
Mi plan de fin de semana era éste: encerrarme en casa, adelantar trabajo en un guión que me han encargado, recuperarme del resfriado...
Pero basta que uno tenga un plan, para que todo salga del revés, en algunos aspectos para bien, en otros aspectos para mal.
Todo empezó con una llamada de teléfono que me sacó de la cama el viernes por la mañana. Se trataba del gran
Sam, que quería hablarme sobre un proyecto suyo en el que participo.
Sam: Lo que ocurre es que ahora mismo me pillas lejos. Estoy en Donosti.
Juanjo: ¿¡Que estás en Donosti!? ¡Yo vivo en Donosti!
De esa manera, mi catarro y yo nos embutimos en mi abrigo más abrigador, y quedamos con
Sam y su encantadora novia, para comer y hablar de veinte cosas. Están aquí por lo de la
Semana de terror de San Sebastián donde, por cierto, le han dado a Sam el premio al mejor proyecto.
Yo no tenía intención de dejarme ver por el festival, pero Sam y unos chavales muy majos que han hecho
este falso documental me contaron tantas maravillas del festival, que era mi obligación animarme, dejar a un lado el catarro y zambullirme en uno de los festivales más sui generis de nuestro país. Además, Sam se portó de puta madre, consiguiéndome entradas gratis, y un pase para la fiesta de clausura. Todo eso se lo debo también al señor
Rebordinos, que fue todo amabilidad y generosidad.
De esa manera, pude ver "
Idiots and angels", el último largometraje de
Bill Plympton. Acojonante. Quizá le falla algo al ritmo, o a la historia, pero qué forma de componer los planos tiene el cabrón... qué forma de retorcer las perspectivas, y combinar colores, y apabullarte con decenas de conceptazos visuales por minuto...
Por si fuera poco, la peli de Plympton es totalmente muda. No hay un solo diálogo.
Quizá haya sido la única peli (o una de las pocas) que el público ha respetado.
Pues, para quien no lo sepa, este festival tiene una peculiaridad que lo hace único: El público está totalmente legitimado para meterse con las películas, hacer comentarios en alto, aprovechar cualquier incoherencia de la película en cuestión para hacer un chiste... o aprovechar el parecido de un actor con Papuchi, o Carlos Latre. Está prácticamente oficializado. Es una tradición.
Obviamente, cuanto peor es la peli, más se meten con ella. Podría resultar cruel, pero en el fondo hay algo de cariñoso en la forma en que se meten con las pelis. Es como si todos fuesen conscientes de que, simplemente, es parte del juego. No es nada personal... De hecho, muchas veces los propios directores de las pelis están en la sala, y cuando la proyección termina, a pesar de las burlas, todo son aplausos y ovaciones.
Me hubiese gustado asistir al pase de
La terza madre de
Darío Argento. Por lo visto, la pusieron de vuelta y media. Convirtieron una (al parecer) lamentable película de miedo en una experiencia desternillante.
Sí pude disfrutar de "
Nightmare detective 2", una peli de terror japo post-The Ring-y-demás-polladas. La peli era pa echarle de comer aparte. Es de éstas que están llenas de sueños que están dentro de un sueño que a su vez está dentro de un sueño que finalmente resulta estar dentro de otro sueño. A ratos la respetaron, pero a ratos la pusieron de vuelta y media. El clímax con los audiocomentarios de aquella sala de gamberros fue... acojonante.
La ceremonia de clausura también estuvo bien. Con
Santiago Segura de maestro de ceremonias, bastante espontáneo, y bastante "soy Santiago Segura y ya estoy hasta la polla de hacer esto, pero lo canalizo para que sea gracioso". Premiaron a los premiados, y proyectaron los cortos ganadores.
Mejor corto español: "
Porque hay cosas que nunca se olvidan". Aunque la trama es una mera anécdora, está bastante bien realizado, y empieza con un plano secuencia de esos que te hacen querer gritarle al director a la cara que es un hijo de puta por haber hecho ese planazo. Lo paradójico es llamarlo "cortometraje" español, si tenemos en cuenta que el director era argentino y todos los actores italianos. Pero esas incongruencias son bastante comunes en este "mundillo".
Mejor corto del mundo mundial: "
Spider". Un corto australiano realmente potente. No os voy a contar nada sobre él. Es mejor descubrirlo sin saber nada. Aterrador e hilarante al mismo tiempo.
Nos pusieron también los trailers que han hecho los directores famosetes para el concurso ése de trailers falsos. Creo que el rey indiscutible fue el trailer de
José Corvacho y
Juan Cruz. Las carcajadas hicieron temblar el Kursaal, y fue de los pocos que la audiencia aplaudió al finalizar, junto con el de
Bayona, que también molaba bastante. A mí me resultó también muy simpático el de
Koldo Serra, que homenajeaba las pelis de monstruos de los años 50. Los de
Balagueró y
Paco Plaza eran más anecdóticos, pero muy bien rodados. Y el de
Isabel Coixet... pues... estaba muy bien hecho... pero era bastante cortarrollos. Era como si todo el mundo está comiendo, y tú empiezas a hablar sobre cómo últimamente, cuando vas al baño, las heces te salen demasiado líquidas y de un color marrón claro... o como si vas a una divertida fiesta de cumpleaños y le dices al homenajeado: "¡Felicidades, qué coincidencia, cumples el mismo día que murió mi abuela!".
