Naturalmente, todos estos problemas empezaron porque me metí en una página web indebida. ¿Qué clase de web? ¿Porno duro? ¿Zoofilia extrema?
¡Nada de eso!
Cierto día empecé a recordar un poema que no leía desde hacía mucho tiempo y me metí en una web de poesía para buscar ese poema y releerlo. Ahí empezó todo. Fue entrar en esa web y volverse loco el ordenador, y empezar a escupir banners, y obligarme a reiniciar...
Supongo que hay alguien en la red que opina que los capullos que nos dedicamos a buscar poesías merecemos un castigo. Y, ¿quién sabe? Quizá tenga razón. No sería ésta la primera civilización en la que se castiga a quienes se acercan a lecturas prohibidas. Quizá los bomberos de Bradbury y los detectives de Vázquez Montalbán tengan razón cuando esgrimen sus argumentos en pro de quemar libros.
Pero he decir que a pesar de todo a mí me encanta esto de que (con o sin virus) uno pueda encontrar en internet cualquier poesía. Y eso es algo que tendremos a agradecer a gente anónima que se ha molestado en transcribirlos, o escanearlos con OCR (con la de correpciones posteriores que eso implica)
Tenía intención de colgar aquí el poema que hizo enfermar a mi ordenador para compartirlo con vosotros y finalmente he pensado que, ya que últimamente me he aficionado a eso de las listas y enumeraciones, ¡qué coño! Voy a saturaros con un post sobre mis poetas favoritos.
ADVERTENCIAS:
1- Este post va a ser un post bastante largo. Si usted no se siente con hambre suficiente tal vez debería consumirlo en pequeñas dosis en vez de intentar leerlo de golpe.
2- No pienso meter a Neruda en la lista. Me gusta mucho Neruda, pero estoy harto de que la gente cite a Neruda. Y lo cierto es que, a pesar de lo bueno que es el condenado, nunca me ha dejado muchas huellas. Me pasa lo mismo con Benedeti, que me gusta incluso más que Neruda.
3- Tampoco aparecerán aquí poetas "post-modernos". Respeto a existencia de ciertos poetas, pero no conectan conmigo. Eso del verso libre y el verso blanco, el renunciar a la rima y a la métrica como atentado en contra de las normas establecidas me parece muy bonito como concepto, y estoy seguro de que algunos conseguirán hacer cosas realmente bonitas con esa técnica, pero a menudo se me antoja una excusa barata para no tener que esforzarse en obtener una de las cualidades más hermosas de la poesía: La musicalidad. En mi opinión, algo desprovisto de musicalidad puede encerrar belleza y por lo tanto poesía, pero no es un POEMA, sino prosa estructurada en vertical. Del mismo modo en que a veces uno encuentra prosas con tanto sentido musical que casi parecen poemas desplegados horizontamente.
4- Perdón por haberme enrollado tanto en el punto número tres. No era mi intención.
5- A algunos que nos conocen a mí y a mis rarezas les extrañará no hallar en la lista a gente como Allan Poe o Baudelaire. La razón es obvia: Si se fijan en los poetas que he seleccionado advertirán ustedes que para no hacer esta entrada todavía más larga he decidido limitarme a poetas que escribieron en lengua castellana.
6- Mis poetas preferidos son bastante conocidos. No tengo gustos demasiado exóticos e interesantes. Así que, para no hacer la lista aún más predecible, renuncio a seguir ningún tipo de orden cronológico o alfabético. Iré mencionando a los poetas (y poetisas) en el orden que me vaya saliendo de los cojones.
Y AHORA SÍ QUE EMPIEZA LA ENUMERACIÓN:
RAMÓN DE CAMPOAMOR (Navia, Asturias, 1817 - Madrid 1901)
Cito a Ramón de Campoamor en primer lugar porque me parece uno de los más despreciados y minusvalorados por los más elitistas. A Campoamor le tocó vivir en pleno apogeo del Romanticismo español. Dicho así suena apasionante pero parece ser que los románticos, en la mayoría de los casos, no se diferenciaban demasiado de esa plaga de modernitos gafapastas que asolan el casco viejo de cualquier ciudad en nuestros días, siguiendo la moda alternativa imperante como autómatas inconscientes.
