No puedo seguir volcando angustias en esta página. Tengo la sensación de que, cada vez que me desprendo de una prenda de ropa sucia para arrojarla a las entradas de este blog, estoy desperdiciando ingredientes que podrían formar parte de ese poema que nunca escribiré, de esa novela que jamás retomaré, de ese guión que jamás guionizaré.
Últimamente tengo la sensación de que esto de los blogs sólo es útil para aquéllos que se dedican a ello de forma profesional (o de forma cuasi-profesional) o para aquellos que, a la hora de transcribir sus sentimientos, se conformen con este entrañable (pero insuficiente) sucedáneo de todo a cien.
Y yo no soy ni lo primero ni lo segundo.
Para alguien como yo, un blog sólo puede consistir en un mediocre utensilio de desahogo personal.
Y, ¿cómo voy a desahogarme si la mitad de las cosas que me corroen no puedo escribirlas aquí... por miedo a que las lean mis amigos, por miedo a que las lean en el trabajo, por miedo a que las lean mis familiares, por miedo a que las lea ese psicópata que no me conoce pero que algún día saltará el muro de mi (futuro e hipotético) jardín para meterme por el culo un consolador con la forma del conejo de la peli Donnie Darko?
Este blog se ha quedado obsoleto. Sin propósito. Como el busca cuando aparecieron los móviles. Como el Napster cuando apareció el Emule. Como el Enigma de otro mundo de Howard Hawks cuando apareció La Cosa de Carpenter. Como el Quijote de Cervantes cuando apareció Parque Jurásico de Michael Crichton, como "tú" cuando apareció "aquella otra". Como el Johnnie Walker cuando apareció el Jameson. Como la Master System cuando apareció la Super Nintendo. Como pitas cuando descubrí blogspot.
Mi intención es taponar el agujero que desvía parte de mis neuras hasta aquí, como quien tapa el agujero de una manguera para que el chorro final eyacule con más fuerza.
Así pues, a partir de ahora:
- Si doy a luz algún relato, lo colgaré en la NANAS PARA DORMIR AL DIABLO, como siempre.
- Si doy a luz algún saurio-dibujo, lo colgaré en DIBUJOSAURIOS, como siempre.
- Y si...
sábado, 30 de enero de 2010
miércoles, 27 de enero de 2010
DISTRIBUCIÓN EN DVD PARA MÍ - ¿PARA TI? - ¡NO! ¡PARA "MÍ" !
Ya es oficial. Ya puedo contarlo aquí.
¡Qué ilusión, joder!
César me ha dicho que MÍ tendrá distribución en dvd.
La distribuidora que ha apostado por el proyecto es Frikifilms.
Sobra decir que me he llevado un alegrón. Por César. Por el cariño que le tengo al proyecto. Por el resto de la gente del equipo que se dejó la piel, la sangre, el sudor y el talento en sacar adelante esa aberración que acabó garrapateada en un pedazo de papel porque César yo yo lo necesitábamos hacerlo más que nadie, casi en defensa propia.
Y me he llevado un alegrón, sobre todo, porque que ocurran cosas como éstas así, tan rápido, le hacen recobrar a uno la confianza (e incluso la FE) en ciertas cosas. Es casi una cuestión de justicia cósmica. Ese hormigueo de cuando por fin le salen bien las cosas a los que llevan siglos pegándose contra molinos de viento. Es ese momento de mirar al cielo y decir, a media con agradecimiento, a medias en tono de reproche: "¡Ya era hora, joder!"
sábado, 23 de enero de 2010
20 CÉNTIMOS
Hace algunos años, mi buen amigo Raúl me dijo algo que había escuchado en no sé dónde: Que las monedas de 20 céntimos de euro españolas del año 2000 eran escasísimas y, por lo tanto, valiosísimas para los coleccionistas.
¿Es eso cierto? Sinceramente, no tengo ni puta idea. Pero os diré una cosa: Desde que Raúl me dijo aquello, me fijo en la fecha de todas las monedas de 20 céntimos que llegan a mis manos, y en esos tres o cuatro años que llevo haciéndolo habré encontrado, como mucho, unas diez monedas de veinte del 2000.
Y me da igual lo que un coleccionista pague o deje de pagar por esas rarezas. Normalmente, cada vez que encuentro una de esas monedas la pierdo, o la regalo, o me olvido de dónde la he guardado. Porque para mí la auténtica magia no está en el valor de la moneda, sino en la suerte que hay implícita en el hecho de haberme topado con ella.
Cuando una moneda de veinte céntimos del año 2000 llega a mis manos, eso es un símbolo de que ese día estoy de suerte, de que me va a ocurrir algo especial, o yo qué sé...
El otro día compré una chocolatina en una de las máquinas expendedoras del trabajo. La máquina me devolvió el cambio y... sí... justo lo que sospecháis... una de las monedas que me dio esa máquina era una española de veinte céntimos del 2000. Me la guardé en un bolsillo distinto al de las demás monedas, por aquello de evitar gastármela por error en una caña o un billete de guagua. Así que pasó lo que tenía que pasar: Metí los pantalones en la lavadora con la moneda aún en ellos.
