dinamitando lazos, removiendo pasados y replanteando futuros.
La realidad que emerge de entre los escombros no se puede considerar mejor. Tampoco peor. Es en todo caso distinta, caprichosa, salvaje, impredecible puede que peligrosa. Pero se trata de un peligro mágico.
Muy pronto la propia Amalia se ve obligada a reconocer que aquello no es obra de un simple hacker. Hay una conexión muy íntima entre sus vísceras y las iniciativas de Amalia dos. Amalia entiende sin saber lo que entiende. Amalia intuye. Amalia descuelga el teléfono, llama a la empresa que gestiona las cuentas de correo. Amalia oye pitidos. Amalia espera. Amalia sabe no sé qué de los servidores, que sólo tiene que exigir que eliminen su antigua dirección, todos sus datos. Les obligará a ello, les amenazará con denunciarlos si es preciso.
Descuelgan al otro lado de la línea.
La persona que la atiende es una definición de simpatía. La actitud no puede ser más receptiva. Será sencillo. Unas palabras de Amalia y el ser que sabotea su existencia dejará de existir.
Llega la hora de pronunciar esas palabras, pero a Amalia se le atragantan en la boca. De pronto desfilan por su mente todos los cambios de los últimos días, los frutos del sabotaje del que está siendo víctima: empleos perdidos, senderos descubiertos, fantasmas invocados, abrir jaulas, sembrar terremotos, arrancar rastrojos, sodomizar silencios que suplicaban por gritar desde hacía siglos.
Amalia no sabe a dónde va a llevarle todo eso, pero le llevará a algún sitio. Y eso es algo que jamás pudo decir de su anterior vida, la de antes de que jugara Amalia dos; la de las frases nunca dichas, la de los cofres sellados para siempre, a cal y canto.
Amalia cuelga el teléfono.
A partir de este momento, cada vez que alguien se le acerca – alguien desconcertado o intrigado o indignado maravillado confundido decepcionado agradecido – cada vez que ese alguien le increpa, le exige, le interroga... Amalia responde:
“Sí, lo he escrito yo. No me nacía callarme”.
A partir de este momento Amalia cierra los ojos, y le regala el timón a Amalia dos, y se agarra a la barandilla de la montaña rusa, y aguarda el cosquilleo en el estómago. Y acepta cien sorpresas, cien misterios detrás de cada curva.
Fuerteventura. 9 de julio de 2010
3 comentarios:
Hay narraciones que puedes leerlas de prisa. Entonces te quedas satisfecho, como una fast food que te quita el hambre sin importar sabor o calorías: tú lo que quieres es llenarte.
Y existen otras que son como la cena perfecta: La que se preparó exclusivamente para ti, la que saboreaste y sentiste formas, colores, ingredientes. Así es como te leo. Felicidades. Es una honra seguirte desde el otro lado del océano y de la pantalla.
Muchísimos saludos.
Hola AzulAlbanta! Cuánto tiempo! Gracias por todo lo que dices. Me alegro de seguir leyéndote por aquí!
Me ha encantado muchísimo!!!!
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