domingo, 27 de diciembre de 2009

BIENVENIDA, NEGRURA...


Tengo ganas de escribir aquí, pero no tengo nada concreto que contar.

Por eso he optado por teclear a lo loco. Agitar un poco el avispero en busca de aguijones. Porque a veces el teclado funciona así, como esa mamada que te endurece las partes adecuadas, haciéndote olvidar que no estabas de humor. Activando todo lo activable en cuestión de segundos.

Y aquí estoy, sintiendo poco a poco cómo las teclas del Mac me maman los dedos.

Como tantas otras veces, José Alfredo suena en el altavoz, hablando de desamores, de muerte, de noches etílicas, de caer sobre un charco de tequila y levantarse con renovadas fuerzas, de entender la melancolía como algo tan hermoso, tan poético, que uno incluso acaba echándola de menos en su vida.

Estoy seguro de que al gran José Alfredo le dictaban las canciones un par de preciosas sirenas hijas de la gran puta.

Llevo varios días empapándome de rancheras y de Ennio Morricone. Tal vez eso os dé alguna pista acerca del género del guión en el que ando enfrascado últimamente.

Por si algún despistado no ha atado cabos todavía, añadiré que en la mayoría de las pelis que veo para ponerme a tono aparecen más caballos que mujeres.

Es lo que tiene volver a escribir para César del Álamo.

Y supongo que hasta aquí puedo leer.

No volveré a soltaros ese rollo sobre lo rápida y despreocupadamente que escribía antaño y el ritmo plomizo que me caracteriza ahora, desandando tres pasos por cada dos que doy. Resultaría requete-cansino volver a contar eso.

Sí me gustaría, en cambio, reflexionar sobre otra cuestión relacionada con la creación literaria. No sé si le sucederá lo mismo a otros escritores, pero al menos en mi caso, resulta mucho más difícil avanzar en la gestación de algo cuando ello te obliga a sumergirte en un mundo en el que no te encuentras a gusto.

Y a veces sucede. A veces necesitas sacar fuera cierta basura, y eso te obliga a escribir sobre cosas que ocurren en escenarios sórdidos, con personajes desagradables, inspirados por sentimientos mezquinos. A veces, para expulsar ese hueso de pollo que se te atraviesa en la garganta, tienes que pasearte por ambientes repugnantes, someterte a ritmos deprimentes, soportar que cada tecla que pulses suene a empapelados y moquetas de motel de carretera de malísima muerte.

Cuando escribo cosas tan turbias suelo sentirme aliviado a posteriori. Y (normalmente) bastante orgulloso del resultado.

Pero son un puto parto. Cuando me embarco en esa clase de obras rara vez disfruto con ello. En todo caso puedo llegar a sentir un sucio sucedáneo de disfrute. Una especie de éxtasis morboso similar al que uno siente cuando vomita tras un cólico. Eso es, al menos, lo que sucede cuando mi vida está lo suficientemente averiada para justificar la necesidad de tales vomiteras.

Pero cuando mi vida está más o menos en orden (como es el caso) el vómito no fluye de forma natural. Y en lugar de sentir cómo la negrura se vierte desde mi cráneo hacia el mundo exterior, me sorprendo invocando una negrura que no me pertenece e invitándola a entrar en mi día a día sin siquiera limpiarse los pies en el felpudo.

No estoy seguro de que sea sano.

Pero ni siquiera el oxígeno que respiramos es sano. Ni siquiera el sol que nos permite existir lo es.

Echo de menos poder escribir sobre mundos en los que me apetezca estar. Esa clase de mundos que uno espera encontrarse cuando se mete bajo el edredón y cierra los ojos.

Tengo la impresión de que en algún punto del camino, sin apenas darme cuenta, me divorcié de mí mismo.

Tendré que volver a encontrarme a mí mismo, volver a conquistarme a mí mismo y volver a casarme conmigo mismo.

Mientras tanto, bienvenida, negrura. ¿Te apetece un poco de té?


6 comentarios:

Jack Shadow dijo...

pues mira, acabo de colgar por el blog un par de discos que fijo que te van a encantar ;) animo, petalo o no lo petes, pero no lo intentes.

Juanjo Ramírez dijo...

Gracias, Jack!!

Ya me estoy descargando el primer disco!

Un abrazo

Kike dijo...

Hombre, el negro no está tan mal, no seamos racistas. ¡Peor es el violeta!

Juanjo Ramírez dijo...

La combinación de negro y violeta, Kike! Eso es lo que mola! Cada vez que una chica se viste así, no respondo de mis actos! :P

la tumba sin nombre dijo...

Jo... si te hace sentir tan mal, pues lo dejamos pa otro momento, que tampoco quiero joderte las Navidades.

A mí me pasa lo contrario: me siento mal mientras escribo cosas agradables (por eso casi no escribo cosas agradables).

Si consigo terminar lo que escribo, me siento bien siempre, tanto si me he divertido escribiendo como si he sufrido como un cabrón... Si consigo terminarlo, repito.

Juanjo Ramírez dijo...

Tranqui, César, que era una reflexión general. Me sucede con casi todo lo que escribo últimamente. Aunque a mí también me resulta agradable cuando lo termino, al margen de cómo haya sido el proceso.

A ver si acaba toda esta mierda de solucionar los regalos navideños (en mi casa nos los damos en fin de año) y puedo centrarme más.

Intentaré llevarlo hacia un universo en el que a pesar de la decadencia, pueda encontrarme relativamente a gusto. Confío en que Walter Hill y Michele Soavi puedan ayudarme con eso ;P