Me olvidé del tema. Los pantalones se lavaron, se centrifugaron, se secaron. Me los volví a poner. Y estando (de nuevo) en el trabajo me llevo la mano a ese bolsillo que rara vez uso y... me doy cuenta de que la moneda sigue allí.
Me la saco del bolsillo, explico a mis compañeros lo que significa hallar una moneda como ésa y luego, para hacerme el gracioso, la tiro hacia atrás para que se pierda tras un mueble, como rechazándola.
Y sigo trabajando, y me olvido de la maldita moneda.
Cuando vuelvo a acordarme de la moneda ya es demasiado tarde. Hace media hora que dejé atrás el infecto edificio en el que curro. Hago escala en un bar, me pido una caña, pago, me dan la vuelta, una moneda de veinte céntimos, la miro, es española, leo la fecha... ... ... Año 2000.
Año 2000. Española. Veinte céntimos.
Dos en un cortísimo intervalo de tiempo. El mismo día que me deshago de una, viene otra a interceptarme. Como la pelotica del niño de "El final de la escalera".
No puede ser una simple coincidencia.
Guardo esta segunda moneda en un lugar seguro.
Al día siguiente estoy de nuevo en el infecto edificio en el que trabajo. Mi compañero Íñigo halla en el suelo la moneda de veinte céntimos del día anterior, la recoge y me la devuelve.
Y aquí me tenéis, tecleando esto, compartiendo habitación con dos monedas del 2000.
Tengo la sensación de que la suerte me mima a pesar de mi costumbre de despreciarla. De repente siento que estoy tratando a la diosa Fortuna como Paul Newman trataba a sus mujeres en "El Buscavidas" , como James Bond trataba a Money Penny, como el Don Juan de Campoamor trataba "a Julia Calderón, que era andaluza/y aquí va lo más grave: sevillana".
Normalmente cuando un hombre trata tan mal a esa mujer que tanto se esfuerza en complacerle es porque ese hombre, en lo más hondo de sus entrañas, piensa que no se merece que nadie le trate así de bien.
Así que te pido perdón, señorita Fortuna. Intentaré convencerme de que te merezco, y me esforzaré por devolverte todos los besos que me plantas en los labios.
(acabo de indagar en internet sobre esas monedas de 20 céntimos del 2000 y parece ser que no dan demasiado dinero por ellas. Pero a mí me da igual. En el contexto simbólico de mi vida ya se han convertido en emisarias de lo mágico)
domingo, 17 de enero de 2010
LOS INTERRUPTORES DE MI PISO
sábado, 16 de enero de 2010
CUANDO EL AMOR LLEGA ASÍ DE ESTA MANERA, UNO NO TIENE LA CULPA...
Sé que ella es demasiado para mí. Jamás aspiré a tanto. ¿Soy digno de semejante bellezón? Probablemente no. ¡Ni en el más iluso y temerario de mis sueños! Pero una cosa no se me puede negar: ME LA HE GANADO A PULSO.
Porque esta historia de amor no es algo nuevo. Viene de largo, os lo aseguro.
Me cruzaba con ella cada día, cuando iba hacia el trabajo... cuando volvía del curro.
Era preciosa. Pero bastaba mirarla de reojo para llegar a la conclusión de que Dios la había diseñado para alguien muchísimo más digno que el fantoche que escribe estas palabras.
Los que conocéis mi forma de latir en esta clase de situaciones lo sabéis: Esta zorra no es mi tipo. Es más alta que las que me suelen gustar. Más objetivamente guapa. Más sofisticada. De más buena familia. "Excesivamente" buena...
La tentación de cortejarla, al principio, se redujo a un picor molesto y leve en el rincón más titubeante de mi alma. Pero una jornada laboral es algo gris, y si la ves a ella cada vez que vas o vuelves del trabajo... se te meten un centenar de ideas locas debajo del sombrero... y cierto día, el día más insospechado... sales a la calle con el humilde propósito de sacar la basura, pero llevas suficiente dinero en el bolsillo para poder pagarla...
... para poder pagar el precio de una tan cara como ella...
Os juro que nunca he pagado tanto por ninguna. Jamás pagué ese dineral por una figura. Pero siempre hay una primera vez:
Es preciosa, ¿¡Verdad!? ¡Mirad ese morrito afilado! Esas escamas tan bien detalladas. ¡Ese cuerpazo! Quizá necesite algún que otro masaje en la espalda, pero ese espinosaurio está de suerte. Me encanta dar masajes.
Nuestros comienzos han sido un poco accidentados. La pobre estaba en el extremo más inaccesible del escaparate. La dependienta ha tenido que hacer auténticas labores de contorsionismo para poder sacarla de su vitrina. Incluso me vi obligado a dejar propina para agradecer tanto esfuerzo.
Sé que nuestra unión va a ser problemática. Creo que mi habitación le resulta pequeña. Creo que mis demás amigos prehistóricos no la aprueban, porque le tienen envidia; porque creen que fijándome en ella he perdido el norte y he traicionado mi esencia. Por alguna estúpida razón no confían en que pueda combinar mi veneración hacia ella con mi cariño incorruptible hacia ellos.
Y por no hablar de la cuestión geográfica. Tarde o temprano tendré que mudarme a algún otro lugar, y no será fácil llevarla conmigo sin renunciar a ciertas cosas... (cosas como más espacio en mis maletas)
Pero qué queréis que os diga... El amor es ilógico, impredecible y más cabrón que un gremlin alimentado después de medianoche.
