lunes, 21 de mayo de 2012

¡SONREÍD, HIJOS DE PUTA!


El otro día, mientras esperaba mi avión, entré a curiosear en la "librería" del aeropuerto. Me gusta mirar qué libros se venden en las terminales de los aeropuertos. Creo que es un buen barómetro. Dice mucho del lugar en que se encuentra nuestra sociedad en cada momento.

A mí me perdieron como cliente cuando noté que empezaba a haber más libros de Paulo Coelho que de Stephen King. Pero de un tiempo a esta parte incluso los Coelho y los Bucay si siquiera llegan a la categoría de softcore.

Ahora las librerías de las terminales se han convertido - más que nunca - en el templo de los manuales de autoayuda.

La mayor parte de esos libros se cimientan en una premisa que ya se asomaba por las páginas de sus teloneros paulocohelianos:


EL PODER DEL PENSAMIENTO POSITIVO.

"Hay que ser optimista. Hay que ser positivo. Si sonríes, el mundo te devolverá la sonrisa. Si confías en el Cosmos y deseas algo con la suficiente intensidad, el universo conspirará a tu favor, bla bla bla, energía positiva, bla, bla, bla."

Toda esa mierda.

Es un amago de nueva religión que ha ido tomando forma a base de acumular meandros de distinta índole: filosofía oriental, desesperación "new age", hallazgos de física cuántica - quizá entendidos de un modo un tanto reduccionista -.

Resulta lógico que una corriente de pensamiento como ésa tenga tanto éxito en los tiempos que corren. En circunstancias como las actuales, la gente necesita creer, busca esperanza debajo de las piedras. En las pasadas navidades la cola para comprar lotería en Doña Manuelita parecía la de un concierto de U2.

Aunque últimamente leo por todas partes escritos de gente que nos advierte en contra de esas corrientes de "pensamiento positivo". Hay quien las considera peligrosas. Y hay quienes afirman que se ha montado un auténtico NEGOCIO con eso del pensamiento positivo. Un negocio que se aprovecha de la vulnerabilidad de la gente, de su necesidad actual de creer en algo que ofrezca soluciones.

El caso es que, sean cuales sean las intenciones de ese "negocio del pensamiento positivo", lo que resulta innegable es que dicho negocio EXISTE. Los estantes de aeropuerto que mencionábamos al principio son una buena prueba de ello.

Se trata de una controversia que me interesa bastante, porque siempre he sido un gran defensor del "pensamiento positivo".

Por tanto, es normal que ante una coyuntura como la actual, en la que algunos se aferran de manera irreflexiva a ese clavo ardiendo y otros encuentran la forma de monetizarlo y de ¿timar? a los desesperados... a mí me dé por desmontar y revisar minuciosamente mi sistema de creencias.

Llevo varios meses observando ese "funcionamiento del Cosmos" en mi laboratorio interior. Analizando hasta qué punto a mí y a quienes me rodean nos va mejor o peor las cosas según tengamos una actitud positiva o negativa.

¿Queréis saber a qué conclusiones he llegado?

Pues en mi opinión la clave no está tanto en el "optimismo", como en otro concepto:

El movimiento.

Y si queréis, podemos ponernos filosófico-orientales para que alguien nos coloque también a nosotros en las librerías del aeródromo:

Desde pequeño he sido muy aficionado a las artes marciales más "místicas". He practicado Aikido, sobre todo. También algo de Tai Chi. Y algo de Judo, algo de Ninjitsu... Esa clase de disciplinas te contagian una determinada manera de entender la vida y una determinada actitud hacia ella. Te impregnan de filosofía taoísta y de rollito zen.



La manera en que te enseñan a reaccionar y a moverte en ese tipo de artes marciales está muy basada en un concepto muy taoísta que constituye la base de la medicina china tradicional:

Lo que se mueve, es sanador y conveniente. Lo que se estanca, provoca enfermedad y decadencia.

¡Movimiento! ¡Hacer cosas! ¡Ganarle la batalla a la desidia, a la pasividad!

Es así de simple y así de perogrullesco: He visto a optimistas compulsivos - casi patológicos - que no consiguen lo que quieren en la vida porque nunca intentan nada, y he conocido a pesimistas compulsivos - casi patológicos - que no paran de quejarse, que siempre son escépticos y derrotistas con respecto a sus propias iniciativas... pero emprenden dichas iniciativas. Y, oye... a base de intentarlo, por muy pesimistas que sean, las cosas les van saliendo.

Ésa es la única regla de oro a la que de momento - y sin intermediarios - he llegado.

Así pues, si yo tuviese que hacerme feligrés de algún concepto, dejaría el "pensamiento positivo" a un lado y le construiría un altar a la:

ACTITUD ACTIVA.

Está claro que en ocasiones existe una relación indirecta entre la "actitud activa" y el "pensamiento positivo": Por razones obvias, un optimista tenderá más a emprender, a moverse, a hacer cosas... mientras que un pesimista será más carne de parálisis, de estancamiento.

Aunque, como insinuaba más arriba, creo que no siempre tiene por qué ser así.

Y al margen de todo esto, más allá de actitudes activas y pasivas, más allá de recetas mágicas...

¿Ser optimista sirve para algo?

Mi respuesta corta y categórica sería: Ni lo sé ni me importa.

Mi respuesta larga e intuitiva es:

Yo creo que sí. Confío mucho en la sabiduría de nuestro inconsciente, y creo que una actitud adecuada nos configura la cabeza de algún modo, nos hace tomar microdecisiones de las que no somos conscientes, pero que nos van guiando de una manera intuitiva hacia lo que nos conviene.

Me refiero, evidentemente, a lo que ocurre cuando tenemos una actitud positiva real. Un optimismo que de verdad sentimos. No un optimismo ortopédico que nos han obligado a adoptar a golpe de libro de autoayuda y conferencia de Emilio Duró.



Pero como decía hace un par de párrafos, en realidad ni me importa la "utilidad" de mi pensamiento positivo. Porque creo que la finalidad más gratificante del optimismo... es el optimismo en sí mismo. Yo recomendaría ser optimista no porque ello nos vaya a traer el éxito en nuestro trabajo, o nos vaya a hacer más ricos, o más "afortunados". Yo recomendaría el optimismo porque - de perogrullo una vez más - el optimista se lo pasa mejor en cualquier parte, ya sea en un funeral o en una fiesta. ¿Puede haber una razón más poderosa que ésa?

Como decía Samuel Beckett: "Cuando tenemos la mierda hasta el cuello, ya sólo nos queda cantar."

Y yo añadiría, para ser coherente con la tesis de este post: Y ACTUAR.


1 comentario:

EMF dijo...

Muy de acuerdo, lo he comprobado en mis carnes en los últimos meses, después de años de estancamiento.

Eres mi Paulo Coelho particular. Nunca acabé El alquimista, y eso que sólo tiene 100 páginas...