miércoles, 18 de enero de 2012
DIOSES DE JUGUETE
Un tema sobre el que me apetece escribir desde hace días. Un tema sobre el que todos hemos leído, sobre el que todos hemos hablado. Un tema del que deberíamos estar hartos, ¡pero no! Todo lo contrario. Necesitamos recordárnoslo a nosotros mismos cada dos minutos:
Cuando hacemos cualquier tipo de arte, hacemos MAGIA.
Sí, ya lo sé, suena pretencioso, petulante... Pero es que a lo mejor me habéis entendido mal. ¡No! ¡Espera! ¡Perdón! Igual he sido yo el que se ha expresado mal. No intento reivindicar la magia como patrimonio exclusivo de artistas y de gentuza similar. No se trata de una cuestión gremial. Es una cuestión humana.
El ser humano es un ser mágico.
Y la magia nos ronda tan de cerca que nos acostumbramos a ella demasiado rápido... y dejamos de valorarla.
Es como "el futuro". Creemos que las pelis futuristas exageraban, porque ya quedó atrás el año 2001 y no tenemos coches voladores, ni androides, ni naves espaciales aparcadas en la puerta de nuestra casa. Pero imaginad que un viajero de los años ochenta se mete en un Delorean y viene a visitarnos. Imaginad su rostro descompuesto cuando vea cómo han cambiado nuestras vidas con tanto internet, tanto smartphone y tanta hostia.
Con la magia sucede algo similar, pero a lo bestia.
Nunca me canso de recordar aquellas frases de Tolkien que intentaré parafrasear aquí. Él decía - más o menos - que el hombre se convirtió en una criatura mágica cuando consiguió aislar el concepto de "Sol" y consiguió abstraer el concepto de "verde" y dentro de su cabeza fue capaz de combinar ambos conceptos para...
¡¡Imaginar un SOL VERDE!!
Esas palabras me impactaron muchísimo en su día.
Habrá quien no se digne a considerar la imaginación como algo mágico. La misma mierda de siempre: "No tiene efectos en el mundo visible", dirán. "No vale. No es demostrable. Es intangible."
¿¡En serio puede alguien seguir pensando eso en los tiempos que corren!?
Las historias de fantasmas existen. Suceden todos los días. A estas alturas todos deberíamos tener claro que un concepto, una idea, cualquier excremento de la imaginación... es un virus que, de manera indirecta, condiciona lo que nos ocurre en esta otra dimensión: la de la materia, la de las COSAS tangibles, la de de los alimentos que comemos, la de los sueldos que cobramos.
El fantasma de "la crisis", sin ir más lejos. Las especulaciones de la bolsa. Los miedos paralizantes que nos inyectan, esos que entran por nuestra puerta trasera sin anunciarse, sin limpiarse los pies en el felpudo. Eclosiones inmateriales que, desde su reino de lo etéreo, configuran el mundo y lo convierten en esa pantomima que vemos cada día en los telediarios. Pantomima que no por ser más material es necesariamente más cierta.
O el ejemplo más esclarecedor: ¡¡Cyberespacio!! Que si internet, que si Iphone, que si gmail, sms, wi-fi, skype o what´s app. Nos resulta tan familiar que ni nos damos cuenta, pero... ¡¡pasamos la mitad de nuestra existencia en un mundo que ni siquiera podemos tocar!! Y ese mundo intangible nos reporta tantas alegrías como el otro, y tantas frustaciones, y tantos dilemas, y tantas oportunidades.
