viernes, 30 de diciembre de 2011

EL MOMENTO DE DESACTIVAR LA BOMBA


Creo que en este país hay muy buenos equipos de guionistas. Yo estoy acostumbrado a coincidir con gente cuyo talento no tiene nada que envidiar al de los "genios" de Yankilandia o Inglaterra. Gente con ideas brillantes, ingenio afilado, metodología digna de imitar... y una capacidad de trabajo diseñada para desmentir cualquier tópico de mierda que puedan esgrimir los franceses o los ingleses contra España.

Se han invertido muchas letras en intentar dilucidar por qué, teniendo guionistas tan brillantes en este país, el resultado final de ciertos guiones deja tanto que desear. Y es lógico que se escriba tanto sobre ello, porque hay muchos, muchísimos factores a tener en cuenta.

Es como el juego del teléfono. Los guionistas susurran un mensaje coherente, pero cuando llega a las pantallas ha sufrido un centenar de distorsiones, manipulaciones, tergiversaciones, falta_de_cojones...

Y entre las múltiples razones por las cuáles - en mi opinión - nuestro trabajo guionístico no luce como merece, existe una que me obsesiona especialmente. Llevo tiempo sin sufrirla en mis propias carnes, pero algunas cosas leídas hoy en internet me la han resucitado en la memoria.

Me refiero a:

LAS DECISIONES DE ÚLTIMA HORA.

Es algo que quizá no ocurra en todas partes. Sé que hay sitios en los que optan por explotar a los trabajadores 24 horas al día y 7 días a las semana. Pero basándome en mi experiencia personal, lo que os quiero contar es un clásico. Es el "ciudadano Kane" de las masturbaciones de despacho:

Un equipo de guionistas invierte unas cuantas horas y un montonazo de neuronas en parir algo medianamente ingenioso, coherente. Un "algo" con vocación de innovar (en la medida de lo posible)

Te vas a casa con sensación de haber hecho un trabajo bien hecho. Pero mientras tú te marchas de la oficina y desconectas hasta el día siguiente, el jefe del equipo se queda allí, solo ante el peligro, defendiendo todo ese curro que habéis hecho entre todos a lo largo de la jornada. Es entonces cuando dos, o tres, o cuatro (o veinte) personas que no han estado presentes durante el proceso empiezan a opinar a la ligera sobre esto, sobre aquello y sobre lo de más allá. Toman decisiones tan temerarias como las del tipo que aprieta el botón rojo sin haber mirado primero a los niños de Hiroshima cara a cara.

Y te dicen: "este chiste es bueno, pero a mí no me hace gracia", o "aquí mencionáis a Naranjito y en nuestra franja publicitaria hay anuncios de Orange que es de color Naranja", o (noticia de última hora): "Yonki Matamoros ha muerto por sobredosis de cocaína, así que hay que cambiar esta secuencia de la nieve por otra cosa."

Decisiones de última hora.

Decisiones que le llueven al jefe del equipo cuando todos los demás nos hemos marchado a casa. Eso que la sabiduría popular conoce como "un puto marronazo". De repente, una sola persona - o dos en el mejor de los casos - tiene que reescribir en cuestión de minutos - y sin remilgos - lo que seis o siete personas han tardado horas en edificar de una manera casi científica.

El resultado suele ser más flojo de lo que debiera, y endeble. Aquello que pretendía innovar termina convirtiéndose en "la misma mierda de siempre". Y no es culpa de esas personas que coordinan. Esas personas - en contra de lo que se cree - han llegado hasta ahí porque tienen talento y capacidad de reacción. Saben hacer bien su trabajo. Pero tras haberles tenido andando en círculos durante todo un día, no puedes exigirles que descubran la cura del cáncer justo antes de cenar, sobre la marcha.

Es como en las pelis de acción, cuando queda menos de un minuto para que la bomba estalle. ¿¡Qué cable hay que cortar!? ¿¡El rojo o el azul!? ¡¡El rojo!! ¡¡El azul!! ¡¡EL ROJO!! ¡¡EL AZUL!! Da igual si has estudiado siete años para aprobar el examen de artificiero. No importa si tu intención es marcar "un antes y un después" en el arte de desactivar los explosivos. Esto es el "sálvese quien pueda". O cortas el puto cable rojo, o cortas el puto cable azul. No hay más opciones. Si la bomba no estalla, nos colgaremos la medalla. Y si la bomba estalla, es culpa tuya.

Las decisiones de última hora.

Regresar al día siguiente, medianamente satisfecho porque has dejado un potaje aceptable cociéndose a fuego lento... y descubrir que el puto cliente tenía antojo de escalope con papas. Descubrir a posteriori que el chef para el que trabajas ha tenido que arrojar el potaje a la basura y se ha puesto a empanar los trozos de carne más baratos de la despensa. A regañadientes.

¿Y cómo coño se le pone solución a eso? ¿Impidiendo que no tome decisiones sobre el resultado final ningún capullo que no haya estado presente durante el proceso de escritura? ¿Suprimiendo los derechos humanos de los guionistas para aumentar su jornada laboral a 24 horas?

O, más importante todavía: ¿De verdad merece la pena poner solución a eso, o sólo lo acusamos los cinco o seis tarados que nos dedicamos a esto?

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