Y pensar que yo siempre soñé con un tiranosaurio... Pero la vida transcurre por carreteras sinuosas y héteme aquí. ¡Zaass! Enamorado de un puto espinosaurio.
Pero la vida es así. Ya tengo a unos cuantos tiranosaurios en mi curriculum. Y los adoro. Pero ninguno le llegaba a las suelas de los espino-zapatos a esto:
Porque esta historia de amor no es algo nuevo. Viene de largo, os lo aseguro.
Me cruzaba con ella cada día, cuando iba hacia el trabajo... cuando volvía del curro.
Era preciosa. Pero bastaba mirarla de reojo para llegar a la conclusión de que Dios la había diseñado para alguien muchísimo más digno que el fantoche que escribe estas palabras.
Los que conocéis mi forma de latir en esta clase de situaciones lo sabéis: Esta zorra no es mi tipo. Es más alta que las que me suelen gustar. Más objetivamente guapa. Más sofisticada. De más buena familia. "Excesivamente" buena...
La tentación de cortejarla, al principio, se redujo a un picor molesto y leve en el rincón más titubeante de mi alma. Pero una jornada laboral es algo gris, y si la ves a ella cada vez que vas o vuelves del trabajo... se te meten un centenar de ideas locas debajo del sombrero... y cierto día, el día más insospechado... sales a la calle con el humilde propósito de sacar la basura, pero llevas suficiente dinero en el bolsillo para poder pagarla...
... para poder pagar el precio de una tan cara como ella...
Os juro que nunca he pagado tanto por ninguna. Jamás pagué ese dineral por una figura. Pero siempre hay una primera vez:
Es preciosa, ¿¡Verdad!? ¡Mirad ese morrito afilado! Esas escamas tan bien detalladas. ¡Ese cuerpazo! Quizá necesite algún que otro masaje en la espalda, pero ese espinosaurio está de suerte. Me encanta dar masajes.
Nuestros comienzos han sido un poco accidentados. La pobre estaba en el extremo más inaccesible del escaparate. La dependienta ha tenido que hacer auténticas labores de contorsionismo para poder sacarla de su vitrina. Incluso me vi obligado a dejar propina para agradecer tanto esfuerzo.
Sé que nuestra unión va a ser problemática. Creo que mi habitación le resulta pequeña. Creo que mis demás amigos prehistóricos no la aprueban, porque le tienen envidia; porque creen que fijándome en ella he perdido el norte y he traicionado mi esencia. Por alguna estúpida razón no confían en que pueda combinar mi veneración hacia ella con mi cariño incorruptible hacia ellos.
Y por no hablar de la cuestión geográfica. Tarde o temprano tendré que mudarme a algún otro lugar, y no será fácil llevarla conmigo sin renunciar a ciertas cosas... (cosas como más espacio en mis maletas)
Pero qué queréis que os diga... El amor es ilógico, impredecible y más cabrón que un gremlin alimentado después de medianoche.
Y pensar que yo siempre soñé con un tiranosaurio... Pero la vida transcurre por carreteras sinuosas y héteme aquí. ¡Zaass! Enamorado de un puto espinosaurio.
Pero la vida es así. Ya tengo a unos cuantos tiranosaurios en mi curriculum. Y los adoro. Pero ninguno le llegaba a las suelas de los espino-zapatos a esto:
domingo, 10 de enero de 2010
UN VESTIDO ROJO DETRÁS DE UNA PARED Y UN BARCO QUE PARTE HACIA LA MAR SIN TENER NINGÚN SITIO CONCRETO A DONDE IR
LOS RUIDOS TRAS LA PARED.
Ocurre casi a diario, desde hace poco más de un mes. Sexo. Gemidos femeninos disfrutando de un modo más que aceptable. Polvos espontáneos, supongo. No parecen seguir ninguna pauta horaria concreta. Puede ser, según el día, sexo mañanero, sexo de después de comer, sexo de primera hora de la tarde, sexo noctámbulo…
Las paredes de mi edificio deben estar construidas con el mismo material de los cucuruchos de los helados. Los ruiditos eróticos de mi vecina llegan a mis oídos con tanta claridad que a veces incluso termino (sin yo pretenderlo) estudiando la frecuencia y la modulación de los gemidos y deduciendo si se trata de penetración o cunnilingus.
Pero esa partitura sexual no es lo único que se cuela a través de la escualidez de los muros. También escucho retazos de conversaciones mientras intento conciliar el sueño.
De esa manera sé que en ese piso de al lado viven, como mínimo, una brasileña y una latinoamericana (a juzgar por el acento, yo diría que ecuatoriana o colombiana). Así mismo, me ha sido revelado que una de ellas se llama Claudia, y ayer farfullaban no sé qué de “con el vestido rojo”, con lo que es lógico pensar que a partir de ahora mi imaginación empezará a asociar los conceptos “vestido rojo” y “gemido tras la pared”.
En principio no parece una asociación desagradable.