Y proyectaron también (por fin) el trailer de
ASD (Almas sin dueño), la peli de
Tinieblas González. No había vuelto a coincidir con Tinieblas desde que nos conocimos en La Palma, hará tres o cuatro años. Ya en aquel entonces, él llevaba varios años intentando sacar esa peli adelante... así que uno empieza a sumar años, y le da vértigo. Me parece sobrecogedora la fuerza de voluntad que tiene este hombre pa luchar por su peli. Yo, en su caso, me habría vuelto loco. De hecho, me volví loco con
Gritos, tardando la mitad que él. Y según me dijo anoche, todavía no ha terminado de montarla y sonorizarla. Escuchándole me sentía terriblemente identificado, volvió a despertarse el "yo de hace un par de años", cuando estaba en esa misma situación, intentando terminar una peli que no parece dispuesta a terminarse... Fue volver a recordar por qué huí despavorido del mundo del cine. Es una maquinaria diseñada para joderte la vida.
Tras todo ese despliege de cortos y de trailers, llegó el plato fuerte: "
Deliverance", peli dirigida por
Jennifer Lynch, hija de
David Lynch. Sólo vi un trozo de la peli. No me disgustaba, pero tampoco me entusiasmaba. El problema que le vi, es que no me generaba ninguna espectativa, no me invitaba a participar de la peli (quizá el problema estaba más en mí que en la peli) y también me daba la sensación de que la señorita Lynch, en lugar de controlar a sus actores, se dejaba controlar por ellos (eran, eso sí, actores muy buenos. El gran
Bill Pullman y
Julia Ormond entre ellos).
Abandoné la sala a los veinte minutos, aunque sé que algunos de vosotros me regañaréis por ello. ¿La razón? Pues que la ceremonia se había alargado más de lo que esperaba, y con lo ajustados que estaban los horarios, había que elegir entre ver la peli entera, o cenar. Y el estómago manda. Así que me fui de pintxos con un tipo encantador del que, en realidad, sé más bien poco. Sólo sé que el valenciano, se llama Carlos, escribe libros sobre
H.R Giger y, de hecho, es quien trae a España las exposiciones de Giger. Inicié a Carlos en el apasionante mundo de los bares de Gros, y de allí fuimos directamente a la fiesta de despedida.
La fiesta estuvo genial, pero algo sucedió... Algo que cambió el rumbo de la noche.
En realidad, ese "algo" había sucedido mucho antes, pero fue en medio de la fiesta cuando me di cuenta... cuando me llevé la mano al bolsillo y me advertí que (¡¡maldición!!) me había dejado las llaves olvidadas en casa. Si a eso le sumamos el hecho de que no tenía el teléfono de ninguno de mis dos nuevos compañeros de piso, y que ni siquiera sabía si estaría alguno de ellos en Donosti (aquí es muy común largarse los fines de semana a cualquier lugar que no sea Donosti) la conclusión era: No podría entrar en mi casa hasta vete a saber cuándo.
Sam me dijo que durmiese en su habitación del hotel, pero no quería fatidiar la última noche en Donosti de una pareja, y de un modo u otro, el tiempo pasó, el alcohol fluyó, y el tema se fue olvidando. Y lo cierto es que yo no estaba demasiado preocupado. Tenía la sensación de que todo saldría bien, de que algo mágico sucedería, y convertiría el problema de las llaves en una oportunidad para una preciosa aventura. Obviamente, estaba equivocado, pero yo aún no lo sabía.
Decidí relajarme y divertirme. Cuando se acabaron las invitaciones a bebidas, pagué una cerveza a precio de gin tonic, y un gin tonic a precio de entrada de cine. Luego me enganchó por banda un sueco gigantesco, que llevaba en el cuerpo más alcohol que toda Irlanda. Ya tuve alguna que otra experiencia con los suecos en Dinamarca. Lo de los suecos con el alcohol es como si tomasen el brevaje que transforma a Jeckyll en Mr Hyde. Beben más y más rápido de lo que son capaces de asimilar, y luego comienzan a hacer locuras, con un puntito entre agresivo y entrañable. El sueco de ayer pidió cinco cervezas y cinco chupitos de vodka, y pretendía que nos los tomásemos entre él y yo, al estilo Marion en "En busca del arca perdida". Me tomé uno de los chupitos, y en ese momento, Sam y Carlos me rescataron muy oportunamente. Y menos mal, porque si no, me habría bebido todo lo que me ofreciese el sueco. Estando sin llaves de casa, no tenía nada mejor que hacer.
