martes, 5 de junio de 2012
PÁRRAFOS. RITMOS. ESCRIBIR PENSANDO EN MÚSICA.
En ocasiones colaboro con publicaciones de diversa índole, cuando alguien tiene la descabellada idea de invitarme a ello. Antologías de relatos, fanzines, artículos y/o post para otros blogs...
En algunos de esos casos, envío mi texto y luego me doy cuenta de que a la hora de publicarlo no han respetado los párrafos tal y como yo los había dispuesto.
No es algo que los otros hagan con mala intención, por supuesto. Simplemente no se han parado a pensar en la posibilidad de que el contenido del texto y la forma en que está dispuesto, de alguna manera, dialoguen entre sí en lugar de ser elementos independientes.
Y tampoco soy yo de llevarme las manos a la cabeza cuando no me respetan ese diálogo "forma-contenido". El hecho de que me inviten a una fiesta "en la casa del otro" me parece maravilloso. Y en la casa del otro, mandan las normas del otro. ¡La cortesía obliga!
No obstante, chorraditas como ésas me hacen reflexionar sobre hasta qué punto olvidamos que la escritura, en la mayoría de sus manifestaciones es, además de un arte "intelectual", un arte VISUAL.
Cuando distribuímos la información en párrafos estamos tomando decisiones que influyen en el ritmo con que el lector percibirá nuestra historia, e influyen también en el énfasis con que percibirá algunos de los datos que le suministremos.
Esto último debería ser de "primero de escritor" y tal vez por eso lo obviamos con tanta facilidad.
Yo, por ejemplo, soy muy aficionado a escribir estructurando el texto como lo hago en este blog: Usando el párrafo alemán.
¿Veis? Siempre hay un generoso espacio en blanco separando cada bloque de texto del siguiente. Y nada de sangrías.
Creo que es la estructura de párrafo más habitual en el "formato Blog", y por eso muchos de nosotros nos estamos aficionando demasiado a él. Yo no lo relego a la blogosfera: lo suelo usar también en todo lo demás. Novelas, relatos... Me gusta la manera tan tajante, tan visual con la que el párrafo alemán nos ayuda a percibir el ritmo con el que el texto quiere ser leído.
Cuando nos enfrentamos por primera vez a la página, en esa primera fracción de segundo, lo que vemos es un "mapa rítmico", por llamarlo de alguna manera. Una serie de manchas negras sobre fondo blanco, más o menos grandes, más o menos numerosas. Ese "código de barras gigante" es una clave sobre el modo en que se ha de leer la partitura.
Ese primer vistazo ya prepara nuestra cabeza para navegar por la página con una actitud u otra. Nos indica si la corriente del río quiere ir rápida o le apetece demorarse en un estanque.
Y luego, mientras leemos, mientras navegamos... el hecho de encontrarnos una frase solitaria, separada del resto del texto por esas dos fronteras blancas... enfatiza dicha frase. Hace que reparemos en ella de manera especial.
Es como un negro en medio de la nieve.
Pero la Literatura es un arte elitista, y en cierto modo conservador. Quizá por eso el escritor tiende inconscientemente a ensalzar los aspectos más "racionales" de ese arte y a minusvalorar sus aspectos más viscerales, irracionales.
Estoy convencido de que muchos escritores ni siquiera se plantean por qué eligen un tipo de párrafo u otro, o si a la historia que quieren contar le conviene tal tipo de sangría, o tal otro, o ninguna sangría en absoluto.
La obsesión por combinar forma y contenido parece patrimonio exclusivo de formatos concretos un poco más extremos, como el libro ilustrado o la novela gráfica.
Sin embargo, me atrevería a aventurar que la manera de gestionar los párrafos ayuda a definir el estilo de un escritor casi tanto como su forma de utilizar los adjetivos o su manera de construir las frases.
Hay escritores pausados, contemplativos, que escriben con un ritmo de peli de Jim Jarmush. Hay escritores nerviosos, inquietos, que intentan galopar por la página al ritmo de un Martin Scorsese.
En mi caso, habréis notado que tiendo a abusar del "punto y aparte". Las pruebas de "ensayo y error" me han ido llevando hasta esta búsqueda de fluidez - un tanto heterodoxa -. Y sé que mi forma de escribir - si es que merece ser llamada así - seguirá mutando, buscando, acertando, fallando.
Estoy seguro de que cualquier escritor, cuando revisa un texto que escribió años o meses atrás, sentirá la tentación de reestructurarlo de forma completamente distinta. Uniendo y separando párrafos, dinamitando comas.
Y quizá la opción A era igual de válida que la opción B. Lo que ocurre es que nuestra música interior va cambiando con el tiempo y nos hace percibir - y preferir - las cosas de otra manera.
Creo que cuando escribimos con intenciones auténticamente literarias, debemos olvidarnos de la corrección. La Literatura con mayúsculas nos invita a dejar lo ortodoxo a un lado y escribir pensando en música.
Escribir pensando en música.
Porque el escritor, incluso cuando no sepa arrancarle una nota musical a un instrumento, es por definición un ser musical. Es capaz de percibir la musicalidad con la que cada historia desea ser contada, o tiene cierta música indefinida taladrándole la cabeza, suplicando un vestido de letras a juego.
Y es esa música, tan subjetiva y caprichosa, tan auténtica... la que configura los aspectos formales del texto. La que convierte cada frase en algo más que un andamiaje muerto.
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