Campoamor estaba allí, arremetiendo contra los clichés románticos con la ironía y el cinismo de quien ha sido engañado varias veces. Y lo curioso es que en muchas ocasiones empezaba parodiando y desmitificando los románticos y con ello acababa logrando desenlaces más acojonantemente románticos que los de todos esos payasos que le rodeaban. Toda una lección de autenticidad, en mi opinión. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en su DON JUAN, quizá mi versión favorita del mito (junto con otra de la que tendremos que hablar más adelante). Lo más significativo de estar obra es que transcurre cuando Don Juan es ya un anciano aquejado de reúma, y que las auténticas protagonistas de la obra son las mujeres que quisieron a ese Don Juan.
Si no conoce esta obra y quiere leerla le recomiendo que pinche en el enlace que he puesto en el párrafo anterior. Es muy cortita, bastante cómica y el final es una de las cosas más épicas que he leído en toda la Historia de la Literatura.
Lo que voy a colocar aquí como muestra es un fragmento de otra de sus obras más célebres: EL TREN EXPRESO.
Voy a espoilear vilmente la historia para poner en situación al que no conozca la obra. El tren expreso cuenta cómo un hombre y una mujer coinciden en el mismo vagón durante un viaje de tren, viajando de París a España. Ambos regresan embajonados, porque cada uno de ellos acaba de salir de una relación en la que han acabado heridos, desengañados.
El caso es que conforme el tren va recorriendo parajes dignos de un cuadro de Turner, el hombre y la mujer van hablando, conociéndose... Y hay feeling. Es evidente que se gustan, que conectan. Pero no se lían, porque aún tienen demasiado frescas las heridas de sus respectivas relaciones previas. Así que ella (siempre son ellas) le dice a él (mientras se baja en la estación que le corresponde) que de momento sólo puede ofrecerle su amistad, pero que si dentro de un año sigue sintiendo algo y ha logrado ser contante, se volverán a encontrar en esa misma estación.
Justo un año después el hombre vuelve a coger el tren expreso, esta vez en dirección a París, con el único propósito de pasar por esa estación a medio camino y ver si aquella mujer le ha esperado. Pero allí no está la mujer de sus sueños, sino la sirvienta de dicha mujer, que se acerca a la ventanilla del tren y le entrega una carta. Y esa carta dice lo siguiente:
«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
cuenta os dará de la memoria mía.
Aquel fantasma soy que, por gustaros,
jugó a estar viva a vuestro lado un día.
»Cuando lleve esta carta a vuestro oído
el eco de mi amor y mis dolores,
el cuerpo en que mi espíritu ha vivido
ya durmiendo estará bajo unas flores.
»¡Por no dar fin a la ventura mía,
la escribo larga..., casi interminable!...
¡Mi agonía es la bárbara agonía
del que quiere evitar lo inevitable!...
»Hundiéndose, al morir, sobre mi frente
el palacio ideal de mi quimera,
de todo mi pasado, solamente
esta pena que os doy borrar quisiera.
»Me rebelo a morir, pero es preciso...
¡El triste vive, y el dichoso muere!...
¡Cuando quise morir, Dios no lo quiso;
hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
»¡Os amo, sí! Dejadme que, habladora,
me repita esta voz tan repetida:
que las cosas más íntimas ahora
se escapen de mis labios con mi vida.
»Hasta furiosa, a mí, que ya no existo,
la idea de los celos importuna:
¡Juradme que esos ojos que me han visto
nunca el rostro verán de otra ninguna!
»Y si aquella mujer de aquella historia
vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
aunque os ame, gemid en mi memoria,
¡Yo os hubiera también amado tanto!
»Mas tal vez allá arriba nos veremos,
después de esta existencia pasajera,
cuando los dos, como en el tren, lleguemos
de vuestra vida a la estación postrera.
»¡Ya me siento morir!... ¡El cielo os guarde!
Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
de mirar al lucero de la tarde,
esa estrella que siempre ha sido mía.
»Pues yo desde ella os estaré mirando,
y como el bien con la virtud se labra,
para verme mejor, yo haré rezando
que Dios de par en par el cielo os abra.
»¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
que os cita, cuando os deja, para el cielo!
¡Si es verdad que me amasteis un instante,
llorad, porque eso sirve de consuelo!...
»¡Oh Padre de las almas pecadoras,
conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;
mas sufrí por más tiempo todavía!
»¡Adiós, adiós! ¡Como hablo delirando,
no sé decir lo que deciros quiero!
¡Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
que sufro, que os amaba... y que me muero!»
Cielo santo, ¡cómo me he enrollado! Intentaré ser más breve con los siguientes. ¡Lo prometo!
RUBÉN DARÍO (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916)
Considerado de manera casi unánime como el puto amo del movimiento modernista. Reconozco que muchos de sus versos se me antojan demasiado ñoños, pero es probablemente uno de los poetas más cultos, eficaces y revolucionarios de nuestra Literatura.
Y en su obra podemos encontrar joyitas como éstas:
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
A Domingo Bolívar
Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de sueño y loco de armonía.
Ése es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.
Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto...
Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?
LEOPOLDO LUGONÉS (Villa de María, departamento de Río Seco, Córdoba-Argentina, 13 de junio de 1874 - San Fernando, Buenos Aires, Argentina, 18 de febrero de 1938)
Otro modernista, coleguita de Rubén Darío. Al igual que Darío, Leopoldo Lugonés tiene relatos de terror y misterio bastante interesantes, pero también era un poeta con ciertos momentos de brillantez extrema. Tiene un libro muy curioso titulado "Lunario sentimental", compuesto todo él por poemas y relatos dedicados a la luna.
Os dejo aquí un par de muestras de mis poemas favoritos de Leopoldo:
FRAGMENTO DEL POEMA (A TI, ÚNICA) Cada estrofa intenta imitar la sensación de un instrumendo musica. Esta estofa es el contrabajo:
Dulce luna del mar que alargas la hora
de los sueños del amor; plácida perla
que el corazón en lágrima atesora
y no quiere llorar por no perderla.
Así el fiel corazón se queda grave,
y por eso el amor, áspero o blando,
trae un deseo de llorar, tan suave,
que sólo amarás bien si amas llorando.
Y ahora quizá mi favorita, deliciosamente siniestra:
A HISTERIA
¡Oh, cómo te miraban las tinieblas,
cuando ciñendo el nudo de tu brazo
a mi garganta, mientras yo espoleaba el formidable
ijar de aquel caballo,
cruzábamos la selva temblorosa
llevando nuestro horror bajo los astros!
Era una selva larga, toda negra:
la selva dolorosa cuyos gajos
echaban sangre al golpe de las hachas,
como los miembros de un molusco extraño.
Era una selva larga, toda triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
El espumante potro galopaba
mojando de sudores su cansancio.
¡Ya hacía mil años que corría
por aquel bosque lúgubre. ¡Mil años!
Y aquel bosque era largo, largo y triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
Y era tu abrazo como nudo de horca,
y eran glaciales témpanos tus labios,
y eran agrios alambres mis tendones,
y eran zarpas retráctiles mis manos,
y era el enorme potro un viento negro,
furioso en su carrera de mil años.
Caímos a un abismo tan profundo
que allí no había Dios: montes lejanos
levantaban sus cúspides, casqueadas
de nieve, bajo el brillo de los astros,
como enormes cabezas de Kalifas;
describía Saturno un lento arco
sobre el tremendo asombro de la noche
los solemnes reposos del Océano
desnivelaban la siniestra luna,
y las ondas, hirviendo en los peñascos,
hablaban como lenguas, con el grito
de las vidas humanas que tragaron.
Entonces, desatando de mi cuello
el formidable nudo de tu abrazo,
buscaste ansiosa con tus ojos mártires,
mis torvos ojos, que anegó el espanto.
¡Oh, no mires mis ojos, hay un vértigo
dormido en sus tinieblas; hay relámpagos
de fiebre en sus honduras misteriosas,
y la noche de mi alma más abajo:
una noche cruzada de cometas
que son gigantes pensamientos blancos!
¡Oh, no mires mis ojos,
que mis ojos
están sangrientos como dos cadalsos;
negros como dos héroes que velan
enlutados al pie de un catafalco!
Y aparecieron dos ojeras tristes
como flores del Mal bajo tus párpados,
¡y yo besaba las siniestras flores
y se apretaban tus heladas manos
sobre mi corazón, brasa lasciva,
y alzábanse tus ojos en espasmo,
y yo apartaba mis terribles ojos,
y en tus ojos de luz había llanto,
y mis ojos cerrábanse, implacables,
y tus ojos abríanse, sonámbulos,
y quería mis ojos tu locura,
y huía de tus ojos mi pecado:
y al fin mis fieros ojos, como un crimen,
sobre tus ojos tímidos brillaron,
y al sumerjir en mis malditos ojos
el rayo triste de tus ojos pálidos,
en mis brazos quedaste, amortajada
bajo una eterna frialdad de mármol.
ALFONSINA STORNI (Sala Capriasca, Suiza; 29 de mayo de 1892 –† Mar del Plata, Argentina; 25 de octubre de 1938)
Esta poetisa "argentina" se convirtió en un mito porque, además de escribir realmente bien, cierto día, sabiendo que un cáncer la consumía, decidió suicidarse caminando mar adentro hasta que las aguas la cubrieron y la ahogaron. Un triste (aunque hermoso) desenlace que dio lugar a esa mítica canción de Alfonsina y el mar.
A Alfonsina se la considera post-modernista. Empezó escribiendo poemas más convencionales, muy del estilo del movimiento romántico, pero en un momento dado su escritura fue evolucionando hacia paisajes más extraños y estructuras más modernas.
Aquí una pequeña muestra de su arte. Uno de sus poemas más famosos:
LA CARICIA PERDIDA
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
VOY A DORMIR
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
JOSÉ DE ESPRONCEDA (Almendralejo (Badajoz), 25 de marzo de 1808 – † Madrid, 23 de mayo de 1842)
Este tío que se parece a Severus Snape fue, en mi opinión, el poeta romántico más grande que ha tenido España. Su obra más conocida es ese poema titulado La canción del pirata, defundido hasta y prostituido hasta la extenuación. Aunque para mí su obra magna siempre será EL ESTUDIANTE DE SALAMANCA, mi otra versión favorita del mito del Don Juan.
No voy a poner una muestra del Estudiante, porque me entraría la tentación de copiarla aquí entera. Si alguien aún no ha leído esa maravilla, la tiene en el enlace del párrafo anterior. Aquí, mientras tanto, dejo un fragmento del CANTO A TERESA, que forma parte de su otro gran poema: EL DIABLO MUNDO.
Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías
¡ah!, ¿dónde estáis, que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
no consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh, los que no sabéis las agonías
de un corazón que penas a millares,
¡ay!, desgarraron y que ya no llora,
¡piedad tened de mi tormento ahora!
¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos
los que podéis llorar, y, ¡ay! , sin ventura
de mí, que entre suspiros angustiosos
ahogar me siento en mi infernal tortura!
¡Refuércese entre nudos dolorosos
mi corazón, gimiento de amargura !
También tu corazón, hecho pavesa,
¡ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!
¿Quién pensará jamás, Teresa mía,
que fuera eterno manantial de llanto
tanto inocente amor, tanta alegría,
tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
en que perdido el celestial encanto
y caída la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?
¡Pobre Teresa! ¡Al recordarle siento
un pesar tan intenso…! Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio mío;
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa
donde, vil polvo, tu beldad reposa.
MANUEL MACHADO (Sevilla, 29 de agosto de 1874 – Madrid, 19 de enero de 1947)
Bastante menos conocido que su hermano Antonio Machado. La calidad de sus versos era quizá más irregular, pero de vez en cuando sorprende y entercene con cosas como ésta:
ADELFOS
A Miguel de Unamuno
Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
—soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.
En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos ¡pero no darlos! Gloria.... ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!
¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.
De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.
Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir! ...
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!
París, 1899
GUSTAVO ADOLFO BÉQUER (Sevilla, 17 de febrero de 1836 – Madrid, 22 de diciembre de 1870)
Otro de los grandes del Romanticismo español. Bien es cierto que conforme uno va cumpliendo años, cada vez encuentra a Bécquer más ñoño, naif y facilón. Pero no se le puede negar un talento increíble. Quizá el poeta que más se ha acercado al fenómeno "best-seller". Merece estar en la lista, aunque sólo sea por lo que ha significado para muchos de nosotros en cierta época tierna de nuestras vidas. ¡Y porque salía en los billetes de veinte duros!
Dejo aquí un par de rimas suyas:
RIMA XLIII
Dejé la luz a un lado, y en el borde
de la revuelta cama me senté,
mudo, sombrío, la pupila inmóvil
clavada en la pared.
¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
la embriaguez horrible de dolor,
expiraba la luz, y en mis balcones
reía el sol.
Ni sé tampoco en tan terribles horas
en qué pensaba o qué pasó por mí;
sólo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche envejecí.
JORGE CARRERA DE ANDRADE (18 de septiembre de 1903 en Quito, Ecuador - 7 de noviembre de 1978 en Quito)
Poeta ecuatoriano del que no sé demasiadas cosas. De vez en cuando me alegra la vida, cuando encuentro poemas suyos en recopilatorios. Versos deliciosos con mucha personalidad, como éstos:
XIX
Vendrá un día más puro que los otros:
estallará la paz sobre la tierra
como un sol de cristal. Un fulgor nuevo
envolverá las cosas.
Los hombres cantarán en los caminos,
libres ya de la muerte solapada.
El trigo crecerá sobre los restos
de las armas destruidas
y nadie verterá
la sangre de su hermano,
El mundo será entonces de las fuentes
y las espigas, que impondrán su imperio
de abundancia y frescura sin fronteras.
Los ancianos tan sólo, en el domingo
de su vida apacible,
esperarán la muerte,
la muerte natural, fin de jornada,
paisaje más hermoso que el poniente.
GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA (Camagüey; 23 de marzo de 1814 - Madrid; 1 de febrero de 1873)
Poetisa cubana afincada en España y apadrinada por grandes poetas españoles de la época (creo recordar que Espronceda entre ellos). A mí me conquistó con uno de sus poemas más célebres:
AMOR Y ORGULLO
Un tiempo hollaba por alfombras rosas;
y nobles vates, de mentidas diosas
prodigábanme nombres;
mas yo, altanera, con orgullo vano,
cual águila real a vil gusano,
contemplaba a los hombres.
Mi pensamiento —en temerario vuelo—
ardiente osaba demandar al cielo
objeto a mis amores,
y si a la tierra con desdén volvía
triste mirada, mi soberbia impía
marchitaba sus flores.
Tal vez por un momento caprichosa
entre ellas revolé, cual mariposa,
sin fijarme en ninguna;
pues de místico bien siempre anhelante,
clamaba en vano, como tierno infante
quiere abrazar la luna.
Hoy, despeñada de la excelsa cumbre
do osé mirar del sol la ardiente lumbre
que fascinó mis ojos,
cual hoja seca al raudo torbellino,
cedo al poder del áspero destino...
¡Me entrego a sus antojos!
Cobarde corazón, que el nudo estrecho
gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho
tu presunción altiva?
¿Qué mágico poder, en tal bajeza
trocando ya tu indómita fiereza,
de libertad te priva?
¡Mísero esclavo de tirano dueño,
tu gloria fue cual mentiroso sueño,
que con las sombras huye!
Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas
de necia vanidad, débiles plantas
que el aquilón destruye?
En hora infausta a mi feliz reposo,
¿no dijiste, soberbio y orgulloso:
—¿Quién domará mi brío?
¡Con mi solo poder haré, si quiero,
mudar de rumbo al céfiro ligero
y arder al mármol frío!
¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!
Te gritó la razón... Mas ¡cuán en vano
te advirtió tu locura!...
¡Tú mismo te forjaste la cadena,
que a servidumbre eterna te condena,
y a duelo y amargura!
Los lazos caprichosos que otros días
—por pasatiempo— a tu placer tejías,
fueron de seda y oro;
los que ahora rinden tu valor primero,
son eslabones de pesado acero,
templados con tu lloro.
¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado
de inmenso orgullo y presunción hinchado,
de víboras nutrido?
Tú —que anhelabas tan sublime objeto—
¿cómo al capricho de un mortal sujeto
te arrastras abatido?
¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,
que por flores tomé duros abrojos,
y por oro la arcilla?...
¡Del torpe engaño mis rivales ríen,
y mis amantes, ay, tal vez se engríen
del yugo que me humilla!
¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?
¿Y de tu servidumbre haciendo alarde
quieres ver en mi frente
el sello del amor que te devora?...
¡Ah! Velo, pues, y búrlese en buen hora
de mi baldón la gente.
¡Salga del pecho —requemando el labio—
el caro nombre de mi orgullo agravio,
de mi dolor sustento!...
¿Escrito no le ves en las estrellas
y en la luna apacible que con ellas
alumbra el firmamento?
¿No le oyes, de las auras al murmullo?
¿No le pronuncia —en gemidor arrullo—
la tórtola amorosa?
¿No resuena en los árboles, que el viento
halaga con pausado movimiento
en esa selva hojosa?
De aquella fuente entre las claras linfas,
¿no le articulan invisibles ninfas
con eco lisonjero?...
¿Por qué callar el nombre que te inflama,
si aún el silencio tiene voz, que aclama
ese nombre que quiero?...
Nombre que un alma lleva por despojo;
nombre que excita con placer enojo,
y con ira ternura;
nombre más dulce que el primer cariño
de joven madre al inocente niño,
copia de su hermosura;
y más amargo que el adiós postrero
que al suelo damos, donde el sol primero
alumbró nuestra vida,
nombre que halaga y halagando mata;
nombre que hiere —como sierpe ingrata—
al pecho que le anida.
¡No, no lo envíes, corazón, al labio!
¡Guarda tu mengua con silencio sabio!
¡Guarda, guarda tu mengua!
¡Callad también vosotras, auras, fuente,
trémulas hojas, tórtola doliente,
como calla mi lengua!
FRANCISCO DE QUEVEDO (Madrid, 14 de septiembre de 1580 [1] — † Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)
Habréis observado que éste es el único poeta anterior al siglo XIX que he incluído en la lista. No se trata de algo consciente. Es que los renacimientos y siglos de oro de turno nunca me han movido demasiadas emociones. Y aunque aprecie a algunos poetas de esas épocas (véase Calderón) el único que ha conseguido dejarme un poso en algún sitio es Don Francisco de Quevedo y Villegas, espadachín, espía, sagitario y autor de poemas hermosos en su oscuridad y su decadencia.
SIGNIFíCASE LA PROPIA BREVEDAD DE LA VIDA,
SIN PENSAR, Y CON PADECER, SALTEADA DE LA
MUERTE.
¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!
Breve combate de importuna guerra,
en mi devensa, soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.
Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.
Azadas son la hora y el momento
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.
AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE.
Cerrar podrá mis ojos la postrerasombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tando fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
FRAGMENTO DE UNA EPÍSTOLA AL CONDE DUQUE DE OLIVARES (si mal no recuerdo)
No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises, o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy, sin miedo que, libre, escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.
BLAS DE OTERO (Bilbao, 15 de marzo de 1916 - Madrid, 29 de junio de 1979)
Piscis y bilbaíno, entre otras cosas. Es una delicia leer su Ancia, obra que compila dos de sus libros de poemas: "Ángel fieramente humano" y "Redoble de conciencia".
BASTA
Imagine mi horror por un momento
que Dios, el solo vivo, no existiera,
o que, existiendo, sólo consistiera
en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.
Y que la muerte, oh estremecimiento,
fuese el hueco sin luz de una escalera,
un colosal vacío que se hundiera
en un silencio desolado, liento.
Entonces ¿para qué vivir, oh hijos
de madre, a qué vidrieras, crucifijos
y todo lo demás? Basta la muerte.
Basta. Termina, oh Dios, de malmatarnos.
O si no, déjanos precipitarnos
sobre Ti: ronco río que revierte.
MIGUEL HERNÁNDEZ (Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, España, 28 de marzo de 1942)
Este señor era un humilde pastor de Orihuela, prácticamente analfabeto. Cierto día, un cura paseaba por el campo y oyó al pastor en cuestión recitando un poema realmente bueno. Cuando el cura le preguntó al pastor quién era el autor del poema, la respuesta fue algo así como "Me lo he inventado yo".
Impresionado, el cura decidió amparar a ese pastor bajo una especie de tutela, y lo instruyó, como el monje aquél a Miyamoto Mushashi, o el señor Miyagi a Daniel san. Así surgió Miguel Hernández, uno de los poetas más relevantes de la literatura española.
COMO EL TORO
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
Éste es el cabrón que me jodió el ordenador intentando buscar aquel poema. Almafuerte es el pseudónimo de Pedro Bonifacio Palacios.
Lo peor es que aquel día ni siquiera fui capaz de encontrar el poema que buscaba. Hoy lo he encontrado, y aquí lo dejo:
DIOS TE SALVE
Cuando se haga en ti la sombra;
cuando apagues tus estrellas;
cuando abismes en el fango más hediondo, más infecto,
más maligno, más innoble, más macabro, más de muerte,
más de bestia, más de cárcel,
no has caído todavía,
no has rodado a lo más hondo…
si en la cueva de tu pecho, más ignara, más remota,
más secreta, más arcana, más oscura, más vacía,
más ruin, más secundaria,
canta salmos las tristeza,
muerde angustias el despecho,
vibra un punto, gime un ángel, pía un nido de sonrojos,
se hace un nudo de ansiedad.
Los que nacen tenebrosos;
los que son y serán larvas;
los estorbos, los peligros, los contagios, los Satanes,
los malditos, los que nunca,- nunca en seco, nunca siempre,
nunca mismo, nunca nunca,-
se podrán regenerar,
no se auscultan en sus noches,
no se lloran a si propios…
se producen imperantes, satisfechos,- como normas,
como moldes, como pernos, como pesas controlarias,
como básicos puntales,
y no sienten el deseo
de lo sano y de lo puro
ni siquiera un vil momento, ni siquiera un vil instante,
de su arcano cerebral.
Al que tasca sus tinieblas,
al que ambula taciturno;
al que aguanta en sus dos lomos,- como el peso indeclinable,
como el peso punitorio de cien urbes, de cien siglos;
de cien razas delincuentes,-
su tenaz obcecación;
al que sufre noche y día, -
y en la noche hasta durmiendo,-
como el roce de un cilicio, como un hueso en la garganta,
como un clavo en el cerebro, como un ruido en los oídos,
como un callo apostemado
la noción de sus miserias,
la gran cruz de su pasión:
yo le agacho mi cabeza; yo le doblo mis rodillas;
yo le beso las dos plantas; yo le digo: Dios te salve…
¡Cristo negro, santo hediondo, Job por dentro,
vaso infame de dolor!