No puedo evitar una alusión al FAUSTO de Goethe: En esa obra mencionaban la aparición del papel moneda como uno de los grandes logros del Diablo. Casi me atrevería a considerarlo un precursor del internet: Cuando se inventó el papel moneda, el hombre se empezó a divorciar de la materia. Antes de eso la gente intercambiaba monedas fabricadas con metales concretos. Cada uno de esos metales tenía su peso y su valor. Y de de repente, "hágase el papel moneda", proclamó Satán... y se empezó a trapichear con servilletas de papel impreso que - en teoría - equivalían al metal que se almacenaba en "no sé dónde". Ése fue el gérmen de la crisis actual (y de casi todas las crisis económicas). Con un sistema así es facilísimo perder el norte. De pronto te descuidas, miras hacia otro lado y... resulta que has puesto en circulación demasiados papelitos, y no hay materia suficiente para respaldarlos. De repente el mundo material se sustenta en un castillo de naipes de especulaciones abstractas... y todo consiste en fantasmas que no tienen ningún sustento palpable, pero que terminan condicionando lo palpable.
Insisto en ello: Nos estamos divorciando de la materia. A pasos agigantados. Y no sé si ese divorcio es bueno o malo, pero... ¡Joder! ¡Es significativo! Cada vez es más difícil darle la espalda al hecho de que todo aquél que trabaja con ideas, manipula magia. Es como manipular una bomba de relojería. Terrible. Maravillosa.
Los más sombríos se obsesionarán con la estafa del "papel moneda". Yo, por mi parte, prefiero obsesionarme con el "sol VERDE" de Tolkien. Este "second life" inmaterial que hemos construído en nuestras cabezas a lo largo de los últimos siglos se puede andar y desandar en un sentido u otro.
Mientras tecleo todo esto me viene a la cabeza una frase que me dio a conocer mi amigo Alby Ojeda. Una frase de Víctor Hugo: "No son las máquinas las que mueven el mundo, sino las ideas."
¡A veces olvidamos el inmenso poder que se nos ha concedido! Es un poder que probablemente se la traiga floja al resto del Universo, pero para nosotros y nuestra circunstancia, es una maravilla: Incluso el más pobre de nosotros ha nacido provisto de un potentísimo ordenador de serie. Eso es lo que alojamos en el cráneo. Un microcosmos de neuronas que se comunican entre sí por medio de iones de sodio y de potasio. Y ese intercambio de materia de traduce en un flujo de impulsos eléctricos, y de esos impulsos surgen ideas que esculpen el mundo en que vivimos. Es la materia transformándose en imaginación y afectando nuevamente a la materia. Como un circuito cerrado. Como un dios que se extirpa un par de costillas para poder chupársela a sí mismo.
Somos eso: Dioses de juguete. Prometeos que flirtean con la divinidad y que conjuran a sus propias águilas para que vengan a devorarles el hígado. Somos hígados que se regeneran una y otra vez... una y otra vez... una y otra vez... máquinas de soñar que caen al suelo y se levantan sacudiéndose el polvo de manera indolente, como si fueran John McClaine.
Somos magia, resurrección, renovación... y por eso mismo puedo decir (casi) sin blasfemar:
¡Somos la hostia!
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3 comentarios:
Quería dejar una respuesta interesante a esta reflexión tan guapa que te has marcado, pero lo estoy intentando toda la mañana y nunca me salen más cortas de 3 páginas, y además me quedan muy pedantes, y - no sé por qué - se me ha colado un ejército de clones-zombie de Fraga en todas las versiones de ese comentario. Así es que no escribiré esa respuesta aquí, pero probablemente publique un ensayo al respecto en un par de meses, jeje...
Me sigue flipando la facilidad que tienes para pasar de lo ultracivilizado ("De repente el mundo material se sustenta en un castillo de naipes de especulaciones abstractas") a lo ultrabárbaro ("Como un dios que se extirpa un par de costillas para poder chupársela a sí mismo"). Mi profe de dramaturgia te haría una escultura sólo por eso.
Hale, a seguir haciendo magia.
Joer, gracias!! Eres el comentarista más fiel de este blog! Quedo impaciente por leer ese ensayo tuyo con clones de Fraga! ;)
Es que un día me di cuenta que lo que quería ser de mayor no era escritor (como siempre había pensado), sino comentarista. Y en ello ando...
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