jueves, 7 de abril de 2011
MARGARITA
Hoy pongo palabras ajenas. Uno de mis poemas favoritos de Rubén Darío. Por ninguna razón en especial. Simplemente, no me lo puedo quitar de la cabeza desde anoche. Así que lo comparto.
MARGARITA
¿Recuerdas que querías ser una Margarita
Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,
cuando cenamos juntos, en la primera cita,
en una noche alegre que nunca volverá.
Tus labios escarlatas de púrpura maldita
sorbían el champaña del fino baccarat;
tus dedos deshojaban la blanca margarita,
«Sí... no... sí... no...» ¡y sabías que te adoraba ya!
Después, ¡oh flor de Histeria! llorabas y reías;
tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;
tus risas, tus fragancias, tus quejas, eran mías.
Y en una tarde triste de los más dulces días,
la Muerte, la celosa, por ver si me querías,
¡como a una margarita de amor, te deshojó!
viernes, 1 de abril de 2011
GOOD BYE GOYA (inserte aquí su rima fácil) Y MIL COSAS MÁS.
Esto que véis en la foto es el techo de la Ermita de San Antonio, en el Paseo de la Florida. Está pintarrajeado por un tal Francisco de Goya.
Lo gracioso de esta ermita es que tiene una hermana gemela. Una réplica casi exacta que fue construida justo a su lado.
¿Por qué?
Porque la nueva está destinada a dar las misas, mientras que la antigua ha sido convertida en un museo.
Un museo que os animo a visitar, porque:
a) Es gratis. (habéis leído bien. ¡Gratis!)
b) Los frescos de Goya que la decoran son preciosos. Una pincelada tan difusa que casi me atrevería a considerarla un eslabón perdido entre románticos e impresionistas; unos colores muy relajantes; un gran trabajo de perspectiva que aprovecha las curvas de las cúpulas para generar su efecto óptico (algo así como si la Capilla Sixtina tuviese cierta gracia)
c) Porque en esa ermita hay algo más que dibujitos del maestro Goya; algo que no podréis encontrar en cualquier otro lugar. Y os voy a contar cómo descubrí yo ese "algo":
La primera vez que visité la ermita fue un ex-profesor de mi ex-instituto que me llevó allí. Yo estaba demasiado absorto contemplando los frescos. Caminaba mirando al techo en vez de al suelo, y estuve a punto de pisarla:
Estuve a punto de pisar la tumba del mismísimo Goya.
De repente miré al suelo, justo en el último instante, y sentí un hormigueo insoportable. La losa estaba justo a mis pies y, al otro lado de ella, los huesos de uno de los artistas que más he admirado, admiro y admiraré.
Y es que Francisco de Goya (y Lucientes) es, a mi juicio, el romántico más auténtico que ha existido. Porque empezó siendo un ilustrado con una fe ciega en la diosa Razón; porque no "se hizo romántico" por decisión consciente, ni porque "ser romántico" fuera "trending topic".
Se hizo romántico a base de desengaños y de hostias.
Así que ésa es la tercera razón por la que os sugiero que visitéis la ermita. Obviamente, no me refiero al hecho de pisar su tumba, sino al hecho de tener el honor de visitarla.
No obstante, ayer me enteré - gracias a una amiga - de que Goya es la celebridad con más tumbas del mundo. ¡Tiene cuatro tumbas! Eso no quiere decir que esté enterrado en las cuatro a la vez. Lo que ocurre es que sus restos se han movido más que Willie Fog. Ha estado enterrado en Burdeos, en el cementerio de San Isidro, en nosédónde y finalmente, en esa ermita del Paseo de la Florida.
Lo que no sabía (hasta que me lo dijo mi amigo Rafa Alguacil) es que en uno de esos traslados... ¡se perdió el cráneo de Goya! El cuerpo que tenemos enterrado en Madrid es como el caballero de Sleepy Hollow, o como ciertas mujeres: Sólo podemos responder de él "de cuello para abajo".
A mí me gusta pensar que ese cráneo perdido fue utilizado en alguna ceremonia de aquelarre gracias a la cuál el mundo, desde entonces, no ha vuelto a ser el mismo.
¿Por qué cuento todo esto?
Pues porque me voy por las ramas. Se supone que sintetizar forma parte de mi trabajo pero ya se sabe: "En casa de herrero, cuchillo de palo."
Y porque durante los últimos cinco meses he vivido justo al lado de esas dos ermitas gemelas: En la misma calle en la que descansa el cuerpo de Goya.
¡Eso es caché!
El otro día fui a visitar de nuevo la tumba del maestro. No quería marcharme del barrio sin volver a presentarle mis respetos.
La tumba de Goya. Es una de las muchas cosas buenas de este barrio que estoy a punto de dejar.
Otra de esas cosas buenas (además de haber vivido en un muy buen piso con muy buenos compañeros) es la cuestión de los bares. La Cuesta de San Vicente y el Paseo de la Florida tienen una más que aceptable densidad de bares decentes por metro cuadrado.
Cada vez que aterrizo en un sitio, una de las primeras cosas que hago es hacer un reconocimiento de los bares de la zona.
Suelo decirle a los pocos que me preguntan (y también a los pocos que no lo hacen) que para ser buen guionista (o intentarlo) hay que "ir a bares". Es un decir. En realidad me refiero a que hay que vivir, acumular experiencias más allá de las pantallas de cine y televisión; más allá de los monitores de ordenador. Hay que conocer a la gente. Sus miedos, sus aspiraciones, sus inercias...
Algunos adquieren ese bagaje yéndose de voluntarios a la India, o combatiendo en Vietnam. Los escritores de "todo a cien" como yo buscamos alternativas más asequibles.
Para mí las opciones más efectivas para tomarle el pulso a una ciudad, o incluso a una sociedad entera, son las peluquerías y los bares. Hoy por hoy mi hígado parece regenerarse más deprisa que mi pelo, así que la mitad de mi trabajo como guionista la hago en bares.
Entrar en el bar adecuado es puro oro para un contador de historias. Son el mejor ambiente del mundo para pensar. Pides un par de cañas - está bien, seamos sinceros, en mi caso a veces son tres o cuatro cañas - y simplemente te pones a escuchar. Oyes las conversaciones entre los parroquianos y el camarero, les escuchas hablar de sus hijos, de sus maneras de afrontar "la crisis", de sus equipos de fútbol favoritos... Ves lo que los camareros sintonizan en las teles de sus bares, y eso te da una idea muy precisa de lo que le interesa a la gente...
Por todo ello suelo irme a los bares a pensar. Y también porque me encantan los bares en sí mismos, ¡pa qué mentir!
Si algún guionista tiene pensado mudarse a esta zona de Príncipe Pío y quiere recomendaciones de bares, ¡que se ponga en contacto conmigo!
¡Pero me vuelvo a ir por las ramas!
¿Por qué me marcho de un barrio tan apetecible como éste?
Pues porque a partir de ahora viviré en el que posiblemente es mi barrio favorito de Madrid. A partir de ahora os escribiré desde esta plaza:
Con el tiempo me he ido convirtiendo en un auténtico "talibán" del centro de Madrid. Tengo clarísimo que quiero vivir en una zona céntrica de la capital, ya cada vez tengo más claros los límites de lo que considero el auténtico Madrid:
- Más allá del viaducto de Segovia, se termina Madrid.
- Más allá del cruce subterráneo de Plaza de España, se termina Madrid.
- Más allá de la Plaza de los Cubos, se termina Madrid. - Más allá de la Castellana, se termina Madrid.
- Más allá de Canal, Colón, Alonso Martínez... se termina Madrid.
Si tenemos eso en cuenta, lo de mudarme a Chamberí implica que a partir de la semana que viene volveré a vivir en Madrid, después de varios años. A pesar de los muchos buenos recuerdos que me llevo de este barrio en el que he compartido calle con Goya y con otra buena gente durante los últimos meses, tengo ganas de "volver a la capital".
Me ha salido un post un poco largo, ¿eh? Se nota que tras tanto tiempo sin actualizar se me ha olvidado cómo ser breve, o semi-breve, ¿eh? ¡Pues aún no he terminado! ¿Os creíais que después de tantas semanas de silencio iba a dejar de escribir tan pronto? ¡No! Voy a contar otro par de cositas, para los pocos que tengáis el tiempo y la paciencia suficientes para continuar leyendo esta entrada:
LOS MENDIGOS.
Es algo que me obsesiona desde hace tiempo. Y hace poco mi interés por el tema se vio reavivado a causa de una anécdota personal y, un par de días después, también a causa de la lectura de la novela "Animales de compañía" de Rubén Ballestar Urbán - que, dicho sea de paso, recomiendo muy encarecidamente -.
Me intrigan mucho los mendigos. Desde hace mucho tiempo.
¿Cómo surgen? ¿Cómo pasa alguien de ser una persona "acogida por el sistema" a ser un homeless que yace en la cuneta? A veces imagino qué concatenación de circunstancias podría conseguir que alguien como yo acabase viviendo en la calle como toda esa gente con la que me cruzo a diario. Me viene a la cabeza tanta gente a la que podría acudir en busca de ayuda antes del batazazo definitivo, que me resulta muy difícil imaginarme en una situación así. Cuando - a pesar de ello - consigo imaginarme en esa situación, se me pone la piel de gallina.
¿Cómo se crea un vagabundo? ¿Gente alcohólica? ¿Gente que se vuelve loca? ¿Gente que tiene demasiada poca gente a la que acudir antes de acabar fundiéndose con los adoquines de la acera? ¿Gente que nació en ese mundo y se vio avocada a él desde el primer instante? ¿Gente que interpreta un papel para recaudar dinero, rindiendo cuenta a mafias muy oscuras, casi subterráneas?
Quizá todas las respuestas sean válidas. Quizá todas convivan.
De un modo u otro, es un misterio que me conmueve y me remueve las entrañas como remueve su estofado el cucharón de la bruja que secuestró a Hansel y Gretel.
Hay un mendigo que se pone a pedir en una esquina de mi barrio actual. Cuando empezó a tender la mano en ese sitio concreto me llamó la atención, porque parecía un tipo normal: Ropa limpia, bien peinado, cuarenta y tantos años, bigote, cierto aire de dignidad y compostura. Uno pensaba: ¿Por qué se pone a pedir limosna un tipo que no parece en absoluto un indigente?
Lo veía plantado en su puesto de limosneo, un día tras otro. Y le ignoraba. Intento ignorar a los mendigos. Sé que no le puedo dar limosna a todos (para hacerlo tendría que dilapidar todos mis ahorros, cosa que mi egoísmo me impide) y, por otra parte, estoy un poco "tocado" con ese tema. Desde hace años mucha gente me ha "reprochado" (más en serio o más en broma) que le doy demasiado dinero a la gente que pide: Me han regañado por ello ex novias, ex "ligues", amigos, ex-compañeros de piso... Al final llega un momento en que uno hace el esfuerzo de insensibilizarse. Tengo el firme propósito de no dar más de un par de limosnas por semana, eurillo más, eurillo menos.
El caso es que llevaba muchos días sin encontrarme con ese mendigo limpio y digno, tan parecido a un ciudadano normal y corriente. Y hace unos días me lo volví a encontrar, en el mismo sitio. Y estaba visiblemente más deteriorado. El mismo traje, pero más sucio, más arrugado, más víctima de dormir a la intemperie. El mismo rostro, pero con la barba sin afeitar, creciendo desordenada como un "trigal con cuervos". La piel llena de mugre.
Me impactó muchísimo.
Fue como asistir en vivo y en directo al proceso de degradación de un mendigo. A ese antes y después en el que normalmente no solemos pensar.
Damos por hecho a los mendigos. Les observamos como si siempe hubiesen estado ahí. Como si formasen parte del mobiliario urbano, como los semáforos y las farolas. Como los adoquines de las aceras. Brotando como setas.
Solemos aceptar - sin ponerla en tela de juicio - esa opinión generalizada de que los mendigos son gente inútil que no cumple ninguna función en nuestra sociedad. "¡Búscate un trabajo, holgazán!"
Yo discrepo.
Creo que los mendigos están ahí para desentumecer a una región de nuestra alma que suele anestesiarse con demasiada facilidad. Creo que desempeñan la utilísima función de "incomodar". Creo que son los coachs, los entrenadores del músculo de nuestra solidaridad. Si una de cada veinte veces consiguen que aflojemos una moneda de mierda, haciéndonos pensar que "hay alguien que a lo mejor la necesita más que yo", ya están cumpliendo una importante labor espiritual en nuestro mundo.
Y estoy seguro de que ellos preferirían estar cumpliendo cualquier otra función.
Ahí está, en mi opinión, la verdadera utilidad de los mendigos. Y me da igual que el mendigo en cuestión sea pobre de verdad, me da igual que esté fingiendo una cojera que no tiene, o que forme parte de una red mafiosa: Está cumpliendo una función en esta sociedad enferma aunque - al mismo tiempo - sea uno de los síntomas de dicha enfermedad social.
No sé cuál de nuestros Papas dijo aquello de: "Dejaros engañar por los pobres de vez en cuando." Es una frase a la que recurro cada vez alguien me acusa de ser demasiado tonto o demasiado iluso por "dejarme estafar" cuando le doy limosna a un mendigo. Si de vez en cuando le doy un par de monedas a un mendigo, no es porque me haya engañado.
Y no nos engañemos nosotros tampoco: Casi todos los que leemos esto somos gente que tiene dinero para comer y beber hasta reventar. Dormimos bajo techo, y calentitos. Cuando le damos a un homeless (o incluso a un falso homeless) un euro, o cincuenta céntimos, o veinte... ¿quién está estafando a quién?
No me avergüenzo en absoluto cuando reconozco que la mayor parte de las veces doy dinero a los mendigos por razones más egoístas que altruistas. Me siento mejor conmigo mismo cuando le doy un trozo de chatarra a otra persona. Es como poner una tirita para tapar las mezquindades de mi alma (durante muy poco tiempo)
A veces cuento la anécdota de aquella vez que bajaba por la calle de Alcalá con un fortísimo dolor de cabeza. Me crucé con una mendiga y sentí el impulso de darle todo el dinero que llevaba en el bolsillo (unos diez euros) para aligerarme de un peso invisible. Y mi dolor de cabeza se disipó en menos de un minuto.
En fin... Después de esta parrafada kilométrica sí que va llegando la hora de terminar esta entrada...
¡¡Pues no!! ¡Quebrantemos las inquebrantables leyes de los blogs! ¡Voy a seguir contando cosas! Los que todavía conservéis un ápice de paciencia y un ápice de resistencia en las retinas, ¡¡seguidme!!
RODARI
Me estoy leyendo la "Gramática de la fantasía" de Gianni Rodari. Era una asignatura que tenía pendiente desde que me la recomendaron personas tan de fiar con Bego, Rubentxo o Mar.
Llevo leída poco más de la mitad del libro, y me está gustando a muchos niveles. Me parece una lectura bastante refrescante (incluso liberadora) para todo aquél que esté acostumbrado a leer manuales sobre "cómo escribir guiones" o sobre "cómo contar historias" en general.
Si habéis consultado dos o tres libros sobre guión o narrativa, habréis encontrado una enfermiza obsesión por la estructura, una apuesta por la limpieza casi antiséptica. Una tendencia a convertir las cabañas de los cuentos en habitaciones de hospital. Una oda a la "eficacia" que, sin ni mucho menos pretenderlo, consigue que la gente relegue a un escalón secudario todo aquello que tiene que ver con la imaginación más primaria, con la capacidad de soñar...
Yo, personalmente, esos manuales "estructuralistas" los considero tan útiles como peligrosos (quizá - lo reconozco - incluso más útiles que peligrosos). Me parecen un arma de doble filo. Creo que nos animan a diseñar el bosque antes de haber sembrado los árboles. Y, al igual que en el caso del Diablo, creo que gran parte de su peligro reside en que, como decía, son condenadamente útiles, sencillos, tentadores... en tanto en cuanto se basan en mecanismos psicológicos y perceptuales que casi todos los seres humanos compartimos.
La Gramática Fantástica de Rodari me parece un soplo de aire fresco entre tanta tendencia al dogma (un soplo de aire fresco que, de hecho, fue escrito mucho antes que casi todos los manuales de guión)
¡Y en ningún momento contradice todos esos manuales!
Simplemente nos invita a recorrer senderos que los demás dejan de lado. Senderos olvidados.
Rodari también nos habla de vez en cuando de estructuras (estructuras aún más primarias que las que solemos manejar hoy en día. Estructuras procedentes de los ritos iniciáticos de hombres prehistóricos; cavernícolas que todavía residen en nuestras entrañas y con los que seguimos en contacto a través de cuentos, Biblias, supersticiones, cábalas y demás sistemas de símbolos que siguen presentes - e incluso omnipresentes - en nuestra cultura actual. Estructuras basadas en arquetipos que se la ponen tiesa al groopie junguiano que hay en mí)
Leer a Rodari es hacer un alto para almorzar en un entrañable bar de carretera. Interrumpir durante unas horas nuestro viaje en la autopista de "cómo organizar nuestras historias" para recordar dónde tenemos que buscar los ladrillos con las que se construyen. Recordar que ninguna arquitectura, por compleja o (mejor todavía) simple que sea, merecerá la pena si no la alimentamos con ideas poderosas, de ésas que surgen merced a esa chispa irracional, a ese eco que conecta nuestra mente con los rincones más íntimos de nuestras vísceras, o con la magia más poderosa de nuestros ancestros.
Por si fuera poco, el cabrón de Rodari me provoca con sus juegos creativos. Hace que me entren ganas de retomar aquella sección de los Conceptos Absurdos que fue creciendo como un hongo en este blog.
De pronto restallan imágenes en mi mente. Imágenes repletas de entrañable estupidez.
Pienso, por ejemplo, en una pistola. Una pistola que tiene un handicap: El percutor ha sido forjado con metales demasiado "nobles" y, por lo tanto, es excesivamente educado. Eso impide que la pistola pueda disparar sus balas de cualquier manera. Porque para que una bala se dispare, es indispensable que el percutor la golpee por detrás con mucha fuerza. Y nuestro percutor, en cambio, golpea con mucha discreción, como llamando a una puerta, muy prudentemente: "Toc, toc, toc... toc, toc, toc...". ¡Un desastre! El percutor sólo golpea con la fuerza necesaria cuando se trata de balas con las que tiene mucha confianza. Así que para poder disparar una bala con esa pistola, el percutor ha tenido que conocerla previamente durante un tiempo. Bala y percutor tienen que haber mantenido conversaciones nocturnas. Tienen que haberse contado muchas confidencias. Tienen que haberse convertido casi en hermanos... Y eso es una putada, porque cuando el percutor llama a la puerta de la bala con fuerza, haciendo gala de tanta confianza... ¡¡La dispara!! Y ya sabéis vosotros que ese disparo implica la destrucción de la bala. Cada vez que el percutor consigue provocar un disparo, pierde a una amiga. Y se le rompe el corazón.
Pienso también en unos zapatos cuyas plantillas tienen la capacidad de leer las plantas de los pies. Del mismo modo en que los quiromantes pueden leer las líneas de la mano, estos zapatos leen las líneas de los pies. Te los pones y... ¡zas! De repente esos zapatos conocen tu pasado, tu presente, tu futuro, tus inseguridades, tus anhelos... Y si luego otra persona se pone esos zapatos, podrá conocer también ese pasado tuyo, ese presente, ese futuro, esos anhelos, esas inseguridades... O peor todavía: Se habrá contagiado. Será poseído, sin saber cómo, por tu pasado, tu presente, tu futuro, tus anhelos, tus inseguridades...
¡Vale! ¡Vale! ¡Ya termino! Esto es lo último:
GRITOS
Hace ya cuatro años que estrenamos nuestra película "Gritos en el Pasillo". Inexplicablemente, después de tantos años, la peli sigue despertando ecos por aquí y por allá.
El otro día nos hicieron una agradabilísima entrevista sobre el tema para el programa "Mind Shaker" de NEOX. No sé cuándo lo pondrán. Nos entrevistaron a Raúl López Serrano (director artístico), Alberto López Garrido (productor) y a mí. Fue muy curioso tener que volver a hablar sobre ciertas cosas después de tanto tiempo. Puro flashback. Pura magdalena - o cacahuete - de Proust.
Por otra parte, esta mañana recibí un comentario muy amigable de alguien que vio hace poco Gritos en el Pasillo en un festival de México. Yo no tenía ni idea de que la peli se había visto por aquellos lares. Me hizo ilusión. Ya sabéis que me gusta mucho ver cómo esa cosita tan pequeña que engendramos hace cuatro años se mueve ahora por el mundo sin necesidad de que nosotros la llevemos de la mano.
Emancipada.
México, por otra parte, es un país que cada vez me cae mejor. Es posiblemente el país en el que mejor están tratando nuestra película "MÍ" (guión mío dirigido, producido y editado por César del Álamo)
También es posiblemente el sitio del que nos escriben más fans del programa de televisión en el que trabajo (Vaya Semanita)
Y, por si fuera poco, es el país de la salsa mole, el tequila José Cuervo y el gran José Alfredo.
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