De un modo u otro, mi plan era intentar aguantar hasta que llegase una hora decente a la que poder llamar a alguien de producción (es decir, la pobre y bendita Naroa) pa intentar conseguir los teléfonos de mis compañeros. Hasta que llegase esa hora decente, la cosa era muy sencilla: Refugiarme de garito en garito, para hacer más corta la noche, quizá incluso ligarme a alguna chica que tuviese casa propia en la que pasar una noche o, en el peor de los casos, buscar una habitación libre en una pensión u hotel. ¡Así de sencillo!
Craso error.
Porque olvidaba un pequeño detalle: Esto no es Madrid... ¡Es el puto Donosti!
A partir de las dos o tres de la madrugada, es complicado encontrar sitios abiertos, incluso en fin de semana!! Supongo que un par de sitios habrá, pero ni los conocía, ni tuve fuerzas para encontrarlos. Y con respecto a las pensiones y los hoteles... no había una puta habitación disponible en todo Donosti. No sólo por la gente del festival... Resulta que esta mañana había en la ciudad un importante maratón, de esos en los que centenares de personas corren como gilipollas, para apoyar vete a saber qué causa, o para conmemorar vete a saber qué. Hijos de puta... Todas las pensiones y todos los hoteles estaban ocupados por gente que no tenía nada mejor que hacer que pasar la noche en Donosti pa correr a la mañana siguiente. Conozco la manera de pensar de Dios, y sé que creó ese jodido maratón simplemente para joderme a mí.
Desee la muerte de todos los corredores de maratón del mundo, y más adelante, cuando ya era de día y yo seguía pululando por la ciudad como un zombie en busca de pensiones, estuve a punto de estrangular a más de uno, cuando los veía salir de sus hostales, frescos como una lechuga, sonrientes, asquerosamente sanos, con sus numeritos en la espalda y sus indumentarias de payaso.
Creo que algunos de ellos acusaron el mal de ojo que les eché cuando me cruzaba con ellos.
Así que la noche, y granparte de la mañana, la tuve que pasar a la intemperie, al más puro estilo homeless. Nadie se muere por pasar una noche en la calle, pero es bastante jodido. Más aún cuando uno está intentando salir de un resfriado. Gracias a Dios, no llovió. Y gracias a Dios, a mí no me dio por pensar que podía empezar a llover. Estaba demasiado ocupado cagándome en todos los muertos de Donosti, encontrando mil nuevas razones para odiar esta ciudad, diciéndome una y mil veces que si eso me pasase en Madrid, sería taaaan diferente... Y así fue todo: Pulular por todos los rincones de la ciudad en busca de un techo que no existía, dándome luego la caminata hacia las afueras, hacia el barrio periférico en el que está mi casa... y tocar el telefonillo de manera insistente, durante una hora, sin saber si había alguien en el piso o no... y sin saber (en caso de haber alguien) si lograría despertarle o no. Finalmente, me rendí, y me dejé caer en los escalones, junto al portal, y me medio dormí mientras cerca de allí, unos chavales borrokas se emborrachaban, y pateaban contenedores, y sembraban el suelo de cristales rotos... y llegaba un coche de la Policía, y les sermoneaba... y luego los polis seguían su camino, sin reparar en que había un tío tirado junto a la puerta de un portal, o reparando en ello, pero sin concederle la más mínima importancia.
Creo que me quedé traspuesto unos cuarenta minutos. Cuando volví en mí, el cielo volvía a ser azul, mi cuerpo estaba dolorido, y hacía mucho más frío del que había hecho a lo largo de la noche. Me levanté, volví a bajar al centro, volví a buscar pensión, volví a fracasar en el intento, volví a la periferia, insistí una vez más con el portero automático, nada, regresé al centro, me cagué en Dios, y etcétera, y más etcétera, y mucho más etcétera, y esto en Madrid no pasaría, y odio esta ciudad... Finalmente, a eso de las once de la mañana, volví a intentar lo del portero automático y uno de mis compañeros de piso respondió a la llamada. Vi el cielo abierto. Mi compañero de piso, un señor mayor que es director de producción, había estado allí toda la noche durmiendo, pero debía tener el sueño bastante pesado, porque en ningún momento oyó mis llamadas. Pero el hombre estuvo muy amable y empático.
Me tiré de cabeza a la cama... llegando a la conclusión de que a veces nos complicamos demasiado la vida, y nos olvidamos que la felicidad puede consistir en un techo, y una cama, y poco más.
He dormido tres o cuatro horas, y ahora intento mantenerme despierto, para seguir teniendo sueño cuando llegue la noche, y no trastocar mis horarios. Este relato de mis tribulaciones de fin de semana me ha ayudado (junto con un par de tés) a no cerrar los ojos. Gracias por vuestra paciencia. Amo mi colchón, aunque se te clave en los huesos. Amo mi habitación, aunque sea vieja y fría. Amo mi edredón. ¡Sí! Sobre todo amo mi edredón...
Y lo más curioso del asunto, es que el resfriado se ha marchado, o ha simulado una retirada, para cogerme desprevenido.