viernes, 8 de junio de 2012
EL TEMPLO DE PAPEL DE LOS EXCESOS
Llevo un par de días corrigiendo el estilo de dos novelitas que escribí hace un tiempo: "La mierda" y "La emperatriz de los insectos". Quiero hacer algo con ellas.
Como ya he comentado en otras ocasiones, se trata de dos novelas excesivas, ofensivas y enfermizamente retorcidas. En muchísimos sentidos. Recuerdo que un amigo director, tras leer una de ellas, me dijo: "Me encantaría hacer una peli basada en esto, pero no tendría cojones para hacerlo."
Detrás una frase como ésa se esconde un tema realmente interesante:
¿Por qué podemos tolerar ciertos excesos en un libro pero no podemos tolerarlos en una pantalla?
Yo creo que la respuesta es obvia: Lo audiovisual nos ataca de una manera más agresiva. Somos seres pasivos cuando lo consumimos. Las imágenes saltan a nuestros ojos sin pedirnos permiso. Los sonidos saltan a nuestros oídos de la misma manera.
Creo que el grado de cuidado que hay que poner a la hora de no mostrar contenidos ofensivos en un medio de comunicación es directamente proporcional al grado de "facilidad" y "pasividad" con que se pueda consumir dicho medio.
De esa manera, resulta lógico que un canal de televisión generalista se obligue a emitir contenidos más "blancos" que un canal de pago especializado o una película de cine. La tele es un aparato que puede estar encendido en una sala de estar, en un bar, en una tienda... en muchos sitios en los que a veces habrá gente que no ha elegido encenderla, ni sintonizar ese canal concreto... pero que, a pesar de ello, no podrá ignorar la información que le lanzan a la cara.
En una sala de cine, por ejemplo, también puede darse el caso de que te encuentres con algo que te ofenda, pero lo más probable es que tú hayas decidido entrar en esa sala, e incluso te hayas informado un poco sobre qué clase de cosa vas a ver, qué calificación de edades tiene, etc.
En un vídeo de internet puedes permitirte el lujo de ser más excesivo, perverso, controvertido... porque el internauta, normalmente, elige darle al play y también elige parar de consumirlo cuando le dé la gana. De hecho, el internauta suele ser una criatura que no sólo elige lo que quiere ver, sino que lo busca.
Yo diría que cuanto más activa sea la actitud del público a la hora de acceder a la información, más legitimados estaremos para permitirnos contenidos fuertes, incómodos, peliagudos.
Y hoy por hoy la reina de las narraciones que requieren actitud activa es la Literatura.
Cuando uno lee un libro tiene que realizar un proceso intelectual que no es del todo fácil. Hay que hacer un considerable esfuerzo de concentración. ¿Cuántas veces hemos tenido que retroceder en nuestra lectura al darnos cuenta de que hemos leído una página entera como autómatas, sin prestar atención a lo que esa página nos estaba contando?
¡Y lo fácil que es parar de leer y cerrar el libro si no nos gusta lo que cuenta!
A un libro no le puedes reprochar que te ofenda, porque tú, como lector, habrás sido cómplice de la ofensa. Tú, como lector, te habrás dejado violar.
Es como aquel chiste de las monjas que se quejaban porque el convento estaba en frente de un cuartel y, según ellas, los soldados se paseaban en pelotas, escandalizándolas. El obispo acudía a comprobarlo. Entraba en la alcoba de las monjas y decía: "Desde aquí no se ve nada." Entonces las monjas le respondían: "¿Cómo que no? ¡Súbase a ese taburete y asómese por ese agujerillo que hay encima del armario!"
Y creo que en estos tiempos en los que la Literatura parece eclipsada por la avalancha audiovisual; en estos tiempos en que los agoreros pronostican la extinción del libro; en estos tiempos en que se cierra una librería cada vez que alguien hace zapping...
... en estos tiempos...
... la Literatura debería dejar de lloriquear como una zorra victimista y adaptarse, ¡evolucionar! Cuando digo esto no hablo sólo del e-book y de la madre que lo parió. Hablo también de apostar por temáticas y formas de expresión que otros medios más "apabullantes" no se puedan permitir tan fácilmente.
Y dentro de las muchos elementos diferenciadores que puede usar la Literatura en este sentido, está el aprovechamiento de esa patente de corso, esa legitimidad a la hora de manchar el papel con las historias más prohibidas, con los pensamientos más perversos, con las suciedades más interesantes y las infracciones más catárticas.
Convirtamos la Literatura - o parte de ella - en el templo de papel de los excesos, en esa red de callejuelas oscuras en las que se adentran los más atrevidos, en busca de pecados que no pueden encontrar en las avenidas principales.
Yo ya lo hago.
Ojo, no tengo cojones porque no me atreva a mostrar todo ESO en una pantalla, sino porque tendría que convencer a mucha gente para poder hacerlo... y eso sí que iba a ser jodido de pelotas.
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