Estoy escribiendo ese guión sobre telépatas del que os hablé hace dos entradas. Podría utilizarlo como excusa: "No actualizo el blog por culpa del guión". Pero los que me conocéis un poco sabéis que si estuviese ocioso tendría este sitio igual de descuidado.
Otra cosa que sabéis los que me conocéis un poco: Cuando ando inmerso en la escritura de algo más o menos personal, las reflexiones me surgen de manera espontánea, y también las ganas de compartirlas aquí.
Cosa número tres que sabréis quienes me conocéis un poco: Tengo una relación peculiar con los manuales de guión, a veces más hostil de lo que yo quisiera.
El rollito pedagógico ése me asusta: Los dogmas, los métodos basados en máximas lapidarias... No es algo malo por sí mismo, pero es peligroso cuando cae en mano de un idiota que asume todo de manera literal. Y aquí va lo más escalofriante: Todos somos - o podemos ser - ese idiota.
Todos somos inseguros, influenciables.
Todos hemos sido educados en un entorno en el que nos programan para asumir y obedecer - casi de manera automática - cualquier cosa que se haga llamar "norma" - o que esté formulada como tal -.
Todos somos propensos a ceder cuando el Diablo nos tienta con el perverso espejismo de lo fácil.
Yo me considero un coleccionista de excepciones.
Si alguien me dice que el detonante debe estar en la página 12 o en la 16... yo busco ejemplos de pelis que detonen más tarde, o que lo hagan mucho antes. Yo qué sé... ¿La Jungla 3?
Si me dicen que el protagonista debe tener un arco de transformación, voy corriendo a Golpe en la Pequeña China y me consuelo en el regazo de Jack Burton.
El otro día leí un tweet que decía que: "En
No lo hice, porque el tweet estaba cargado de buena intención y pertenece a una cuenta de Twitter igual de útil y bienintencionada. Aunque yo necesite coleccionar esas excepciones para mantener los lobos a raya, esos consejos son válidos en la mayoría de las ocasiones.
Seguro que yo mismo soy una excepción en los manuales sobre escribir entradas de blogs, porque llevo más de diez párrafos y aún no he empezado a contaros lo que pretendía contar en esta entrada:
En este nuevo guión me he propuesto escribir sin escaletas ni reflexiones previas, en parte porque me conviene tenerlo escrito cuanto antes, y en parte porque NECESITABA volver a escribir de esa manera.
No me he detenido a definir los personajes. Quería ver qué descubría de ellos si simplemente empezaba a teclear y dejaba que me sorprendieran.
No he prestado atención a en qué página caía el detonante, en cuál el punto de giro, o si he suministrado en cada acto la información necesaria.
Simplemente escribir, tirando millas.
A estas alturas llevo escrita la mitad del guión (aproximadamente) y está siendo un proceso arduo, no lo niego. Es como salir de viaje llevando una mochila, y en ella los pocos trastos que te ha dado tiempo a meter en el minuto antes de partir. No te has acordado de incluir el mapa. La brújula se te marea en el bolsillo. Te metes por senderos accidentados, acabas parando a comer en sitios sórdidos... pero ¿qué cojones? gracias a eso, entre calvario y calvario, encuentras tesoros que no están al alcance de la visita guiada.
Tecleo en el guión, la historia me detona prontísimo pero no me preocupa ¡menudo ritmazo! Sigo adelante, dejo atrás el primer acto demasiado pronto, pero no echo nada de menos. ¡Qué carajo! ¡A lo mejor ésta no es una peli de actos! ¡Que les follen a los actos!
Luego me voy dando cuenta de que he ido amasando personajes que me gustan, que me parecen vivos... han ido generándose a base de rodar e impregnarse de todo lo demás, como la pelota de estiércol de un escarabajo. Es maravilloso.
Llega un momento en que esos personajes son autónomos: se caen bien o mal entre ellos, reaccionan mejor o peor a según qué cosas. Tú obedeces a sus designios, pero adviertes que el comportamiento de tus criaturas se contradice con lo que hacían al principio del guión. Entonces retrocedes a las primeras páginas y cambias tal escena y tal diálogo.
Es algo mágico: En la escritura está inventada la máquina del tiempo. Una máquina que retrocede páginas en lugar de años.
A los seres humanos nos obligan a tomar decisiones importantes cuando aún no tenemos la madurez ni la edad necesarias para ello. Luego crecemos traumatizados, frustrados, contrahechos... A veces desearíamos que nuestro "yo adulto" pudiese retroceder al pasado y decir a nuestro "yo" de cinco años: "Cuando estés en el instituto conocerás a una chica llamada (...), no pierdas tanto tiempo con ella, es una zorra. Y no aceptes ese trabajo dentro de veinte años: te va a amargar la vida. Ah, y cuando el presidente diga que al año siguiente saldréis de la crisis, no le creas."
Los escritores sí podemos hacer eso con nuestras criaturas. El personaje puede descubrir maravillas sobre sí mismo y luego retroceder a sus orígenes; cambiar lo necesario para afianzar esa trayectoria.
Lo bonito de todo eso es que cuando retrocedo y añado las cosas que necesitan mis personajes... el detonante termina estando donde dicen los manuales, y el primer punto de giro tres cuartos de lo mismo.
Es lógico.
Por mucho que coleccione excepciones, soy consciente de que las normas de escritura y de estructura no están ahí por capricho, sino por inducción. Hemos llegado a ellas tras observar cómo esas reglas acaban cumpliéndose en (casi) todo lo que funciona.
No obstanteeeeeee... Me gusta que una historia llegue a esos lugares siguiendo su propio camino, manchándose de sus propias circunstancias concretas.
Imagino que un ingeniero automovilístico, tras hacer los primeros diseños de un coche necesitará construir un prototipo y ponerlo a correr DE VERDAD en una pista. De esa manera pueden testearlo sobre el terreno, ver en qué destaca, en qué flaquea, contra qué imprevisto tiene que enfrentarse... Tras ello, harán cambios en el diseño, construirán un prototipo mejor... y así sucesivamente. ¡Si la Fórmula 1 ha convertido ese sistema en deporte!
A mí me gusta hacer eso mismo con mis personajes: Soltar el prototipo sobre el papel, teclearlo, sudarlo, replantearlo...
Muchos piensan que es mejor tener a los personajes muy claritos ya en la escaleta, porque así te ahorras trabajo de escritura. Pero es que para mí sólo es "trabajo" cuando lo escribo así, dictado por otra persona (aunque esa otra persona sea yo mismo) Cuando me lanzo al teclado con mi mochila y mi brújula averiada, ya no se trata de trabajo: es diversión.
Para ahorrarme las objeciones de los más quisquillosos, intentaré dejarlo bien clarito: Esto es lo que me funciona a mí, y me parece muy respetable que a otros les funcione todo lo contrario. Por eso este post se titula "Personalizar los métodos".
(La imagen de cabecera es de la película Dreamscape. Desde el principio tenía muy claro que iba a ser uno de los referentes más confesos para mi guión de telépatas)