También he escuchado conversaciones sobre “usar la videocámara”, así que no deberíamos descartar la jugosa posibilidad de que mi dormitorio linde pared con pared con un par de individuas que se dedican a grabar vídeos eróticos para cualquiera de las cien mil páginas de Internet que todos tenemos a un clic de ratón de distancia.
Yo diría que los gemidos que se cuelan por mi pared pertenecen a la brasileña. Por alguna extraña razón, me suenan más a gemidos brasileños que a gemidos hispanohablantes. No me preguntéis cómo coño puedo discernir la nacionalidad de un gemido. No sabría explicarlo, pero creo que la musicalidad es diferente. Lo escribo y me acuerdo de repente de cierta ocasión en que le dije a alguien que “gemía como una japonesa”. Obviamente, las risas y el desconcierto no se hicieron esperar.
Tampoco descartaba la siempre picantona posibilidad del lesbianismo. ¿Y si la brasileña y la latina se lo montan juntas? Demasiado bonito para ser cierto. Esta tarde me pareció escuchar también algún sonido masculino que echó por tierra mis teorías. Aunque... ¿por qué descartar la idea de la bisexualidad, o la del trío?
Sé que a mucha gente le encabrona escuchar polvos ajenos a través de sus paredes. A mí no me disgusta especialmente. Prefiero esto al puto taladro con el que me molestaban las primeras semanas.
Pero, lógicamente, escuchar estas cosas te hace llegar a una conclusión ineludible: Ellos pueden escuchar tu vida con la misma claridad con la que tú escuchas las suya.
EL MAC DESENCHUFADO.
Estoy compaginando la segunda temporada de Madmen con la cuarta de Dexter. Ambas realmente exquisitas, cada una a su manera. Las veo en el portátil, y a veces lo desenchufo de la pared para llevármelo a la cama y poder disfrutar de esas series en posesión horizontal.
Para vosotros eso puede resultar algo de lo más normal pero si (Dios no lo quiera) estuvieseis dentro de mi cabeza comprenderíais que para mí eso es un gran paso.
Porque normalmente NUNCA permito que un aparato consuma su batería si puedo tenerlo enchufado a la pared, disfrutando de la inagotable corriente eléctrica que brota de los agujeros del enchufe.
Lo enchufo todo. El ordenador, el reproductor portátil de dvd, incluso el móvil. No soy de ésos que mantienen el teléfono desenchufado durante días hasta que se les agota la batería. Nada de eso. Cada noche, antes de acostarme, pongo a cargar el móvil. Y me da igual si eso acorta la vida de la maldita batería. Me supone menos trauma comprar una batería nueva un año más tarde que salir de casa con la batería a medio cargar.
Un psicoanalista con dos dedos de frente pensaría que mi decisión de usar el portátil sin enchufarlo a la pared simboliza una intención de romper el cordón umbilical, desligarme de tradiciones, y raíces, y condicionamientos, y desatar la maroma que mantiene el barco prisionero en el muelle y bla, bla, bla.
Pero para mí el asunto de enchufar el ordenador, el móvil y la madre que los parió siempre ha estado íntimamente relacionado con algo ligeramente más oscuro. Llamémoslo Thanatos. Obsesión por la muerte. La angustia que siento ante la posibilidad de que se me agote la batería del móvil, o la carga del portátil… es la agonía de pensar que las cosas se acaban en general. Que nada dura eternamente. Que nacemos con una cuenta atrás tatuada en esa máquina de latir que nos adorna el pecho. Que las cosas se gastan y no se pueden recuperar (los latidos, las neuronas, los segundos) y llega un día en que el taxímetro invertido de la existencia llega a cero y ya no hay nada que hacer.
No me sucede sólo con las baterías de los aparatos. Me pasa con todo en general. Me jode que haya “cuenta atrás” en las fases de los videojuegos, y también me joden los videojuegos en los que el personaje se ahoga si pasa demasiado tiempo buceando dentro del agua. ¡Puto Sonic! ¡Puto erizo azul de los cojones! ¿Por qué coño tenías que ingerir burbujas de oxígeno cada cierto tiempo para no asfixiarte? ¡Aprende de Mario! ¡Él puede bucear sin prisas, sin agobios!
Me jode que las cosas se gasten. Si por mí fuera, todo sería como el “chupa-rico-perpetuo” de Willie Wonka. (y como alguien me venga con eso de que las cosas tienen que ser finitas para que podamos valorarlas más, le inflo a hostias)
Creo que pienso demasiado en la muerte para lo joven que soy. Dicen que eso es bueno y sabio y profundo y germen de cien tipos de creatividades diferentes. Yo creo que es simplemente patológico.
Son muchos los que predican que para poder desarrollarnos por completo debemos primero adquirir plena conciencia de que algún día estaremos muertos. Desde Heiddeberg hasta el puto código Samurai.
¡¡Bullshit!! Puede que algunas veces sea más sano pensar que la vida es más como el Super Mario que como el Sonic.
Aunque supongo que lo de desenchufar el mac de vez en cuando y dejarlo depender de su propia reserva limitada de combustible es un progreso.
METAS.
Cada vez tengo más claro que el ser humano necesita metas definidas para permanecer activo. Para no desmoronarse sobre sí mismo como un World Trade Center hecho con fichas de dominó. El barco necesita un viento que le infle las velas. Si se queda demasiado tiempo a la deriva los percebes empezarán a mordisquear la madera.
Hacen falta razones para vivir. Si no eres capaz de concederte a ti mismo un par de metas corres el riesgo de desinflarte (como las velas del barco) y quedar varado en mitad del camino.
Últimamente me siendo a merced de las olas de la desidia. No tengo metas definidas en ningún aspecto de mi vida. No hay metas en lo profesional. No hay metas en lo sentimental. No hay metas en lo creativo. Todo me da un poco igual. Y eso es alarmantemente cómodo.
Y la comodidad es el felpudo de la decadencia.
Propósito para el 2010: Inventarme alguna meta que merezca la pena.
miércoles, 6 de enero de 2010
PONYO EN EL ACANTILADO
Otra de esas películas que son lo más bonito que he visto en mucho tiempo.
Es como mezclar La Sirenita con Mi vecino Totoro.
Miyazaki nunca defrauda.
Aquí el trailer.
Aquí, la versión karaoke!!
Es como mezclar La Sirenita con Mi vecino Totoro.
Miyazaki nunca defrauda.
Aquí el trailer.
Aquí, la versión karaoke!!
martes, 5 de enero de 2010
YO. FUERTEVENTURA. LOST TEMP 5.
He leído por ahí que si actualizo esto alguien que me importa lo verá con buenos ojos. Y eso es una muy buena excusa para volver a escribir aquí.
Si últimamente tardo tanto en actualizar es porque tengo la sensación de que sólo me nace contar cosas que no interesan a nadie.
Aunque es difícil predecir qué cosas van a interesar a la gente y cuáles no. Si ese tipo de cosas fuesen tan predecibles como yo quisiera, Belén Esteban se moriría de hambre (o se nutriría de lefa)
¿Qué intento decir con todo esto?
Que voy a hablar de mi vida. Y nada más. Modo "diario de adolescente" activado. Si alguien entró buscando temáticas trascendentes intentaré contentarle en un futuro. Pero hoy no es el día. Lo siento.
Y eso de mi vida, ¿en qué consiste?
Pues, para empezar, en unas vacaciones que se acaban. Mañana es mi último día en Fuerteventura y luego lo de siempre: Un par de aviones que (si Dios quiere, y si a Iberia le sale de los cojones) me volverán a llevar a Donosti.
No me da demasiada pereza volver al trabajo. Soy consciente de que el noventa y nueve por ciento de la población desearía escupirme por pronunciar esas palabras, pero qué se le va a hacer. No me malinterpretéis: Con gusto me quedaría otro par de semanas en mi isla, pero he de reconocer que (dentro de lo que cabe) trabajo en lo que me gusta. Y con muy buen ambiente laboral.
Las estancias en mi isla son cada vez más extrañas. Me he dado cuenta de que últimamente, cada vez que regreso a Fuerteventura, se me echan encima un montón de miedos, inseguridades y complejos infantiles que creía haber dejado atrás hace siglos.
Es como cuando los personajes de Stephen King vuelven a Derry.
Es como si, de alguna manera, hubiese evolucionado a base de quitarme lastres de encima. Y como si, en lugar de destruir dichos lastres, hubiese estado usando esta isla a modo de trastero para almacenarlos.
Y cada vez que pongo un pie en la isla, la boca de la cerradura del trastero me susurra: "Recuerda que esa ligereza que te ayuda a deambular por el mundo no es real. Exceso de equipaje en tu existencia. Todas esas piedras que pensabas haber sacado de tus bolsillos no se perdieron en la nada. Están todas aquí. Esperándote. Recordándote que el suelo de tu casa está limpio porque escondes la mierda debajo de la alfombra."
Adoro mi isla.
Adoro sus paisajes y su tranquilidad e incluso esa sensación de estar pisando un terreno más antiguo que cualquier problema que se nos pueda pasar por la cabeza.
Pero si hay algo que cada vez me cuesta más soportar en esta isla, es la gente. Evidentemente, no me refiero a la familia, ni a los amigos. Me refiero a lo otro. A ese ruido de fondo que llamamos "gente".
Fuerteventura siempre tuvo esa ventaja/inconveniente de los sitios pequeños. Sientes que todo el mundo te vigila. Todos cotillean. Todos se preguntan por todos.
Eso podía considerarse agradable antaño, en el ya extinto siglo XX. Pero en los últimos años la isla ha experimentado un crecimiento abyecto y (peor todavía) insuficiente. Porque en estos momentos Fuerteventura se encuentra en ese incómodo término medio: Lo suficientemente pequeña para saber que en cada esquina puedes toparte con alguien conocido; lo suficientemente grande para encontrarte a un desconocido en cada esquina. El resultado es un estado de paranoia constante. Porque cada vez que uno sobla la susodicha esquina, se cruza con alguien que te mira de forma rara. Y la cara de ese alguien te suena, pero no le conoces. ¿O sí le conoces pero ya no te acuerdas de él? ¿O acaso te suena porque piensas que en un sitio como éste te debería de sonar? Eso de no saber si conoces o no a la gente que se cruza contigo y que te mira es algo muy, muy chungo. No suelo entrar a muchos bares en Fuerteventura, pero(/porque) cuando lo hago experimento lo mismo que esos forasteros de las películas de Oeste. Cruzas el umbral y te aborda la sensación de que un par de conversaciones se han detenido, de que diez pares de ojos se prenden de tu silueta y no te sueltan.
