domingo, 10 de junio de 2012

REBECA Y OCHO ARAÑAS: UN CUENTO RECICLADO


¡Sí! ¡Ya sé que he reciclado dos post del pasado en menos de una semana! Al igual que en el reciclaje anterior, el motivo de ello es que estoy revisando/retocando ciertas obras que escribí hace años, y eso me invita a reflexionar sobre las cosas que me inquietaban en aquella época.

Me doy cuenta de que a veces, cuando escribo en prosa, me obsesiono con la musicalidad de las frases de una manera enfermiza. En ocasiones incluso me siento como si estuviese escribiendo poemas (aunque no distribuya la información en versos). Me he llegado a sorprender a mí mismo intentando que dos frases rimasen entre sí, a pesar de que lo que estaba escribiendo fuera PROSA.

Pensar en todo esto me ha hecho recordar un cuento que escribí hace años. Lo concebí con una musicalidad de verso, pero por alguna estúpida razón me empeñé en publicarlo en formato prosa, sin separaciones, para que cada uno pudiese elegir el ritmo que desease. Creo que fue un error. Al final el cuentecillo resultaba bastante raro de leer y de entender.

Por eso se me ha ocurrido hacer el experimento de volver a publicarlo aquí, pero añadiendo esos necesarios "puntos y aparte" que marcan la diferencia entre una prosa extraña y unos versos sencillos:


REBECA Y OCHO ARAÑAS

Rebeca era la número tres de tres trillizas.

Había una tradición en la familia:
Cuando las niñas celebraban
su octavo cumpleaños,
sus padrinos les hacían un regalo,
no un regalo cualquiera,
sino el indiscutible rey de los regalos,
regalo envuelto
por el papel inescrutable del Destino,
ese papel que siempre empieza en blanco...
y que se escribe solo, poco a poco...

Un regalo que marcase el rumbo
de sus vidas,
irremediablemente, para siempre...

El padrino de la primera hermana
era el hermano rico de mamá,
y su regalo fue un collar de oro,
y así creció la niña,
en una crisálida bordada
por gusanos de seda,
todo esplendor, y lujo, y oro, y joyas...

La segunda trilliza
tenía por padrino a un erudito.
Su regalo fue un libro de mil páginas,
con ocho mil secretos cada una.
Y así creció la niña, iluminada,
envuelta en esa luz tan cegadora
que alumbra los senderos de los sabios.
Con las manos posadas en las riendas
de las fuerzas que gobiernan a los dioses.

Pero el padrino de Rebeca no era rico,
ni sabio... ni siquiera cariñoso.
Era un vaso de hiel. Era miseria.
Era tan agrio, henchido de derrota...
que no pudo ofrecer a la pequeña
ningún sendero recto: sólo aquéllos
trazados de manera sinuosa
por el negro pincel del infortunio.

Rebeca vio acercarse a su padrino
envuelto en su siniestro abrigo negro
fabricado con alas de murciélago.
No había amor en él. En sus pupilas
sólo brillaban lágrimas de whisky.

No puso en las mejillas de Rebeca
el beso acostumbrado.
Simplemente
extendió sus dos brazos, y había en ellos
una cajita envuelta en papel áspero.

"Toma niña", le dijo con voz cínica.
"No puedo darte más. Esta cajita
es todo lo que tengo."

Cuando el padrino abandonó la fiesta
con su andar encorvado y taciturno
Rebeca abrió la caja, y dentro de ella,
tan sólo vio...

... ¡ocho arañas!

Ocho bichos horribles, pululando
con sus ocho patitas por aquellas
tinieblas de cartón, tan claustrofóbicas.

Las mujeres gritaron y, crueles,
los otros niños se burlaron de ella.
Y todos de la niña se alejaron.

Tal fue el triste regalo de Rebeca:
El don que marcaría su destino.
Ocho animales negros, venenosos
que no inspiraban el amor de nadie.

Pero si algo le sobraba a aquella niña
hasta el punto de no caberle dentro
aquel algo era amor... Por eso mismo
fue incapaz de matar a las arañas
y las apadrinó, y creció con ellas
y, como ellas,
extraña, inadaptada...
arrinconada en un rincón sombrío...

No tuvo amigos. Los niños la rehuían.
Nadie quiere sentarse junto a niñas
que almacenan mascotas imposibles.

Los chicos no le hicieron mucho caso.
A todos les dan asco las arañas.
Suelen ser más molestas que románticas
y no dan buena imagen en las fiestas.

Cuando una chica crece rodeada
de seres venenosos,
se acostumbra muy rápido al veneno.
Se vuelve adicta a él. Lo busca en todo.
En la comida, el humo, la bebida.
Se intoxica la mente, el organismo,
el torturado corazón, el alma...

Y así acabó Rebeca. Envenenada.
Y también viceversa: venenosa.
Y aunque existen venenos deliciosos,
la gente tiene miedo de probarlos,
y el miedo se convierte en un rechazo q
ue se clava, implacable, en las entrañas
como la hoja de un puñal de hielo.

Las arañas, ¡las fúnebres arañas!
hicieron infeliz a nuestra amiga.
La guiaron por sendas escabrosas
hacia la soledad, el desempleo,
el desamor, la incomprensión, la angustia,
la oscuridad de no encontrar caminos
que no terminen en paredes negras...

Y cierto día Rebeca, ya sin fuerzas
para seguir luchando por las cosas
maldijo a las arañas, ¡las maldijo!
por haberle amargado la existencia,
y las soltó en la calle,
renegando de ellas,
para siempre.
Y subió a aquel edificio, lentamente...
y llegó a la azotea... y una brisa
alborotó sus pelos venenosos...
y le enredó la falda entre las piernas...
y se dejó caer como una fruta...
en dirección prohibida hacia el asfalto
que aguardaba ocho pisos más abajo.

Entonces sintió el miedo, el desarraigo,
el vacío, peor que el de la vida,
de quien se va a apagar en un instante.
Y quiso despertar, huir de aquel vértigo,
desandar metro a metro, piso a piso,
aquel camino recto hacia la muerte,
hacia los huesos rotos, y la sangre
esparcida por pasos de peatones.
Pero era tarde ya: El inconmovible
asfalto la aguardaba
con su definitivo martillazo...

... que no llegó a llegar.

Porque un abrazo
de algo liviano como luz de luna
frenó a medio camino la caída.
Una red... como aquéllas que en el circo...
le salvaban la vida al trapecista.
Pero más pegajosa, más flexible...
¡No era una red! ¡Era una telaraña!

A pocos metros del dolor del suelo
la muchacha flotó en aquel regalo
que le habían tejido sus mascotas.

El corazón de la mujer suicida
redoblaba con tanto hambre de vida
que se quería merendar el mundo.

Rebeca abrió los ojos, deseando
intentarlo una vez más.

Tendió una mano al cielo,
esperando
que alguien la ayudara a incorporarse
y a luchar de nuevo.

Sesenta y cuatro patas la ayudaron.


Madrid. 18 de octubre de 2006

No hay comentarios: