viernes, 27 de febrero de 2009

MIS DINOSAURIOS HACEN LAS MALETAS


Como véis, mi colección de dinosaurios de plástico ha seguido creciendo, hasta el punto de que ya no me cabían en la estantería del dormitorio. Así que Alfonso (uno de mis compañeros de piso) me animó a trasladarlos a la sala de estar, para que así colaboren en la decoración del piso.


No obstante, ha llegado por fin ha llegado el momento que llevo esperando desde hace muuucho tiempo: Por fin nos mudan a un piso mejor (o eso aseguran) situado en un barrio más habitable. Así que este domingo a mis dinosaurios les tocará meter todas sus escamas de plástico en una maleta.

Espero que en el nuevo piso hay un estante lo suficientemente grande para que mis pequeños saurios puedan exhibirse sin demasiada claustrofobia.

Tengo demasiados dinos nuevos, y fotografiarlos a todos por separado implicaría una inversión de tiempo que no me puedo (quiero) permitir.

Así que sólo os dejo aquí a los más relevantes fotografiados, una vez más, en lamentables condiciones de iluminación y enfoque:


Lo bueno de éste es que si le aprietas al botón amarillo que tiene en el estómago empieza a hacer: "¡¡¡Aaaaaaahhhhh Aaaaaaaaaarrrrggg!!!"


Éste es el más grande que tengo de momento.

domingo, 22 de febrero de 2009

TRECE AÑOS



¡No! A pesar del título, este post no va a tratar sobre colegialas menores de edad.

Es que de repente me he dado cuenta de que ya han transcurrido trece años desde que empecé a dedicarme a esto de la escritura de una manera medianamente seria (y once años desde que escribí mi primera - y lamentable - novela).

Si tenemos en cuenta que estoy a punto de cumplir treinta años, podríamos decir que llevo casi el 44% de mi vida intentando ser escritor, y aún no estoy seguro de haberlo conseguido. A veces me siento como esos exploradores que se pierden en la selva, y cuando llevan varios kilómetros caminando se dan cuenta de que están andando en círculos.

Intentar arreglar mis escritos es como llevar el coche al mecánico: Te arreglan una cosa, pero te joden otra.

Sigo peleándome con las reglas de la gramática, probando las mil y una maneras de colocar mal una coma, por si algún día suena la flauta y descubro una musicalidad inédita, experimentando con los signos de puntuación, con el orden de las palabras, con las estructuras de los párrafos... como el cocinero temerario que mezcla los ingredientes de manera imposible para llegar finalmente a la conclusión de que los experimentos con gaseosa y que si una receta culinaria no está inventada desde hace siglos es porque no resulta adecuada para el paladar humano y por lo tanto no sirve para nada.

A veces releo cosas que he escrito hace años, por aquello de analizar el camino recorrido con un pelín de perspectiva. A veces me parece percibir en ese camino algo parecido a la evolución. Cuando me vuelvo a asomar a algunos pasajes de mis novelas antiguas se me cae la cara de vergüenza, y creo que eso es bueno. Significa que, en efecto, algo habré aprendido en estos trece años.

Y aunque la cuestión de las listas me suele dar pereza voy a intentar confeccionar una, enumerando esos cambios, esas diferencias que percibo entre el Juanjo que empezó hace más de una década, y el Juanjo que continúa empezando a día de hoy:

- La mecánica de trabajo. Antes me dedicaba a "vomitar sobre el papel". Escribía sin parar, sin pensarlo demasiado, y sin ningún tipo de bloqueo. A veces tardaba una o dos semanas en escribir una novela de cabo a rabo. Nunca tardaba más de tres meses en terminar una, y cuando me demoraba tanto era porque surgía alguna circunstancia de trabajo que me obligaba a interrumpir la escritura durante muchos días. Evidentemente, cuando uno tarda tan poco en escribir una novela el resultado apesta a descuido y a fogosidad amateur. Pero una cosa sí está clara: Antes me divertía escribiendo. Antes, de hecho, escribir era la cosa más maravillosa del mundo. Ahora, sencillamente, no.

- Las tijeras de podar invisibles. Cada vez soy más enemigo de las frases retorcidas, rocambolestas. Evito las oraciones compuestas en la medida de lo posible. Sobre todo las subordinadas. Sencillez, claridad y concisión ante todo. Sacar la guillotina y amputar todo lo supérfluo. Fuera todas las florituras, los adjetivos innecesarios, al carajo las frases redundantes; aquéllas que (valga la redundancia) no hacen otra cosa que repetir lo dicho anteriormente (síntoma inequívoco de inseguridad, de miedo a no haberte sabido expresar con eficacia la primera vez). Salvo en contadísimas excepciones (normalmente relacionadas con cuestiones casi musicales) si puedo decirlo con menos palabras, lo digo con menísimas.

- Porque aunque resulte paradójico, cada vez confío menos en las palabras, y cada vez encuentro menos verdad en ellas. Repescando un concepto de uno de mis cuentos antiguos: "Las cosas que de verdad importan se esconden entre los huecos que separan las palabras". Pero claro, para que existan esos huecos, hay que siluetearlos con las malditas palabras...

- Ahora rehuyo de todos aquellos topicazos que uno incluye en sus primeros relatos y novelas, alentado por una ingenua sensación de estar descubriendo la pólvora. Creo que soy más consciente de que la pólvora lleva siglos inventada y la única manera de ser original es ser honesto y, por lo tanto, auténtico. Intento mancharme más las manos cuando escribo, y aunque ser honesto no signifique ser autobiográfico sí se reflejan en mis escritos actuales todas esas dosis de cinismo, escepticismo y desengaño que a lo largo de estos trece años me han ido esculpiendo como soy, porque...

- El barro le ha ganado la batalla a las nubes y tengo la impresión de que cuando me siento ante este ordenador no es el ángel quien escribe, sino el simio o incluso el cocodrilo. La oscuridad se ha ido apoderando de todo y, si bien cuido el estilo literario de una manera más racional que antaño, las temáticas sí se han vuelto primitivas, viscerales. Las hadas cada vez tienen menos cabida en lo que escribo, a menos que se dejen follar por el culo.

- Intento no abusar de los puntos suspensivos. En mis primeros tiempos los usaba muchísimo, pero con el transcurso de los años a uno le acaba dando la impresión de que se trata de un signo de puntuación titubeante, lánguido... una manera de expresarse... de quien no pisa firme en este mundo... Y quizá también les he cogido manía porque me recuerdan a aquella época remota, a aquel torpe (incluso más torpe que hoy en día) aprendiz de escritor. Mi actual cruzada en pos de la claridad me lleva a usar sólo puntos y comas. Los puntos suspensivos, dos puntos, punto y coma... son invitados ocasionales que sólo uso en momentos muy concretos.

- Sigo siendo impaciente. Pero antes la impaciencia me obligaba a escribir día y noche para terminar las novelas cuanto antes. Me agobiaba muchísimo pensando (en un alarde de neurosis) que si me moría en ese momento, nadie sabría cómo continuaría y terminaría lo que llevaba escrito. Hoy día tengo bastante claro que no tiene demasiada importancia que el mundo sepa o no cómo termina una novela inacabada. Y eso hace que mi impaciencia adopte otra forma, y en lugar de azuzarme para terminar lo que he empezado, hace que me canse a las diez páginas, o a las veinte, o a las cincuenta... y así se me van acumulando novelas inconclusas.

- Antes me negaba a revisar y corregir lo que escribía. Tenía la extraña obsesión de que no debía retocar algo ya escrito. Cada obra debía ser una instantánea, un paisaje impresionista, un reflejo exacto del tiempo y el momento vital en que había sido escrita. Ahora, sin embargo, soy amigo de las revisiones y las correcciones (sobre todo en lo que a estilo se refiere). Pero sigo siendo muy perezoso a la hora de corregir. Odio eso de volver a caminar por un terreno en el que ya están impresas las huellas de mis pies. Hay gente que disfruta con las segundas y terceras versiones. Yo, aunque las considere convenientes, sigo odiándolas.

- Antes escribía para comerme el mundo. Ahora escribo en una especie de patético intento de que el mundo no me devore a mí.

Y eso.

viernes, 20 de febrero de 2009

4 8 15 16 23 42



Llevo siglos sin escribir aquí. Lo fácil sería echar la culpa a mis compromisos laborales y sociales, pero sería una verdad a medias. También hay que culpar a la generosidad de mi compañero de piso, que me ha prestado las dos primeras temporadas de Perdidos.

Gracias a ello no sólo estoy solventando una de mis innumerables lagunas audiovisuales, sino que vuelvo a experimentar ese placer que no sentía desde hacía varios meses: El de engancharme a una saga, enamorarme de unos personajes, interesarme en lo que sucede con sus vidas y disfrutar haciéndoles una o dos visitas diarias.

Me quedan tres capítulos para terminar la segunda temporada (quizá más titubeante y descarriada que la primera) y cuanto más me adentro en esta serie, cuanto más analizo sus entrañas, más similitudes encuentro entre Perdidos y otra saga que se inició ocho años antes en el ámbito de la tinta y el papel.

Me refiero a la saga Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin.

Evidentemente no pretendo acusar a Perdidos de plagio pues, para empezar, la saga de Martin y la de Abrahams cuentan cosas muy distintas. Pero a veces me pregunto si J. J. Abrahams, consciente o inconscientemente se inspiró en Canción de fuego y hielo y le tomó prestados un par de conceptos y un par de mecanismos narrativos.

Las similitudes son sutiles, pero muy interesantes. Por aquello de empezar por lo más burdo (y quizá lo más intrascendente) recordaré que ambas sagas manejan el concepto de "Los otros" y enfocan a esos "otros" de una manera similar.

No obstante, las similitudes que más me importan están más relacionadas con cuestiones de narrativa y de estructura. La manera de suministrar la información, la paciencia (a veces exasperante) a la hora de poner en marcha los acontecimientos, el modo (a veces sádico) de administrar y retomar los clifthangers, o ese gran ejercicio para desarrollar la empatía: Esa forma de presentarte determinados aspectos de los personajes, haciendo que los ames o los odies de manera visceral para, más adelante, dar la vuelta a la tortilla, mostrándote otras cosas sobre esos personajes. Cosas que hacen que sientas ganas de amar al que has odiado y descubrir que aquél que venerabas no siempre es trigo limpio.

Se trata de cosas que hoy día se encuentra uno en cualquier serie decente, pero que no abundaban en televisión (o al menos yo no las encontraba con tanta facilidad) antes de ese año 1996 en que George R. R. Martin publicó el primer libro de su saga.

Lo cierto es que me haría mucha ilusión descubrir que mi adorada Canción de hielo y fuego (escrita, de hecho, por un guionista de televisión) plantó la semilla que dio lugar a la manera actual de concebir la ficción televisiva. Aunque lo más probable es que no sea tan sencillo. Probablemente los libros de R. R. Martin son un engranaje más de un cambio que se ha ido gestando paso a paso a lo largo de décadas. Un cambio lógico, natural e inevitable.

Además, no sería la primera vez que dos o más personas, en distintos rincones del mundo, tienen exactamente la misma idea y (escuchando las súplica de esa idea) la desarrollan de maneras similares. Son la clase de cosas que le hacen a uno creer en el inconsciente colectivo.

De hecho, quizá lo más probable es que todos esos rasgos definitorios de las series actuales estaban ya implícitos de manera inherente en la estructura misma del formato serie. Estaban allí agazapados, pura energía potencial... y si Canción de hielo y fuego tiene las mismas características que una serie actual, eso se debe seguramente a que (como decíamos más arriba) su autor venía precisamente del mundo de la ficción televisiva.

Pero mi intención inicial no era hablar de todo esto, sino de una teoría que tengo en la cabeza desde hace bastante tiempo y que seguramente ya han pensado y escrito otros varios millares de personas: Las actuales tendencias de las series originarán un cambio en nuestra percepción del Cosmos y en la configuración de nuestro sistema moral, y será un cambio bastante gordo, como los que (según McLuhan) nos hicieron pasar de la Edad Media a la Galaxia de Guttemberg, o de la Galaxia de Guttemberg a la Galaxia de Marconi. Creo que los efectos que pueden producir las series en la población mundial pueden ser tan radicales y acentuados que incluso podríamos considerar a dichas series una herramienta del Anticristo, pero en el buen sentido. Porque proponen un modelo de juicio y pensamiento que contribuirá a derribar los axiomas del "Cristianismo mal entendido" (heredados a su vez de modelos de pensamiento mucho más antiguos). Puede que con las series estemos iniciando una transición ideológica que nos sacará de ese situación de oscuridad espiritual que algunos denominan "la era piscis" para otra era presuntamente más clarividente, luminosa... que algunos denominan la maldita era acuario.

Y el meollo del asunto está en eso que comentábamos más arriba: Las series están explotando (por fin) esa cualidad intrínseca del formato serie que nos permite explorar a los personajes con más calma, y de una manera progresiva. Con matices, con luces y sombras.

Creo que la novela clásica y el formato largometraje tienen limitaciones estructurales (no necesariamente malas, y probablemente maravillosas) que las llevan a heredar el modelo maniqueo de los cuentos tradicionales, que a pesar de toda su magia no dejan de ser adaptaciones de mitos presentes en todas las religiones y como tales, mecanismos de supervivencia reguladores de la moral: Sistemas para inocular en la conciencia de la gente algunos miedos, algunas prohibiciones, concepciones reduccionistas de los conceptos del Bien y el Mal, eliminando ambigüedades y matices.

Un sistema alimentado y perpetuado a lo largo de milenios para controlar al hombre, quizá para mantener a raya algunas de sus más peligrosas pasiones. No creo que se trate de una manipulación malintencionada. Creo que es, como decíamos más arriba, un mecanismo de defensa, pura supervivencia. El hombre descubre la manera de generar sociedades y culturas, pero en gran medida sigue siendo un animal. Puro caos. Un sistema complejo que hay que ordenar estableciendo categorías simplistas. Lo bueno. Lo malo. Lo permitido. Lo prohibido. Imponer límites (acaso necesarios) no sólo en lo que a normas de conducta se refiere, sino también en lo que respecta a configuración del pensamiento.

Y ese sistema de limitaciones necesarias, como decíamos, nos ha acompañado a lo largo de la Historia en forma de mitos y leyendas, que luego dieron forma a obras de teatro, y a textos religiosos que a su vez engendraron cuentos que más tarde evolucionaron hasta convertirse en novelas, y luego en películas, y etc, etc, etc, etceterísima.

Creo que a estas alturas no tiene demasiado sentido negar la influencia que tiene sobre nosotros, y sobre nuestra concepción del mundo, esa educación casi subliminal que hemos recibido a través de cuentos, de pelis... Y así ha crecido la gente generación tras generación, intentando separar de manera maniquea lo bueno de lo malo, caperucita del lobo, la princesa del dragón, el hada del logro, el Gandalf del Sauron, el John McClaine y el Hans Gruber...

Pero ahora... ahora vienen las series, y nos sumergen en un universo en el que no siempre hay buenos ni malos. En el que todos los personajes tienen oscuridades inconfesables, pero que al mismo tiempo son capaces de hacer cosas admirables. En el que dos personajes pueden ser enemigos acérrimos, mientras nosotros asistimos a sus dilemas y luchas, descubriendo que ambos son igual de buenos, o igual de malos y lo fácil que sería reconciliarlos si cada uno de ellos fuese consciente de lo que pasa por la cabeza del otro, y de las circunstancias que le han llevado a ser como es.

En resumen: Empatía y tolerancia (o empatía que conduce a la tolerancia).

Ambigüedad moral, sentido del matiz.

Todos sabemos que estas cosas no son nuevas. La historia de la narrativa tiene muchos precedentes de antihéroes, y de malvados con su corazoncito y sus circunstancias atenuantes. Pero antes esas cosas eran la excepción. Y ahora, sin embargo, si las series siguen proliferando e imponiéndose, eso podría convertirse en la norma, en lo vigente... Y lo vigente tiene más poder a la hora de conformar esa percepción del mundo de la que llevamos hablando durante toda esta extensa y densa entrada.

Puede que el advenimiento de las series termine cambiando la naturaleza de los arquetipos que describía Jung cuando postulaba su inconsciente colectivo y con ello no sólo cambiaría nuestra percepción del mundo, sino la propia naturaleza del mundo, pues quizá ambas cosas sean indisociables.

Y evidentemente, las series no son realmente la causa, sino el síntoma de ese cambio (o quizá sean causa y síntoma al mismo tiempo, al viejo estilo serpiente que se muerde la cola). Ya que este ¿nuevo? sistema narrativo y de transmisión de información se empieza a instituir ha sido gracias a una serie de circunstancias (cambio del modelo de vida, desarrollo de la tecnología necesaria - televisión, cable, internet -, gobiernos democráticos en algunos países) cosas, en definitiva, que nos hablan de un paso más en la civilización humana, y de la posibilidad de que el hombre, a pesar de conservar sus pulsiones animales, puede estar preparado. Preparado para abordar ciertas cuestiones de manera más libre, más compleja.

Y quizá todo ello sea un castillo de naipes, un breve inciso en la historia de un animal destinado a ser salvaje... y tarde o temprano llegará un soplo de viento a esparcir los naipes por el suelo.

viernes, 6 de febrero de 2009

OTRA RACIÓN DE SAURIOS

El otro día entré en un bazar chino y compré dos packs de dinosaurios de plástico con auténticas joyas. Eso ha hecho crecer mi colección de forma cancerígena, y se me ha acumulado el trabajo.


Y éstos son sólo los que tengo en Donosti. No tengo tiempo ni energías para fotografiar y describir a todos los nuevos integrantes, así que seleccionaré los que me parecen más exquisitos. Esta ciudad sigue siendo muy poco luminosa, y yo sigo teniendo poca lámpara en mi cuarto, así que estas fotos oscilarán, una vez más, entre el horror del flash y la turbiedad del desenfoque.

Empezaré con algo que no es estrictamente un dinosaurio, pero que vale tanto o más que los dinosaurios, porque es una criatura adorable, y porque me lo regaló Cata con muchísimo cariño. Es una especie de mezcla entre dinosaurio y cocodrilo, así que he decidido bautizarlo: El dinodrilo.



¡Gracias, Cata! A continuación, uno de mis favoritos. ¡Se trata de un tripceratops CON DIENTES!!!!



¿No es precioso? Me apresuro a explicar al público femenino de este blog (que siempre se me quejan cuando hablo de dinosaurios porque sostienen que entender de esos bichos es cosa de tíos, y no se enteran de nada) que los tripceratops no tenían dientes, sino pico. ¡Eran animales herbívoros!

¡Y qué pedazo de boca que tiene el cabrón! ¡Ni el tiburón de Spielberg! Un consejo, niños: Si ese bicho os espera a la salida del colegio y os dice que os hará una mamada a cambio de veinte euros... ¡no le confiéis vuestra polla!

Bromas aparte, esos son mis dinos de plástico favoritos: Los que combinan atributos del dinosaurio real con elementos añadidos por la imaginación más ingenua y portentosa, desafiando las leyes de la evolución y del rigor.

Otro entrañable ejemplo de eso lo encontramos en este grotesco y amorfo ejemplar de dimetrodon:



El que viene a continuación no sé cómo bautizarlo. Cuando era niño me sabía los nombres de todos, pero a estas alturas he olvidado la mayor parte. Este en cuestión parece un carnotaurio, o algo similar, pero no estoy seguro. De un modo u otro, la expresión de su cara está conseguidísima:



También me cae simpático esta especie de mezcla entre espinosaurio y dimetrodon. O también podríamos llamarlo "espinosaurio que camina a cuatro patas porque ha perdido sus lentillas y las está buscando, y pone la misma cara que mi perro cuando le acaricias el cuello".




El siguiente es un ejemplar de bípedo carnívoro. Pero con esos, me sacas del tiranosaurio y ya me pierdo. Tanto podría ser un Allosaurio, como un Albertosaurio, o... No... Tiene la cabeza demasiado pequeña... Bueno, de un modo u otro, es muy gracioso:



También estoy moralmente obligado a retratar al primer brachiosaurio de la colección:



Y, por último, un parasaurolopus que le prometí al Paleofreak. En este caso se trata de un ejemplar regordete y simpaticón, que parece a punto de echar un combate de boxeo contra un canguro.



Y esto ha sido todo por el momento, damas y caballeros.

domingo, 1 de febrero de 2009

LO QUE ESCONDE DARIO ARGENTO

Observen esta foto del gran Dario Argento.

Si obviamos lo de su mirada escalofiante, podríamos decir que es una foto normal y corriente.

Pues bien, si esto fuese una peli de Argento, el prota empezaría a decir a partir de ahora: "¡¡Te juro que vi algo!! ¡Algo que no encaja! ¡No sé que es, pero había algo ahí!"

Entonces la peli continuaría...

... continuaría...

... continuaría...

... continuaría...

Y de repente la prota (porque sería una mujer) experimentaría un flashback en el que se daría de bruces con un plano del detalle que había omitido en la imagen de la primera vez:



¡Sí señor! Dario Argento tiene un dvd de Gritos en el Pasillo entre sus manos. ¿Y cómo es eso posible? Pues gracias al enorme, al grandísimo Jack Shadow que estuvo ayer con Argento, le regaló ese dvd de Gritos en el Pasillo, y le sacó esta foto.

Y yo no sabía nada. Imaginad mi cara de sorpresa al llegar ahora a mi ordenador y ver el mail de Jack.

Gracias Jack. ¡Gracias, gracias, gracias, gracias!