La magia se ha perdido. Ya no es la Fuerteventura de hace quince años. Tampoco es ese anonimato de las grandes ciudades, en la que si te encuentras con alguien conocido, el propio sabor a improbabilidad del encuentro lo torna en algo mágico.
Al final acabo convirtiendo mi casa en una especie de torre de marfil, y en ella me atrinchero.
¿Qué más contar?
Que esperaba (como siempre) aprovechar estos días de tiempo libre para avanzar en mis proyectos creativos. Estoy rodeado de amigos que lo han conseguido. No ha sido mi caso. Exceptuando un par de dibujos y un par de abortos de secuencia de guión, mis vacaciones de navidad han sido aparentemente estériles. No obstante, ese hecho me ha agobiado muchísimo menos que las veces anteriores. No sé si eso es bueno o peligroso, o si es peligroso porque es bueno, o si es bueno de lo peligroso que es.
Entonces, ¿en qué he inverido mi tiempo libre? Pues en cumplir con todas esas obligaciones navideñas tan cansinas como ineludibles, y en ver a gente, y en solucionar una asignatura pendiente que arrastraba desde hace varios meses:
Verme la quinta temporada de Perdidos.
¿Qué puedo contaros de mi experiencia con esta temporada 5? Pues que sigo enamorado de Juliette, que me sigue fascinando Benjamin Linus, que sigo teniéndole muchísimo cariño a John Locke, que Kate sigue siendo la más guapa de todas, que con Hurley me siguen entrando ganas de pegarle un puñetazo en un segundo y de darle un abrazo al segundo siguiente y quedarme mil horas escuchando sus conversaciones con Miles, que (al igual que Kate) echaba de menos al Jack de antes, el que estaba obsesionado por arreglarlo todo, que Richard me sigue inspirando tranquilidad, que Jin y Sun me aburren a pesar de lo bienísimo que me caen, que invitaría a Sawyer a cien cervezas, que Daniel Faraday me sigue recordando a Neil Patrick Harris (con todo lo bueno que eso conlleva), que me sigue inpirando mucha envidia (de la sana) la relación de Desmond y su Penélope, que Iliana ñaam, ñammm, ñaaammm y muy digna sustituta de Michelle Rodríguez, que confiaría mi vida a Sayid, que estaba empezando a fall in love with Charlotte y de repente...
Pero hasta ahora he hablado de mis sentimientos hacia los personajes, y eso es algo que ya venía labrado de temporadas anteriores. Ahora me veo obligado a tratar el asunto escabroso: Las tramas. ¿Cumplen expectativas?
He de decir que durante los primeros capítulos de esta temporada cinco me sentí (por enésima vez) estafado. El hilo conductor tenía un no sé qué de caballo sin nadie que lo guiase tirando de las riendas. Luego, poco a poco, lo que se me antojaba un cuadro diseñado por un chimpancé se empieza a parecer a un puzzle en el que unas cosas encajan con otras (u otras cosas con unas, por aquello de trastocar el orden temporal, ustedes ya me entienden). Conforme avanza la narración, me quedo con la sensación de estar recibiendo explicaciones convincentes, pero decepcionantes.
Me refiero a que... ¡Joder! Esta serie empezó levantando unas expectativas acojonantes y conforme avanzan las distintas temporadas, da la sensación de que los guionistas se encuentran de repente con un chocho acojonante. Arrancaron demasiado fuerte y empezaron a manejar más ingredientes de los que cabían en la receta culinaria. Y así están desde la tercera temporada, como funambulistas estresados, intentando atar ciertos cabos e inventándose nuevas cortinas de humo para distraer nuestra atención mientras averiguan cómo coño atar los cabos sueltos y fingen ignorar el hecho de que las nuevas cortinas de humo generarán una decena de nuevos cabos sueltos. Y a eso le sumamos otra tercera generación de cabos sueltos necesaria para alargar el asunto, marear la perdiz, meter elefantes en el interior de boas constrictors... para lograr que la broma pueda durar seis temporadas.
¿Qué sucede al final? Pues que los guionistas (que en mi opinión, y a pesar de todo, están haciendo un trabajo excelente) no tienen más remedio que llevar la trama por derroteros que ya hemos visto veinte veces en el cine y la literatura de ciencia ficción. Que Lost acaba siento como ese colega que viene y te dice: "¡Ey, tíos! ¡La noche es nuestra! ¡Vamos a quemar la ciudad! ¡Estaremos de juerga hasta el amanecer!" y luego, en mitad de la noche, se desinfla, se da cuenta de que no tiene fuerzas para aguantar tanto... y empieza a balbucear: "Bueno... En esta zona los garitos cierran a las tres, así que a esa hora cada mochuelo a su olivo y Dios en el de todos..."
A estas alturas casi me atrevería a aventurar qué partes de la trama de Lost fueron concebidas desde el principio y qué partes son fruto de la maravillosa improvisación de los guionistas a la hora de tapar agujeros sobre la marcha, estirar chiches, inventar salidas de emergencia en callejones sin salida.
Ojalá esa sexta y última temporada consiga sorprenderme. Ojalá la última temporada de la serie está a la altura de las dos primeras (que para mí siguen siendo las mejores hasta la fecha). Ojalá tenga que tragarme la mitad de las palabras de esta entrada.
Pero qué queréis que os diga... A juzgar por el rumbo que parece haber tomado la trama, a juzgar por los veinte referentes similares que le vienen a uno a la cabeza mientras ve la serie, a jugar por la cantidad de tiempo que han tenido los habitantes del cyberespacio para prever y considerar todas las hipótesis posibles... Lost lo tiene muy, muy difícil para sorprender a estas alturas.
Creo que es una gran serie. Pero temo que se esté ahogando en su propia grandeza.
Si últimamente tardo tanto en actualizar es porque tengo la sensación de que sólo me nace contar cosas que no interesan a nadie.
Aunque es difícil predecir qué cosas van a interesar a la gente y cuáles no. Si ese tipo de cosas fuesen tan predecibles como yo quisiera, Belén Esteban se moriría de hambre (o se nutriría de lefa)
¿Qué intento decir con todo esto?
Que voy a hablar de mi vida. Y nada más. Modo "diario de adolescente" activado. Si alguien entró buscando temáticas trascendentes intentaré contentarle en un futuro. Pero hoy no es el día. Lo siento.
Y eso de mi vida, ¿en qué consiste?
Pues, para empezar, en unas vacaciones que se acaban. Mañana es mi último día en Fuerteventura y luego lo de siempre: Un par de aviones que (si Dios quiere, y si a Iberia le sale de los cojones) me volverán a llevar a Donosti.
No me da demasiada pereza volver al trabajo. Soy consciente de que el noventa y nueve por ciento de la población desearía escupirme por pronunciar esas palabras, pero qué se le va a hacer. No me malinterpretéis: Con gusto me quedaría otro par de semanas en mi isla, pero he de reconocer que (dentro de lo que cabe) trabajo en lo que me gusta. Y con muy buen ambiente laboral.
Las estancias en mi isla son cada vez más extrañas. Me he dado cuenta de que últimamente, cada vez que regreso a Fuerteventura, se me echan encima un montón de miedos, inseguridades y complejos infantiles que creía haber dejado atrás hace siglos.
Es como cuando los personajes de Stephen King vuelven a Derry.
Es como si, de alguna manera, hubiese evolucionado a base de quitarme lastres de encima. Y como si, en lugar de destruir dichos lastres, hubiese estado usando esta isla a modo de trastero para almacenarlos.
Y cada vez que pongo un pie en la isla, la boca de la cerradura del trastero me susurra: "Recuerda que esa ligereza que te ayuda a deambular por el mundo no es real. Exceso de equipaje en tu existencia. Todas esas piedras que pensabas haber sacado de tus bolsillos no se perdieron en la nada. Están todas aquí. Esperándote. Recordándote que el suelo de tu casa está limpio porque escondes la mierda debajo de la alfombra."
Adoro mi isla.
Adoro sus paisajes y su tranquilidad e incluso esa sensación de estar pisando un terreno más antiguo que cualquier problema que se nos pueda pasar por la cabeza.
Pero si hay algo que cada vez me cuesta más soportar en esta isla, es la gente. Evidentemente, no me refiero a la familia, ni a los amigos. Me refiero a lo otro. A ese ruido de fondo que llamamos "gente".
Fuerteventura siempre tuvo esa ventaja/inconveniente de los sitios pequeños. Sientes que todo el mundo te vigila. Todos cotillean. Todos se preguntan por todos.
Eso podía considerarse agradable antaño, en el ya extinto siglo XX. Pero en los últimos años la isla ha experimentado un crecimiento abyecto y (peor todavía) insuficiente. Porque en estos momentos Fuerteventura se encuentra en ese incómodo término medio: Lo suficientemente pequeña para saber que en cada esquina puedes toparte con alguien conocido; lo suficientemente grande para encontrarte a un desconocido en cada esquina. El resultado es un estado de paranoia constante. Porque cada vez que uno sobla la susodicha esquina, se cruza con alguien que te mira de forma rara. Y la cara de ese alguien te suena, pero no le conoces. ¿O sí le conoces pero ya no te acuerdas de él? ¿O acaso te suena porque piensas que en un sitio como éste te debería de sonar? Eso de no saber si conoces o no a la gente que se cruza contigo y que te mira es algo muy, muy chungo. No suelo entrar a muchos bares en Fuerteventura, pero(/porque) cuando lo hago experimento lo mismo que esos forasteros de las películas de Oeste. Cruzas el umbral y te aborda la sensación de que un par de conversaciones se han detenido, de que diez pares de ojos se prenden de tu silueta y no te sueltan.
La magia se ha perdido. Ya no es la Fuerteventura de hace quince años. Tampoco es ese anonimato de las grandes ciudades, en la que si te encuentras con alguien conocido, el propio sabor a improbabilidad del encuentro lo torna en algo mágico.
Al final acabo convirtiendo mi casa en una especie de torre de marfil, y en ella me atrinchero.
¿Qué más contar?
Que esperaba (como siempre) aprovechar estos días de tiempo libre para avanzar en mis proyectos creativos. Estoy rodeado de amigos que lo han conseguido. No ha sido mi caso. Exceptuando un par de dibujos y un par de abortos de secuencia de guión, mis vacaciones de navidad han sido aparentemente estériles. No obstante, ese hecho me ha agobiado muchísimo menos que las veces anteriores. No sé si eso es bueno o peligroso, o si es peligroso porque es bueno, o si es bueno de lo peligroso que es.
Entonces, ¿en qué he inverido mi tiempo libre? Pues en cumplir con todas esas obligaciones navideñas tan cansinas como ineludibles, y en ver a gente, y en solucionar una asignatura pendiente que arrastraba desde hace varios meses:
Verme la quinta temporada de Perdidos.
¿Qué puedo contaros de mi experiencia con esta temporada 5? Pues que sigo enamorado de Juliette, que me sigue fascinando Benjamin Linus, que sigo teniéndole muchísimo cariño a John Locke, que Kate sigue siendo la más guapa de todas, que con Hurley me siguen entrando ganas de pegarle un puñetazo en un segundo y de darle un abrazo al segundo siguiente y quedarme mil horas escuchando sus conversaciones con Miles, que (al igual que Kate) echaba de menos al Jack de antes, el que estaba obsesionado por arreglarlo todo, que Richard me sigue inspirando tranquilidad, que Jin y Sun me aburren a pesar de lo bienísimo que me caen, que invitaría a Sawyer a cien cervezas, que Daniel Faraday me sigue recordando a Neil Patrick Harris (con todo lo bueno que eso conlleva), que me sigue inpirando mucha envidia (de la sana) la relación de Desmond y su Penélope, que Iliana ñaam, ñammm, ñaaammm y muy digna sustituta de Michelle Rodríguez, que confiaría mi vida a Sayid, que estaba empezando a fall in love with Charlotte y de repente...
Pero hasta ahora he hablado de mis sentimientos hacia los personajes, y eso es algo que ya venía labrado de temporadas anteriores. Ahora me veo obligado a tratar el asunto escabroso: Las tramas. ¿Cumplen expectativas?
He de decir que durante los primeros capítulos de esta temporada cinco me sentí (por enésima vez) estafado. El hilo conductor tenía un no sé qué de caballo sin nadie que lo guiase tirando de las riendas. Luego, poco a poco, lo que se me antojaba un cuadro diseñado por un chimpancé se empieza a parecer a un puzzle en el que unas cosas encajan con otras (u otras cosas con unas, por aquello de trastocar el orden temporal, ustedes ya me entienden). Conforme avanza la narración, me quedo con la sensación de estar recibiendo explicaciones convincentes, pero decepcionantes.
Me refiero a que... ¡Joder! Esta serie empezó levantando unas expectativas acojonantes y conforme avanzan las distintas temporadas, da la sensación de que los guionistas se encuentran de repente con un chocho acojonante. Arrancaron demasiado fuerte y empezaron a manejar más ingredientes de los que cabían en la receta culinaria. Y así están desde la tercera temporada, como funambulistas estresados, intentando atar ciertos cabos e inventándose nuevas cortinas de humo para distraer nuestra atención mientras averiguan cómo coño atar los cabos sueltos y fingen ignorar el hecho de que las nuevas cortinas de humo generarán una decena de nuevos cabos sueltos. Y a eso le sumamos otra tercera generación de cabos sueltos necesaria para alargar el asunto, marear la perdiz, meter elefantes en el interior de boas constrictors... para lograr que la broma pueda durar seis temporadas.
¿Qué sucede al final? Pues que los guionistas (que en mi opinión, y a pesar de todo, están haciendo un trabajo excelente) no tienen más remedio que llevar la trama por derroteros que ya hemos visto veinte veces en el cine y la literatura de ciencia ficción. Que Lost acaba siento como ese colega que viene y te dice: "¡Ey, tíos! ¡La noche es nuestra! ¡Vamos a quemar la ciudad! ¡Estaremos de juerga hasta el amanecer!" y luego, en mitad de la noche, se desinfla, se da cuenta de que no tiene fuerzas para aguantar tanto... y empieza a balbucear: "Bueno... En esta zona los garitos cierran a las tres, así que a esa hora cada mochuelo a su olivo y Dios en el de todos..."
A estas alturas casi me atrevería a aventurar qué partes de la trama de Lost fueron concebidas desde el principio y qué partes son fruto de la maravillosa improvisación de los guionistas a la hora de tapar agujeros sobre la marcha, estirar chiches, inventar salidas de emergencia en callejones sin salida.
Ojalá esa sexta y última temporada consiga sorprenderme. Ojalá la última temporada de la serie está a la altura de las dos primeras (que para mí siguen siendo las mejores hasta la fecha). Ojalá tenga que tragarme la mitad de las palabras de esta entrada.
Pero qué queréis que os diga... A juzgar por el rumbo que parece haber tomado la trama, a juzgar por los veinte referentes similares que le vienen a uno a la cabeza mientras ve la serie, a jugar por la cantidad de tiempo que han tenido los habitantes del cyberespacio para prever y considerar todas las hipótesis posibles... Lost lo tiene muy, muy difícil para sorprender a estas alturas.
Creo que es una gran serie. Pero temo que se esté ahogando en su propia grandeza.
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