
Llevo siglos sin escribir aquí. Lo fácil sería echar la culpa a mis compromisos laborales y sociales, pero sería una verdad a medias. También hay que culpar a la generosidad de mi compañero de piso, que me ha prestado las dos primeras temporadas de
Perdidos.
Gracias a ello no sólo estoy solventando una de mis innumerables lagunas audiovisuales, sino que vuelvo a experimentar ese placer que no sentía desde hacía varios meses: El de engancharme a una saga, enamorarme de unos personajes, interesarme en lo que sucede con sus vidas y disfrutar haciéndoles una o dos visitas diarias.
Me quedan tres capítulos para terminar la segunda temporada (quizá más titubeante y descarriada que la primera) y cuanto más me adentro en esta serie, cuanto más analizo sus entrañas, más similitudes encuentro entre
Perdidos y otra saga que se inició ocho años antes en el ámbito de la tinta y el papel.
Me refiero a la saga
Canción de hielo y fuego, de
George R. R. Martin.
Evidentemente no pretendo acusar a
Perdidos de plagio pues, para empezar, la saga de
Martin y la de
Abrahams cuentan cosas muy distintas. Pero a veces me pregunto si
J. J. Abrahams, consciente o inconscientemente se inspiró en
Canción de fuego y hielo y le tomó prestados un par de conceptos y un par de mecanismos narrativos.
Las similitudes son sutiles, pero muy interesantes. Por aquello de empezar por lo más burdo (y quizá lo más intrascendente) recordaré que ambas sagas manejan el concepto de "
Los otros" y enfocan a esos "
otros" de una manera similar.
No obstante, las similitudes que más me importan están más relacionadas con cuestiones de narrativa y de estructura. La manera de suministrar la información, la paciencia (a veces exasperante) a la hora de poner en marcha los acontecimientos, el modo (a veces sádico) de administrar y retomar los clifthangers, o ese gran ejercicio para desarrollar la empatía: Esa forma de presentarte determinados aspectos de los personajes, haciendo que los ames o los odies de manera visceral para, más adelante, dar la vuelta a la tortilla, mostrándote otras cosas sobre esos personajes. Cosas que hacen que sientas ganas de amar al que has odiado y descubrir que aquél que venerabas no siempre es trigo limpio.
Se trata de cosas que hoy día se encuentra uno en cualquier serie decente, pero que no abundaban en televisión (o al menos yo no las encontraba con tanta facilidad) antes de ese año 1996 en que
George R. R. Martin publicó el primer libro de su saga.
Lo cierto es que me haría mucha ilusión descubrir que mi adorada
Canción de hielo y fuego (escrita, de hecho, por un guionista de televisión) plantó la semilla que dio lugar a la manera actual de concebir la ficción televisiva. Aunque lo más probable es que no sea tan sencillo. Probablemente los libros de
R. R. Martin son un engranaje más de un cambio que se ha ido gestando paso a paso a lo largo de décadas. Un cambio lógico, natural e inevitable.
Además, no sería la primera vez que dos o más personas, en distintos rincones del mundo, tienen exactamente la misma idea y (escuchando las súplica de esa idea) la desarrollan de maneras similares. Son la clase de cosas que le hacen a uno creer en el inconsciente colectivo.
De hecho, quizá lo más probable es que todos esos rasgos definitorios de las series actuales estaban ya implícitos de manera inherente en la estructura misma del formato serie. Estaban allí agazapados, pura energía potencial... y si
Canción de hielo y fuego tiene las mismas características que una serie actual, eso se debe seguramente a que (como decíamos más arriba) su autor venía precisamente del mundo de la ficción televisiva.
Pero mi intención inicial no era hablar de todo esto, sino de una teoría que tengo en la cabeza desde hace bastante tiempo y que seguramente ya han pensado y escrito otros varios millares de personas: Las actuales tendencias de las series originarán un cambio en nuestra percepción del Cosmos y en la configuración de nuestro sistema moral, y será un cambio bastante gordo, como los que (según
McLuhan) nos hicieron pasar de la Edad Media a la
Galaxia de Guttemberg, o de la
Galaxia de Guttemberg a la
Galaxia de Marconi. Creo que los efectos que pueden producir las series en la población mundial pueden ser tan radicales y acentuados que incluso podríamos considerar a dichas series una herramienta del Anticristo, pero en el buen sentido. Porque proponen un modelo de juicio y pensamiento que contribuirá a derribar los axiomas del "Cristianismo mal entendido" (heredados a su vez de modelos de pensamiento mucho más antiguos). Puede que con las series estemos iniciando una transición ideológica que nos sacará de ese situación de oscuridad espiritual que algunos denominan "la era piscis" para otra era presuntamente más clarividente, luminosa... que algunos denominan la maldita era acuario.
Y el meollo del asunto está en eso que comentábamos más arriba: Las series están explotando (por fin) esa cualidad intrínseca del formato serie que nos permite explorar a los personajes con más calma, y de una manera progresiva. Con matices, con luces y sombras.
Creo que la novela clásica y el formato largometraje tienen limitaciones estructurales (no necesariamente malas, y probablemente maravillosas) que las llevan a heredar el modelo maniqueo de los cuentos tradicionales, que a pesar de toda su magia no dejan de ser adaptaciones de mitos presentes en todas las religiones y como tales, mecanismos de supervivencia reguladores de la moral: Sistemas para inocular en la conciencia de la gente algunos miedos, algunas prohibiciones, concepciones reduccionistas de los conceptos del Bien y el Mal, eliminando ambigüedades y matices.
Un sistema alimentado y perpetuado a lo largo de milenios para controlar al hombre, quizá para mantener a raya algunas de sus más peligrosas pasiones. No creo que se trate de una manipulación malintencionada. Creo que es, como decíamos más arriba, un mecanismo de defensa, pura supervivencia. El hombre descubre la manera de generar sociedades y culturas, pero en gran medida sigue siendo un animal. Puro caos. Un sistema complejo que hay que ordenar estableciendo categorías simplistas. Lo bueno. Lo malo. Lo permitido. Lo prohibido. Imponer límites (acaso necesarios) no sólo en lo que a normas de conducta se refiere, sino también en lo que respecta a configuración del pensamiento.
Y ese sistema de limitaciones necesarias, como decíamos, nos ha acompañado a lo largo de la Historia en forma de mitos y leyendas, que luego dieron forma a obras de teatro, y a textos religiosos que a su vez engendraron cuentos que más tarde evolucionaron hasta convertirse en novelas, y luego en películas, y etc, etc, etc, etceterísima.
Creo que a estas alturas no tiene demasiado sentido negar la influencia que tiene sobre nosotros, y sobre nuestra concepción del mundo, esa educación casi subliminal que hemos recibido a través de cuentos, de pelis... Y así ha crecido la gente generación tras generación, intentando separar de manera maniquea lo bueno de lo malo, caperucita del lobo, la princesa del dragón, el hada del logro, el Gandalf del Sauron, el John McClaine y el Hans Gruber...
Pero ahora... ahora vienen las series, y nos sumergen en un universo en el que no siempre hay buenos ni malos. En el que todos los personajes tienen oscuridades inconfesables, pero que al mismo tiempo son capaces de hacer cosas admirables. En el que dos personajes pueden ser enemigos acérrimos, mientras nosotros asistimos a sus dilemas y luchas, descubriendo que ambos son igual de buenos, o igual de malos y lo fácil que sería reconciliarlos si cada uno de ellos fuese consciente de lo que pasa por la cabeza del otro, y de las circunstancias que le han llevado a ser como es.
En resumen: Empatía y tolerancia (o empatía que conduce a la tolerancia).
Ambigüedad moral, sentido del matiz.
Todos sabemos que estas cosas no son nuevas. La historia de la narrativa tiene muchos precedentes de antihéroes, y de malvados con su corazoncito y sus circunstancias atenuantes. Pero antes esas cosas eran la excepción. Y ahora, sin embargo, si las series siguen proliferando e imponiéndose, eso podría convertirse en la norma, en lo vigente... Y lo vigente tiene más poder a la hora de conformar esa percepción del mundo de la que llevamos hablando durante toda esta extensa y densa entrada.
Puede que el advenimiento de las series termine cambiando la naturaleza de los arquetipos que describía Jung cuando postulaba su inconsciente colectivo y con ello no sólo cambiaría nuestra percepción del mundo, sino la propia naturaleza del mundo, pues quizá ambas cosas sean indisociables.
Y evidentemente, las series no son realmente la causa, sino el síntoma de ese cambio (o quizá sean causa y síntoma al mismo tiempo, al viejo estilo serpiente que se muerde la cola). Ya que este ¿nuevo? sistema narrativo y de transmisión de información se empieza a instituir ha sido gracias a una serie de circunstancias (cambio del modelo de vida, desarrollo de la tecnología necesaria - televisión, cable, internet -, gobiernos democráticos en algunos países) cosas, en definitiva, que nos hablan de un paso más en la civilización humana, y de la posibilidad de que el hombre, a pesar de conservar sus pulsiones animales, puede estar preparado. Preparado para abordar ciertas cuestiones de manera más libre, más compleja.
Y quizá todo ello sea un castillo de naipes, un breve inciso en la historia de un animal destinado a ser salvaje... y tarde o temprano llegará un soplo de viento a esparcir los naipes por el suelo.